Apolinar Núñez
(Baitoa, República Dominicana, 1946)


Introducción a «Poesía Sorprendida»
Por
Héctor Incháustegui Cabral




         Cuando Apolinar Núñez publicó su primera colección de poemas muchos se escandalizaron. Con bastante razón. Pero debajo de las malas palabras, que sólo tenían de raro que venían impresas; un poco mas allá de lo desenfadado de las descripciones: cuando la carne protagoniza el amor, y de ciertos pormenores que generalmente pasan inadvertidos, alentaba la protesta del que se siente asfixiado por lo circundante, del que se sabe oprimido por un mundo -su mundo- chato, sin horizontes.
         Oímos, a través de la puerta cerrada, el llanto sordo del que rechaza, indignado y asqueado, cuanto le ha tocado de cerca y que, si es así, la verdad, no vale la pena vivir cuando se tienen los dos: dedos de frente reglamentarios.
         La pregunta que se hicieron entonces los que leyeron la colección es si la Poesía soportaba esa dura carga, si el Arte era capaz de resistir el peso tremendo, a veces sucio, que parecía gravitar sobre casi to los oemas.
         La Poesía, en particular, y el Arte, en general, soporta y resiste eso y más. La cuestión no era, pues, de detalles sino de resultado: si los versos eran capaces de producir fruición, puros efectos estéticos, para decirlo todo lo finamente que se me ocurre.
         Una colección de composiciones como “Poemas decididamente fuñones” siempre da la impresión de que estamos frente a la constancia de un descubrimiento personal del sexo y del descubrimiento, también, de que es importante hablar de él, como para destruirlo después de habérselo restregado en la cara a la gente Hablar de es sacudirse de, o por lo menos tratar de sacudirse
         En los “Poemas” nos hallamos con alguien que ha descubierto un mundo tan desconocido como viejo, tan soñado como real, que acaba de poner los pies en el Edén unas semanas dcspué del Pecado, cuando el mundo es ya sencillamente el mundo de los cristianos.
         Un día descubrimos nncszro cuerpo y poco a poco, con ayuda ajena o sin ella vamos descubriendo para qué sirven sus panes. Establecemos comparaciones entre el nuestro y el de los otros y comparamos también para qué nos sirven sus panes y qué hacen los demás con ellas.
         Y más tarde nos percatamos de que descubrir no es suficiente, cue no complace plena mente. Entonces hay que hablar, decir algo, de lo que hemos descubierto, sobre todo después que hemos aprendido que hay cosas, como las del sexo, que deben expresarse en voz baja y después de haber escogido con mucha parsimonia al interlocutor. O nos quedamos haciendo bellaquerías darás de la puerta —para decirlo con palabras de Góngora— o nos lanzamos a la aventura de las indiscreciones, y ahí puede que salte el poeta que por lo general no es más que alguien que no sabe callar secretos.
         El poeta ha descubierto el sexo y algunas de sus deliciosas porquerías. Y ha descubierto también que hablar de él piiedc servir para quitarle las últimas telarañas, y lo hace apresurado porque sabe que mañana, o pasado mañana, dejará de ser tabú y cuando deje de ser tabú se convertirá en tópico y cuando Ilegue a tópico será tema poco respetable para la Poesía que, cuando es grande, se queda con la Vida y con la Muerte, con la trágica historia del paso del hombre por la tierra.
         En esta colección, que es de Amor, lo que llama la atenclon en casi todas las composiciones, es que el poeta canta -como decían antes- a la mujer, pero nada más que cuando arranca, porque enseguida cae en lo político, en la protesta política: toma posicion política.
         Ovidio nos acostumbró a la idea, absolutamente real, de que todos los animales machos entristecen después de haber amado el amor, pero con Apolinar nos enteramos que todos los ejercicios eróticos, o casi todos, pueden terminar con declaraciones que parecen salir del alma -del alma irritada- pero que proceden más bien de esa zona del espíritu en que bullen las preocupaciones por un mejor gobierno de los pueblos y que siempre tendrán una relación indestructible con las preferencias ideológicas, cocidas al calor humano de las experiencias y de los ideales.
         En fin: Apolinar nos ha demostrado que ya no son tan leves las palabras que sc dicen en una de las esquinas de la almohada, para recordar,la afirmación que alguien hizo hace tiempo y que a todos nos venia pareciendo válida.
         La colección de ahora está formada por una galería de retratos de mujeres amadas que alumbra el sol triste del recuerdo y que sirven, a veces uno sabe por qué, para que el poeta levante la voz, una voz que va a mezclarse con “las canciones de protesta” y con las protestas sin música de cuantos no se acomodan en cl mundo que heredaron y que desean cambiar por otro que sea simplemente diferente porque este para ellos no es sólo injusto, está gastado.


Héctor Incháustegui Cabral
Santiago de los Caballeros,
12 de septiembre de 1973.



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