Oscar
Wilde
(Irlanda, 1854 - Francia,
1900)
El ruinseñor y la rosa
(“The Nightingale and the Rose”)
The Happy Prince and Other Tales
(Londres: David Nutt, 1888, 118 págs.)
—Ella me prometió que
bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —murmuró el Estudiante—;
pero en todo el jardín no queda ni una sola rosa roja.
El Ruiseñor le estaba escuchando
desde su nido en la encina, y lo miraba a través de las hojas; al
oír esto último, se sintió asombrado.
—¡Ni una sola rosa roja en todo
el jardín! —repitió el Estudiante con sus ojos llenos de lágrimas—.
¡Ay, es que la felicidad depende hasta de cosas tan pequeñas! Ya he
estudiado todo lo que los sabios han escrito, conozco los secretos de
la filosofía y sin embargo, soy desdichado por no tener una rosa roja.
—Por fin tenemos aquí a un
enamorado auténtico —se dijo el ruiseñor—. He estado cantándole
noche tras noche, aunque no lo conozco; y noche tras noche le he
contado su historia a las estrellas; y por fin lo veo ahora. Su
cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios son tan rojos
como la rosa que desea; pero la pasión ha hecho palidecer su rostro
hasta dejarlo del color del marfil, y la tristeza ya le puso su marca
en la frente.
—El Príncipe da el baile
mañana por la noche —seguía quejándose el Estudiante—, y allí
estará mi amada. Si le llevo una rosa roja bailará conmigo hasta el
amanecer. Si le llevo una rosa roja la estrecharé entre mis brazos, y
ella apoyará su cabeza sobre mi hombro, y apoyará su mano en la mía.
Pero como no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, tendré que
sentarme solo, y ella pasará bailando delante mío, sin siquiera
mirarme y se me romperá el corazón.
—Este sí que es un auténtico
enamorado verdadero —seguía pensando el Ruiseñor—. Yo canto y
él sufre; lo que para mí es alegría, para él es dolor. No cabe
duda que el amor es una cosa admirable, más preciosa que las
esmeraldas y más rara que los ópalos blancos. Ni con perlas ni con
ungüentos se lo puede comprar, porque no se vende en los mercados. No
se puede adquirir en el comercio ni pesar en las balanzas del oro.
—Los músicos estarán sentados
en su estrado —decía el Estudiante—, y harán surgir la música
de sus instrumentos, y mi amada bailará al son del arpa y el violín.
Ella bailará tan levemente, que sus pies casi no tocarán el suelo, y
los cortesanos, con sus trajes fastuosos, formarán corro en torno
suyo para admirarla. Pero conmigo no bailará, porque no tengo una
rosa roja para darle.
Y se arrojó sobre la hierba, y
ocultando su rostro entre las manos, se puso a llorar amargamente.
—¿Por qué está llorando? —preguntó
una lagartija verde que pasaba frente a él con la cola al aire.
—¿Sí, por qué? —murmuraba
una margarita a su vecina, con voz dulce y tenue.
—Está llorando por una rosa
roja —explicó el Ruiseñor.
—¿Por una rosa roja? —exclamaron
las otras en coro. ¡Qué ridiculez!
La lagartija, que era un poco
cínica, se puso a reír a carcajadas. Sólo el Ruiseñor comprendía
el secreto de la pena del Estudiante y, posado silenciosamente en la
encina, meditaba sobre el misterio del amor.
Por último, desplegó sus alas
oscuras y se elevó en el aire. Cruzó como una sombra a través de la
avenida, y como una sombra se deslizó por el jardín.
En medio del prado había un
magnífico rosal, y el Ruiseñor voló hasta posársele en una de sus
ramas.
—Necesito una rosa roja —le
dijo. Dámela y yo te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su
ramaje.
—Mis rosas son blancas —le
contestó—, como la espuma del mar y más blancas que la nieve de la
montaña. Pero ve donde mi hermana que crece al lado del viejo reloj
de sol, y puede ser que ella te proporcione la flor que necesitas.
El Ruiseñor voló hacia el gran
rosal que crecía junto al viejo reloj de sol.
—Dame una rosa roja —le dijo—,
y te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su
follaje.
—Mis rosas son amarillas —contestó—,
tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono
de ámbar, y más amarillas que el Narciso que florece en el prado.
Pero anda a ver a mi hermano, que crece al pie de la ventana del
Estudiante, y quizás él pueda darte la flor que necesitas.
El Ruiseñor voló entonces hasta
el viejo rosal que crecía al pie de la ventana del Estudiante.
—Dame una rosa roja —le dijo—,
y yo te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su
follaje.
—Rojas son, en efecto, mis rosas
—contestó—; tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas
que los abanicos de coral que relumbran en las cavernas del océano.
Pero el invierno heló mis venas, y la escarcha marchitó mis capullos,
y la tormenta rompió mis ramas y durante todo este año no tendré
rosas rojas.
—Una rosa roja es todo lo que
necesito —exclamó el Ruiseñor—; ¡sólo una rosa roja! ¿No hay
manera alguna de que la pueda obtener?
—Hay una manera —contestó el
rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtela.
—Dímela —repuso el Ruiseñor—.
Yo no me asustaré.
—Si quieres una rosa roja —dijo
el rosal—, tienes que construirla con tu música, a la luz de la
luna, y teñirla con la sangre de tu corazón. Debes cantar con tu
pecho apoyado sobre una de mis espinas. Debes cantar toda la noche,
hasta que la espina atraviese tu corazón y la sangre de tu vida
fluirá en mis venas y se hará mía...
—La propia muerte es un precio
muy alto por una rosa roja —murmuró el Ruiseñor—, y la vida es
dulce para todos. Es agradable detenerse en el bosque verde y ver al
sol viajando en su carroza de oro y a la luna en su carroza de perlas.
Es muy dulce el aroma del espino, y también son dulces las
campanillas azules que crecen en el valle y los brezos que florecen en
el collado. Sin embargo, el Amor es mejor que la vida, y, por último,
¿qué es el corazón de un ruiseñor comparado con el corazón de un
hombre enamorado?
Y, desplegando sus alas oscuras,
el ruiseñor se elevó en el aire, cruzó por el jardín como una
sombra, y como una sombra se deslizó a través de la avenida.
El Estudiante seguía echado en la
hierba, como lo había dejado; y las lágrimas no se secaban en sus
anchos ojos.
—¡Alégrate! —le gritó el
Ruiseñor—. ¡Siéntete dichoso, porque tendrás tu rosa roja! Yo la
construiré con mi música, a la luz de la luna, y la teñiré con la
sangre de mi corazón. Lo único que pido en cambio, es que seas un
verdadero amante, porque el Amor es más sabio que la Filosofía, por
muy sabia que ésta sea, y es más poderoso que la Fuerza, por muy
fuerte que ella sea. Las alas del Amor son llamas de mil tonalidades,
y su cuerpo es del color del fuego. Sus labios son dulces como la miel,
y su aliento es como la mirra silvestre.
El Estudiante levantó la vista de
la hierba y escuchó, pero no comprendió lo que decía el Ruiseñor,
porque él sólo podía entender lo que estaba escrito en los libros.
En cambio, la encina comprendió y
se puso a balancear muy tristemente, porque sentía un hondo cariño
por el pequeño Ruiseñor que había construido el nido en sus ramajes.
—Cántame, por favor, una
última canción —le susurró la encina—, porque voy a sentirme
muy sola cuando te hayas ido.
Y el Ruiseñor cantó para la
encina, y su voz era como el agua que cae de una jarra de plata.
Cuando terminó la canción del
Ruiseñor, se levantó el Estudiante y sacó del bolsillo un
cuadernito y un lápiz.
—He de admitir que ese pájaro
tiene estilo —se dijo a sí mismo caminando por la alameda—, eso
no puede negarse; pero ¿acaso siente lo que canta? Temo que no, debe
ser como tantos artistas, puro estilo y nada de sinceridad. Jamás se
sacrificaría por alguien, piensa solamente en música y ya se sabe
que el arte es egoísta. Sin embargo, debo reconocer que su voz da
notas muy bellas. ¡Lástima que no signifiquen nada, o que no
signifiquen nada importante para nadie!
Luego entró en su alcoba, y,
echándose sobre su cama, comenzó de nuevo a pensar en su amor.
Después de unos momentos se quedó dormido.
Cuando la luna alumbró en los
cielos, el Ruiseñor voló hacia el rosal, y apoyó su pecho sobre la
mayor de las espinas. Toda la noche estuvo cantando con el pecho
contra la espina, y la luna fría y cristalina se inclinó para
escuchar. Toda la noche estuvo cantando así apoyado, y la espina se
hundía más y más en su carne y la sangre de su vida se derramaba en
el rosal.
Cantó primero al nacimiento del
Amor en el corazón de los adolescentes. Entonces, en la rama más
alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo
como canción tras canción. Al principio era pálida, como la niebla
que flota sobre el río; pálida como los pies de la mañana y
plateada como las alas de la aurora. La rosa que floreció en la rama
más alta del rosal era como el reflejo de una rosa en un cáliz de
plata, era como el reflejo de una rosa en espejo de agua.
El rosal le gritó al Ruiseñor
para que apretara más su pecho contra la espina.
—¡Aprétate más, pequeño
Ruiseñor —gritó el rosal—, o el día llegará antes de haber
terminado de fabricar la rosa!
Y el Ruiseñor se apretó más
contra la espina, y más y más creció su canto porque ahora cantaba
el nacimiento de la pasión en el alma de un joven y de una virgen.
Y un delicado rubor comenzó a
cubrir las hojas de la rosa, como el rubor que cubre las mejillas del
novio cuando besa los labios de su prometida.
Pero la espina no llegaba todavía
al corazón del corazón, y el corazón de la rosa permanecía blanco,
porque sólo la sangre de un ruiseñor puede enrojecer el corazón de
una rosa.
Y el rosal le gritó al Ruiseñor
para que se apretara más aún contra la espina.
—¡Aprétate más, pequeño
Ruiseñor —gritó el rosal—, o llegará el día antes de haber
terminado de fabricar la rosa!
Y el Ruiseñor se apretó más
aún contra la espina, y la espina al fin le alcanzó el corazón. Un
terrible dolor lo traspasó. Más y más amargo era el dolor, y más y
más impetuosa se hacía su canción, porque ahora cantaba el Amor
sublimado por la muerte, el Amor que no puede aprisionar la tumba.
Y la rosa del rosal se puso
camersí como la rosa del cielo del Oriente. Su corona de pétalos era
púrpura como es purpúreo el corazón de un rubí.
La voz del Ruiseñor ya desmayaba,
sus alitas comenzaron a agitarse, y una nube le cayó sobre sus ojos.
Su canto desmayaba más y más, y sentía que algo le obstruía la
garganta.
Entonces tuvo una última
explosión de música. Al oírla la luna blanca se olvidó del alba y
se demoró en el horizonte. Al oírla la rosa roja tembló de éxtasis
y abrió sus pétalos al frescor de la mañana. El eco llevó la
canción a la caverna de las montañas, y despertó a los pastores
dormidos. Luego navegó entre los juncos del río que llevaron el
mensaje hasta el mar.
—¡Mira, mira —gritó el rosal—,
la rosa ya está terminada!
Pero el Ruiseñor no contestó,
porque estaba muerto con la espina clavada en su corazón.
Ya era eso del mediodía cuando despertó el Estudiante; abrió
la ventana y miró hacia afuera.
—¡Caramba, qué maravillosa
visión! —exclamó—. ¡Una rosa roja! En mi vida he visto una rosa
semejante. Es tan hermosa que estoy seguro que tiene un nombre muy
largo en latín.
Se inclinó por el balcón y la
cortó.
En seguida se caló el sombrero, y
con la rosa en la mano, corrió a la casa del profesor.
La hija del profesor estaba
sentada cerca de la puerta, devanando una madeja de seda azul, con su
perrito a los pies.
—Dijiste que bailarías conmigo
si te traía una rosa roja —exclamó el Estudiante—. Aquí tienes
la rosa más roja de todo el mundo. Esta noche la prenderás sobre tu
corazón y como bailaremos juntos podré decirte cuánto te amo.
Pero la jovencita frunció el
ceño.
—Me temo que no va a hacer juego
con mi vestido nuevo —repuso—, Y, además el sobrino del
Chambelán me envió unas joyas de verdad, y todo el mundo sabe que
las joyas son más caras que las flores.
—Eres una ingrata incorregible
—dijo agriamente el Estudiante, y tiró con ira la rosa al arroyo
donde un carro la aplastó al pasar.
—¿Ingrata? —dijo la muchacha—.
Yo te digo que eres un grosero. ¿Qué eres tú, después de todo?
Sólo un estudiante, y ni siquiera creo que lleves hebillas de plata
en los zapatos, como lo hace el sobrino del Chambelán.
Y muy altanera se metió en su
casa.
—¡Qué cosa más estúpida es
el Amor! —se dijo el Estudiante mientras caminaba—. No es ni la
mitad de útil que la Lógica, porque no demuestra nada y le habla a
uno siempre de cosas que no suceden nunca, y hace creer verdades que
no son ciertas. En realidad no es nada práctico, y como en estos
tiempos ser práctico es serlo todo, volveré a la Filosofía y al
estudio de la Metafísica.
Y al llegar a su casa, abrió un
libro lleno de polvo, y se puso a leer.
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