Ernesto
Cardenal
(Nicaragua, 1925— )
ERNESTO
CARDENAL, POETA DE DOS MUNDOS
Por Mario Benedetti
Letras del contienente
mestizo
(Arca, 1972, pp. 124-129)
Es posible que Rubén Darío haya
marcado para siempre a Nicaragua con una certidumbre poética; lo cierto
es que, en el presente, la poesía nicaragüense es una de las más vivas
y originales de América Latina. Desde la aparición, en 1949, de Nueva
poesía nicaragüense (antología de Orlando Cuadra Downing, con una
introducción de Ernesto Cardenal), los poetas nicaragüenses que
integraron el núcleo de Vanguardia [1], fundado en 1928 gracias al
impulso de José Coronel Urtecho y Luis Alberto Cabrales, o aquellos
otros que, sin haberlo integrado, participaron de algún modo en su
corriente vivificadora, siguen activos y continúan renovándose, y es
obvio que su producción ha influido grandemente en la zona del Caribe.
Murieron Joaquín Pasos y Manolo Cuadra, pero siguen creando Pablo Antonio
Cuadra (que además dirige la excelente revista El pez y la serpiente),
José Coronel Urtecho, Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez,
Ernesto Cardenal, Fernando Silva y Ernesto Gutiérrez.
De este grupo quiero
destacar el nombre de Ernesto Cardenal, autor de Hora 0 y Gethsemani,
Ky. Cardenal, considerado como el más joven representan te de la
generación del 40, nació en 1925, en Granada (al igual que José Coronel
Urtecho y Joaquín Pasos), la más antigua ciudad de Nicaragua. Estudió
en su país, en México y en Estados Unidos. Aunque; algunos poemas suyos,
como La ciudad deshabitada (1946) y El conquistador (1947),
aparecieron en plaquet, la mayor parte de su obra ha sido publicada
en revistas y se encuentra dispersa. Cardenal tomó parte en la rebelión
de abril del 54; en 1957 ingresó en el monasterio trapense de Our Lady of
Gethsemani (Kentucky, Estados Unidos) donde fue novicio de Thomas Merton,
el conocido escritor trapense norteamericano. No pudo, sin embargo,
concluir el noviciado; por razones de salud debió desistir de profesar en
la orden. No obstante, su vida actual sigue siendo una vida ele retiro.
Después de abandonar la Trapa, pasó al monasterio benedictino de
Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca, México [2].
En 1949, en el
excelente estudio que sirvió de introducción a la antología de Orlando
Cuadra Downing, escribió Cardenal: “Nunca se ha escrito hasta ahora
nada sobre la poesía nicaragüense, y el huir de la publicidad literaria
ya se ha hecho casi una tradición en Nicaragua; acaba de morir un gran
poeta nuestro sin dejar publicado un solo libro, y casi todos los mejores
poemas nicaragüenses, dichos al oído de la patria, no han salido de
nuestra intimidad todavía. Es éste un silencio necesario a las obras
verdaderas; pero creo que ya ha dado sus frutos ese silencio, que es ya
mayor de edad la poesía nicaragüense y que ha llegado ya la hora de las
publicaciones”. Estas palabras de 1949 podrían quizá reflejar,
mejor que cualesquiera otras, la actitud actual de Ernesto Cardenal con
respecto a su propia obra: evidentemente, el silencio “ya ha dado sus
frutos” y “ha llegado la hora de las publicaciones”. De ahí que sus
dos únicos libros aparezcan en forma simultánea [3]. Lo poco que
conozco de lo producido por Cardenal con anterioridad a estos delgados
volúmenes, da testimonio de un lirismo espontáneo y cotidiano, pero
también de un formidable dominio del verso, de una particular aptitud
para hacerlo sonar de un modo natural, comunicativo. “A propósito de
las tardes con niebla y de las lluvias”, así empieza Este poema
lleva su nombre, y en ese tono de confidencia, de plática cordial,
sigue hasta su término un comentario del amor, una suerte de ancho río
verbal que constantemente recibe afluentes del buen humor, la lucidez y la
ternura. Ya por ese entonces, Cardenal era un diestro en la
adjetivación, que tanto le servía para tonificar una idea (“el
balcón lacrimoso sin petunias”; “plaza de ojerosos relojes”)
como para sensibilizar una metáfora (“tu piel alimenticia, tu
tibieza suficiente en el invierno”).
En sus dos libros,
Cardenal se apoya en tenlas muy dispares. Hora 0 incluye cuatro
poemas, escritos en Nicaragua, en un período que va desde la rebelión de
abril de 1954 hasta el fin de Anastasio Somoza, en setiembre de 1956, y se
refieren sin eufemismos a temas revolucionarios. Gethsemani, Ky,
por cl contrario, incluye, veintinueve poemas, referidos a sus años de
noviciado en la Trapa. Mientras estuvo en Getbsemani, no le fue permitido
a Cardenal. escribir poesía. Sólo podía tomar apuntes. Mediante una
elaboración posterior, aquellos apuntes se han convertido en estos
poemas.
Los poemas de Hora
0, particularmente el dedicado a Sandino, deben ser de los más
vigorosos y eficaces que ha dado la poesía política en América Latina.
Si no fueran altamente compartibles por otras razones extrapoéticas,
serían igualmente conmovedores por la indignación y la sinceridad que
trasmiten. Cardenal utiliza todos los recursos de su sabiduría literaria,
de su dominio de la metáfora, de su impulso verbal, para cubrir de
oprobio el nombre del déspota (“I was in a Concierto, dijo Sornoza”).
Pero, curiosamente, Hora 0 no es un poema del odio, sino una serena
radiografía de la vergüenza.
En un reciente
artículo, publicado en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica,
Cardenal ha manifestado: “He tratado principalmente de escribir una
poesía que se entienda”. Nunca como en los poemas de Hora 0,
esa intención pareció tan clara, y a la vez tan intelectualmente
gobernada, pero la poesía que de ellos se entiende, más de un
panfletario odio hacia Somoza, trasmite una honda, admirativa adhesión
hacia la figura de Augusto César Sandino. Conviene aclarar que esta
actitud no es para Cardenal cosa del pasado, ya que la primera
publicación de los poemas en la Revista Mexicana de Literatura,
fue autorizada por él desde el monasterio trapense en los años 1957 y
1959. Más aún: en la presente edición consta expresamente que su
publicación ha sido autorizada por el autor como homenaje a Sandino en el
26° aniversario de su muerte. Y, realmente, qué mejor homenaje que la
condensada semblanza inserta en los versos de Hora 0, destinados
sin duda a preservar para las nuevas generaciones el retrato verdadero, la
imagen esencial del héroe:
“He
is a bandido”, decía Somoza, “a bandolero”.
Y Sandino nunca tuvo propiedades.
Que traducido al español quiere decir:
Somoza le llamaba a Sandino bandolero.
Y Sandino nunca tuvo propiedades.
Y Moncada le llamaba bandido en los banquetes
y Sandino en las montañas no tenía sal
y sus hombres tiritando de frío en las montañas,
y la casa de su suegro la tenía hipotecada
para libertar a Nicaragua, mientras en la Casa Presidencial
Moncada tenía hipotecada a Nicaragua.
“Claro que no es” —dice el Ministro Americano
riendo— “pero le llamamos bandolero en sentido técnico”.
¿Qué es aquella luz allá lejos? ¿Es una estrella?
Es la luz de Sandino en la montaña negra.
Allá están él y sus hombres junto a la fogata roja
con sus rifles al hombro y envueltos en sus colchas,
fumando o cantando canciones tristes del Norte,
los hombres sin moverse y moviéndose sus sombras.
Su cara era vaga como la de un espíritu,
lejana por las meditaciones y los pensamientos
y seria por las campañas y la intemperie.
Y Sandino no tenía cara de soldado,
sino de poeta convertido en soldado por necesidad,
y de un hombre nervioso dominado por la serenidad.
Había dos rostros superpuestos en su rostro:
una fisonomía sombría y a la vez iluminada:
triste como un atardecer en la montaña
y alegre como la mañana en la montaña.
En la luz su rostro se le rejuvenecía
y en la sombra se le llenaba de cansancio.
Y Sandino no era inteligente ni era culto
pero salió inteligente de la montaña.
Cardenal
se ha referido a los poemas de Gethsemani, Ky, con estas palabras: “Estos
poemas, que más bien son apuntes de poemas, no tienen otro valor que el
de ser un testimonio de la poesía indecible de esos días, que fueron los
más felices y bellos de mi vida”. Es, sin duda, la voz de un
poeta desde su retiro, de un religioso desde su voluntaria soledad (“Yo
apagué la luz para poder ver la nieve. / Y vi la nieve tras el vidrio y
la luna nueva. / Pero vi que la nieve y la luna eran también un vidrio
/ y detrás de ese vidrio / Tú me estabas viendo”), pero también
es la voz de alguien que nunca deja de escuchar el mundo (“Me
despierta en la celda el largo tren de carga”; “Hay un rumor de
tractores en los prados”), ni siquiera cuando trata de escuchar a
Dios (“Yo te oigo en el grito del grajo, / los gruñidos de los
cerdos comiendo, / y el claxon de un auto en la carretera”). El
poeta, el trapense de entonces, halla temas en el semáforo que está
frente al monasterio, en los millones de cigarras que cantan, en los
automóviles que pasan por la carretera “con risas de muchachas”,
en los novicios que se fueron y ahora estarán en Detroit o en Nueva York.
Aun cuando se
refiere a los trapenses que “se levantan al coro y encienden sus
lámparas fluorescentes”, recuerda que “abren sus grandes
Salterios y sus Antifonarios, / entre millones de radios y de televisores.
/Son las lámparas de las vírgenes prudentes esperando / al esposo en la
noche de los Estados Unidos”. Nicaragua está siempre presente (“Todas
las tardes el “Louisville & Nashville” / por estos campos de
Kentucky pasa cantando / y me parece que oigo el trencito de Nicaragua /
cuando va bordeando el Lago de Managua / frente al Momotombo”) y hay
inocultables referencias a Somoza (“el dictador/gordo, con su traje
sport y su sombrero tejano”; y luego, para que no haya dudas: “Somoza
asesinado sale de su mausoleo”, “La casa de Caifás está llena de
gente. / Las luces del palacio de Somoza están prendidas”).
Sin embargo, el
poema más profundo y más logrado se refiere a la hora del Oficio
Nocturno, cuando “la Iglesia en penumbra parece que está llena de
demonios”; el pasado regresa, es “la hora de mis parrandas”,
y vuelven escenas viejas, rostros olvidados, “cosas siniestras”.
Curiosamente, con el repaso de sus debilidades humanas, el escritor ha
construido la mejor de sus fortalezas poéticas.
Alguna vez,
comparando al inglés Gerard Manley Hopkins con el español Angel
Martínez, ambos jesuitas, Cardenal escribió: “Pero es curioso que
hay una circunstancia especial en el padre Angel que lo diferencia
esencialmente de Hopkins: el haber estado en Nicaragua. Digo esto porque
basta la lectura de cualquier poema suyo para darse cuenta de que la
presencia del paisaje nicaragüense es siempre en él una sensación de
alivio”. También el “haber estado en Nicaragua” distingue este
libro de Cardenal de toda otra poesía religiosa. Aquí y allá, Nicaragua
siempre acude al poeta y aun cuando tal presencia tiene a veces su lado
siniestro, es evidente que, para el poeta trapense, esa suerte de cilicio
(intelectual, nostálgico) también incluye una sensación de alivio.
Notas
[1]
En el trabajo Joaquín Pasos o el poema como crimen perfecto,
también incluido en este volumen, figuran otros datos sobre el grupo Vanguardia.
[2] Con posterioridad a la redacción y publicación (en la sección Al
pie de las letras, del diario La Mañana, 1961) de esta nota,
Cardenal siguió estudios de Teología en el Seminario de Cristo
Sacerdote, en la Ceja, Antioquia, Colombia, habiendo recibido las órdenes
sagradas el 15 de agosto de 1965.
[3] Con posterioridad a la redacción y publicación de esta nota,
Cardenal publicó: Salmos (1964) y Oración por Marilyn Monroe y
otros poemas (1965). Una nueva edición de Hora O fue publicada
en 1966 en la colección Aquí poesía, Montevideo.
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