Heberto
Padilla
(1932–2000)
Documentos
DECLARACIÓN DE LA UNEAC
El día 28 de octubre de este año
se reunieron en sesión conjunta el comité director de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y los jurados extranjeros y
nacionales designados por ella en el concurso literario que, como en
años anteriores, tuvo lugar en éste. El fin de dicha reunión era el de
examinar juntos los premios otorgados a dos obras: en poesía, la titulada
«Fuera del Juego», de Heberto Padilla, y en teatro, «Los siete contra
Tebas», de Antón Arrufat. Ambas ofrecían puntos conflictivos en un
orden político, los cuales no habían sido tomados en consideración al
dictarse el fallo, según el parecer del comité director de la Unión.
Luego de un amplísimo debate, que duró varias horas, en el que cada
asistente se expresó con entera independencia, se tomaron los siguientes
acuerdos, por unanimidad:
1. Publicar las obras
premiadas de Heberto Padilla en poesía y Antón Arrufat en teatro.
2. El comité director
insertará una nota en ambos libros expresando su desacuerdo con los
mismos por entender que son ideológicamente contrarios a nuestra
Revolución.
3. Se incluirán los votos
de los jurados sobre las obras discutidas, así como la expresión de las
discrepancias mantenidas por algunos de dichos jurados con el comité
ejecutivo de la UNEAC.
En cumplimiento, pues, de
lo anterior, el comité director de la UNEAC hace constar por este medio
su total desacuerdo con los premios concedidos a las obras de poesía y
teatro que, con sus autores, han sido mencionados al comienzo de este
escrito. La dirección de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de
velar por el mantenimiento de los principios que informan nuestra
Revolución, uno de los cuales es sin duda la defensa de ésta, así de
los enemigos declarados y abiertos como —y son los más peligrosos— de
aquellos otros que utilizan medios más arteros y sutiles para actuar.
El IV Concurso Literario
de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, tuvo lugar en
momentos en que alcanzaban en nuestro país singular intensidad ciertos
fenómenos típicos de la lucha ideológica, presentes en toda
revolución social profunda. Corrientes de ideas, posiciones y
actitudes cuya raíz se nutre siempre de la sociedad abolida por la
Revolución, se desarrollaron y crecieron, plegándose sutilmente a los
cambios y variaciones que imponía un proceso revolucionario sin
acomodamientos ni transigencias.
El respeto de la
revolución cubana por la libertad de expresión, demostrable en los
hechos, no puede ser puesto en duda. Y la Unión de Escritores y Artistas,
considerando que aquellos fenómenos desaparecerían progresivamente,
barridos por un desarrollo económico y social que se reflejaría en la
superestructura, autorizó la publicación en sus ediciones de textos
literarios cuya ideología, en la superficie o subyacente, andaba a
veces muy lejos o se enfrentaba a los fines de nuestra revolución.
Esta tolerancia, que
buscaba la unión de todos los creadores literarios y artísticos, fue
al parecer interpretada como un signo de debilidad, favorable a la
intensificación de una lucha cuyo objetivo último no podía ser otro que
el intento de socavar la indestructible firmeza ideológica de los
revolucionarios.
En los últimos meses
hemos publicado varios libros, en los que en dimensión mayor o menor y
por caminos diversos, se perseguía idéntico fin. Era evidente que la
decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite
en que ésta comienza a ser libertad para la expresión
contrarrevolucionaria, estaba siendo considerada como el surgimiento de
un clima de liberalismo sin orillas, producto siempre del abandono de
los principios. Y esta interpretación es inadmisible, ya que nadie
ignora, en Cuba o fuera de ella, que la característica más profunda y
más hermosa de la revolución cubana, es precisamente su respeto y su
irrenunciable fidelidad a los principios que son la raíz profunda de su
vida.
Como dijimos en dos de los
seis géneros literarios concursantes, Poesía y Teatro, la Dirección
de la Unión encontró que los premios habían recaído en obras
construidas sobre elementos ideológicos francamente opuestos al
pensamiento de la Revolución.
En el caso del libro de
poesía, desde su título: «Fuera del Juego», juzgado dentro del
contexto general de la obra, deja explícita la auto-exclusión de su
autor de la vida cubana.
Padilla mantiene en sus
páginas una ambigüedad mediante la cual pretende situar, en ocasiones,
su discurso en otra latitud. A veces es una dedicatoria a un poeta
griego, a veces una alusión a otro país. Gracias a este expediente
demasiado burdo cualquier descripción que siga no es aplicable a Cuba, y
las comparaciones sólo podrán establecerse en la «conciencia sucia»
del que haga los paralelos. Es un recurso utilizado en la lucha
revolucionaria que el autor quiere aplicar ahora precisamente, contra las
fuerzas revolucionarias. Exonerado de sospechas, Padilla puede lanzarse a
atacar la revolución cubana amparado en una referencia geográfica.
Aparte de la ambigüedad
ya mencionada, el autor mantiene (los actitudes básicas: una criticista
y otra antihistórica. Su criticismo se ejerce desde un distanciamiento
que no es el compromiso activo que caracteriza a los revolucionarios. Este
criticismo se ejerce además prescindiendo de todo juicio de valor sobre
los objetivos finales de la Revolución y efectuando transposiciones de
problemas que no encajan dentro de nuestra realidad. Su antihistoricismo
se expresa por medio de la exaltación del individualismo frente a las
demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando su
idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea
ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de
derecha, y han servido tradicionalmente de instrumento de la
contrarrevolución.
En estos textos se realiza
una defensa del individualismo frente a las necesidades de una sociedad
que construye el futuro y significan una resistencia del hombre a
convertirse en combustible social. Cuando Padilla expresa que se le
arrancan sus órganos vitales y se le demanda que eche a andar, es la
Revolución, exigente en los deberes colectivos quien desmembra al
individuo y le pide que funcione socialmente. En la realidad cubana de
hoy, el despegue económico que nos extraerá del subdesarrollo exige
sacrificios personales y una contribución cotidiana de tareas para la
sociedad. Esta defensa del aislamiento equivale a una resistencia a
entregarse en los objetivos comunes, además de ser una defensa de
superadas concepciones de la ideología liberal burguesa.
Sin embargo para el que
permanece al margen de la sociedad, fuera de juego, Padilla reserva sus
homenajes. Dentro de la concepción general de este libro el que acepta la
sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El
desobediente, el que se abstiene, es el visionario que asume una
actitud digna. En la conciencia de Padilla, el revolucionario baila como
le piden que sea el baile y asiente incesantemente a todo lo que le
ordenan, es el acomodado, el conformista que habla de los milagros que
ocurren. Padilla, por otra parte, resulta el viejo temor orteguiano de las
«minorías selectas» a ser sobrepasadas por una masividad en creciente
desarrollo. Esto tiene, llevado a sus naturales consecuencias, un nombre
en la nomenclatura política: faseísmo.
El autor realiza un
trasplante mecánico de la actitud típica del intelectual liberal
dentro del capitalismo, sea ésta de escepticismo o de rechazo crítico.
Pero si al efectuar la transposición, aquel intelectual honesto y
rebelde que se opone a la inhumanidad de la llamada cultura de masas y a
la cosificación de la sociedad de consumo, mantiene su misma actitud
dentro de un impetuoso desarrollo revolucionario, se convierte
objetivamente en un reaccionario. Y esto es difícil de entender para el
escritor contemporáneo que se abraza desesperadamente a su papel
anticonformista y de conciencia colectiva, pues es ése el que le otorga
su función social y cree -erróneamente-, que al desaparecer ese papel
también será barrido como intelectual. No es el caso del autor que por
haber vivido en ambas sociedades conoce el valor de una y otra actitud y
selecciona deliberadamente.
La revolución cubana no
propone eliminar la crítica ni exige que se le hagan loas ni cantos
apologéticos. No pretende que los intelectuales sean corifeos sin
criterio. La obra de la Revolución es su mejor defensora ante la
historia, pero el intelectual que se sitúa críticamente frente a la
sociedad, debe saber que, moralmente, está obligado a contribuir también
a la edificación revolucionaria.
Al enfocar analíticamente
la sociedad contemporánea, hay que tener en cuenta que los problemas de
nuestra época no son abstractos, tienen apellido y están localizados muy
concretamente. Debe definirse contra qué se lucha y en nombre de qué
se combate. No es lo mismo el colonialismo que las luchas de liberación
nacional; no es lo mismo el imperialismo que los países subyugados
económicamente; no es lo mismo Cuba que Estados Unidos; no es lo mismo el
fascismo que el comunismo, ni la dictadura del proletariado es similar en
lo absoluto a las dictaduras castrenses latinoamericanas.
Al hablar de la historia
«como el golpe que debes aprender a resistir», al afirmar que «ya
tengo el horror / y hasta el remordimiento de pasado mañana» y en otro
texto: «sabemos que en el día de hoy está el error / que alguien habrá
de condenar mañana» ve la historia como un enemigo, como un juez que
va a castigar. Un revolucionario no teme a la historia, la ve, por el
contrario, como la confirmación de su confianza en la transformación de
la vida.
Pero Padilla apuesta sobre
el error presente —sin contribuir a su enmienda—, y su escepticismo
se abre paso ya sin límites, cerrando todos los caminos: el individuo se
disuelve en un presente sin objetivos y no tiene absolución posible en la
historia. Sólo queda para el que vive en la revolución abjurar de su
personalidad y de sus opiniones para convertirse en una cifra dentro de la
muchedumbre para disolverse en la masa despersonalizada. Es la vieja
concepción burguesa de la sociedad comunista.
En otros textos Padilla
trata de justificar, en un ejercicio de ficción y de enmascaramiento, su
notorio ausentismo de su patria en los momentos difíciles en que ésta se
ha enfrentado al imperialismo; y su inexistente militancia personal;
convierte la dialéctica de la lucha de clases en la lucha de sexos;
sugiere persecuciones y climas represivos en una revolución como la
nuestra que se ha caracterizado por su generosidad y su apertura,
identifica lo revolucionario con la ineficiencia y la torpeza; se conmueve
con los contrarrevolucionarios que se marchan del país y con los que son
fusilados por sus crímenes contra el pueblo y sugiere complejas
emboscadas contra sí que no pueden ser índice más que de un arrogante
delirio de grandeza o de un profundo resentimiento. Resulta igualmente
hiriente para nuestra sensibilidad que la Revolución de Octubre sea
encasillada en acusaciones como «el puñetazo en plena cara y el
empujón a medianoche», el terror que no puede ocultarse en el viento de
la torre Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta «culto en
los más oscuros crímenes de Stalin», los cincuenta años que
constituyen un «círculo vicioso de lucha y de terror», el millón de
cabezas cada noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros
duchos en el terror de nuestra época, etcétera.
Si en definitiva en el
proceso de la revolución soviética se cometieron errores, no es menos
cierto que los logros —no mencionados en «El abedul de hierro»—, son
más numerosos, y que resulta francamente chocante que a los
revolucionarios bolcheviques, hombres de pureza intachable, verdaderos
poetas de la transformación social, se les sitúe con falta de
objetividad histórica, irrespetuosidad hacia sus actos y
desconsideración de sus sacrificios.
Sobre los demás poemas y
sobre estos mencionados, dejemos el juicio definitivo a la conciencia
revolucionaria del lector que sabrá captar qué mensaje se oculta entre
tantas sugerencias, alusiones, rodeos, ambigüedades e insinuaciones.
Igualmente entendemos
nuestro deber señalar que estimamos una falta ética matizada de
oportunismo que el autor en un texto publicado hace algunos meses, acusara
a la UNEAC con calificativos denigrantes, y que en un breve lapso y sin
que mediara una rectificación se sometiera al fallo de un concurso que
esta institución convoca.
También entendemos como
una adhesión al enemigo, la defensa pública que el autor hizo del
tránsfuga Guillermo Cabrera Infante, quien se declaró públicamente
traidor a la Revolución.
En última instancia
concurren en el autor de este libro todo un conjunto de actitudes,
opiniones, comentarios y provocaciones que lo caracterizan y sitúan
políticamente en términos acordes a los criterios aquí expresados por
la UNEAC, hechos que no eran del conocimiento de todos los jurados y que
alargarían innecesariamente este prólogo de ser expuestos aquí.
En cuanto a la obra de
Antón Arrufat, «Los siete contra Tebas», no es preciso ser un lector
extremadamente suspicaz, para establecer aproximaciones más o menos
sutiles entre la realidad fingida que plantea la obra, y la realidad no
menos fingida que la propaganda imperialista difunde por el mundo,
proclamando que se trata de la realidad de Cuba revolucionaria. Es por
esos caminos como se identifica a la «ciudad sitiada» de esta versión
de Esquilo con la «isla cautiva» de que hablara John F. Kennedy. Todos
los elementos que el imperialismo yanqui quisiera que fuesen realidades
cubanas, están en esta obra, desde el pueblo aterrado ante el invasor que
se acerca (los mercenarios de Playa Girón estaban convencidos que iban
a encontrar ese terror popular abriéndoles todos los caminos), hasta la
angustia por la guerra que los habitantes de la ciudad (el Coro),
describen como la suma del horror posible, dándonos implícito el
pensamiento de que lo mejor sería evitar ese horror de una lucha
fratricida, de una guerra entre hermanos. Aquí también hay una realidad
fingida: los que abandonan su patria y van a guarecerse en la casa de los
enemigos, a conspirar contra ella y prepararse para atacarla, dejan de ser
hermanos para convertirse en traidores. Sobre el turbio fondo de un
pueblo aterrado, Etéocles y Polinice dialogan a un mismo nivel de
fraterna dignidad.
Ahora bien: ¿a quién o a
quiénes sirven estos libros? ¿Sirven a nuestra revolución, calumniada
en esa forma, herida a traición por tales medios?
Evidentemente, no. Nuestra
convicción revolucionaria nos permite señalar que esa poesía y ese
teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores son los artistas que
ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el
imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión
bélica frontal contra Cuba. Prueba de ello son los comentarios que esta
situación está mereciendo de cierta prensa yanqui y europea
occidental, y la defensa, abierta unas veces y «entreabierta» otras, que
en esa prensa ha comenzado a suscitar. Está «en el juego», no fuera
de él, ya lo sabemos, pero es útil repetirlo, es necesario no olvidarlo.
En definitiva, se trata de
una batalla ideológica, un enfrentamiento político en medio de una
revolución en marcha, a la que nadie podrá detener. En ella tomarán
parte no sólo los creadores ya conocidos por su oficio, sino también los
jóvenes talentos que surgen en nuestra isla, y sin duda los que
trabajan en otros campos de la producción y cuyo juicio es
imprescindible, en una sociedad integral.
En resumen: la dirección
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba rechaza el contenido
ideológico del libro de poemas y de la obra teatral premiados.
Es posible que tal medida
pueda señalarse por nuestros enemigos declarados o encubiertos y por
nuestros amigos confundidos, como un signo de endurecimiento. Por el
contrario, entendemos que ella será altamente saludable para la
Revolución, porque significa su profundización y su fortalecimiento al
plantear abiertamente la lucha ideológica.
Comité Director de la Unión
de Escritores y Artistas de Cuba
La Habana, 15 de noviembre de 1968
«Año del Guerrillero Heroico».
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