Álvaro Cepeda Samudio
(Barranquilla, Colombia, 1926 - Nueva York, 1972)

En este pueblo ya no canta la lechuza
Los cuentos de Juana
(con dibujos de Alejandro Obregón)
(Barranquilla: Aco, 1972, 76 págs.)



      —En este pueblo ya no canta la lechuza, Juana.
       —La lechuza no canta; no ha cantado nunca.
       —Sí, la lechuza canta.
       —La lechuza grazna tal vez como el cuervo, pero no canta.
       —Sí canta: lo que pasa es que ya tú no tienes oídos para oirla.
       —Casi todas las noches la siento pasar; oigo su ruido: como un aleteo, pero no el canto.
       —No oyes el canto, Juana, porque en este pueblo ya no canta la lechuza.
       —Pero sí la oigo pasar.
       —Pasa todas las noches; como ha pasado siempre desde hace muchísimos años; como seguirá pasando todas las noches. Pero ya no canta.
       —Como yo casi nunca duermo se perfectamente cuándo pasa. Déjame decirte cómo la oigo.
       —Yo duermo menos que tú: no tienes que decirme nada.
       —Primero siento como un crujido, como de barco amarrado, pero un crujido redondo, no agudo.
       —Yo extraño su canto.
       —Y luego como una exhalación, pero no luminosa sino oscura.
       —La lechuza es blanca.
       —La que yo siento es gris.
       —Cuando canta es blanca.
       —Entonces es por eso que yo no la oigo cantar.
       —No, no es por eso.
       —Pasa como una exhalación, ya te dije.
       —Sí, ya me lo dijiste: pero no es eso.
       —Pasa, pero no regresa. Me he quedado despierta toda la noche, hasta muy de mañana, cuando ya el calor no me deja seguir en la cama, y no la he sentido regresar.
       —No regresa nunca porque no es la misma.
       —¿No es la misma?
       —No.
       —¿Vas a decir que la lechuza que pasa todas las noches sin poder cantar, como tú dices, es simpre diferente?
       —Es siempre diferente.
       —Se necesitaría que hubiera millones de lechuzas.
       —Hay millones de lechuzas.
       —Pero no puede haber tantas. Yo la oigo pasar desde hace muchísimos años, todas las noches, inmancablemente.
       —Hay tantas.
       —¿Pero por qué no puede ser la misma?
       —Porque cuando la lechuza pasa y no puede cantar, no regresa.
       —¿Y a dónde va entonces?
       —No sé. Tal vez se muere.
       —¿Se muere?
       —Tal vez.
       —No puede ser, no puede haber tantas lechuzas muertas: no hay un sitio donde quepan tantas lechuzas muertas.
       —Debe haberlo.
       —Olería: olería a lechuza muerta. Hasta aquí olería a lechuza muerta.
       —Puede que el sitio esté muy lejos de aquí.
       —No puede estar muy lejos: mira, la lechuza pasa siempre alrededor de las dos de la mañana, y la lechuza no vuela tan rápidamente como la paloma de río, o el barraquete.
       —¿Y eso qué tiene que ver?
       —Verás: si pasa a las dos de la mañana y no vuela muy velozmente y el lugar a donde tiene que llegar es muy lejos, a la lechuza se la cogería el día.
       —Y no vuela de día.
       —No, no vuela: se vería.
       —Podría esconderse.
       —¿Y esperar hasta que llegue la oscuridad para seguir volando hacia el sitio donde se va a morir?
       —Sí.
       —Es tonto. ¿Por qué querría morirse?
       —Porque no pudo cantar.
       —Pero hay pueblos entre éste y el sitio a donde van las lechuzas. ¿Por qué no canta en otro pueblo?
       -—No sé. Lo que sé, Juana, es que en este pueblo ya no canta la lechuza.
       —Ya me lo dijiste. Pero no es eso: por qué todas las lechuzas que no pueden cantar en este pueblo, que tú dices que no pueden cantar y que yo digo que la lechuza no canta porque es un pájaro que no canta, como el manto güiví, que es verde cuando nace y se vuelve lindo, azul, como de pelotica de lavar, la que tiene una cabeza de indio en el paquete, pero no canta: o como el cucarachero, que es feo y tampoco canta, porque no todos los pájaros tienen que cantar. ¿Por qué, te pregunto, todas las lechuzas tienen que ir a morirse a un mismo sitio?
       —Porque las lechuzas son como los elefantes.
       —¿Y qué tienen que ver los elefantes con las lechuzas?
       —Que van a un mismo sitio a morirse.
       —Supongo que no dirás ahora que los elefantes se mueren también como las lechuzas porque no pueden cantar.
       —No, es diferente. Se mueren de viejos.
       —Pero no cantan, no cantan como no cantan las lechuzas.
       —La lechuza canta.
       —No canta.
       —Sí canta: lo que pasa Juana es que en este pueblo ya no canta la lechuza.
       —Pero ¿por qué? Pero ¿por qué en este pueblo ya no canta la lechuza, si es verdad que alguna vez ha cantado? ¿Por qué ya no canta la lechuza?
       —Porque ya en este pueblo no quedan virgos. Porque desde que llegó tu abuelo a vivir en este pueblo, Juana, ya no quedan virgos. Y la lechuza solamente canta cuando hay virgos.
       —Yo nunca he oído cantar a la lechuza.




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