Jesús Díaz
(La Habana, 1941 - Madrid, 2002)

¡No hay Dios que resista esto!
Los años duros (1966)


Para Ileana, su cuento

I

Al cañaveral le nacen desde dentro unas venas de tierra roja. Por ellas marchan nutridos grupos que en los cruces se deshacen. Entonces, escuetas filas toman por los hilillos de sangre que nacen también entre la caña. Al caer la tarde, los hombres regresan por unas venas de tierra roja que le nacen al cañaveral en las entrañas.

      Los hombres caminaban lentamente, apisonando con las pesadas botas el rojo polvo de la guardarraya. Las mochas, tomadas suavemente ahora, se balanceaban al paso golpeando rítmicamente los muslos. Entraron al batey por detrás del central para llegar más rápido, hicieron equilibrio en los cementados bordes del canal de riego, tomaron por la calleja hasta el barracón. Después de guardar las mochas algunos fueron a bañarse; otros se lavaron solamente. Una pequeña fila. Comer. Dar una vuelta por el batey. Conversaron todavía un rato. Al filo de las diez, las hamacas se llenaron de cuerpos.

I

      ... todavía no he recibido el telegrama y esto sigue del carajo, tengo la mano derecha hecha una llaga, ni esparadrapo ni guante ni nada sirve, luego la sed, yo no creía que pudiera sentirse tanto, y Elena..., aquí la gente me bonchea mucho con eso, pero ninguno está en mi situación, yo quisiera saber si ellos hubieran venido en mi caso, si ese Jorge en mi caso hubiera venido, verdad es que la timba se puso difícil en el Ministerio, al fin y al cabo uno es revolucionario y esto es una cosa política, pero aquí la gente no entiende eso con sus extremismos mierderos, ese Jorge, se puso a revisarme las cañas, a decirme que si las piqué alto o bajo, yo no sé qué le importa, el problema es picarlas y la cintura me duele un mundo para estarme agachando tanto, total si lo que queda es un cachito cuando no es caña que se arrastra, caña-majá de esa que no hay quien le encuentre la raíz, ¿cuándo podré meterme una fría? cuando llegue a La Habana voy a besar la Rampa, por mi madre que la voy a besar, Elena, no se me quita de la cabeza, y eso que la caña no lo deja casi pensar a uno, pero por la noche siempre pienso en ti, Elena, deja ver si mañana...

II

El sol mete sus rayos como piernas sobre los hombros de los cortadores para golpear sus cabezas. Un sombrero es una coraza. Un sombrero de yarey con una foto de Fidel. Un sombrero alón. Un pañuelo mojado es también una coraza.

      —Entonces Carlos se queda en la cocina, porque ayer estuvo vomitando. ¿De acuerdo?
       —Sí.
       —De acuerdo, de acuerdo.
       —Correcto, mulato.
       —Al baun.
       —Perfecto, caballo.
       Con los ojos estirados como chinos los hombres se encaminaron hacia el cañaveral, tomando por una calle larga y estrecha. No van por donde vienen, pues está muy oscuro aún para hacer equilibrio en los bordes cementados del canal. Al final de la calle, fuera ya del batey, una casucha estremecida. Detrás, una piedra de agua. Los hombres, en fila, pasan sacándole filo al machete. El frío de la madrugada congelaba contra el cielo el humo de la chimenea del central, haciéndola parecer un tabaco gordo y deforme. Las cañas comenzaban a recortar su forma en la anulosa textura de la neblina. Eran todavía un bosquejo.
       —Dame acá, Fresneda; así no se le saca filo a eso.
       —No me des clases, consorte; yo sé lo que tengo que hacer.
       —Pero es que estás echando a perder la mocha, le estás quitando el filo.
       —Déjame tranquilo.
       —Está bien, caballo, tú eres el que va a tener que tumbar con ese pedazo de hierro.
       El grupo se detuvo frente al cuadro. Uno guardó todas las cantimploras bajo un plantón sombreado. Otros tres, con la cabeza a la altura de los hombros, embistieron el campo. Después de avanzar unos cuantos surcos, comenzaron a abrir un claro. Al rato todos estaban en el tajo. La caña medía casi dos hombres de alto, casi medio de ancho.
       —Oye, Kiki, cortando así te cansas mucho.
       —¿Por qué, caballo?
       —Porque si le das abajo la primera vez, ¡así!, mira cómo queda. Luego tienes que estarla halando para darle en el centro, después tienes que cortarle el cogollo. Te cansas mucho.
       —Sí, pero...
       —Mira, agarras un plantón, ¿ves? En caña grande de ésta la picas al centro. Aquí, fíjate... ¡aasí! Después le tumbas el cogollo de esta manera, tiras...
       —Luego abajo.
       —No, primero tumbas toda la parte de arriba del plantón, después la de abajo la coges de jamón.
       —Deja probar... ¿así?
       —Equelecuá.
       —¿Así?
       —Así mismo.
       —¡Coño! Perfecto, caballo.
       —Bueno, bueno, ustedes dos no majaseen más y pinchen, se están guillando con las clasecitas.
       —Búscate un cosmonauta que te ponga en órbita.
       —Deja eso, Kiki.
       —Es que este comemierda...
       El sol se desplomaba de lleno sobre el campo.


II

      ... hoy es el aniversario del ataque a las FAR, no me acordaba, esos hijoeputas se creyeron que podrían con esto, después lo de Girón, chupé gusanos por la libre en La Habana pero como no era de batallón no pude combatir, las ganas que tenía de romper un mercenario, hace cuatro años, la vida se va rápido como loco por eso hay que vacilar, y ese telegrama no acaba de venir, ya no sé qué hacer, con este sol se tuesta cualquiera, la verdad es que lo del telegrama es tremendo pero aquí todo el mundo inventa, a mí que no me jodan, ese Carlos se metió el dedo anoche para vomitar y quedarse en la cocina de panza, de panza no, porque allí se pega y eso, pero el cañaveral es de madre, ¡de madre!, luego este Jorge con su extremismo descargando y agitando como si todo el mundo tuviera la resistencia de él, hoy estuvo agitando a Kiki, allá ése que lo aguanta, conmigo quiso meterse por lo del filo, pero lo paré, no le paso ni una, lo del filo lo que pasa es que esa mocha es una mierda me tiene las manos encendidas, nunca pensé que esto fuera tan duro, unos días aquí y eres medio hombre, ¿cuándo morderé la placa?, voy a irme al Vita Nova enseguida a meterme recia pizza con recia fría, la primera noche que llegue voy a colármele con Elena, ¿cuándo?, ¿por qué no habrá llegado ese telegrama?, usted verá que ésta, que también es media extremista, me va a sapear, como ella no está aquí y esto hay que verlo para creerlo, esto, y a Jorge yo no sé cómo lo aguantan de responsable, ellos también son unos extremistas como «Pepe el bravo» o unos carneros como Kiki, si no llega el telegrama pronto me voy a tostar, el problema es que tampoco puedo rajarme así, porque la moral va abajo, ¡Elena por tu madre! si mañana...

III

La sed tiene una persistencia asombrosa. El, sol la engorda. Las pajas de caña seca la abonan. El agua parece que la riega. Ella vence los labios y los brazos. Ella vence las piernas y la frente. La voluntad queda. La sed tiene una persistencia asombrosa.

       A las once de la mañana el cañaveral ardía desde todos lados. A la altura de las pilas el aire se hacía sólido formando ondas parecidas al agua. Un tajo, enhiesto aún en medio del campo, quedaba retador ante el grupo.
       —¡No hay dios que resista esto! ¡Ayúdame, Fidel!
       —Sí, esto está del carajo, Jorge. Vamos andando.
       —Aguanta, Kiki, vamos a tirar ese cayito.
       —Caballo, pero si tú mismo dices que esto no lo aguanta ni dios.
       —En diez minutos le damos abajo, caballeros, vamos. Fíjate, de tres en tres.
       Los hombres volvieron a doblarse sobre el surco.
       —Yo voy andando. ¿Oíste, Jorge?
       —Coño, Fresneda. Si nada más queda ese cayito, caballo. Vamos a darle.
       —Negativo, voy abajo.
       —¿Te vas a rajar?
       —Rajar no, mulato; que tú no entiendes bien la cosa ésta.
       —¿Qué es lo que yo no entiendo?
       —El sentido político de esto, tú eres muy extremista.
       —Yo lo que vine aquí a picar, no a enroscarme.
       —¿Cuánto ganas tú en La Habana, chico?
       —200 pesos.
       —¿Y tú crees que tú cortas para 200 pesos? ¡No jodas!
       —No corto para eso, pero...
       —¡Ah! Ése es el sentido político. Tú no cortas para 200 pesos, entonces, económicamente, das pérdidas. Vienes aquí, te ligas a la producción. Ese es el sentido político. Uno no viene aquí a matarse.


III

       ...no puede haberla recibido, si no, ya estaría aquí el telegrama, ayer mandé una entrega especial y un telegrama, no puede haber escache, qué va, este trabajo es demasiado violento, el marxismo dice que el trabajo hizo al hombre pero éste lo va a deshacer, ahora es que entiendo lo de los premios, ¿que un televisor?, lo que pidan, esta gente se lo merece todo, yo por nada del mundo me meto una zafra entera, ni motocicletas, ni viajes, una casa, por una casa para Elena, ¡qué casa ni ocho cuartos!, si yo no gano en esto ni para el desayuno, estoy aquí por cuestión política, eso es lo que la gente no quiere entender, tengo que legislar para ver a mi prieta y vaciarme veinte frías, aquí todo el mundo inventa lo suyo, «Pepe el bravo» se cortó un dedo, tanto alarde para luego picarse adrede, porque eso no fue casual, es «el bravo» de verdad porque picarse un dedo le traquetea, si se le va la mocha, queda, pero legisló fino, yo no me meto en eso, lo mío es distinto, me voy a ganar la emulación de los inventores, no hay dios que resista esto, es lo único cierto que ha dicho Jorge desde que llegamos, sigue tan descargoso como siempre pero eso a mí no me impresiona, el otro día se puso con que un cayito y eso, después de las once yo me voy, siempre, se lo aclaré bien en la carta lo del telegrama, Elena, qué ganas tengo de verte, si mañana...

IV

La noche se va construyendo lentamente. Del amarillo al rojo. Se deposita en todos los rincones con la misma sabia pereza. Del rojo al negro. Es herida con persistencia por los candiles y la luna.

      Los hombres se movían ágilmente dentro de la barraca. Uno ataba con rapidez sus matules. Una vez cerrada la mochila otro le ayudó a colocársela en la espalda. La figura se reflejaba contra la pared al ser iluminada por la luz del candil y sus bordes desdibujados semejaban una monstruosa joroba. El grupo salió de la barraca, se acercó a un camión que se hallaba frente.
       —La verdad es que no quería irme, gente, ahora que ya queda menos. La verdad...
       —¿Qué pasa, caballo? No hay problema por la caña. Nosotros le damos abajo.
       —Yo lo sé, bravo, yo lo sé; pero vaya, yo...
       —No te pongas así. Un caso como ése es una necesidad. Aquí queda claro que usted es el caballo picando.
       —La emulación no había cogido fuerza todavía; pero la gente se estaba prendiendo ya y ahora...
       —Dale, dale, que se va el camión.
       —Bueno, hasta pronto.


IV

      ... pero qué cabrón, el extremista, el caballo, el zurdo, el que más corta, el superñángara también inventó, y de qué manera, coño pero manda eso, un telegrama, la vieja enferma, y a la Rampa, qué facilito, en la placa, lo que me jode es que todo el mundo se lo cree, yo no dije nada por no poner esto malo, además es un problema suyo, allá él con su condena, lo que ahora sí que no aguanto más, voy a esperar la mañana de mañana y llegue o no llegue el telegrama voy abajo, pero qué jodedor, la vieja enferma, luego el alarde, «voy 'a cortar toda la tarde de hoy», y los muy comemierdas todavía le dan coba, picó por la tarde y se hizo héroe, claro, con lo cerca que estamos de la urbe ahorita se está metiendo una cerveza en la Rampa, pero mañana yo voy placa también, en el verde que se queden los comemierdas estos, «Pepe el bravo» ahora está de jefe, pero él también inventó, aquí el problema es inventar, yo legislé, si Elena me hubiese mandado el telegrama cuando se lo pedí yo estaría en la placa pero seguro que se puso con escrúpulos, por eso se lo dije en la segunda carta, tengo unas ganas locas de verla, vamos a ir a la Vita Nova y después le voy a echar como cinco, mañana...

V

Después de almuerzo los rayos de sol engordan y se hacen más pesados. Las moscas zumban más fuerte, vuelan más lento. El aire queda fijo. El sueño llega.

       Las hamacas colgaban a lado y lado de la barraca, dificultando el paso. Las telas cedían formando arcos que llegaban al piso de tierra. Las camisas estaban tiradas aquí y allá. Sólo un hombre se mantenía en pie.
       —¿Había algo?
       —Dos telegramas. Uno para ti, y otro de Jorge para el grupo.
       —¿De Jorge?
       —Seguro para decirnos que está bien, tú sabes cómo él se preocupa.
       —Voy a leerlo...
       —¿Qué pasa, caballo?
       —¿Qué?
       —¿Por qué te pones así?
       —La mamá de Jorge murió anoche.
       —¿La vieja de Jorge?
       —¡Qué barbaridad!
       —¡Qué cosa más grande! Así de pronto, con lo que Jorge la quería.
       —Y él es tan bravo que no se quería ir.
       —¿Qué te pasa, Fresneda? ¿Qué dice tu telegrama?
       —Nada. Nada importante.
       —¿Por qué estás así? Deja ver.
       —Coño, chico, tú debes irte a La Habana a verla.
       —No, no, seguro que eso no es nada. Ella es así.
       —¿Qué pasa?
       —Fresneda, que tiene la mujer enferma y le dice que vaya.
       —Entonces tienes que arrancar ahora mismo.
       —Vamos a ayudarte a recoger.
       —Yo no me voy de aquí.
       —No seas bobo, compadre, tienes que irte.
       —Claro.
       —No.
       —Qué bravo es, recién casado y con la mujer enferma querer quedarse. Tienes que irte, caballo.
       —Fresneda, nosotros sabemos lo que le duele a un revolucionario irse de aquí, pero debes hacerlo.
       —Hoy mismo tienes que irte.
       —¡Vayan todos al carajo, oyeron! ¡Yo me quedo!
       —Pero mulato...
       —¡Vayan al carajo!




Literatura .us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar