Bonaparte
Gautreaux Piñeyro
(Sabana de Chavón, La
Romana, 1937-)
EL SONÁMBULO
Rodríguez descubrió su
vocación el día en que lo trasladaron para el Servicio Secreto. Había
trabajado en distintos departamentos y todos estuvieron satisfechos con
su labor. No había quejas. Siempre cumplía las órdenes tal como se
las daban. Y por eso ascendió hasta segundo teniente. Y aunque nunca
había sido oficial de inteligencia, en el fondo todos los hombres
cabían dentro del juego de policías y bandidos, un juego que
durante años hizo correr a los muchachos entre los patios del
vecindario v más allá. Pero como le sucedía de muchacho, volvieron
a darle pesadillas en las noches, y no se preocupaba. No se preocupaba a
pesar de que su mujer le decía que fuera al médico, y no iba al
médico por falta de tiempo, porque estaba soñando despierto. Parecía
un sueño de niño convertido en realidad. Ahora era algo así como un
hombre misterioso. Como un ser que tenía una doble vida. La vida que se
veía y la vida que se vivía pero no se comentaba, no se mencionaba
nunca. Ni en la casa, ni con los amigos. Era una Sub-vida. Una vida
misteriosa, clandestina, vivida pero no evocada. Era un trabajo
incitante, pero no era como cuando Rodríguez estaba en el Departamento
de Tránsito que le podía contar a su mujer por qué le puso una
multa a un conductor, o cuál de las luces era la que tenía mala el
vehículo de un amigo suyo. 0 esas tonterías que cuentan los maridos a
sus mujeres al regresar del trabajo. No. Rodríguez no podía darse el
lujo. Porque en la puerta del Servicio de Inteligencia Militar había un
letrero que decía: “Lo que usted ve u oye aquí no lo repita”.
Exactamente,
Rodríguez. Tu otra vida es una vida que no existe. Que no existe como
para que puedas decir en una reunión de amigos: “Ayer le caí a
patadas en los cojones a un maldito comunista que no quería hablar”.
Porque ya tú tienes pocos amigos. Y tienes pocos amigos porque hace
tiempo, es más... creo que desde que te trasladaron tienes miedo.
Mucho miedo. Miedo de ir a meter la pata diciendo más de lo que debas
o conversar sobre las cosas secretas del Departamento Secreto y entonces
vayas tú a ir a caer preso sabiendo las cosas que hacen para que una
gente hable cuando se cree que un preso sabe algo que les interesa y no
quiere hablar. O en muchos casos resulta que el preso no sabe nada. No
sabe nada a pesar de la obstinante preocupación de algún oficial que
quiere demostrarle al preso que él sabe de lo que no sabe y entonces
con el calar del cuarto de los interrogatorios va subiendo el
encojonamiento del oficial hasta que... Quizá por eso es que te has
alejado de; tus amigos y de tus parientes. Te has convertido en un
hombre solo. Solo y miedoso. Solo y acechón. Acechón y curioso y
averiguador de, vidas ajenas. Rodríguez, cualquiera no te conoce
ahora. Cuando estabas en Tránsito eras otra persona. Has cambiado,
Rodríguez. Ahora sólo tienes el misterio y el aire de persona que;
anda al acecho. Es posible que tengas en la cabeza el nombre y la figura
de mucha gente a quien andan buscando para investigar o también que
cuando caminas por las calles y piensas en las personas a quienes has
tenido que golpear en tu trabajo. Porque son cosas del trabajo. ¿eh
Rodríguez? Yo no creo que a tí te gusta golpear a nadie. Pero no te lo
he podido preguntar porque ya has abandonado a tus amigos y a tus
familiares. Y nos has abandonado porque tienes temor. Y tienes temor
porque sabes lo que se le hace a la gente que sabe cosas que interesan y
no quiere hablar, con el miedo a decir cosas indebidas, a hablar de
más. Así fueron surgiendo temores que se habían adormecido en tu
interior. Quéséyo dónde. Pero fueron surgiendo de nuevo y de pronto
me encontré teniendo temor a la oscuridad. A una puerta abierta, porque
detrás podía haber alguna persona acechándome para darme una
puñalada o esperando mi llegada para coserme a balazos y rellenarme de
plomo hasta convertirme en carne mechada. No, ¡qué va! Ahora todo ha
cambiado. Pero a pesar del cambio estoy contento. Estoy contento porque
estoy haciendo algo que me gusta. Y cuando un hombre trabaja en algo que
le gusta rinde más. Quizá por eso es que estoy pagando con algunas
corazonadas y ahora espero un ascenso. Todo eso está muy bien. El
trabajo y las corazonadas y descubrir a tanto bandido que le hace daño
a la sociedad. Como aquel muchacho cuya mamá decía que era casi un
santo y se murió en mis manos sin querer hablar. Golpes, golpes,
golpes, golpes y agua fría en la cabeza y golpes y despierta, y más
golpes y los párpados que se le caen. “No lo deje, sargento, no lo
deje que se duerma”. Y golpes y la mamá suplicando que su hijo era un
santo. Un santo que, no quiere hablar, ¡carajo!, haciéndose el guapo.
"Sargento, no le deje que se duerma. Golpes, agua fría y enciendan
el foco grande y tráiganme el guebo de toro para darle una pela de
calzón quitao a este bandido", y luego viene la mamá a decir que
él era inocente y que si lo teníamos preso aquí... Por eso es que
uno tiene que alejarse hasta de los amigos, vecinos, familiares, de
todo el mundo, no vaya a ser que se le zafe en una conversación que el
maldito muchacho era un flojo, quiso jugar al que aguantaba y cuando le
pusimos la mano se le ocurrió morirse al muy pendejo y luego la mamá
que decía: “Teniente, que m’ijo es bueno”, y yo “Que no lo
tenemos preso aquí, que nunca estuvo preso aquí”, aunque casi se
murió en mis manos y la vieja lloraba como una bendita. Al hijo
había que darle una lección pero no nos dejó; se murió el
muchacho; se murió y no nos dijo nada a pesar de que, estábamos
seguros de que él fue quien puso la bomba en el cine. Sólo hay una de
dos: o cl muchacho era flojo o no sabía. Y finalmente, cuando mueren,
uno nunca sabe en que paró la cosa, si sabía o si no sabía, aunque
las investigaciones se lleven hasta las últimas consecuencias porque
para eso tenemos que defender a la sociedad de tanto maleante y
bandido que camina tranquilamente por la calle sin que nadie tenga idea
de quiénes son. Para eso estamos nosotros, para evitar que los
terroristas cometan sus fechorías. Por eso es que hay que ser duro a
veces, y uno no quisiera, porque siempre me, sigo acordando del
muchacho del carajo y de la mamá y de sus lágrimas y de su angustia y
de que; arrugaba el rostro regado por las lágrimas de la impotencia de
su búsqueda, porque el muchacho no fue anotado en la lista de presos.
Sabíamos que era un tipo peligroso y el capitán ordenó que no lo
asentaran en el libro de ingreso de detenidos, por eso pudimos decir
que el tipo no había estado preso. Y me acuerdo mucho de él porque se
parecía a mi hijo. Tenía más o menos su edad y su tamaño y su
sonrisa. Lo recuerdo la mañana que me lo llevaron a la oficina y me
encargaron del caso. Lo ví y sonreí, pensé “Un muchacho, un
muchacho como Luis”. Pero luego leí el expediente y me; dí cuenta de
que mi Luis y ese tipo no tenían nada en común porque éste era un
político pone bombas a quien había que investigar para que dijera
cuál era su partido o su grupo o su comando o su organización y
quiénes lo formaban y dónde vivían... en fin, todo lo que se
investiga para acabar con el terrorismo. Y el tipo se puso duro,
durísimo, y por las buenas nada y por las malas tampoco. Y golpes y
agua fría por la cabeza y chucho y coño y muchacho de mierda habla y
él diciendo que no sabía nada, que nunca había puesto una bomba y
casi se me murió en las manos, aunque siempre le dije a su mamá que
no lo había visto. Ahora lo que me preocupa, por lo que lo recuerdo
es porque me han vuelto las pesadillas que había dejado en la niñez.
Las pesadillas
volvieron después que ingresé al Departamento Secreto y comencé, a
tener temor de mis amigos y a alejarme ele personas que pudieran
perjudicar mi carrera. La soledad y el exceso de trabajo y las
pesadillas y las preocupaciones por los casos no resueltos. Todo eso y
las pesadillas. De noche despierto sudado, con el corazón golpeándome
en la boca. Así, simplemente, el corazón que se sale y la mente que
ordena que no, que no se salga, que a qué se le tiene miedo, y la mano
que busca el botoncito de la luz y la pared vacía y fría que no
responde a la mano y la mujer que despierta de mal humor y los muchachos
que protestan porque la mano encuentra el botoncito y entonces mi mujer
que me mira atravesado y que aunque no lo dice lo pregunta: “¿Tienes
miedo?” Y mi mirada que se cruza con la suya y me hago el gallo y le
contesto con los ojos que nunca he tenido miedo, que yo soy un macho,
pero los sudores y el corazón saliéndose por la boca me traicionan. Y
mi mujer me conoce muy bien y sabe que tengo miedo pero lo que me
recomienda es que vaya al médico, porque ya tenemos menos confianza que
antes. Ella dice que vaya al médico porque para justificar ese miedo,
esos sudores, esas pesadillas le digo que tengo exceso de trabajo. Y voy
a aprovechar para ir al médico ahora que mi mujer se fue de vacaciones
y sólo está mi hijo en la casa. Está mi hijo porque se quemó en una
materia y de castigo lo dejé aquí, estudiando. Porque si se, va con su
mamá no estudia por allá. Ahora voy a ir al médico a ver qué me
recomienda. Sí, tengo que ir. Podré decir allá en el Departamento
Secreto que estaba en donde el médico cuando mataron a Luis. Porque yo
sólo recuerdo que ele pronto desperté y vi que, mi hijo estaba muerto
entre mis manos. Igual. Exactamente igual que cuando el muchacho
terrorista, el de la bomba, se quedó muerto en mis manos. Y yo creo,
que a mi hijo lo mató una pesadilla. No sé. Creo que debo ir al
médico...
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