Mario Benedetti
(Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó,
Uruguay, 14 de septiembre del 1920)


A ras del sueño
(1967)


Señores,
basta una nube
para averiguar la
verdad

Joaquín Pasos




A RAS DE SUEÑO

Sólo una temporada provisoria,
tatuaje de incontables tradiciones,
oscuro mausoleo donde empieza
a existir el futuro, a hacerse piedra.

Nada aquí, nada allá. Son las palabras
del mago lejanísimo y borroso.

Sin embargo, la infancia se empecina,
comienza a levantar sus inventarios,
a echar sus amplias redes para luego.
Es una isla limpia y sobre todo
fugaz, es un venero de primicias
que se van lentamente resecando.

Queda atrás como un rápido paisaje
del que persistirán sólo unas nubes,
un biombo, dos juguetes, tres racimos,
o apenas un olor, una ceniza.
Con luces queda atrás, a la intemperie,
yacente y aplazada para nunca,
sola con su aptitud irresistible
y un pudor incorpóreo, agazapado.
Para nunca aplazada, fabulosa
infancia entre sus redes extinguida.

Por algo queda atrás. Esa entrañable
cede paso al fervor, al pasmo, al fruto,
el azar hinca el diente en otra bruma,
somos los moribundos que nacemos
a la carne, a la sangre, al entusiasmo,
nos burlamos del sol, de la penumbra,
manejamos la gloria como un lápiz
y en las vírgenes tapias dibujamos
el amor y su viejo colmo, el odio,
el grito que nos pone la vergüenza
en las manos mucho antes que en la boca.

El celaje se enciende. Somos niebla
bajo el cielo compacto, insolidario,
el asombro hace cuentas y no puede
mantenernos serenos, apacibles,
somos el invasor protagonista
que hace trizas el tiempo, que hace ruido
pueril, que hace palabras, que hace pactos,
somos tan poderosos, tan eternos,
que cerramos el puño y el verano
comienza a sollozar entre los árboles.

Mejor dicho: creemos que solloza.
El verano es un.vaho, por lo tanto
no tiene ojos ni párpados ni lágrimas,
en sus tardes de atmósfera más tenue
es calor, es calor, y en las mañanas
de aire pesado, corporal, viscoso,
es calor, es calor. Con eso basta.

De todos modos cambia a las muchachas,
las ilumina, las ondula, y luego
las respira y suspira como acordes,
las envuelve en amor, las hace carne,
les pinta brazos con venitas tenues
en colores y luz complementarios,
les abre escotes para que alguien vierta
cualquier mirada, ese poderhabiente.

La vida, qué región esplendorosa.
¿Quién escruta la muerte, quién la tienta?
A la horca con él. ¿Quién piensa en esa
imposible quietud cuando es la hora
para cada uno de morder su fruta,
de usar su espejo, de gritar su grito,
de escupir a los cielos, de ir subiendo
de dos en dos todas las escaleras?

La muerte no se apura, sin embargo,
ni se aplaca. Tampoco se impacienta.
Hay tantas muertes como negaciones.
La muerte que desgarra, la que expulsa,
la que embruja, la que arde, la que agota,
la que enluta el amor, la que excrementa,
la que siega, la que usa, la que ablanda,
la muerte de arenal, la de pantano,
la de abismo, la de agua, la de almohada.

Hay tantas muertes como teologías,
pero todas se juntan en la espera.
Esa que acecha es una muerte sola.
Escarnecida, rencorosa, hueca,
su insomnio enloquecido se desploma
sobre todos los sueños, su delirio
se parece bastante a la cordura.
Muerte esbelta y rompiente, qué increíble
sirena para el Mar de los Suicidas.

No canta, pero indica, marca, alude,
exhibe sus voraces argumentos,
sus afiches turísticos, explica
por qué es tan milagrosa su inminencia,
por qué es tan atractivo su desastre,
por qué tan confortable su vacío.

No canta, pero es como si cantara.
Su demagogia negra usa palomas,
telegramas y rezos y suspiros,
sonatas para piano, arpas de herrumbre,
vitrinas del amor momificado,
relojes de lujuria que amontonan
segundos y segundos y otras prórrogas.

No canta, pero es como si cantara,
su espanto vendaval silba en la espiga,
su pregunta repica en el silencio,
su loco desparpajo exuda un réquiem
que es prado y es follaje y es almena.

Hay que volverse sordo y mudo y ciego,
sordo de amor, de amor enmudecido,
ciego de amor. Olfato, gusto y tacto
quedan para alejar la muerte y para
hundirse en la mujer, en esa ola
que es tiempo y lengua y brazos y latido,
esa mujer descanso, mujer césped,
que es llanto y rostro y siembra y apetito,
esa mujer cosecha, mujer signo,
que es paz y aliento y cábala y jadeo.

Hay que amar con horror para salvarse,
amanecer cuando los mansos dientes
muerden, para salvarse, o por lo menos
para creerse a salvo, que es bastante.
Hay que amar sentenciado y sin urgencia,
para salvarse, para guarecerse
de esa muerte que llueve hielo o fuego.

Es el cielo común, el alba escándalo,
el goce atroz, el milagroso caos,
la piel abismo, la granada abierta,
la única unidad uniyugada,
la derrota de todas las cautelas.

Hay que amar con valor, para salvarse.
Sin luna, sin nostalgia, sin pretextos,
Hay que despilfarrar en una noche
—que puede ser mil y una— el universo,
sin augurios, sin planes, sin temblores,
sin convenios, sin votos, con olvido,
desnudos cuerpo y alma, disponibles
para ser otro y otra a ras de sueño.

Bendita noche cóncava, delicia
de encontrar un abrazo a la deriva
y entrar en ese enigma, sin astucia,
y volver por el aire al aire libre,
Hay que amar con amor, para salvarse.

Entonces vienen las contradicciones
o sea la razón. El mundo existe
con manchas, sin arar, y no hay conjuro
ni fe que lo desmienta o modifique.

El manantial se seca, el árbol cae,
la sangre fluye, el odio se hace muro,
¿Es mi hermano el verdugo? Ese asesino
y dios padrastro todopoderoso,
ese señor del vómito, ese artífice
de la hecatombe, ¿puede ser mi hermano?
Surtidor de napalm, profeta imbécil,
¿ése, mi prójimo?, ¿ése, el semejante?
Sindico en todo caso de la muerte,
argumento Y proclama de la ruina,
poder y brazo ejecutor. Estiércol.

Por esta vez no he de mirar mis pasos
sino el contorno triste, calcinado.
Miro a mi sombra que está envejeciendo,
la sombra de los míos que envejecen.

El mundo existe. Con o sin sus manes,
con o sin su señal. Existe. Punto.

El mundo existe con mis ex iguales,
con mis amigos-enemigos, esos
que ya olvidé por qué se traicionaron.

Tiendo mi mano a veces y está sola
y está más sola cuando no la tiendo,
pienso en los compradores emboscados
y tengo duelo y tengo rabia y tengo
un reproche que empieza en mis lealtades,
en mis confianzas sin mayor motivo,
en mi invención del prójimo-mi-aliado.
Ni aun ahora me resigno a creerlo.

No todos son así, no todos ceden.
Tendré que repetírmelo a escondidas
y barajar de nuevo el almanaque.

Mi corazón acobardado sigue
inventando valor, abriendo créditos,
tirando cabos sólo a la siniestra,
aprendiendo a aprender, pobre aleluya,
y quién sabe, quién sabe si entre tanta
mentira incandescente, no queda algo
de verdad a la sombra. Y no es metáfora.

Nada aquí, nada allá. Son las palabras
del mago lejanísimo y borroso.

Pero ¿por qué creerle a pie juntillas?
¿En qué galaxia está el certificado?

Algo aquí, nada allá. ¿Es tan distinto?
Lo propongo debajo de mis párpados
y en mi boca cerrada.
                                      ¿Es tan distinto?
Ya sé, hay razones nítidas, famosas,
hay cien teorías sobre la derrota,
hay argumentos para suicidarse,

Pero ¿y si hay un resquicio?
                                               ¿Es tan distinto,
tan necio, tan ridículo, tan torpe,
tener un espacioso sueño propio
donde el hombre se muera pero actúe
como inmortal?



VENTANA OSCURA

La noche es inhumana. Nadie sabe
cómo se cierra esa ventana oscura
si no lo hace con su propia llave,

replegado en su sombra y sin usura,
con la memoria más que nunca alerta,
dispuesta a no pactar con la cordura.

La confidencia siempre desconcierta
y un poco más la amnesia lisa y llana,
esa que olvida a cara descubierta.

Después de todo, si nos da la gana
podemos olvidar, y es poca gloria
ese olvido. La noche es inhumana

ave de muerte, muerte migratoria
que anida en estos ojos y propone
otros que ya no ven escapatoria.

Ignoro cómo se las descompone
para ser tan oscura, tan oscura,
y conseguir que yo se lo perdone.

El pasado es un rostro que madura,
una herida en el sueño, un devaneo,
dos o tres signos para la aventura.

El futuro es un tímido rodeo
al tiempo sin revés, al tiempo muerte
que desgasta las piedras y el deseo.

Unos tienen la ruina, otros la suerte
de mirarse mirando, espejo y pozo,
De todos modos, hay que ser muy fuerte

o cobarde de un modo escandaloso
para no rechazar el desafío
y contemplar en calma ese espantoso

gesto que muere, y admitir: Es mío.



BALDÓN

El dolor es una
desértica provincia
donde no cabe
nadie más

una parcela
tierra oscura

tú no lindas
con él
tú estás a salvo

pobre de ti
baldón
que no peligras.



PRIMERA INCOMUNIÓN

Esta historia poco sagrada
de aquí abajísimo

esta nada eucarística amenaza
bomba lustral
hongo piadoso
última cena con doce judas
y ningún pobre
salvador

este bochorno calculado
este loquísimo escupitajo
en las dos cara de la oscuridad

tienen su parte en mi desrezo.



EL SANTO SE PREGUNTA

Arrinconado en mis plegarias buenas
e inútiles, soberbio en mis acciones
que a nadie arriman ley o quitan penas,

aislado espectador de mis histriones,
histrión yo mismo como un árbol seco
que cabeceara para sus gorriones,

guardia solemne de un instante hueco,
cómo saber, cómo saber, dios mío,
cuándo invento virtud y cuándo peco,

cuándo confundo el cielo con el río,
cómo saber si el río es poco llanto,
cómo saber, cómo saber, dios mío,

si eso que llamo Dios es otro espanto.



MEJOR TE INVENTO

Estás alicaído, estás dudando,
no te alcanzan las pruebas ni las preces,
cada Dónde te ofusca, cada Cuándo.

Recorres el confort, las estrecheces
que quedaron atrás y es razonable
que reclames la vida que mereces,

las ventanas de paz, el techo estable.
Pero yo, te confieso, prefería
(cómo querés, hermano, que te hable?)

cuando tu vieja angustia estaba al día
con la angustia del mundo, cuando todos
éramos parte en tu melancolía.

Sé qué polvos trajeron estos lodos
pero saberlo no es la mejor suerte.
Inventaré quién sos. De todos modos.

inventarte es mi forma de creerte.



SEÑAS DEL CHE

Todo campo
es el nuestro

por ejemplo está éste
verde dispuesto verde
los surcos y los surcos
las nubes con sus gordas
pantorrillas de lluvia

está tambien el otro
campo de pronto abismo
recién nacidos muertos
sin haberse atrevido
a estrenar sus pavores

está el amor de siempre
el corazón del tacto
la noche de la piel
los poros y los poros
y la gloria y el beso

está la llamarada
la hoguera de la piel
el cuerpo brasa infame
el hombre que no sabe
por qué lo incendia el hombre

verde dispuesto verde
campo de pronto abismo
los surcos y los surcos
las nubes con sus gordas
pantorrillas de lluvia
recién nacidos muertos
sin haberse atrevido
a estrenar sus pavores
está el amor de siempre
está la llamarada
el corazón del tacto
la hoguera de la piel
la noche de la piel
el cuerpo brasa infame
los poros y los poros
y el hombre que no sabe
y la gloria y el beso
por qué lo incendia el hombre

desde un sitio cualquiera
montaña
o selva
o sótano
hay alguien que hace señas
agitando su vida

todo campo
es el nuestro.


La Habana, abril 1967.



CONSTERNADOS, RABIOSOS

Vámonos,
derrotando afrentas.

Ernesto «Che» Guevara


Así estamos consternados
rabiosos
aunque esta muerte sea
uno de los absurdos previsibles

da vergüenza mirar
los cuadros
los sillones
las alfombras
sacar una botella del refrigerador
teclear las tres letras mundiales de tu nombre
en la rígida máquina
que nunca
nuca estuvo
con la cinta tan pálida

vergüenza tener frío
y arrimarse a la estufa como siempre
tener hambre y comer
esa cosa tan simple
abrir el tocadiscos y escuchar en silencio
sobre todo si es un cuarteto de Mozart

da vergüenza el confort
y el asma da vergüenza
cuando tú comandante estás cayendo
ametrallado
fabuloso
nítido

eres nuestra conciencia acribillada

dicen que te quemaron
con qué fuego
van a quemar las buenas
las buenas nuevas
la irascible ternura
que trajiste y llevaste
con tu tos
con tu barro

dicen que incineraron
toda tu vocación
menos un dedo

basta para mostrarnos el camino
para acusar al monstruo y sus tizones
para apretar de nuevo los gatillos

así estamos
consternados
rabiosos
claro que con el tiempo la plomiza
consternación
se nos irá pasando
la rabia quedará
se hará mas limpia

estás muerto
estás vivo
estás cayendo
estás nube
estás lluvia
estás estrella

donde estés
si es que estás
si estás llegando

aprovecha por fin
a respirar tranquilo
a llenarte de cielo los pulmones

donde estés
si es que estás
si estás llegando
será una pena que no exista Dios

pero habrá otros
claro que habrá otros
dignos de recibirte
comandante.

Montevideo, octubre 1967.



ÁNGEL DE LA GUARDA

Al principio eras niño
como yo
pero mucho más ágil

no sólo me advertías
de la baldosa floja
o de la abuela que se aproximaba
con sus dos bofetadas potenciales
también en mis mañanas
de golero baldío
cuando el pecoso arremetía
echabas
a corner la pelota
inalcanzable

cierto día empezaste
a flaquear sin aviso
jugando al rango se agachó un cretino
yo me partí los labios
tú las alas

cicatrizamos pronto sin embargo
todavía serviste
para evitar los riesgos de rutina
tales como los nudos y estornudos
la maceta que cae de un quinto piso
la venérea que sube del segundo

nuestro primer conflicto fue con cielo
yo me puse a creer
y tú a esperarme

cuando se nubló todo
dónde estabas
no me salvaste ni me salvarías
ya nunca más
la noche mansa comenzó a llover
y me empapó de dudas
dónde estabas
para decir que no
gritar que sí
o mejor para
abrir nuestro paraguas
y callarnos

llegaron pestes aurorales
muertes
injustas no buscadas
odios entre el escombro
vacíos con espuma y sin espuma
cíclopes merodeantes

dónde estabas
para cavar dolor como trincheras
para armarme las manos
para decirme algo
cualquier cosa
y sobre todo
para desarmarme
la buena fe
ese arcabuz inútil

se crearon mágicos latidos
entretenidas desesperaciones
que claro
si no son bien atendidas
se pueden convertir
en incurables

dónde estabas
para inventar augurios
sobre el tierno futuro en carne viva

acudes cuando nadie te reclama
por ejemplo
a quitarme el cuarto vaso
o el primer sueño
que es quitarlo todo

debes reconocerlo
no preciso
que me cuides
sino que me descuides

ya se verá
cómo me las arreglo

mejor te vas

recoge tus alones
y no vuelvas.



ABUELO RUBÉN

Seguramente nunca habrías escrito:
«Un siglo es un instante».
Menos aún: «Cien años, qué locura».

Eso sí, habrías aporreado el clavecín rimero
hasta arrancarle la nota que buscabas,
o lustrado los débiles barrotes de la frase
como quien apronta una imposible jaula
para el decididamente posible ruiseñor,
o talvez recurrido a Atlántidas, a faunos,
a pajes, a Mesías, hasta a reinas de Angola,
para decir algo tan sencillo como tu repentina edad
el quemante bochorno de tus viejas auroras.

Trato de imaginarme cómo habrías conseguido
en este grave amenazado enero
de tus cien años y nuestros tres minutos
pasar tu contrabando de pedagógicas ambrosias,
y entonces creo advertir otros salubres responsos,
algo así como tímidos ajustes de cuentas.

Después de todo, ya sabemos
por qué las princesas están tristes.
Y no sólo las princesas. Los sabuesos, los gerentes,
los fabricantes de burbujas y los secretarios de estado,
están a cuál más pálido en sus sillas de oro.

Después de todo, ya sabemos
por qué bufa el eunuco.
Y no sólo el eunuco. Los herrumbrados puritanos,
los ortopédicos censores, los minuciosos
restauradores de la miseria, los chacales en fin,
luchan por el legado de tu pobre bufón escarlata.

Díríase que el tiempo es otro, que en este mundo en llaga
no caben tus marquesas ni tus cisnes unánimes,
que al cándido hombre de hambre no le importa
la dieta frutal de miel y rosas
que aconsejaste para los dromedarios.

Mas son pobres decires.
Lo cierto, lo vital, lo milagroso,
es que echaste a volar un decisivo
cuento de hadas verbales y no obstante tangibles.

Seamos por una vez modestamente sabios
y sobre todo ecuánimes.

Junto con la justicia y el pan nuestro
defendamos tu derecho a soñar la palabra,
a expropiar diccionarios y mitos,
a invadir toda la belleza disponible
como quien toma por asalto el polvorín del enemigo
para volcarlo en la victoria propia.

Tú no lo habrías escrito.
Pero nosotros, gracias a ti,
no tenemos vergüenza de decir en tu nombre:
«Un siglo es un instante»,
y menos aún de pensar, en el nuestro: «Cien años, qué locura».


Varadero, enero 1967.




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