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Mario
Benedetti Puntero izquierdo A Carlos
Real de Azúa Vos sabés las que se arman en
cualquier cancha más allá de Propios. Y si no acordate del campito del
Astral, donde mataron a la vieja Ulpiana. Los años que estuvo
hinchándola desde el alambrado y, la fatalidad, justo esa tarde no pudo
disparar por la uña encarnada. Y si no acordate de aquella canchita de
mala muerte, creo que la del Torricelli, donde le movieron el esqueleto al
pobre Cabeza, un negro de mano armada, puro pamento, que ese día le dio
la loca de escupir cuando ellos pasaban con la bandera. Y si no acordate
de los menores de Cuchilla Grande, que mandaron al nosocomio al back
derecho del Catamarca, y todo porque le había hecho al capitán de ellos
la mejor jugada recia de la tarde. No es que me arrepienta ¿sabés? de
estar aquí en el hospital, se lo podés decir con todas las letras a la
barra del Wilson. Pero para jugar más allá de Propios hay que tenerlas
bien puestas. ¿O qué te parece haber ganado aquella final contra el
Corrales, jugando nada menos que nueve contra once? Hace ya dos años y me
parece ver al Pampa, que todavía no había cometido el afane pero lo
estaba germinando, correrse por la punta y escupir el centro, justo a los
cuarenta y cuatro de la segunda etapa, y yo que la veo venir y la coloca
tan al ángulo que el golerito no la pudo ni pellizcar y ahí quedó
despatarrado, mandándose la parte porque los de Progreso le habían
echado el ojo. ¿O qué te parece haber aguantado hasta el final en la
cancha del Deportivo Yi, donde ellos tenían el juez, los línema, y una
hinchada piojosa que te escupían hasta en los minutos adicionales por
suspensiones de juego, y eso cuando no entraban al fiel y te gritaban:
"¡Yi! ¡Yi! ¡Yi!" como si estuvieran llorando, pero
refregándote de paso el puño por la trompa? Y uno haciéndose el
etcétera porque si no te tapaban. Lo que yo digo es que así no podemos
seguir. O somos amater o somos profesional. Y si somos profesional que
vengan los fasules. Aquí no es el Estadio, con protección policial y con
esos mamitas que se revuelcan en el área sin que nadie los toque. Aquí
si te hacen un penal no te despertás hasta el jueves a más tardar. Lo
que está bien. Pero no podés pretender que te maten y después ni se
acuerden de vos. Yo sé que para todos estuve horrible y no precisa que me
pongas esa cara de Rosigna y Moretti. Pero ni vos ni don Amílcar
entienden ni entenderán nunca lo que pasa. Claro, para ustedes es fácil
ver la cosa desde el alambrado. Pero hay que estar sobre el pastito, allí
te olvidás de todo, de las instrucciones del entrenador y de lo que te
paga algún mafioso. Te viene una cosa de adentro y tenés que llevar la
redonda. Lo ves venir al jalva con su carita de rompehueso y sin embargo
no podés dejársela. Tenés que pasarlo, tenés que pasarlo siempre, como
si te estuvieran dirigiendo por control remoto. Si te digo que yo sabía
que esto no iba a resultar, pero don Amílcar que empieza a inflar y todos
los días a buscarme a la fábrica. Que yo era un puntero de condiciones,
que era una lástima que ganara tan poco, y que aunque perdiéramos la
final él me iba a arreglar el pase para el Everton. Ahora vos calculá lo
que representa un pase para el Everton, donde además de don Amílcar, que
después de todo no es más que un cafisho de putas pobres, está nada
menos que el doctor Urrutia, que ése sí es Director de Ente Autónomo y
ya colocó en Talleres al entreala de ellos. Especialmente por la vieja,
sabés, otra seguridad, porque en la fábrica ya estoy viendo que en la
próxima huelga me dejan con dos manos atrás y una adelante. Y era
pensando en esto que fui al café Industria a hablar con don Amílcar. Te
aseguro que me habló como un padre, pensando, claro, que yo no iba a
aceptar. A mí me daba risa tanta delicadeza. Que si ganábamos nosotros
iba a ascender un club demasiado díscolo, te juro que dijo díscolo, y
eso no convenía a los sagrados intereses del deporte nacional. Que en
cambio el Everton hacía dos años que ganaba el premio a la corrección
deportiva y era justo que ascendiera otro escalón. En la duda, atenti,
pensé para mi entretela. Entonces le dije el asunto es grave y el coso
supo con quién trataba. Me miró que parecía una lupa y yo le aguanté a
pie firme y le repetí que el asunto es grave. Ahí no tuvo más remedio
que reírse y me hizo una bruta guiñada y que era una barbaridad que una
inteligencia como yo trabajase a lo bestia en esa fábrica. Yo pensé te
clavaste la foja y le hice una entradita sobre Urrutia y el Ente
Autónomo. Después, para ponerlo nervioso, le dije que uno también tiene
su condición social. Pero el hombre se dio cuenta que yo estaba blando y
desembuchó las cifras. Graso error. Allí nomás le saqué sesenta. El
reglamento era éste: todos sabían que yo era el hombre-gol, así que los
pases vendrían a mí como un solo hombre. Yo tenía que eludir a dos o
tres y tirar apenas desviado o pegar en la tierra y mandarme la parte de
la bronca. El coso decía que nadie se iba a dar cuenta que yo corría pa
los italianos. Dijo que también iban a tocar a Murias, porque era un tipo
macanudo y no lo tomaba a mal. Le pregunté solapadamente si también
Murias iba a entrar en Talleres y me contestó que no, que ese puesto era
diametralmente mío. Pero después, en la cancha, lo de Murias fue una
vergüenza. El pardo no disimuló ni medio; se tiraba como una mula y
siempre lo dejaban en el suelo. A los veintiocho minutos ya lo habían
expulsado porque en un escrimaye le dio al entreala de ellos un codazo en
el hígado. Yo veía de lejos tirándose de palo a palo al meyado
Valverde, que es de esos idiotas que rechazan muy pitucos cualquier oferta
como la gente, y te juro por la vieja que es un amater de órdago, porque
hasta la mujer, que es una milonguita, le mete cuernos en todo sector.
Pero la cosa es que el meyado se rompía y se le tiraba a los pies nada
menos que a Bademian, ese armenio con patada de burro que hace tres años
casi mata de un tiro libre al golero del Cardona. Y pasa que te contagiás
y sentís algo adentro y empezás a eludir y seguís haciendo dribles en
la línea del córner como cualquier mandrake y no puede ser que con dos
hombres de menos (porque al Tito también lo echaron, pero por bruto) nos
perdiéramos el ascenso. Dos o tres veces me la dejé quitar pero
¿sabés? me daba un calor bárbaro porque el jalva que me marcaba era
más malo que tomar agua sudando y los otros iban a pensar que yo había
disminuido mi estándar de juego. Allí el entrenador me ordenó que
jugara atrasado para ayudar a la defensa y yo pensé que eso me venía al
trome porque jugando atrás ya no era el hombre-gol y no se notaría tanto
si tiraba como la mona. Así y todo me mandé dos boleos que pasaron
arañando el palo y estaba quedando bien con todos. Pero cuando me corrí
y se la pasé al Ñato Silveira para que entrara él y ese tarado me la
pasó de nuevo, a mí que estaba solo, no tuve más remedio que pegar en
la tierra porque si no iba a ser muy bravo no meter el gol. Entonces,
mientras yo hacía que me arreglaba los zapatos, el entrenador me gritó a
lo Tittaruffo: “¿Qué tenés en la cabeza? ¿Moco?” Eso, te juro, me
tocó aquí dentro, porque yo no tengo moco y si no preguntale a don
Amílcar, él siempre dijo que soy un puntero inteligente porque juego con
la cabeza levantada. Entonces ya no vi más, se me subió la calabresa y
le quise demostrar al coso ése que cuando quiero sé mover la guinda y me
saqué de encima a cuatro o cinco y cuando estuve solo frente al golero le
mandé un zapatillazo que te lo boliodire y el tipo quedó haciendo
sapitos pero exclusivamente a cuatro patas. Miré hacia el entrenador y lo
encontré sonriente como aviso de Rider y recién entonces me di cuenta
que me había enterrado hasta el ovario Los otros me abrazaban y gritaban:
“¡Pa los contras!”, y yo no quería dirigir la visual hacia donde
estaba don Amílcar con el doctor Urrutia o sea justo en la banderita de
mi córner, pero en seguida empezó a llegarme un kilo de putiadas, en la
que reconocí el tono mezzosoprano del delegado y la ronquera con bitter
de mi fuente de recursos. Allí el partido se volvió de trámite intenso
porque entró la hinchada de ellos y le llenaron la cara de dedos a más
de cuatro. A mí no me tocaron porque me reservaban de postre. Después
quise recuperar puntos y pasé a colaborar con la defensa, pero no marcaba
a nadie y me pasaban la globa entre las piernas como a cualquier gilberto.
Pero el meyado estaba en su día y sacaba al córner tiros imposibles. Una
vuelta se la chingué con efecto y todo, y ese bestia la bajó con una
sola mano. Miré a don Amílcar y al delegado, a ver si se daban cuenta
que contra el destino no se puede, pero don Amílcar ya no estaba y el
doctor Urrutia seguía moviendo los labios como un bagre. Allí nomás
terminó uno a cero y los muchachos me llevaron en andas porque había
hecho el gol de la victoria y además iba a la cabeza en la tabla de los
escores. Los periodistas escribieron que mi gol, ese magnífico
puntillazo, había dado el más rotundo mentís a los infames rumores
circulantes. Yo ni siquiera me di la ducha porque quería contarle a la
vieja que ascendíamos a Intermedia. Así que salí todo sudado, con la
camiseta que era un mar de lágrimas, en dirección al primer teléfono.
Pero allí nomás me agarraron del brazo y por el movado de oro le di la
cana a la bruta manaza de don Amílcar. Te juro que creía que me iba a
felicitar por el triunfo, pero está clavado que esos tipos no saben
perderla. Todo el partido me la paso chingándola y tirando desviado o sea
hipotecando mis prestigios, y eso no vale nada. Después me viene el
sarampión y hago un gol de apuro y eso está mal. Pero ¿y lo otro? Para
mí había cumplido con los sesenta que le había sacado de anticipo, así
que me hice el gallito y le pregunté con gran serenidad y altura si le
había hablado al delegado sobre mi puesto en Talleres. El coso ni
mosquió y casi sin mover los labios, porque estábamos entre la gente, me
fue diciendo podrido, mamarracho, tramposo, andá a joder a Gardel, y
otros apelativos que te omito por respeto a la enfermera que me cuida como
una madre. Dimos vuelta una esquina y allí estaba el delegado. Yo como un
caballero le pregunté por la señora, y el tipo, como si nada, me dijo en
otro orden la misma sarta de piropos, adicionando los de pata sucia,
maricón y carajito. Yo pensé la boca se te haga un lago, pero la primera
torta me la dio el Piraña, aparecido de golpe y porrazo, como el ave
fénix, y atrás de él reconocí al Gallego y al Chiche, todos
manyaorejas de Urrutia, el cual en ningún momento se ensució las manos y
sólo mordía una boquilla muy pituca, de ésas de contrabando. La segunda
piña me la obsequió el Canilla, pero a partir de la tercera perdí el
orden cronológico y me siguieron dando hasta las calandrias griegas.
Cuando quise hacerme una composición de lugar, ya estaba medio muerto.
Ahí me dejaron hecho una pulpa y con un solo ojo los vi alejarse por la
sombra. Dios nos libre y se los guarde, pensé con cierta amargura y flor
de gusto a sangre. Miré a diestro y siniestro en busca de S.O.S. pero
aquello era el desierto de Zárate. Tuve que arrastrarme más o menos
hasta el bar de Seoane, donde el rengo me acomodó en el camión y me
trajo como un solo hombre al hospital. Y aquí me tenés. Te miro con este
ojo, pero voy a ver si puedo abrir el otro. Difícil, dijo Cañete. La
enfermera, que me trata como al rey Farú y que tiene, como ya lo habrás
jalviado, su bruta plataforma electoral, dice que tengo para un semestre.
Por ahora no está mal, porque ella me sube a upa para lavarme ciertas
ocasiones y yo voy disfrutando con vistas al futuro. Pero la cosa va a ser
después: el período de pases ya se acaba. Sintetizando, que estoy
colgado. En la fábrica ya le dijeron a la vieja que ni sueñe que me
vayan a esperar. Así que no tendré más remedio que bajar el cogote y
apersonarme con ese chitrulo de Urrutia, a ver si me da el puesto en
Talleres como me habían prometido. Literatura
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