Augusto Roa Bastos
(Asunción, Paraguay, 1917 - Asunción, 2005)

Contravida (1994)
(Asunción del Paraguay: Ediciones El Lector, Colección Literaria, 1994, 264 págs.)


A mi pueblo de Iturbe

Primera parte
1

      Lo primero que percibí de mi cuerpo fue el hedor a carroña.
       En la postura lisiada de los condenados, estaba semihundido en el lodo y la maleza. A través de las bolsas sanguinolentas de los párpados, veía borrosamente mi cuerpo, negro de moscas, de avispitas chupadoras, de las temibles hormigas tahyi-rë que subían en hileras por mis miembros.
       El vaho salobre del viento que soplaba desde la bahía me escocía las grietas purulentas de las heridas, más que los insectos. El calor y la muerte se movían en el mismo viento.
       No me sentía del todo muerto, pero hubiera deseado estarlo como los demás.
       Llevé con gran esfuerzo la mano sobre el pecho. Per¬cibí los latidos de la sangre que se esparcía por el cuerpo como arena. El corazón de un muerto no late, pensé en el vértigo ondeante de la pesadilla.
       Esa arena de sangre seca corriendo por mis venas formaba parte de esa pesadilla que ya no iba a cesar.
       No era cadáver aún, pero llevaba la muerte en el pecho. Un enorme y ácido tumor Me llenaba todo el cuer¬po. Ocupaba mi lugar.
       Ese tumor era lúgubre porque era todavía existencia.

       Unas mujeres de la Chacarita me habían recogido de noche en una carretilla y me llevaron a un rancho lleno de humedad, de miseria, de luto.
       ¿Por qué en la Chacarita, ese lugar de inundaciones, de matones seccionaleros, de suntuosas mansiones de nuevos ricos, de pobladores sumidos en la miseria ab¬soluta?
       ¿Qué fuerza de atracción, de instinto, de presenti¬miento, me había llevado hasta ese lugar?
       Yo estaba inconsciente, de modo que en los primeros días no me daba cuenta de nada.
       No podía explicarme nada. No recordaba nada.


2

       Por esas mujeres supe después que había estado ya¬ciendo en el barro del potrero desde hacía por lo menos tres días, cuando empezó a propalarse por radio y tele¬visión la noticia de la fuga.
       El azar es mi aliado, mi cómplice.
       Sé que es también mi mortal enemigo. Juega conmigo de las maneras más astutas y extrañas. Vivo bajo su signo y es seguro que bajo su signo exhalaré también el último suspiro.

       Los recuerdos no eran para mí ahora más que los he¬chos relatados confusamente por esas mujeres que me observaban entre alarmadas y compasivas.
       Me rodeaban sus siluetas oscuras, intemporales. Para ellas no existía el tiempo. Sólo la inmediata memoria del presente. En esa memoria de lo inmediato había en-trado un desconocido a punto de morir. Era todo lo que sabían.
       Secreteaban entre ellas sus comentarios en voz baja como en el adelantado velorio de alguien a quien la muerte sólo ha concedido una tregua.




Literatura .us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar