Juan
Rulfo
(1918-1986)
El arte narrativo en tres
cuentos de Rulfo
por
Donald K. Gordon
Helmy F. Giacoman, Editor. Homenaje
a Juan Rulfo.
Variaciones interpretativas en torno a su obra.
Long island City: L. A.
Publishing Company, 1974
pp. 349-360
Refiriéndose
a la novelística hispanoamericana, Juan Rulfo ha dicho que «la gran
novela de acá no podría hablar de otra cosa que no sean la miseria y la
ignorancia»[1]. La colección de cuentos de Rulfo titulada El llano en
llamas[2] demuestra que este punto de vista sobre la novela es
aplicable también a sus propios cuentos. En efecto, la nota dominante en
ellos es la adversidad, una adversidad perenne en la naturaleza y en lo
humano. Los quince cuentos que se encuentran en la colección versan sobre
la muerte, sobre las injusticias de tipo social y económico que
inevitablemente terminan en la destrucción y la muerte.
No sería
únicamente esta grave y constante preocupación por los problemas
sociales que le haya proporcionado a Rulfo un lugar eminente en las letras
actuales. Es precisamente el valor literario de su narrativa, juntamente
con la preocupación social que de ella se desprende, lo que a Rulfo le
distingue. Mariana Frenk menciona elogios de la crítica que a
propósito de El llano en llamas nos habla de «la originalidad de
la técnica, el vigoroso tratamiento del tema, el poder evocador del
lenguaje»[3].
La obra de Rulfo
refleja fielmente el dictamen de Mark Schorer que la técnica debe
considerarse como el único instrumento válido para descubrir, explorar y
desarrollar el tema, para comunicar su sentido y, finalmente, para
evaluarlo[4].
En este trabajo nos
proponemos mostrar cómo Rulfo utiliza eficazmente la técnica para
reflejar la penosa vida de sectores desafortunados de nuestra sociedad. En
los cuentos que vamos a estudiar encontramos rasgos básicos del arte de
Rulfo que están representados en tres diferentes maneras de narrar:
monólogo ininterumpido, completo (por ejemplo, en «Macario»);
monólogo con diálogos ocasionales recordados por el monologuista mismo
(por ejemplo, en «Nos han dado la tierra»), y el cuento que se
desarrolla a través del diálogo, con intervenciones descriptivas por
el autor mismo (por ejemplo, en «No oyes ladrar los perros»).
Rulfo prefiere la
narración en primera persona. La intensidad que este método narrativo es
capaz de impartir al drama humano está bien ejemplificada en «Macario».
En este cuento, concebido desde el punto de vista de un solo personaje, el
autor nos lleva únicamente a donde va Macario y sólo nos permite saber
lo que Macario piensa y siente. El cuento, publicado a mediados de los
años cuarenta[5], muestra la gran preocupación de Rulfo por los seres
humanos víctimas de la desgracia, y cómo Rulfo logra transmitir esa
preocupación convertida en creación literaria. Los pensamientos
desordenados de Macario, fruto de una mentalidad anormal, surgen en una
profusión incontrolable. Encontramos a Macario sentado en una
alcantarilla cerca de su casa, esperando para matar cualquier rana que se
aventurara a salir de la alcantarilla. Su madrina, cuyo sueño se había
visto interrumpido la noche anterior por ruidosas ranas, y que ahora
deseaba dormir, lo había enviado allí. Un sinfín de pensamientos
confusos se suceden en la mente perturbada de Macario, revelando su
personalidad sicopática. Perseguido por el temor de irse al infierno,
Macario tiene, además, obsesión por la comida. Está agradecido a su
madrina por el alimento que le proporciona, pero muestra aún más afecto
hacia Felipa, la criada, quien satisface su sensualidad. Otra manía que
le persigue es la de golpearse la cabeza contra los pilares y contra el
suelo. Si no se le han atado previamente las manos, no deja que cicatricen
las heridas sufridas a manos de aquellos que se divertían apedreándole,
y se las abre de nuevo. Mata a las cucarachas en su habitación, pero no
a los grillos.
Esta información
se proporciona en repeticiones sucesivas del tipo apropiado a una mente
desequilibrada. Así el lector casi desde el principio se entera de su
deseo insaciable de la comida: «yo siempre tengo hambre y no me lleno
nunca» (p. 10) —aseveración que luego reitera—, «mi madrina... sabe
lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me
acaba el hambre» (p. 14). Mientras tanto corren sus pensamientos de estar
en la iglesia, a acusaciones de que ha ahorcado a alguien, a experiencias
sensuales con Felipa, a una manía por golpearse la cabeza, a matar las
cucarachas (perdonando los grillos) y a su temor del infierno. Esparcida
sobre varias partes del monólogo es una narración de las cosas que ha
comido o bebido: su porción de comida y a veces la de Felipa, leche de
cabra, leche de cerda, flores de obelisco, leche de los senos de Felipa,
arrayanes, granadas, garbanzo y maíz destinado a los cerdos.
No hay divisiones
de párrafo en parte alguna. Los pensamientos vagantes de Macario
constituyen la historia misma, el éxito de la cual se encuentra en el
hecho de que la cohesión artística se logra a la vez que la incoherencia
de Macario se transmite, incoherencia que ilumina las profundidades mismas
del alma. La repetición difusa contribuye a la percepción de caos
mental. En varios momentos Macario nos cuenta su afecto por Felipa (pp. 9,
10, 11), y también nos menciona aquellos que quisieran apedrearle a toda
oportunidad (pp. 10, 12, 13-14). La condición de su mente se refleja
cuidadosamente a través de una asociación extraña de ideas. Las ranas
son verdes y los sapos negros. Los ojos de su madrina son negros y los de
Felipa verdes, como un gato. La leche de Felipa tiene el sabor de las
flores de obelisco. La sangre de sus heridas también tiene un sabor
agradable, pero no se parece al sabor de la leche de Felipa. Golpearse la
cabeza contra el suelo suena como un tambor, el tambor que acompaña a
la chirimía en las procesiones religiosas. Inmediatamente está
amarrado a su madrina en la iglesia y oye el compás del tambor; su
madrina dice que si hay chinches y cucarachas y alacranes en su cuarto es
porque está destinado a arder en el infierno si sigue con su manía de
golpearse la cabeza contra el suelo. Lo que él desea oír es el tambor,
como si estuviese en la iglesia, y en la iglesia puede sentir un golpeo
sobre la voz del cura: «El camino de las cosas buenas está lleno de luz.
El camino de las cosas malas es oscuro» (p. 12). Mientras aún está
oscuro, sale de su cuarto para barrer la calle y regresa antes del
amanecer. El hecho de que Macario cita la aseveración del cura,
conjuntamente con el período de su propia actividad, significa que para
él los sentidos figurativo y real son iguales.
Él está
obsesionado con la comida y a la vez con el infierno, y estos dos
conceptos son relacionados: «Porque yo creo que el día en que deje de
comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al
infierno» (p. 14). El uso del diminutivo aquí, y en su imaginada
presencia en su cuarto —«ahora me estoy quietecito» (p. 13)—, presta
acuidad a la imaginación intensa de Macario. La intensidad también se
genera a través del uso del pronombre reflexivo «me», como en «me
estoy», o «comiéndome las flores de su obelisco» (p. 14). Es notable
cómo Rulfo utiliza artísticamente las flores de obelisco para reflejar
la turbulencia de la mentalidad de Macario, y conjuntamente como elemento
unificador en la historia. Macario dice que Felipa es muy buena con él,
por eso la quiere, y después agrega: «La leche de Felipa es dulce como
las flores de obelisco» (p. 10). De acuerdo con el carácter de
Macario, hay en primer lugar un símil que revela sus deseos anormales en
lo que de comida se trata; luego hay la aseveración explícita «muchas
veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre» (p. 11), y,
finalmente (después de tratar varios asuntos), esta conclusión: «De lo
que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de
Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a
las flores de obelisco...» (p. 14). La imagen de que Macario relaciona la
leche de Felipa con las flores de obelisco es así constante; sus
pensamientos vagantes están estéticamente enlazados.
El lenguaje de
Macarlo es simple y expresivo. Cuando le agarra el temor del infierno,
dice él, «me gusta darme mis buenos sustos» (página. 11). Lo natural
es una característica de su habla. Su «mejor seguiré platicando... »
(p. 14) es el lenguaje del uso diario[6]. Los símiles son siempre muy
relacionados a las experiencias de Macario. Él descubre que «las
cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa» (p. 13). La
anormalidad de Macario es revelada no solamente por los actos, los cuales
reclama sin cohibiciones, pero también por su mente indisciplinada, la
cual es captada por Rulfo con una profusión de expresiones breves y
puntos suspensivos.
Rulfo encierra las
aberraciones de Macario dentro de un marco bien tejido. Su madrina dice
que las ranas no la dejaron dormir; por eso su posición inicial de estar
de guardia «sentado a la alcantarilla aguardando a que salgan las
ranas» (p. 9). Al final, después de vuelos de fantasía que lo llevan a
la iglesia, a la calle y a su cuarto, por supuesto aún está sentado
físicamente «junto a la alcantarilla esperando a que salgan las
ranas» (p. 14), sabiendo que su madrina se enfurecería si su sueño
fuese interrumpido por las ranas. Ninguna ha salido, dice él, «en todo
este rato que llevo platicando» (p. 14). Lo mejor que puede hacer
mientras espera es continuar hablando, y vuelve a los pensamientos de la
leche de Felipa y las flores de obelisco, dejando la impresión de una
mente que gira sin descanso y sin esperanza.
«Macario» es un
drama intenso en miniatura, que desnuda la desolación de toda una vida.
Los pensamientos repetidos y una asociación de ideas sorprendente ayudan
a establecer el carácter de Macario. La narración en primera persona, el
único medio de trazar su introspección, presta una intensidad especial a
sus emociones e imparte vida a Macario[7]. A pesar de su mente vagante, su
monólogo sigue un diseño explícito.
Notas
Notas [1] Citada en Prensa de Reynosa (Monterrey, 12 julio 1964). 2
Se refiere a la quinta edición (México, abril 1961).
[3] Mariana Frenk, «Pedro Páramo», Universidad de México, XV, 2
(julio 1961), 18.
[4] «Technique is the only means [the writer] has of discovering,
exploring, developing his subject, of conveying its meaning, and, finally,
of evaluating it.» Mark Schorer, «Technique as discovery», en Ray B.
West (Ed.), Essays in modern literary criticism (Nueva York, 1962),
p. 190.
[5] Según Jesús Arellano en «Juan Rulfo y el cuento», El Nacional
(8 enero 1954), «Macario» apareció, cerca de 1945, en la revista
literaria Pan, la cual fue publicada en Guadalajara por Juan José
Arreola, Antonio Alatorre y Rulfo. Definitivamente, el cuento fue
publicado en América. Revista mensual. Tribuna de la democracia.
Núm. 48 (junio 1946), pp. 67-72.
[6] En una entrevista con Bambi, el creador de «Macario» emplea una
expresión notablemente similar: «Mejor vamos platicando.» Bambi, «
‘La cordillera’, nuevo libro de Juan Rulfo», Excelsior (16 abril
1963).
[7] «Macario», producida por Clasa Films Mundiales, fue un gran éxito
artístico y financiero. V. Efraín Huerta, «‘Pedro Páramo’ para
Nacho López Tarso...», Diario de México (8 enero 1963).
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