Apolinar Núñez
(Baitoa, República Dominicana, 1946)


Muestra de poesía fuñona
Por
Enriquillo Sánchez




         Sí, Apolinar Núñez se ha convertido en un fenómeno decididamente fuñón. Los pocos que lo conocen —todavia no ha llegado al gran público, cosa que quizá no le interesa— le restan importancia. Se le escucha con una sonrisa de extrañiamiento, al par que se explota en carcajadas cuando uno de sus versos nos llega al rostro como un jab de izquierda duro y terrible. Después de reír nos olvidamos de poeta... Porque Apolinar Núñez es poeta, aunque nos duela, aunque nos irrite, aunque nos escandalice. Con él no basta la carcajada. Quedamos atrapados en esa carcajada, apuñaleados por su mordacidad de buitre que se resiste a morir, de buitre tierno y llorón, avergonzado de sus propias lágrimas y jugueteando como niño en su propio estiércol. Si no fuera por el llanto maldecido y abjurado se podría decir que Apolinar Núñez es un guerrillero de la poesia: acosa por el lugar menos esperado, sorprende con una emboscada absurda, apenas da el frente, dispara por la espalda. Guerrillero o no, Apolinar Núñez es poeta. El mismo pide al reseñador que lo proclame poeta. Ocurre que el bombre de Baitoa se recrea en el cinismo. Quiere para sí un título que nadie puede concederle porque él lo posee a fuerza de palabras, de miedo, de rabia. Aspira a un título que su humor de tierra adentro le ha otorgado. Debe quedar claro de una vez por todas: Apolinar Núñez es poeta y uno de los tres mejores poetas —junto a René del Risco y a Luis Manuel Ledesma— de todas las promociones literarias que han surgido después de la muerte de Trujillo.
         La poesía de Apolinar Núñez es de raíz pequeño burguesa. Se podría objetar la vinculación, algo manida, de clases sociales y poesía.
         Pero es así, objetiva, clara, terminantemente. La desesperación, el dolor con carcoma, el cinismo, la sátira, el desprecio, convierten la poesía de Apolinar Núñez en la poesía de una clase sin salida, que agoniza y patea, que muere escandalizando. La lucidez de su poesía es la de una clase que conoce su miseria y su condena. Provinciana y audaz, artera y desfachada, golpeante y burlona, esa poesía se desnuda, impúdica y perversa, antes los ojos del lector como se desnudan todos los espejos, sin sonrojo. No se prostituye nunca, sin embargo. Ella no da tregua. Nunca se canta ni se llora. Llora desde dentro pero lo hace para herir. Y lo logra...
         Dentro del contexto de la poesía bisoña dominicana es la de mayor fuerza original. Del Risco y Ledesma manejan mejor el instrumento pero no poseen el salvajismo expresivo de Núñez, su candiez primigenia, su castidad maligna. Son poetas mejores pero no superiores at autor de Poemas decididamente fuñones. Por un curioso mecanismo inocentemente dialéctico Apolinar Núñez se ha convertido en un laxante urgentísimo para la legión de poetas bisoños que afortunadamente padecemos. No se pide que copien su pésima puntuación ni sus prosaísmos lamentables. Sólo se recomienda su rechazo retórico, su vitalidad, su desprecio de la grandilocuencia, su independencia, su tierna y mortífera estrategia, su odio digno y -digámoslo- viril. Al único que cabe recordar en el caso de Núñez es a Nicanor Parra, el chileno renegado, pero Parra es, aunque agudo, artificial —recordemos los Artefactos— y efectista, mientras que a Núñez la voz le brota de las entrañas y le viene de donde le dicen Cirilo.
         La eficacia poética de Apolinar Núñez tiene sus secretos y sus claves. Los diminutivos y la naturalidad que no pretende decirnos nada son algunos de ellos. Las malapalabras también. En medio de un poerna “al clásico modo” nos soprende y nos fulmina. Entonces uno le ve el rostro a la Poesía, con mayúscula, esa poesía que hoy se nos muere en las manos, esmirriada y aterida. Apolinar Núñez es el varón de la poesía.
         Quiere serlo y lo es.



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