Amy Hempel
(Chicago, Illinois, 1951–)


A todos los que perdieron un vuelo de conexión
por un retraso en el aeropuerto de O’Hare

(“To Those of You Who Missed Your Connecting Flights Out of O’Hare”)
Originalmente publicado en la revista The Quarterly: The Magazine of New American Writing;
At the Gates of the Animal Kingdom
( New York: Alfred A. Knopf, 1990, 137 págs.)



      A todos los que perdieron un vuelo de conexión por un retraso en el aeropuerto de O’Hare, presento mis más sinceras disculpas.
       Yo no tenía ni idea de que iban a hacer lo que hicieron, porque la última vez lo llevaron con la más absoluta discreción. La última vez no afectó a nadie más: salí del avión antes de que la azafata cerrara la puerta y fue mi equipaje, no yo, el que llegó a mi destino.
       Cuando abandoné el vuelo 841, ¿podía yo imaginar que tendrían que sacar mi maleta del avión, una maleta negra que uno de los maleteros tuvo que buscar entre cientos de maletas? Y todos ustedes, los pasajeros, esperando.
       Y qué decir del piloto revisando los lavabos en busca de una bomba, o de la azafata haciendo lo propio en el compartimiento situado encima del que durante unos dos minutos fue mi asiento: el 6C.
       Sé lo que digo: antes no era así. El personal de tierra, el que se encarga de facturar el equipaje, si veía que abandonabas un avión, sabía lo que aquello significaba, y sabía que no era culpa tuya. Incluso parecían decirte con la mirada.
       «Esperamos que tenga más suerte la próxima vez. Esperamos que lo intente de nuevo».
       Ahora todo el personal se enfada. Las miradas y las acusaciones… ¡y cientos de pasajeros padeciendo el retraso!
       Fue entonces cuando les dije que mi marido murió en un accidente aéreo, en aquel que hubo en Tenerife.
       Existe un precedente para una mentira de esa clase, o mejor dicho, para una mentira en esa clase de momento. Una vez, durante una entrevista televisiva, un humorista contó una anécdota: embarcó en un avión para ir a Las Vegas, donde tenía que actuar, pero se equivocó y embarcó en uno con destino a Pittsburgh. Cuando el humorista se dio cuenta de su equivocación, el avión había empezado a rodar lentamente por la pista para ponerse en posición de despegue.
       Aquel hombre, el humorista, consiguió persuadir a la tripulación para que el avión volviera a la puerta de embarque. Y ¿cómo evitó la ira colectiva de los pasajeros? Cuando el avión se detuvo, y mientras encajaban el finger, el humorista se puso en pie e impostando la voz dijo: «¡No sé ustedes, pero yo, desde luego, no estoy dispuesto a tolerar este trato por parte de una compañía aérea!».
       Dicho lo cual, el humorista, con gesto indignado, salió del avión.
       Pero quiero que ustedes, los pasajeros del Vuelo 841, sepan la verdad.
       Voy a empezar hablando del asiento contiguo al mío: el 6B. Allí estaba el que iba a ser mi aprensivo vecino abrochándose el cinturón de seguridad, como si eso cambiase mucho la cosa. «Caballero, permítame que le pregunte algo: ¿ha leído alguna vez que los periódicos digan: “Mientras que los supervivientes —la lista se amplía— son aquellos que tenían abrochados el cinturón de seguridad”?».
       Quiero sincerarme con ustedes, los pasajeros a los que causé molestias. Porque si son como yo, saben que algunos de nosotros no somos el mundo, que algunos de nosotros no somos los niños, que algunos de nosotros no vamos a cooperar a que el día brille más. Algunos de nosotros somos los sufridores silenciosos de una enfermedad ruidosa. Y eso es todo lo que tengo que decir acerca del miedo.
       ¡Pero…! Si evitas los aeropuertos de la nación y optas por la comodidad terrestre del tren, atravesarás la Ciudad de los Chapiteles y las ciudades de acero, los pastos más ricos del país y el Camino de Santa Fe, al otro lado de Purgatoire River, cerca de la cordillera llamada Sangre de Cristo. Un cielo inmenso y una conversación trivial, inventándote rimas inspiradas en el paisaje: un ciervo de cola blanca, al amanecer, te mira desde el andén del tren.
       Dejarás atrás tamariscos rosados, pinos ponderosa y el sendero de Shoemaker Canyon, surcado de álamos de Virginia, que es el hogar de los pavos salvajes, junto al angosto Mora River.
       Dejarás atrás el rancho Forked Lightning, que una vez fue el hogar de la actriz Greer Garson, cerca de Sandia Mountains, esas montañas que se vuelven de un rojo intenso al atardecer y hacen que los árboles de las laderas parezcan semillas.
       ¿Da la impresión de que trabajo para una compañía ferroviaria?
       La tragedia de los colonos de Starvation Peak, la formación rocosa conocida como Kneeling Nuns.
       Me costó un dinero ver todo eso. ¡Te bajas de un avión y piensas que van a devolverte el importe del billete! Sí, te dan uno. Uno. Uno por el precio de dos.
       Un vuelo de cinco horas equivale a tres días con sus noches de viaje en tren, de orilla a orilla.
       Puedes ir marcando con tiza las horas que llevas de viaje en el respaldo del asiento delantero. Pero unas setenta horas no te parecerán tan largas si antes te dices a ti misma: «Voy al lugar en el que pasaré el resto de mis días».




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