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Julio
Cortázar El frío complica siempre las
cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero
ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un
regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay
que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje
gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando,
alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana
abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante
del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere
a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco
va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de
lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de
arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De
un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no
fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano
de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre
que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así
resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del
pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de
costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la
operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente
que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no
conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo,
agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la
vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando
simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra
azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como
un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera,
pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas
por la mitad de las mangas, por más que tira nada sale afuera y ahora se
le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera
irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter
la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si
fuese así su mano tendría que salir fácilmente, pero aunque tira con
todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque
en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la
lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la
boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a
respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca,
probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en
ese mismo momento su mano derecha asoma al aire, al frío de afuera, por
lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga,
quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del
pulóver, por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa
manera la cara, sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido
salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede
hacer es seguir abriéndose paso, respirando a fondo y dejando escapar el
aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar
perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de
lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del
pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara
ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y
aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan
dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo
la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso
lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el
pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose
en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la
atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está
en contacto con el aire frío de la habitación, es como un anuncio de que
ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta
aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que
ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo
malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana,
parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del
cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más
arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la
mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no
se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los
hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros
demasiado anchos para ese pulóver, lo que en definitiva prueba que
realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en
una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas
es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica
que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la
mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano
derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque
no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de
su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca
podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver,
pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con
esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una
prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie
puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a
culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución
sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar
la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el
cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como
si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún
momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba
sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara
con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y
cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las
orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio,
entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la
manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano
izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse,
aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como
si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera
otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la
esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la
otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que
le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver,
prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del
cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con
todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio
de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a
pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando
a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo
sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más
como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le
obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a
través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira
hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano
derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas, en
vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y
pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda
su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se
siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del
pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos,
absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa
materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y
espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y
diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso
estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres
de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco
uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes
de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y
echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es
todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para
que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva
otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar
por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un
aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos. Literatura
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