Mario Benedetti
(Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó,
Uruguay, 14 de septiembre del 1920 — Montevideo, 17 de mayo de 2009)


Envío
(Despistes y franquezas, 1989)

Cuando la vida se detiene, se escribe
lo pasado o lo imposible

JOSÉ HIERRO


      Este libro, en el que he trabajado los últimos cinco años, es algo así como un entrevero: cuentos realistas, viñetas de humor, enigmas policíacos, relatos fantásticos, fragmentos autobiográficos, poemas, parodias, graffiti.
      Confieso que, como lector, siempre he disfrutado con los entreveros literarios. Cortázar, sin ir más lejos, fue todo un especialista (ver: La vuelta al día en ochenta mundos, Último round, Salvo el crepúsculo) pero en América Latina también cultivaron el amasijo gentes tan sabias como Oswald de Andrade (con las «invenciones» de su célebre Miramar), Macedonio Fernández (con su regodeo en el absurdo) y el más cercano Augusto Monterroso (con su espléndido humor).
      De antiguo aspiré secretamente a escribir (salvando todas las imaginables distancias) mi personal libro-entrevero, ya que siempre consideré este atajo como un signo de libertad creadora y, también, del derecho a seguir el derrotero de la imaginación y no siempre el de ciertas estructuras rigurosas y prefijadas. Me doy cuenta de que si no lo hice antes fue primordialmente por dos motivos: no haberme sobrepuesto a cierta cortedad para la ruptura de moldes heredados, y, sobre todo, no haber desembocado hasta hoy en el estado de ánimo, espontáneamente lúdico, que es base y factor de semejante heterodoxia.
      Ahora, tras haber asimilado los vaivenes y desajustes del exilio, y también los entrañables reencuentros y algunas inesperadas mezquindades del exilio, me siento por fin lo suficientemente suelto como para intentar mi caleidoscopio, antes de que esos setenta que ya despuntan en mi horizonte, me den alcance con su gesto adusto.
      Hay obras en que uno sufre cuando las escribe: otras, en que uno disfruta. Libros dolorosos tengo varios, más que suficientes. De auténtico disfrute, sólo dos: El cumpleaños de Juan Ángel (que en cierto sentido es un croquis de entrevero: novela en verso) y éste que aquí se abre. El título, Despistes y franquezas, ya lo había usado, quince años atrás, para designar unas breves tramoyas en prosa que introduje en un libro de versos, Poemas de otros. Ya entonces, en cada despiste había un poco de franqueza, y también viceversa. O sea que el entrevero viene de lejos. Creo, sin embargo, que el título se acomoda mejor al material de este volumen que a aquel lejano par de páginas, y es por eso que lo he rescatado.
      Algunos de los textos aquí incluidos fueron adelantados por publicaciones de Montevideo (Brecha, Cuadernos de Marcha, Movimiento), Buenos Aires (Página 12, El Periodista), Caracas (Nueva Sociedad), La Habana (Casa de las Américas), Quito (Nueva), Ciudad de México (La Jornada), Madrid (El Independiente, Diario 16) y Barcelona (Hora de Poesía). El relato «Recuerdos olvidados» fue publicado en 1988 como anticipo de este libro por la Editorial Trilce, de Montevideo, y el titulado «Vaivén» integró la antología erótica Cuentos de nunca acabar, publicada también en ese año por la misma editorial.
      Reconozco que Despistes y franquezas padece (o quizá disfruta) de cierta inarmonía, ya que abarca, desde relatos casi tenebrosos hasta cuentitos poco menos que cursis. ¿Importa eso demasiado? Tengo la esperanza de que las discordancias en cadena generen (como a veces ocurre en la música) una nueva armonía. Lo cierto es que cando los temas empezaron a golpear en mi puerta (es una forma de decir que comenzaron a meterse en mi incompatible libreta y en mi compatible ordenador) no les pregunté la procedencia ni el color ni la raza; mucho menos, el género.
      Por otra parte, quiero que este libro, en cuya escritura he disfrutado más que en ningún otro, sea una suerte de reconocimiento a mi lector, ése que durante nueve lustros me ha acompañado, me ha estimulado y en algunos lapsos (incluido alguno bien reciente) fue mi único apoyo. Pienso que al cabo de tanto amor anónimo, se ha hecho acreedor a mi gratitud con nombre y apellido.
      Ése es un entrevero que, justo es decirlo, yo habría deseado particularmente alegre, algo así como un brindis privado entre autor y lector, en conmemoración de nuestros cuarenta y cinco años de mundo compartido, pero está visto que en estos tiempos es casi imposible esquivar totalmente el dolor. Aun así confío en que, aquí y allá, hayan sobrevivido la voluntad y la vocación de juego. Y éstas son para usted, lector-mi-prójimo.

M.B.

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