Ernesto
Cardenal
(Nicaragua, 1925— )
Ernesto
Cardenal:
Una vida entre Dios y Marx
Por Lourdes Garzón
«La Revista», núm. 184,
Periódico El Mundo, España
LA DE ERNESTO Cardenal es una vida
exagerada. Extrema en la renuncia. Renuncia a una juventud burguesa, pero
bohemia en la terrible Managua del dictador Somoza. A su país, durante
los años que pasó en un monasterio trapense de Estados Unidos. A la
literatura, incompatible, le dijeron, con la vida contemplativa. A la
revolución sandinista aunque él siga empeñado en que todavía es
posible el reino de Dios en la tierra y por mucho que reconozca que
Nicaragua aún está pagando los desmanes del Gobierno de Daniel Ortega.
Renuncia, la más dolorosa, a las
mujeres que, por cierto, debían ser guapas y delgadas si querían
interesar al joven escritor Cardenal. "Y así sería ahora si tuviera
que estar todavía escogiendo... Pero Dios me estaba buscando para otra
cosa aunque yo tardara en darme cuenta...". Tanto que en cada amor, y
tuvo muchos, Cardenal preguntaba y Dios o la casualidad o lo que cada uno
quiera entender respondía metódicamente que no, con signos diversos. Que
no, en un burdel "ocurrió algo, ya no me acuerdo qué fue y mi
propósito se frustró. Dios me quitó las putas en París, la ciudad
estaba pasando una época de puritanismo y justo cuando yo llegué las
autoridades habían tenido éxito en eliminar a todas las prostitutas en
las calles". Que no, por una serie de coincidencias, malentendidos y
desencuentros en cada noviazgo, que Cardenal siempre achacó a la
Providencia. Que no, en todos y cada uno hasta que llegó Ileana, y nunca
estuvo tan cerca Cardenal del matrimonio, tan cerca que pidió una señal
definitiva, y la tuvo.
No una señal mística de las que
imaginamos al uso, pero sí definitiva de puro prosaica. Ileana se
descubrió una alergia pertinaz al pretendiente. Una alergia física que
se le desataba hasta con un beso. Tan puramente física que, a lo mejor
precisamente por eso, terminó de convencer a Cardenal, que cogió un
avión y se instaló en el monasterio de Gethsemani, en Kentucky, al lado
de su maestro Thomas Merton. Tenía 32 años, era poeta, escultor y
licenciado en Filosofía y Letras y había pasado largas temporadas en
Nueva York y Europa. No conocía lo que le esperaba, pero sí, muy bien,
lo que dejaba. De todas estas renuncias, o ganancias, y de las que
vinieron después habla Cardenal a los 74 años en la primera parte de
unas memorias, publicadas por Seix Barral y que ha titulado Vida perdida.
"El que pierda su vida por mí, la salvará", cuenta San Lucas
que dijo Jesucristo.
¿Así ha sido?: "Todo puede
verse de dos maneras. `El que quiere salvar su vida la perderá y el que
pierde su vida por mí la ganará', dice efectivamente el Evangelio. Quise
conservarla durante todo el tiempo que duró la lucha entre Dios y las
mujeres y ahora me doy cuenta de que fue una parte de mi vida perdida.
Dios me perseguía, no era yo quien le buscaba a Él. Después, al
entregarla, la gané. Pero sacrificando el amor humano".
No fue ése el único sacrificio,
pero sí el principal. En otro tiempo y en otras circunstancias, o eso
imagina ahora Cardenal, habría podido encontrar la manera de llegar al
misticismo sin que se estorbaran Dios y una mujer. "Entonces no fue
así. La mayor renuncia fue a lo afectivo, a lo erótico, a lo sexual.
Hubo otras, pero no tan importantes para mí. Resultó muy doloroso dejar
mi país, yo siempre he estado obsesionado por los lagos de Nicaragua y
vivir en un monasterio de Estados Unidos me condenaba a no volver a
verlos. Pero ya lo he dicho, lo que uno le entrega a Dios, Dios se lo
devuelve. Después, y a través de caminos extraños, salí de allí y
fundé una pequeña comunidad justamente en un lago de Nicaragua".
SAN
JUAN
Quizá
renunció a más de lo que se le pedía. Quizá la renuncia es también
una forma de orgullo. Uno debe despojarse de todo para retener a Dios.
Ésa es la doctrina de San Juan "y ésa ha sido mi experiencia,
diríamos, sí, sanjuanesca. No puede explicarse de manera racional, era
una vivencia completamente existencial". Tal y como lo cuenta
Cardenal, Dios eligió siempre por él. Eligió el misticismo, eligió la
salida del monasterio trapense valiéndose de una úlcera de estómago que
no curaban ni médicos ni oraciones y que imponía un cambio de dieta y de
aires.
Eligió su vuelta a Nicaragua, al
frente de una comunidad semicontemplativa, porque la contemplación, ha
mantenido siempre, no está reñida con el mundo ni con la pobreza.
"Así ha sido, y el saberse guiado resulta muy tranquilizador. Uno no
debe inquietarse por lo que hizo mal, es más, probablemente, volverá a
hacerlo. Dios lo ha permitido, y ésa casi es una manera de echarle la
culpa. Había un monje en Gethsemani, el monasterio trapense en el que
ingresé, que decía que Dios nos conserva siempre algún defecto, algún
fallo, el que más nos duele, el que más se ve, el más notorio, para
salvarnos del orgullo y la vanidad que es lo único que Él no
perdona".
—¿Y cuál es el suyo?
—No es fácil saberlo y mucho menos
decirlo. Éstas son cosas que sólo se cuentan a un confesor, no a un
periódico. ¿La vanidad? Ha puesto tanto cuidado Cardenal en no parecer
vanidoso en sus memorias que quizá... "No me enorgullezco de mi obra
literaria. Quizá de mi vida religiosa. El verdadero orgullo tiene siempre
un carácter religioso, como el de los fariseos. Recuerde el Evangelio:
`Te agradezco Señor, no parecerme a este pecador'. Resulta terrible la
vanidad de los eclesiásticos y de los políticos, que viene a ser lo
mismo".
SANDINISMO
Cardenal
también fue político, además de eclesiástico. Por dos veces converso.
Sacerdote y marxista, monje y ministro de Cultura en el Gobierno de Daniel
Ortega,uno de los nueve comandantes que el 19 de julio del 79 tomaron
Managua y derrocaron al dictador. Sandinista desde los años setenta hasta
que abandonó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)en 1994.
Inmune a las teorías del fin de las ideologías, tan ajeno al
neoliberalismo que ni lo nombra para criticarlo. "Era lógico que la
causa de los pobres terminara con la incorporación a la revolución. Una
expresión más de la coherencia del mandato divino. Y así lo acepté
porque ser ministro de Cultura no me gustaba demasiado, más bien supuso
un sacrificio más. Sobre todo durante los primeros años. Tenía el deber
de dedicar a los demás todo el tiempo que yo habría querido para la
religión y la literatura".
Decía el ex vicepresidente
nicaragüense y escritor Sergio Ramírez que de la revolución sandinista
y su Gobierno, que duró hasta la derrota en las elecciones de 1990, sólo
se recuerdan los fracasos. La corrupción, la piñata, el enriquecimiento
de los revolucionarios, el verticalismo y el caudillismo que tanto
denunció Cardenal, el poder mal dirigido, aunque si alguien consiguió
salir bien parado, al menos públicamente, fuera precisamente él.
—¿Sergio dijo eso? Quizá se
refería a que los enemigos de la revolución....
—Creo que no.
—Bueno, hubo de todo, hasta que se
frustró con la traición de los principales dirigentes a nuestros
principios, al sandinismo, al pueblo y al mismo Dios. Dice usted que mi
imagen pública ha salido bien parada, no he hecho más, como otros
muchos, que mantenerme fiel al Evangelio y también al marxismo.
Queda claro que Cardenal no se
arrepiente de esos años, en los que, al fin y al cabo, la Cruzada
Nacional redujo el porcentaje de analfabetos del 58 al 12% y la reforma
agraria benefició a más de 200.000 familias, en un país con cuatro
millones de habitantes. Cardenal no se arrepiente, pero tal vez sí
quienes colocaron al entusiasta cura al frente de un ministerio, tan
dispuesto entonces a la lucha como ahora a la denuncia. "Quizá. Para
algunos resultaba incómodo, pero también necesario. La enemistad, los
celos... Un factor humano inevitable".
POEMAS
Otro
factor humano, se habla más de Cardenal, de lo que dice y lo que hace,
que de su obra, por mucho que el Cardenal escritor haya estado alguna vez
cerca del Nobel con una obra poética tan original como la que agrupa Oración
por Marilyn Monroe y otros poemas, Cántico Cósmico o Telescopio
en la noche oscura. ¿Le preocupa haberse convertido casi en un
personaje, digamos, pintoresco? "No. No me preocupa lo que se diga de
mi obra ni de mi persona".
—Habla de sí mismo en las
memorias con mucho sentido del humor. Quizá era algo que nos quedaba por
descubrirle...
—¿Le parece? Me alegra... En
realidad esa intención no es nueva, sigo una recomendación de Ezra
Pound. No hay mejor humor que el que va contra uno mismo. No me gusta
estar presentándome siempre de la mejor manera posible.
SOBERBIA
No
le gusta pero no puede evitarlo, ni cuando habla ni cuando escribe. No por
soberbia, que ya pone buen cuidado Cardenal en apartarla, vade retro, sino
porque tanto esfuerzo por explicar sin ahorrar contradicciones ni luchas
internas ni siquiera miserias resulta la mejor manera de hacerse entender
o, por lo menos, creer.
Y el que lee y el que escucha termina
por encontrar de lo más razonable y hasta inevitable que Dios le
espantara las novias. O que se trasladara a un monasterio, en México,
después de dejar el de Kentucky dirigido por un prior empeñado en
entender a los primeros beats y su santificación de la marihuana. Un
monasterio que terminó convirtiéndose en un inmenso centro de
psicoanálisis, desde el primer novicio hasta el último, incluido el
propio Cardenal, sometidos a las teorías de Fromm y Freud dos veces por
semana. "Conste que nunca probé la marihuna -sonríe Cardenal-
aunque siempre quisimos estar abiertos a las nuevas corrientes".
Incluso, o precisamente, aunque el Papa le suspendiera a divinis en el 85
por su empeño en no abandonar ni el ministerio ni la entonces cada vez
más extendida Teología de la Liberación que tanto alarmaba al Vaticano.
Ya en el 83, Juan Pablo II le había amonestado durante su visita a
Nicaragua y mientras el todavía ministro de Cultura le escuchaba
arrodillado. -¿Resultó muy humillante?
—No. En absoluto. La suspensión
prohíbe administrar sacramentos. Mi vocación no era ésa, sino predicar
el Evangelio.
—Pero fue un castigo público...
—Obispos y papas metidos en
política ha habido siempre. No es ninguna novedad. Pero por primera vez
en la Historia asistíamos a una revolución en la que participaban
sacerdotes y que nacía del pueblo.
Lo considerábamos un deber
histórico. Desobedecimos al Vaticano y obedecimos las enseñanzas de
Santo Tomás. La máxima autoridad siempre debe ser la propia conciencia.
Incluso cuando exista peligro de excomunión".
Ahora Fidel Castro recibe al Papa, el
cardenal Obando, arzobispo de Managua, apoya al presidente nicaragüense
Arnoldo Alemán. "Son dos cuestiones bien distintas -se queja-
Cardenal ¿por qué no las diferencia?". O la misma, el poder
político y el religioso ayudándose mutuamente. "No, no es lo mismo.
No me gustó que el Papa fuera a Cuba, porque el Papa nunca hace nada
bueno en ningún sitio. El poder más absoluto de la Tierra es el de Roma.
El Papa elige a los cardenales, es decir, a sus propios electores. ¿Se
puede pensar en algo más antidemocrático? Debería legislarse que una
mujer pueda llegar a ocupar ese cargo o que los Papas sean depuestos por
los que le eligieron. Le recomendé a Fidel Castro que no le recibiera,
pero entiendo cualquier cosa que le ayude a defenderse contra el bloqueo.
Lo de Obando es simplemente ambición de poder. Quiere convertirse en el
líder espiritual que no existe en ningún país católico. En Nicaragua
vivimos ahora como los esclavos de Babilonia".
Nicaragua está muy lejos de la
tierra que soñaba Cardenal, el país, después de Haití, más pobre de
América Latina, arrasada por el huracán Mitch que mató a 6.000 personas
y dejó a 300.000 sin hogar. Políticamente agotada, salpicada de
escándalos económicos y hasta sexuales. "Igualmente debemos
mantener la esperanza en la utopía".
—¿Lo extremo lleva a la soledad?
—A la soledad y también a la
muerte. No ha sido así en mi caso. Todavía.
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