Ernesto Cardenal
(Nicaragua, 1925— )


La vida encontrada de Ernesto Cardenal

Entrevista de Ernesto Cardenal
con
Pablo Gámez Cersósimo

«Áncora», Suplemento Cultural de La Nación
Septiembre 1999

El poeta nicaraguense, personaje de la vida cultural y política de Centroamíca, acaba de publicar la primer parte de sus memorias, donde narra con desenfado la historia de sus dos vocaciones: la religiosa y la política.

      De muchas autobiografías no se puede decir que sean reveladoras y apasionantes. Pero en esta el lector se sumerge en la vida de uno de los poetas más importantes de Nicaragua: Ernesto Cardenal ha sabido, con una deslumbrante humildad y precisión, contar no solamente su historia sino también la de su país, por lo que resulta de Vida Perdida una especie de fresco por donde se asoman los nombres y los hechos que han ido tejiendo la compleja trama de la historia nicaragüense.
      Ernesto Cardenal -Granada, Nicaragua, 1925- ha creado un texto lleno de nervio y belleza. De nervio porque el tono poético y metafórico es de inigualable maestría. De belleza por la humildad con que se cuenta la vida de uno de los personajes más importantes en la historia reciente de Nicaragua. La sencillez resulta aplastante, y solamente da pie para pensar que Cardenal ha aceptado -y admirablemente- tanto el triunfo como la derrota, la alegría como la tristeza, la pérdida y la ganancia de una vida: de la suya, esa que a veces resulta tan insólita. A los setenta y cuatro años, Ernesto Cardenal ha decidido volver hacia atrás y encontrar los secretos del pasado. El tono nunca es nostálgico -“nunca lo he sido”, dice -pero sí revelador. Y es lo que hace a Vida Perdida un texto fundamental en la literatura de memoria personal en español. Resultaría ocioso insistir en la importancia de este texto para comprender -y valorar- la historia de América Central.
      ¿Cómo surge la idea de escribir “Vida Perdida”?
      -Desde que estaba en el noviciado ya pensaba que podía ser interesante que contara mi vida. Me refiero a cómo había sido mi encuentro con Dios, cómo había sido mi búsqueda de Dios a través de las muchachas -digo: la belleza de Dios reflejada en las muchachas- y el dilema de escoger entre Dios y el matrimonio. También me parecía interesante contar la rutina extraña en el monasterio. Todo era como una novela. Cuando cantaba en el coro muchas veces pensaba en escribir mi autobiografía. En el monasterio, en Cuernavaca, seguí pensando en el relato de lo que había pasado en mi vida.
      Lo mismo sucedió cuando estuve en Colombia estudiando para el sacerdocio. Sin embargo, entendía que la historia de mi vida no había terminado. Y por lo tanto todavía faltaban cosas que experimentar.
      ¿Es esa la razón que explica por qué “Vida Perdida” no fue escrita sino hasta ahora?
      -Claro. Tenía que haber un proceso, un orden lógico. Nuevas situaciones se iban presentando en mi vida y ellas me impedían escribir mi autobiografía.
      Habla usted de situaciones ¿cuáles?
      Primero estar en el noviciado, luego en el seminario y después en Solentiname. Mi primer editor me insistió siempre que escribiera mi autobiografía, pero yo no estaba preparado para hacerlo.
      Luego de leer “Vida Perdida” la idea que se tiene es la de una persona que comienza a reunir papeles, se sienta ante la máquina de escribir y decide volver a recordar toda su vida ¿Fue este el proceso que acompañó a la elaboración de su autobiografía?
      -No. Las únicas notas que yo tenía hechas eran unos apuntes que hice cuando estuve en el noviciado. Notas que las fui llevando porque se me prohibía escribir. Solamente se me permitía tomar apuntes y notas. Cuando empecé a redactar Vida Perdida puse en limpio esas notas, que era lo único que tenía a mano. Lo mismo hice con las cartas que escribí a mis amigos y familiares. Lo otro fue recordar, un esfuerzo penoso cuando se tienen las cosas olvidadas.
      ¿Hubo momentos en que no sabía qué escribir?
      -A veces me sucedía que cuando empezaba un capítulo no tenía nada que contar. Lo que hacía era irme a la hamaca a tener un rato de oración hasta que sentía la inspiración de Dios para escribir. Lo hice con el segundo tomo que ahora me ocupa, en el capítulo dedicado a mis años de colegio. No recordaba nada que tuviera interés para contarse. Entonces dejé de escribir y me puse en oración durante varios días. Utilicé la hamaca para orar. De repente, me vinieron tantos recuerdos que el capítulo lo tuve que reducir. Algo milagroso. Lo que le quiero decir es que muchas veces tengo que recurrir a la oración para escribir.
      ¿El acto de orar ha sido fundamental para escribir “Vida Perdida”?
      -Sí. Pero siempre lo ha sido para mi poesía como para otras cosas que he escrito. Me sucedió muchas veces que empezaba a escribir sin antes orar. Y lo que escribía no era tan bueno. Pero si oraba primero y luego me ponía a escribir, el resultado era completamente otro. Y lo sigue siendo. Esta es la primera vez que lo digo.
      ¿Qué le hizo pensar en el título “Vida Perdida”?
      -Es el epígrafe de San Lucas que está en la portada del libro. Tiene dos sentidos: Cristo dice que quien quiera conservar su vida, la perderá. Pero el que pierde su vida por él, la salvará. En esos dos sentidos es que la aplico a mi caso. Cuando quise conservar mi vida sin entregarla a Dios, la perdí. Considero que esa fue una vida perdida. Después la entregué a Dios. Y esa renuncia y ese sacrificio han significado el haberla ganado. Existe -es cierto- un sentimiento de pérdida en la vida que uno ha ganado para el cielo, porque ha sido entregada completamente a Dios.
      ¿Es la suya entonces una vida perdida y ganada?
      -Así es. Pero cuando digo vida ganada no me refiero simplemente a un título triunfalista, porque para alcanzarla tuve que sufrir mucho.
      En su autobiografía comenta que tuvo varias reflexiones que le demostraron que usted no era un poeta.
      -En el monasterio me sentía con una pérdida por haber tenido que renunciar a la poesía. Cuando entré me ordenaron dejar de escribir. Entonces estuve recordando cómo me había costado siempre escribir poesía. Era mi vocación pero nunca me ha sido fácil escribir poesía. Cuando me ha resultado más fácil es tratando textos ajenos, lo que se llama ahora intertextualidad. Al mismo tiempo, recordaba que Carlos Martínez Rivas -mi gran e íntimo amigo- fue desde muy temprano un poeta precoz y yo un poeta tardío. Pensé que al renunciar a la poesía no perdía mucho.
      Usted habla de un sentimiento tranquilizador cuando renuncia a la poesía, ¿por qué?
      -Como le digo, me tranquilizaba pensar que mucho no se había perdido. Dios podía hacer que apareciera otro poeta mejor que yo en Nicaragua. Pensaba que Dios me había escogido para otras cosas quitándome de la vida literaria de mi país. Cuando entré al monasterio, aún no había publicado ningún libro y por lo tanto no gozaba de ningún éxito. La renuncia a la poesía la hice entonces sin lágrimas.
      Y si Dios quería eso, ¿cómo explicar su éxito literario?
      -Precisamente por haber renunciado a la literatura cuando entré al monasterio. Pero gracias a esa renuncia es que Dios me da el éxito. Lo mismo sucede cuando yo renuncié al lago de Nicaragua y después pude tener una comunidad en una isla del lago. De joven renuncié a la política -no a la política del poder, que nunca me ha interesado, sino a la política de las ideas y los cambios- y Dios me puso en medio de una revolución. La más importante renuncia que tuve fue la del amor humano y el matrimonio, pero mal que bien he tenido un matrimonio con Dios. Que es -Dios- muchacha de las muchachas, como le ha llamado Fernando González, un filósofo y novelista místico colombiano. él también dice que Dios es la belleza que no envejece; el que tiene siempre dientes juveniles.
      Entonces es a través del sacrificio que usted obtiene la gracia del éxito.
      -Podría decirse de esa forma.
      En su autobiografía usted señala que además de poeta siempre quiso ser historiador.
      -Quería ser novelista, cuentista, filósofo, historiador y poeta. Si estaba leyendo una novela, deseaba escribir una novela. Si leía un libro de filosofía, quería ser filósofo. Este fue uno de los argumentos que me hacía para pensar que yo no era poeta de vocación. Lo digo por haber tenido tantas inclinaciones o deseos. Pero la poesía y la historia han sido siempre predominantes en mi vida.
      ¿Explica eso que usted haya escrito tanta poesía histórica?
      -Esa es la razón. Yo encontraba mucha magia y poesía en la historia. Mi pasión por la historia se remonta a mi niñez. Vivía en una vieja casona colonial y en esa casa convivían muchas costumbres y muchas tradiciones. Sí, la historia siempre me ha apasionado y siempre ha formado parte de mi vida. Desde muy joven me interesé por la historia de Nicaragua. Luego me interesé por la historia de Centroamérica. Fue poco a poco que me fui sumergiendo en ese reino fantástico que es el pasado. Mucha de mi poesía es entonces histórica. Pero no se trata de una historia vieja y muerta. Al contrario, es una historia viva y presente, y por lo tanto, poética.
      ¿Es en “Vida Perdida” lo autobiográfico un pre-texto para lo histórico?
      -No. Lo que pasa es que mi vida está relacionada con la historia de Nicaragua. Por lo tanto, cuando escribo mi autobiografía también abordo aspectos o, mejor quizás, momentos claves de nuestra historia. No utilizo lo autobiográfico para aprovecharme de lo histórico. Creo que los dos se complementan.
      Finalmente, de “Vida Perdida” se ha señalado que además de ser su autobiografía también es un gran fresco de la historia reciente de Nicaragua.
      —En buena medida lo es. Pero no era mi intención ni mucho menos mi objetivo. Yo quería contar mi vida. No que a través de mi vida se contara la historia de Nicaragua. Creo que es algo sin remedio: formo parte de esa historia y no puedo prescindir de ella para hablar sobre mi vida.





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