Roberto Fernández Retamar
(La Habana, 1930-2019)

Sí a la Revolución
(1958-1962)

Pero lo que importa es la revolución
lo demás son palabras
del trasfondo
de este poema que entrego al mundo
lo demás son más argumentos.
                                        escardó



i. vuelta de la antigua esperanza

LA POESÍA, LA PIADOSA

¿Qué hace la poesía, la piadosa,
La lenta, renaciendo inesperada,
Torso puro de ayer, cuando los broncos
Ruidos llenan el aire, y no hay un sitio
En su impecable reino que no colme
La agonía?
                  Ah, el que se entrega dócil
A los lamentos o a las aleluyas
Que ella proclama, sola, ¿cómo puede
Evitar que su aliento lo estremezca
(Así el aire a las puntas de los árboles)?
La poesía es femenina, pero
Su cuerpo no es de novia, que es de madre.
No se le ven los labios, sí el regazo,
Sí el brazo tosco y ancho. Ella cuida en
La noche de las bárbaras estrellas,
Ella engendra, doliente, ella procura
Abastecer las bocas, y en su lecho,
Más de amargura que placer, el sueño
No se separa de la atroz vigilia.
Ella no sabe sino contar, sino
Apegarse a las cosas torpemente
Para que se le queden a su lado
—Hijos que van creciendo y que una noche
Salen cantando, aullando salen, salen
Hacia las imperiosas servidumbres—.
Y tras ellos va, fiel, la poesía,
La piadosa, la lenta, recreando
Sus rasgos, su manera de ser ciertos
En aquella mañana de aquel día.


LA VOZ

Qué extraños graznidos de pájaro agonizante,
Qué destrozos, qué revoloteo
Contra las rítmicas jaulas del aire,
Entre deshilachados tangos y sopranos rapidísimas,
Qué borboteo, qué impaciencia
En los rostros que agolpa la febril
Mirada, en la minuciosa mano
Que escruta amorosamente el país
Fragmentario donde, al cabo,
Soliviantando los ojos,
Emerge distante,
Reconocida, familiar, la voz
Que nos anuncia: Cuba libre.


LOS NOMBRES

Otra vez son los nombres
Los que irrumpen (opacos, minerales, suficientes)
En medio de la noche, y desde la boca
Que viene y va como si un viento
Oscilara entre sus sílabas,
A través de la esperanzada penumbra
Empiezan a desgranarse,
Recuento extraño y rápido del país:
Manzanillo, Victoria de las Tunas,
Puerto Padre, Jatibonico,
Cruces, Cienfuegos, Trinidad.
De una provincia a otra, de una palabra
A otra, los ojos van buscándose,
Las manos se aprietan, se agitan
Sobre la frente, como animales
Ágiles y voladores, o, alguna vez,
Como plantas pesadas que descienden
—Mientras desgarrada, tenaz,
La voz habla de los, distantes lugares necesarios
Que tan de repente han entrado para siempre en el corazón,
Pedrerío de nombres que nos nombran
(Guantánamo, Baracoa,
Santa Clara, Cabaiguan):
Los nombres desvalidos y fragantes
De la isla recuperada—.


LA CARTA

Hoy llegó la carta del amigo que regresara
A la poderosa ciudad de Santiago.
En un abrumador día del verano nos despedimos.
Lo vi saltar, ligero y jovial, al auto.
Entre oscuras maletas, su mano rauda me sonreía.
Y el atestado carro, de cantarino designio nupcial,
Fue tapado por un ómnibus, por otro,
           empequeñecido, ido.

Esta mañana de diciembre me sorprendió la carta.
          Alguien
La había traído oculta entre sus ropas.
Ah, las palabras saltaban, los rasgos que tantas veces
Había visto demorarse en las menudencias risibles
          del día,
Torcerse con pueril malignidad en torno a un
          apellido,
A una cara desafortunada,
Ahora,
De súbito,
Se disponían como una bandada tensa, frenética,
Sobre la arrugada página, se movían fervorosos
De una noticia a otra, hablándome
De la cercanía del territorio libre, de las hogueras
Que en la noche empalidecen las estrellas,
De la batalla cercana apenas interrumpida,
De las mudadas en medio de lo azaroso,
De las ciudades, de los pueblos
(Nombres espléndidos, olvidados en grises libros,
          irguiéndose).
Y concluían: Te vuelvo a abrazar
Cuando seamos libres.


Me eché a caminar. Zumbaba en mis oídos
La conversación atropellada,
El brillo de los ojos con poco sueño
Y la desaforada luz de la esperanza
Que apenas podían retener las temblorosas palabras
          en mi bolsillo.



EL CAPITÁN

Alguien dice: —Yo conocí al capitán
Cuando, muchacho aún, en una oscura
Tienda de calle oscura, desgarbado y tímido
Vendía zapatos. Se movía con servicial torpeza,
Varios pares bajo el brazo, o los hacía saltar
Como delfines: el amarillo suave, el blanco.
El vendedor de zapatos es hoy el héroe.
Yo lo conocí.

Y sin embargo, no (debo decirle, yo que no lo conocí)
Él magnífico lo fue siempre.
En la confusa juventud, guardado en el bolsillo
Viajaba un raído libro
De su magra y chispeadora biblioteca.
Ganaba el pan en cualquier oficio, y en espera
De la tarea mayor que planeaba sobre él,
Tras de ascender como un ángel hacia celestiales zapatos
Se deslizaba en un rincón, y mordía
Las palabras simples y decisivas del cuaderno
Que apresurado hojeaba. El héroe distraía entre ropajes absurdos,
junto a esa triste cerveza de las seis de la tarde,
Los años que preparaban su advenimiento.
Yo, que no lo conocí,
Lo imagino de vuelta del combate,
Jadeante, cansado, feliz acaso,
Echarse bajo un solitario árbol,
Memorioso de una niñez increíblemente atrás,
En un barrio roto y alegre,
Mientras sus dedos raramente sabios
Acarician la correosa piel de sus botas.



LOS INCREÍBLES

No era en otros países, lejanos, donde se desplegaba
El trapo de sangre, uñas y osamentas trizadas.
Los innombrables, los increíbles estaban entre nosotros.
No hubo que imaginarlos, no hubo que comprarlos
En algún sitio de costumbre nocturna.
De nuestra tierra eran, acaso de nuestra ciudad.
¿De nuestro barrio? ¿Los vimos alguna vez
Cuando aún no ejercían la plenitud de la infamia?
El humillado del billar, el sobrante de las esquinas,
El torcido de dedos, el que no encontraba coloquio
Que no dispersara, el que se fatigaba
Con la prosa del periódico, el que no llegó
A consumir un lápiz, el que la prostituta
No toleró en su lecho, el que ahuyentaba a los perros,
¿Es el sombrío diosecillo que armado de cuero y metal
Espera en cámaras sofocantes a los puros jóvenes,
A los fervientes, y desde la oquedad
Del calabozo dirige la danza de alaridos,
De ojos silenciados con ceniza, de hombres envejecidos de súbito,
De torsos detenidos, de cabezas clavadas,
De los pasos esos que más tarde, ahora mismo quizás,
Resuenan en la escalera de la casa?



LA ISLA RECUPERADA

El caballo, la mariposa, el marinero, el gato,
El pescado grande y el pescado chico
La meten aullando en el festival del que no se sale
Sino con los pechos cortados.
                                                   El aura tiñosa
Y la lombriz se regocijan. El caracol se distrae.

Pero el número de ojos diurnos se levantará de nuevo,
Recto, altivo, casi divino,
Con algo de arcángel sin réplica,
Y echará a volar el aquelarre despedazado
Dejando herida pero renaciente
La carne de la doncella despierta.


EL OTRO
(Enero 1, 1959)

Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¡Quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?



ÚLTIMA ESTACIÓN DE LAS RUINAS

Hace algún tiempo hablé de ruinas. Era
Entre frondosos versos jóvenes, y puse en su cabeza,
Como corona grande a rey pobre, éste de Éluard:
Mirad cómo trabajan los constructores de ruinas.
Pero yo no había visto ruinas. Las que nombraba
Eran de papel, de letras, de alusiones.
Y hasta de ésas, tan tenues, me fui olvidando.

Luego, una mañana, en el aire
De Londres, las ruinas se me echaron encima.
A la vuelta de una calle,
Ruinas vivas, ruinas muertas: la escalera solitaria
Levantada como un pajarraco
Y abriendo alas chirriosas,
La pared en que se olvidó pintada la casa,
El mapa brusco en el polvo, donde se arrastra
El corredor que a ninguna parte conduce.
Y el cielo inmenso circulando por los ojos
Vaciados del humoso cráneo.
Sobrecogido anduve entre el hueco de la ciudad.
Pero eran ruinas europeas, ruinas del mundo
Que se va despedazando a golpes eléctricos
Entre tazas de té y vanas composturas.
Vuelto a la luz de la isla, fui olvidando esas ruinas.

Entonces las ruinas se levantaron de las letras,
Desbordaron los cementerios europeos,
Los constructores de ruinas nos nacieron
Y la ciudad tan frágil, herbosa,
Y la de techos rojos y múltiples
Se hicieron espantada conversación del mundo,
Y largas caravanas vieron las calles polvosas
Bajo el tableteo y el trueno que se ignoraba
De dónde provenía —ronco, indeciso—.
Vi las ruinas después. No las contadas,
No las lejanas, sino las familiares,
Sino las fraternas: los agujeros
En las asombradas casas campesinas,
El evaporado almacén, como un rostro cariado.
(Tuvimos, dice el anciano grave, Noventiún muertos en la ciudad.)
No tapó esta vez la luz exagerada
De la isla a esos muertos, a esas piedras.
No importa que la alegre espuma de vivir
Se aprestara a restañar las puertas, a suavizar las grietas:
Ruinas inconcebibles, en el otoño suave
Construidas de súbito, ladrillos desperdigados, ojos
Fijos y muertos no cesan ya de mirar, de demandar
Una memoria inagotable, la que se le negó
A la ruina escrita, a la ruina inglesa o italiana.
(Eso pasó en otra parte.)
No hay otra parte. Ésta es la otra parte:
La que conoció el horror para que alimentara la esperanza.



Únicamente la Esperanza se quedó en el
vaso, detenida en los bordes
                                        hesíodo


ii. súplica y adiós

SÚPLICA DEL CIEGO

Se olvidaba al ciego, sentado
En un rincón de la tosca vivienda.
Sabía del mundo por los ávidos
Y minuciosos dedos que como algas
Andaban por las cosas; y por
Los encontronazos que no podía
Evitar su cayado; pero sobre todo
Por el leal oído, despierto
Aun cuando dormitaban los secos ojos
Y los oídos le decían
Otra vez, otra vez, las ásperas
Palabras de los hombres
Cuyos pies se repetían taurinos, cuyas copas
De labrados metales entrechocaban,
Cuyas armas revolaban, pájaros enormes
Entre risotadas imperiales.
El vacilante ciego que había olvidado
El brillo de la espada y el color de la sangre,
Sentado en su rincón, quería
Habitar también esa vida
Que era la vida de los otros.
Y recordó los verdaderos imaginarios,
Otros para todos,
Aun para los impetuosos de la casa
Que fatigaban su laborioso oído.
Y suplicó a la arisca deidad
Que se los entregara vivos
A él, el arrinconado, el inútil.
Le musitó para comenzar: “Musa,
Canta del Peleida Aquileo la cólera...”


ADIÓS A LA HABANA

Que llevo tropezada como una casa,
Desde el mar que la circunda y le exige
Hasta los barrios y los primeros caseríos.
Ciudad agrietada cada día por el sol
Y rehecha en silencio
Desde el atardecer
Para que la mañana la encuentre de nuevo intacta,
Con sólo algunos papeles y muchos besos de más.
Única ciudad que me es de veras.
Ni mejor ni peor, ni llena ni pobre: verdadera.
En ella, aldea o paraíso,
Conocí el asombro, conocí el placer,
Conocí el amor, conocí la vergüenza, conocí la esperanza,
Conocí la amistad, conocí el hueco paciente y terrible
De la muerte, conocí el esplendor
Cuando empezaron de nuevo un año y un pueblo.
Lo otro es llenarse los bolsillos
Para la fiesta del regreso.
Aún sin abandonarla, ya se preparan las preguntas.
No sólo preguntas retóricas:
¿Voy a cumplir treinta años fuera de la Habana?
Sino sobre todo preguntas como:
¿Qué haré sin la ventana abierta al cielo?
¿Qué haré sin la grieta de la pared de mi cuarto,
Sin los garabatos de la acera,
Sin los árboles de la cuadra, sin la llamada del teléfono, sin el coro de los choferes?
La ciudad es también (me dirán) el alimento podrido de la traición
Y los pájaros de boca fruncida que graznan con un taconeo rápido.
Pero toda esa mancha de pluma mojada desaparece
Con un solo golpe inmenso y cristalino del mar,
Con una voz antigua como el tiempo
Que se desbarata contra los arrecifes y vuela sobre la ciudad:
Sobre El Vedado carcomido, gris, echado bajo árboles;
Sobre el Malecón veloz de los amantes, los ilusionados pescadores y los niños;
Sobre las viejas fortalezas,
Sobre los parques atestados de héroes de piedra,
Sobre los muelles últimos y tenaces.
Allí, en su borde blanco, en su borde añil,
Está tendida a beber la ciudad.
Saluda a Casablanca del amor,
Y se incorpora en avenidas de árboles y carros,
Atraviesa el vicio silbador, se escurre
Entre callejas de maltratado prestigio,
Llenas de banderas, hierros y agua sucia;
Especula, cuenta, vende,
Hace castillos equilibristas de frutas,
Hojea revistas, busca telas y perfumes,
Canta como una selva profunda,
Persigue en la noche la danza de la noche,
Y luego del Obispo y de Neptuno,
Luego de La Rampa y de la Playa,
Se recoge hacia suaves tinieblas:
Vuelve a la Víbora, regresa a Santos Suárez,
Al Cerro, a Luyanó,
Cierra los ojos, aguarda los pregones.



iii. vuelta de la antigua esperanza

MI MILICIANA

Con mi camisa azul de miliciano
Soy más feliz.
                        Con tu camisa azul
De miliciana, estás en algún sitio,
Como yo, rifle al hombro, quizá viendo
Esas mismas estrellas que ahora veo.
Pienso que estás junto a esa luz lejana.
Que este aire de la noche te recorre
La cara vigilante. Que algún ruido
Puede ser de los dos. Que nos ponemos
De pie a la vez, andando lejos, cerca,
Como si no existiera esta distancia,
Y en vez de estar a solas en la sombra,
Rifle en la mano, oyendo el minucioso
Pecho jadeante de la noche,
                                                estamos
juntos, juntas las manos, las camisas
Azules juntas, y nosotros somos
No los que escuchan, sino el ruido; no
Los que escudriñan a la sombra, sino
Los que en la sombra olvidan a la luz,
Y rumorosamente se sumergen
En la noche alumbrada del amor.



LA CAMINATA

Caminas en la noche, bajo las estrellas, bajo la lluvia,
junto a la playa que viví niño, y más allá, hacia El Salado
Cuyo río conozco, en cuya pequeña espesura me he perdido.
(¿Te he hablado alguna vez
De que una noche anduvimos de una playa a otra
En busca de crujientes cangrejos, alumbrándonos apenas,
Arrojando cuchillos a la tierra y anunciados por el imperial croar
De las ranas, hasta que regresamos al alba, fatigados, felices,
Con unos cuantos sacos?)

Caminas en la noche, amor, rodeada de lluvia.
¿A dónde marchas, a dónde marchamos, a dónde caminamos
En la noche sin luna, en la lluvia,
                                                         hacia dónde
Si no es uno hacia el otro: tú hacia mi pecho donde cabes
Como el puñal en herida mortal,
                                                         yo hacia
Tu corazón, hacia la vida inmemorial, hacia el amor,
Hacia el ayer, hacia el mañana?


CON LAS MISMAS MANOS

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que en susharapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
                        Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí.
         ¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas, Amor, qué lejos —como uno de otro—!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del pastor.
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos riendo,
Fumando, después del café.
                                                No hay momento
En que no piense en ti.
                                       Hoy quizás más,
Y mientras ayude a construir esta escuela
Con las mismas manos de acariciarte.



iv. cartas y otros poemas

EPITAFIO EN GIRÓN

Abandonando el sembradíoo el beso
O el monte del oscuro carbón,
Avanzamos sobre los invasores que armara el extranjero.
Defendimos con nuestros pechos trabajadores
No sólo este territorio mitad tierra mitad agua,
Sino la isla toda, y más allá de sus costas
El inmenso mundo que confiaba en nosotros
—Hasta caer, agujereadas las camisas azules y verdes—.

Viajero: ve a decir a nuestros hermanos vivos
Que aquí sigue flameando la bandera de Cuba
Y da sombra a la fértil cosecha de nuestros huesos.

CANCIONES DE POCAS PALABRAS

1
Muchas son las palabras
del idioma:
palabras grandes,
como animales, raras
a veces, y otras
pequeñas
y oscuras,
hechas de piedra
y noche.
Pero no son
Muchas
Las palabras
Que necesitamos
Para decir las cosas
Sin las cuales
No podríamos
Vivir.
Para pedir un vaso
De agua,
Para llamar
A la madre,
Para amar.

2
¿Cuántas palabras
necesitas
para enamorar?
Apenas la palabra
Querer, la palabra
Flor,
La palabra
Que al fin
No vas a encontrar.

3
Antes de ser,
un poema
es
una hoja blanca
y un montón de memorias,
una hoja blanca
y el corazón entusiasmado,
una hoja blanca
y más deseos de vivir,
una hoja blanca
y el pueblo cantando en las calles,
una hoja, blanca,
y el trueno de la Revolución.



CASABLANCA

Su corazón es un parque de sombras suaves
En cuyo torno vuelan antiguos los balcones
Que entre el hierro cantado y el giro de las aves
A los ojos les hacen creerse corazones.

El barco la corteja como a ciudad lejana.
Está al borde del agua y comienza en los muelles
De madera mordida su lenta caravana
Hasta precipitarse detrás de las estrellas.

Es el lugar escogido por el amor:
Ruinas abandonadas y trenes al partir,
Un perro solitario, algún árbol en flor,
Y una palabra y otra que se vuelve a decir.


CARTA A LOS PIONEROS

Hoy he recibido carta que me habla de ustedes:
De que quisieran tener en sus propias letras
Las palabras de la poesía que esgrimimos
Como herramientas, como armas, como flores,
Para hablar del trabajo, de la guerra, del amor,
Para cantar la poderosa música de la Revolución.
Y me he puesto a escribirles de vuelta, y encuentro
Que es un poema lo que he estado escribiéndoles,
Un poema con las sencillas palabras diarias,
Para agradecerles la alegría que su carta me ha traído
(Una alegría entre las alegrías de nuestra vida revolucionaria).
Y para hablarles, también,
De esa poesía que ustedes quieren tener en su propio dibujo,
Con las vocales llenas de aire y los rasgos de la mano.

Esa poesía, mis pequeños amigos, nosotros la encontramos
Acurrucada entre libros, maltrecha, perseguida,
Y con manos amorosas la levantamos temblando
Como a un animalito acorralado y hermoso
Que a duras penas podíamos retener junto al corazón.
Alguna vez el amor o la esperanza nos ayudaron
A hacerle la vida más llevadera cerca de nosotros,
Pero casi siempre fue arisca y triste, cabizbaja
Como quien ha perdido su casa y camina bajo la lluvia.

¡Qué felizmente distinto va a ser todo para ustedes!
La poesía ha salido de los libros, sacudiéndose las letras,
Y está junto a ustedes, sonriendo y cantando, está en ustedes,
En las cooperativas y en las fábricas, en las grandes marchas del pueblo, En las banderas color de cólera, en el sacrificio
De los que caen, fusil en mano, defendiendo la tierra sagrada,
Y en la caminata del maestro bajo las estrellas,
Y en el trabajador voluntario que hace caer la caña o eleva una escuela.

Niños, mis amigos, mis hijos: las letras con que se escribe la poesía
Son ustedes caminando felices hacia un futuro de hombres verdaderos.



CARTA A FAYAD JAMIS

Por poco olvidamos para siempre aquel primer encuentro.
Afortunadamente no ha sido así; por aquí andas
Todavía, entregando a un vejete aquel libro de carátula rizada
Y verde. Tienes cara de tomar en serio ese hecho,
Y por todas partes la provincia sopla en ti como en un acordeón.
Hay todavía a la puerta, entre olor de frituras y de mar,
Y gente que pasa voceando periódicos chorreados de noticias,
Y un billetero cojo, y muchas otras cosas; hay todavía a la puerta,
Algo después, dos muchachos recelosos que hablan de poesía.
Creo que éramos muy jóvenes, pero no estoy seguro. Probablemente
Es ahora que somos jóvenes, y entonces teníamos mil años cada uno.
Tus mil años habían transcurrido entre pueblos que se espolvorean
En el mapa, y dejaban sabor a ómnibus, a guitarra, a hierba.
Pero los más tremendos iban a ser los próximos mil años.
Cuando, siglos después, subí aquella escalera
De la calle Reina, lo supe así. Era en vano subir, porque no se subía
Hacia la luz. Aquella mentira verdadera era una vida
De poeta, y aquel camastro en que yacías, y aquellos libros
Echados entre zapatos, eran un cuarto de poeta. Creo que has hablado
Bastante de las moscas, la escalera, el polvo, algún sillón, los amigos.
Así se hacía la poesía entonces. Pero era duro y lejano,
Y un día apareciste en París, desde luego. En París
Te fui a ver entre lechugas y botellas vacías de vino,
Al fondo de no sé qué fondo, más atrás, a la derecha,
Doblando luego, encogiéndose, agachándose hasta pasar detrás
De lo más escondido, y luego, todavía un poco más atrás.
Allí te encontré, no sin antes esquivar unos cajones grandes como abuelos.
Pero al fin llegué; o mejor, llegó mi abrigo y me arrastró.
Y volví a ver el camastro que te habías llevado a cuestas,
Dios sabe cómo, a través del océano y calle Daguerre arriba.
Pero en realidad, mi querido Moro, me parece que todavía no habíamos empezado a hablar.
Teníamos tantas cosas que callar, que cada vez que íbamos a decirnos algo
Transcurrían muchos años, pasaba un vendedor de frutas,
Llegaba un policía o algo por el estilo. Y lo dejábamos para más ver.
Para menos oír.
                            Entonces llegó la Revolución.

Entonces llegó la Revolución. Y tuvimos tantas cosas que decirnos,
De repente, en torno a un viejo soldado muerto,
Mientras alguien leía sus antiguos poemas en la Universidad,
junto al mar de Casablanca donde casi todo sucede,
Especialmente si hay estrellas en la noche.

Lo demás no es historia, no es memoria:
De aquella brújula pequeña y herbosa en la mano de un niño,
De aquel polvo, aquellos pasos en la penumbra semicerrada,
Claro que iba a levantarse esta guitarra limpia que hoy celebramos
Los amigos de ayer y sobre todo los amigos en el porvenir
Donde seguiremos cantando canciones bellas como las que soñamos
Hace doce años, a la puerta del caserón, entre olor a frituras
Y sabor marino y periódicos en los que en vano buscábamos entonces
Esas noticias que hoy florecen en las páginas ¿de los periódicos?, ¿de los poemas?



CARTA A JUAN GELMAN, EN BUENOS AIRES

¿alguien se llama juan?
¿quién se llama roberto todavía?

                                        j. g.

Aquí donde ya casi todo se llama juan,
Alguien que todavía (aunque no por demasiado tiempo) se llama roberto,
Te dice que tu carta del sur le ha traído en sus alas
Una nueva tristeza.
Las cartas, a la verdad, no deben hacer llorar
Como la tuya ha hecho.
                                        En vano el mar
Está ahí, al lado, porque el propio mar corre,
Leyendo tu carta, hacia el frágil poblancón de pescadores,
Y subiendo precipitado las maderas, dejando atrás el vino y los panes
Con pescado, no deteniéndose ante nada, se va a buscar el banco
Alto donde estás sentado, lágrima en mano, donde no estás sentado
Y podemos buscar sin hallarte hasta que la noche se traga banco y pueblo
Y vuelve el mar cariacontecido al mar.
                                                                    En cambio, hay
Gente canturreando en una bodega,
Un puñado de soldados muy jóvenes que bajan de la loma,
Y niños desperdigados bajo los flamboyanes, asomándose al escenario,
Apedreando la sombra de una chiva.
                                                                  ¿Qué más,
Juan, qué más?
                            Ah, no molestes.
¿Acaso no ha habido siempre tristeza en el corazón del hombre?
¿Acaso la tristeza no nos acompaña con más fidelidad que un perro?
Mi perro va conmigo, y me recuerda
La soledad de la noche, me recuerda que charlamos
Hasta que no quedó espacio entre memoria y esperanza.

Hay la Revolución, el amor inmenso de la Revolución,
Que es un amor de hombre y mujer
Que fueran todos los hombres y todas las mujeres.
El oído se inclina sobre el pecho del pueblo
Y distingue en el estruendo una voz, y (aunque triste) sigue feliz calle arriba,
Sabiendo que ésta es sin duda nuestra Revolución,
Mientras allá se deshojan unas ramas, atruenan los gorriones, arde un fuego,
Alguien baja silbando, se desbarata el ronco mar.



A QUIEN PUEDA INTERESAR

1

¿Dónde te he visto? No sé si atravesando una calle de Nueva York,
O sentado en un parque de París, aburrido y mirando las palomas,
O en Londres, de vuelta de la oficina. Ni siquiera
Sé si eres hombre o eres mujer, si me volví
Cuando pasaste, o te maldije por algún empujón. De cualquier forma,
Si volviera a verte, seguro que iba a tratar de hablarte, que iba a tratar de explicarte.
Entonces era otra cosa.
Eran los tiempos de la desesperanza, y andaba de un lado para otro
Olvidando, buscando, perdiendo; entraba en bibliotecas y en iglesias,
Veía cuadros y mares, subía en aviones, en trenes, en barcos,
Como un perseguido de cerca.
Eran los tiempos de conocer, pero también de huir, de olvidar. Ahora
Te hablaría con cualquier excusa, y te explicaría.


2

Si miras el cielo, lo ves claro casi siempre, azul
Y cruzado por nubes desparramadas como humo.
Algunas auras estarán por allá, y quizá pájaros rápidos
Que apenas distinguirás. Y si uno de esos pájaros
Echa un zumbido distante, sabrás que es un avión que pasa.
Cuando, revolviendo entre libros,
Entra mi niña que aprende a andar,
Y al mismo tiempo llega el ruido del motor, los ojos
Van de la niña que entra, al cielo alto, tan similar
En belleza a aquel por el que volara, hace ya años, un avión lejano, casi confundido con pájaros,
Sobre una ciudad japonesa.


3

A lo largo de toda la isla, somos menos que los que diariamente deambulan por una gran ciudad.
Somos menos: un puñado de hombres sobre una cinta de tierra
Batida por el mar. Pero
Hemos construido una alegría olvidada.


4

El amanecer de los mejores domingos nos ve marchar
Cantando hacia las siembras, hacia las piedras que van a hacerse escuelas.
Una mañana, junto a la costa de Pinar del Río,
Ante el mar que empezaba a ser astillado por el sol,
Llegó el extraño sentimiento de ser dueños de todo
Lo que veían los ojos: las fábricas, las tierras,
Los camiones que cruzaban veloces, entre músicas y banderas,
La luz señorial, el aguacero implacable como un amante.


5

Sobre el campo, ennegrecidos al terminar de cortar la última caña quemada
(—Ésta es para ti.
                              —No: es para ti),
En la loma, las manos tendidas:
—Mario García. Soy carpintero.
—Roberto Fernández. Soy maestro.


6

Y antes, todavía con la sombra de la casa de Francia,
El primer fusil en la mano,
Y la noche en espera, parpadeante,
Que por ese costado inmenso
Hay que proteger, sabiendo que allá al fondo
Está entera la isla, y debe cuidarse con el pecho —flor, mujer—.


7

Regresan, llenos de lámparas y risas,
Los que entraron en los montes
A aprender más que a enseñar: a aprender lo que son los hombres y las mujeres
Sufrientes y reales, mientras entregaban sus letras fértiles
A la tierra, y enviaban luego a las ciudades papeles
De escritura laboriosa y ancha como un campo sembrado
Por vez primera.
                   Los años perdidos, los años malbaratados
Entre niñez y madurez no volverán a ocurrir: están ahí,
Unidos, años salvados, en esa brigada joven que regresa
Anunciada por un coro de lámparas.


8

¿Qué hay de ti en el arma que se prepara a destruir esta esperanza?
¿Inscrito en qué barco de la muerte está tu nombre,
Sobre qué garganta oscura salta como una interjección?
No podrás volver tu rostro sobre la almohada sin que te manche
La sangre que habrás dejado derramar.
No verás caer hojas de árboles, sino cuerpos.
No te mojarán las lluvias, sino las lágrimas.


9

Ya no puede extrañarme que lo que nos pasa coincida con lo que pasa.
Ahora entiendo que nuestra historia es la Historia,
Y que la llamarada que ha quemado mi mano (no digo mi mano de letras,
Sino mi mano real: hablo de fuego de veras),
No puedo espantarla más. Tu propio nombre,
Tu herida irrestañable, la llevo aquí.
Estamos rodeados de agua y llamas.
Y echando los papeles viejos para que ayuden a la luz a vivir,
Siento crecer mi vida como un fuego soplado,
Y la siento útil y para alguien necesaria,
Y los que vienen cantando me llevan del brazo,
Y es una misma la canción que seguimos cantando hacia adelante.



v. durante las pruebas

EPITAFIO DE UN INVASOR

Tu bisabuelo cabalgó por Texas,
Violó mexicanas trigueñas y robó caballos
Hasta que se casó con Mary Stonehill y fundó un hogar
De muebles de roble y God Bless our Home.
Tu abuelo desembarcó en Santiago de Cuba,
Vio hundirse la Escuadra española; y llevó al hogar
El vaho del ron y una oscura nostalgia de mulatas.
Tu padre, hombre de paz,
Sólo pagó el sueldo de doce muchachos en Guatemala.
Fiel a los tuyos,
Te dispusiste a invadir a Cuba, en el otoño de 1962.

Hoy sirves de abono a las ceibas.



A MIS HIJAS

Hijas: muy poco les he escrito,
Y hoy lo hago de prisa.
Quiero decirles
Que si también este momento pasa
Y puedo estar de nuevo con ustedes,
En el sillón, oyendo el radio,
Cómo vamos a reirnos de estas cosas,
De estos versos y de estas botas,
Y de la cara que ponían algunos,
Y hasta del traje que ahora llevo.

Pero si esto no pasa,
Y no hay sillón para estar juntos,
Y no vuelven las botas,
Sepan que no podía
Actuar de otra manera.
Estén contentas de ese nombre
Que arrastran como un hilo
Por papeles.
Disfruten de estar vivas,
Que es cosa linda,
Como nosotros lo hemos disfrutado.
Quieran mucho las cosas.
Y recuérdenme alguna vez,
Con alegría.



PATRIA

Ahora lo sé: no eres la noche: eres
Una severa y diurna certidumbre.
Eres la indignación, eres la cólera
Que nos levantan frente al enemigo.
Eres la lengua para comprendernos
Muchos hombres crecidos a tu luz.
Eres la tierra verdadera, el aire
Que siempre quiere el pecho respirar.
Eres la vida que ayer fue la promesa
De los muertos hundidos en tu entraña.
Eres el sitio del amor profundo,
De la alegría y del coraje y de
La espera necesaria de la muerte.
Eres la forma de nuestra existencia,
Eres la piedra en que nos afirmamos,
Eres la hermosa, eres la inmensa caja
Donde irán a romperse nuestros huesos
Para que siga haciéndose tu rostro.


REVOLUCIÓN NUESTRA, AMOR NUESTRO

El primer año, después del deslumbramiento y la certidumbre de la patria,
Ya sabíamos que los fuegos apagados en la Sierra
Volverían a encenderse, para que la isla se conservara
Como la habíamos soñado, como la habíamos conquistado.
El segundo año nos encontró con las armas en la mano, felices
De poder compartir el riesgo y la gloria
Que conocieran apenas ayer los hombres mejores,
Los de la barba y la esperanza en medio de la noche oscura.
Al tercer año estábamos enriquecidos con una gran victoria
Y llenos de más letras, más armas y más decisiones.

En el cuarto año, Revolución nuestra, amor nuestro,
Ya hemos muerto y renacido muchas veces,
Y ya sabemos del todo que eres inmortal, que eres hermosa y dura
Como los astros. Mejor aún: como el pueblo
Que te ha ido haciendo y que tú has ido haciendo,
Revolución nuestra, amor nuestro.



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