Antonio Benítez Rojo
(La Habana, 1931- Massachusetts, 2005)

“Estamos hechos con el ritmo de las olas”
Entrevista con Gustavo Tatis Guerra
(Editor Cultural, El Universal, Cartagena, Colombia)

      Antonio Benítez Rojo ha dejado sobre el aire una bocanada de humo para referirse al ser Caribe.
      La identidad es producto del deseo. Saborea el sabor del cigarrillo y precisa que el deseo se acompaña de conocimientos. No se aprende a ser colombiano mirando un mapa sino sintiendo una nación. Hay gente que no ha nacido en el Caribe que no tiene el sentimiento de la caribeidad.
      Entonces habla del ritmo y recuerda cómo los compositores Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán se interesaron en los años veinte en integrar la música negra y mulata a las orquestas sinfónicas. Una vez Caturla le dijo a Nicolás Guillén en una carta que el músico sí necesitaba de las fuentes afronegristas del poeta (“usted no me necesita y yo lo necesito a usted...”), porque según Caturla lo africano era una de las fuentes más ricas y poderosas de la música cubana. Se sentó frente al mar y encendió el único cigarrillo frente a la sombra de la ciudad vieja borrada por el resplandor de las olas. Antonio Benítez Rojo llegó temprano a la cita, y buscó entre sus bolsillos un cigarrillo Pielroja que se había humedecido con el rocío del mar, y con una parsimonia iluminada empezó a hablar de su infancia. Jamás pensé que terminaríamos hablando del mismo libro que rondó nuestra infancia: El Tesoro de la Juventud, aquellos veinte libros dorados que papá trajo a casa.
      Así se evoca ahora: “Yo veía gente que no estaba allí... cuando conocí más tarde a Julio Cortázar, tuve la sensación de que sus universos fantásticos me pertenecían. Siempre he creído que nadie ha superado a Cortázar. A mí me han conmovido además de Cortázar, Alejo Carpentier— El reino de este mundo y El siglo de las luces, William Faulkner con Absalón, Absalón, El sonido y la furia, Ernest Hemingway, el gran maestro del diálogo, García Márquez con Cien años de soledad y Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Hay más por supuesto”.


***

      La ciudad que mira desde el hotel parece barrida por la arena. La brisa levanta una nube y en el horizonte sólo se ve la imagen flotante de la ciudad vieja. Esa Cartagena que lo sedujo de niño en las historias de piratas es la que lo ha traído por múltiples razones a compartir su sabiduría en el Seminario Internacional de Estudios del Caribe. Le ha sorprendido que los muchachos le hablen de su libro La isla que se repite. Ha comprobado que sus pensamientos sobre el ser Caribe han tenido una tremenda irradiación entre lectores jóvenes. Ahora el cronista descifra en la libreta su pulso nervioso y su voz cansada al atardecer.
      —¿En qué momento de su vida empieza a tener conciencia del ser Caribe?
      — Allí está la pregunta: ¿Cómo descubrí el Caribe? ¿Cuándo tuve conciencia del Caribe? El primer momento es emocional, no es sentimental. Yo me crié en Panamá cuando tenía menos de un año, y regresé a Cuba cuando tenía seis años, a La Habana. Quedé fascinado en Panamá por las fortalezas, los cañones viejos, el casco antiguo de la ciudad, las ruinas que empecé a ver en el Caribe, a mí eso me fascinó desde muy niño. De modo que cuando yo llegué a La Habana lo primero que hice fue pedir que me llevaran a conocer las fortificaciones, El Morro, La Cabaña, después de eso, mi padre fue a trabajar un tiempo a Puerto Rico y cuando llegamos a San Juan de Puerto Rico, allá me encontré con la maravilla de sus fortalezas. Las murallas formaron parte de mis recuerdos de niño. Creo que justamente a través de las fortificaciones coloniales, tuve uno de mis primeros impactos emocionales con el Caribe.
      —¿A qué se dedicaba su padre?
      —Mi padre Antonio E. Benítez, era un hombre de negocios. Cuando estaba en Colón, Panamá, tenía el negocio de los cines. Era un ser muy imaginativo. Por ejemplo, cuando estrenaba las películas, digamos Las Cruzadas, años 30, entonces hacía una cabalgata y vestía la gente de cruzados por Panamá. Si había otra película— El infierno de Dante— a mi padre se le ocurrió hacer un libro en el infierno, la entrada misma al teatro era un espectáculo que semejaba un infierno. Tenía mucha imaginación para las cosas. Yo pienso que algo de él heredé. De mi madre —Nieves Rojo— viene el vínculo con la política. Es otra faceta. La familia de mi madre estuvo muy cercana a la lucha por la independencia. Mi abuelo Nicolás Rojo fue veterano de la guerra de independencia y capitán, perteneció al estado mayor de su primo, que fue un general muy conocido, el general Emilio Núñez. Esa combinación de historia épica e imaginación, por otro lado, dejaron en mí una huella imperecedera. Están bastante en mí.
      —Luego de leer el paisaje, la impresión de las fortalezas en el Caribe y de la historia familiar, ¿qué libros lo seducen de niño?
      —A mí me interesó la lectura desde mu y niño. Yo aprendí a leer casi solo antes de ir a Cuba. Tuve una lectura muy programada por el azar pero al mismo tiempo muy de acuerdo con mi edad. En los primeros años lo que más me interesaban eran los cuentos escritos para niños, recuerdo haber leído a Perrault, a los hermanos Grimm, toda la tradición europea de literatura para niños, todos estos cuentos de hadas, y de allí salté a los libros de aventuras: Julio Verne, Emilio Salgari, Alejandro Dumas, padre, básicamente esos tres. Cuando yo cumplí 10 años me regalaron una obra que era muy conocida entonces que se llamaba El Tesoro de la Juventud. Quedé fascinado con esto, leyendo todo lo que podía. Eran veinte libros, creo que era una edición hecha en América Latina, por parte de unos intelectuales españoles que habían venido a América Latina, en la Guerra Civil Española, y concibieron esta empresa de editar esta serie de libros. Lo que me impresionaba de estos libros era la variedad, uno podía pasar de la historia a las narraciones interesantes, a otro libro que se llamaba El libro de los por qué, otro era el libro de la poesía y el del reino de la naturaleza. Los libros estaban dentro del mismo tomo y uno podía pasar del uno al otro, esa estructura está mucho en mi manera de ver el mundo y en el acto de escribir mis libros, yo concibo los espacios múltiples . Creo que ese fue un buen entrenamiento.
      —¿En qué instante empieza a escribir?
      — Yo empecé a escribir una novela a los 14 ó 15 años. Era una novela fantástica. Muy influida por la literatura fantástica. Escribí como cien páginas a máquina, pero lamentablemente la abandoné y la boté. Uno de mis autores de ese entonces era Edgar Allan Poe. Una vez me encontré con esas páginas en una gaveta y decidí botarlas. Siempre era una ambición, una ilusión llegar a ser escritor, hasta el punto que cuando a mí me preguntaban qué quería ser cuando grande, yo decía que quería ser escritor. Todas las lecturas que había hecho hasta ese entonces, me animaban a soñar con ser escritor y en producir libros.
      —¿Había un autor cubano que le impresionara en ese entonces?
      —No. En ese entonces, no tenía un autor cubano. Me interesé por la literatura cubana, particularmente hasta que yo empecé a escribir en 1966. No quiere decir que no haya leído, por ejemplo, yo leí El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, cuando el libro salió, había leído algunos autores cubanos pero mi gusto por la literatura era universal, leía libros de todas las literaturas.
      —¿Hubo alguien que le estimulara doblemente la lectura de la historia y la vocación por la ficción?
      —No. Pienso que el incentivo mío de ir hacia la historia era relacionar las ruinas, las catedrales, las plazas y las viejas calles, con los cuentos, alrededor de esas fortificaciones. A ver, digamos, por ejemplo, uno lee, la toma de Cartagena, relacionar entonces, las murallas con la piratería. Una de mis grandes especialidades fue la piratería como lector juvenil, ya no solamente leía novelas como El corsario negro, El capitán Blow, sino que leía crónicas y libros de historia como Los bucaneros, de Kenneth, o crónicas de ataques como el de La Habana, la crónica de cómo fue incendiada Panamá por Henry Morgan. El entronque con la historia se produce básicamente en mí a través de la piratería.
      —¿Cuánto tiempo permaneció en Cuba?
      — Bueno, viviendo oficialmente en Cuba, yo siempre viajé mucho con mi f amilia, después, solo. Residí en Cuba desde los seis años. Yo nací en 1931. Sería desde 1937 hasta 1980, fecha en que me fui para los Estados Unidos. Durante esos años en Cuba viajé mucho porque mi padre y mi padre se divorciaron, entonces mi madre se casó con un hombre excelente, un segundo padre que era un funcionario de la compañía de teléfonos en Cuba, era un alto funcionario. Le tocó instalar el teléfono automático a Puerto Rico durante la guerra, viajaba casi todos los años a Nueva York, nosotros viajábamos bastante, además con mi padre y mi abuelo mientras estuvo en Panamá, también viajé. Por eso recuerdo algo de Cartagena de Indias, Buenos Aires, y por supuesto, nosotros viajábamos durante los veranos en barco , en aquella época no había vuelos entre Panamá y La Habana. Nos quedábamos a vivir en el verano en la casa del abuelo que era una casa enorme en donde confluían los primos, los tíos, de modo, que el barco fue algo muy familiar para nosotros, el barco es algo que yo puedo relacionar con mi interés por el Caribe. Eso era así todos los años. Había años en que viajábamos dos veces en barco por el Caribe y durábamos tres días en esa vivencia familiar. Mis primeros recuerdos en realidad son de los barcos.
      —¿Cómo se gestó y cuál fue el proceso de escritura de su libro La isla que se repite?
      —Escribí en el año 79 una novela que se llama El mar de las lentejas. Tenía el proyecto de escribir tres novelas sobre el Caribe y les puse el nombre a esa trilogía de novelas Mar de fondo. Pero ocurrió que cuando terminé esta novela me dí cuenta que yo no podía abarcar ni dar el Caribe a través de tres novelas. Tendría que haber sido una colección de veinte novelas. Pero yo no estaba en disposición de escribir, entonces concebí esa trilogía con distintos géneros. La novela El mar de las lentejas, puede verse como unja introducción al Caribe desde el siglo XVI. Es el Caribe visto desde Europa, son las dinámicas europeas que contribuyen a la formación del Caribe. Tiene cuatro relatos imbricados, uno de ellos es el segundo viaje de Colón, otra de las historias tiene que ver con la muerte de Felipe II en 1598. Entonces el segundo libro sería un libro de ensayos Un cuento sobre la guerra hispanoamericana, un cuento sobre la revolución haitiana, otro sobre la revolución cubana, etc. Eso estaba concebido pero a mí me demoró escribir La isla que se repite, en realidad yo no tenía una orientación fija en el sentido teórico.
      —¿Cuánto tiempo tardó entre pensar y escribir La isla que se repite?
      —Me tardé seis años entre pensarla y hacerla. Bueno, para la primera edición porque eso tiene tres ediciones, cada una de ellas ampliada. La última edición tiene doscientas páginas más que la primera. Pero para la primera edición me demoré seis años. Eso me ocurrió porque yo no encontraba un principio teórico que me sirviera, tenía que ser académico porque tenía que ser científico, no podía ser una cuestión de impresiones, a pesar de que yo tenía escritos varios ensayos tuve que recomenzar de nuevo cuando en el año 84 escuché una entrevista radial que le estaban haciendo a un periodista que se ocupa de las ciencias en los Estados Unidos, yo estaba manejando en medio de una tormenta rumbo a una conferencia, y el hombre que estaba en el radio hablaba por primera vez de la teoría del caos y de las investigaciones que se estaban realizando en ese entonces entre distintas ramas científicas, las matemáticas, cibernética y la astronomía, física general. Hablaba de la relación entre esos extraños fenómenos entre sí y esas extrañas respuestas- resultados, entonces se llegaba al planteamiento de que si aquello no sería una ciencia. Fue una aproximación teórica, eso está reconocidísimo hoy entre los científicos, hoy todas las carreras de la ciencia tienen programas simulando la tridimensionalidad de ciertas ecuaciones que hoy se pueden ver por el computador.
      Eso que yo estaba escuchando era parte de un libro que aparecería luego con el título Caos, una nueva ciencia. Allí me dí cuenta de algo. Como yo tengo un pasado de economista y de matemático— la rama que me interesaba a mí era la matemática— ese modo me permitía contar lo que yo pensaba del Caribe, con una coherencia científica, que en este caso es la coherencia del caos, si eres incoherente estás amparado bajo un modelo científico. que permitió que los científicos reconozcan. Fue allí cuando volví a escribir el libro con la perspectiva de ver el Caribe de todas las maneras posibles. A ver. Yo me explico. Por ejemplo no puedo decir, vamos a suponer, en mi patria, Cuba, las religiones afrocubanas son muy importantes, digamos, la santería. Yo no puedo estudiar el Caribe en esos términos porque en el Caribe hay mucho de eso. Y uno está contribuyendo a revelar un aspecto importante del Caribe. También por supuesto el Caribe es un mundo de plantaciones, de amos y esclavos, de negros y blancos, de ricos y pobres, las oposiciones binarias, las contradicciones sociales, económicas, están muy subrayadas. Ya no es solamente un punto de vista ambiental, sino que eso lo sufre el individuo. No es lo mismo ser negro que blanco en el Caribe, en general. De modo que este tipo de oposiciones que caracteriza el pensamiento moderno , que lo volvemos a ver en Marx, tenía al mismo tiempo una validez en el Caribe. Cuando yo empiezo a escribir este libro ya existía ese pensamiento en nombre de la postmodernidad y del post estructuralismo, que justamente lo que hace es tratar de desmantelar los discursos basados en oposición binaria para decir que es una simplificación y de que el mundo no se puede tratar a través de esta dicotomía. Lo que yo veo es la imposibilidad de llegar a los orígenes, como si no tuviéramos orígenes, porque nuestros orígenes están dispersos por el mundo. En el sentido cultural tenemos componentes que provienen de distintos lugares de Europa, de distintos lugares de África y de América. Es imposible señalar específicamente de dónde. Se ha hablado mucho de que somos una cultura criolla, mestiza, sincrética. Lo que me permitía tratar las tres cosas simultáneamente era el caos, porque la modernidad y la postmodernidad se proponen como discursos de aproximación científica. ¿ Cómo se puede ser moderno y postmoderno a la vez? ¿Cómo se puede conciliar una diosa orisha —Ochún— con una teoría marxista? En la teoría del caos existe la posibilidad de tratar el Caribe en toda su integralidad.
       —¿De qué manera puede percibirse el Caribe como un mar que resuena en el oleaje del mundo y del universo sin perder su esencia?
      —Hay que tener claro de que no es que el Caribe sea el mundo. Hay aspectos del Caribe que son imposibles de separar del mundo, y una de ellas es la cultura. Necesariamente tenemos que relacionar el Caribe con el mundo. No nos sirve separarlos.
      El hecho que una persona haya nacido en algún lugar del Caribe no quiere decir que tenga la misma identidad. Yo creo que la identidad es producto del deseo. Si alguien ha nacido en la Costa eso no quiere decir que sea costeño. La posición que uno adopte, es posible que tenga la posición de otra región. Hay semejanzas evidentes en todo el Caribe, pero hay que tener elementos de juicio: tú no serías colombiano si no te han enseñado a ser colombiano Mucha gente nació en el Caribe pero no es caribeña, no tienen el sentido ni el sentimiento de la caribeidad. Yo puedo seguir siendo cubano y caribeño a la vez, o si no paso a la siguiente, yo soy cubano, me relaciono con las Antillas que hablan español, desde República Dominicana hasta Puerto Rico y hasta allí llegué. Entonces ese cubano viaja y entonces acepta que en las costas de Colombia y Venezuela se habla español y hay mucho en común, pero Jamaica que está al lado de Cuba, y Haití que también está cerquita, son visibles desde la Sierra Maestra, una cercanía que entraña a la vez una aparente barrera idiomática. No hablan español. Hablan inglés y francés, y es Caribe. Hay allí un elemento impuesto por el colonizador. Pienso en primer lugar que la expresión cultural más importante que hay en el Caribe es la música y la danza. No es la literatura, a pesar de contar con un García Márquez o un Alejo Carpentier. Es la música y la danza por la razón de que el origen común de todos nuestros pueblos es un origen de gente ágrafa, gente analfabeta. Esa expresión se ha sostenido por tradición oral. A través de la cultura africana hemos heredado unos valores rítmicos, que son recordados y narrados, el ritmo hace recordar. El ritmo para nosotros es crucial. Ya no sólo el ritmo percutivo sino el ritmo interior que nos permite vivir lo percutivo en la existencia cotidiana, un ritmo que se da en el caminar, en el hablar, percibir la realidad. Estamos hechos con el ritmo de las olas...


***

      Antonio Benítez Rojo se ha ido.
      Era un gran narrador, ensayista y humanista. Había nacido en La Habana, en 1931. Su fallecimiento ocurrió en la noche del miércoles 6 de enero de 2005, en Northamptson, Massachusetts, tras una complicación pulmonar y cardíaca, resultado de un aneurisma. Había sido operado y su estado de salud se mantuvo en estado crítico, hasta el punto que tuvieron que amputarle la pierna izquierda. Tenía 73 años.
      En 1963, sintió que su vida cobró un rumbo distinto, luego de sufrir una fractura de la columna, y enyesado en su cama, empezó a leer los cuentos de Julio Cortázar. Había sido hasta entonces, un empresario exitoso y el director del departamento estadístico del Ministerio de Trabajo, al llegar Fidel Castro al poder.
      “Cuando terminé de leerlo, sentí que todo eso era muy afín a lo que yo llevaba por dentro”, recordaría después.
      En 1967 ganó el Premio Casa de las Américas con Tute de Reyes y el Premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) por “El escudo de hojas secas” (1968). Fue director del Centro de Estudios Caribeños de Casa de las Américas hasta su deserción en París en 1980. Sus obras: “Tute de Reyes” (cuentos), 1967, “El escudo de hojas secas” (cuentos), 1969, “Los inquilinos” (novela), 1976 “Heroica” (cuentos), 1977 “El mar de las lentejas” (novela), 1979, “Antología Personal”, 1997, “La isla que se repite: el Caribe y la perspectiva posmoderna” (ensayo), 1998, “Mujer en traje de batalla” (novela), 2001.

      Frente a la ciudad que se borraba con los golpes del agua, Benítez Rojo volvió a referirse a la noción de nostalgia e identidad. “El eterno paisaje del mar nos ha hecho mirar hacia fuera, hacia el horizonte, es decir, ser un pueblo extravertido, sonriente y generoso con el forastero. Esto no es nada nuevo, pues millares de ingleses, franceses y alemanes lo han reconocido en sus libros de viaje. Pero hay algo más difícil de observar que también es nuestro. Una tristeza húmeda y secreta que rara vez compartimos, tristeza producto de nuestro aislamiento microcósmico, de nuestra soledad en medio de tanto sol y tanto turista; sentimiento que expresa magistralmente la voz caboverdina de Cesaria Evora. Es ésta soledad de náufrago la que frecuentemente nos ha empujado a abandonar nuestras playas en busca de otras tierras más amplias, más pobladas, más ricas; capitales científicas y tecnológicas donde se nos ocurre que pasan cosas de importancia mayúscula.”
      Pero entonces, ahora el cigarrillo de Antonio Benítez ha sostenido una íntima batalla contra el viento y la húmeda tristeza de sus labios.
       “Con el tiempo nos desencantamos y viene la nostalgia del mar y de la brisa, de las modestas catedrales,, de las fachadas barrocas y los cañones herrumbrosos, de las palmeras y el carnaval. A veces demoramos en regresar, y eso es triste. Y es que, para no exiliarnos irrecuperablemente, necesitamos la idea de que pertenecemos a una gran patria, de que no navegamos solos; necesitamos la certidumbre der que individualmente hemos hecho parte de una gran historia y cultura colectivas; necesitamos, en fin, saber más de nosotros mismos, los pueblos del mar”.




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