Elena Garro
(Puebla, México, 1916 - Cuernavaca, 1998)

Las cabezas bien pensantes
Andamos huyendo, Lola
(México, D.F.: Joaquín Mortiz, 1980, 264 págs.)


      Nadie ha sufrido en este mundo como ha sufrido Lola. Quizás sólo la reina María Antonieta, a la que nunca conocí, pero a la que nunca olvido. La comparación es válida: dos bellezas, dos juguetonas martirizadas. En verdad no encuentro otro ejemplo mejor en la Historia a pesar de que la Historia está llena de mártires, pero no eran coquetas. Lola no es rubia como la reina; Lola es morena. Tampoco tiene palacios, escalinatas, bailes ni trajes de seda. Lola sólo tiene un gabán viejo. Pero Lola como María Antonieta ama el campo y ama correr sobre los prados; eso las vuelve parecidas y el sufrimiento las iguala.
       Para darle alguna esperanza y privarla del miedo, alquilé un estudio amueblado en un edificio elegante… sólo por unos días. Es necesario abrir una bahía en la tormenta de tinieblas que cruzamos. Los muebles del estudio están forrados con sarga de color ladrillo, tienen patas de hierro negro y no son muy acogedores. Sin embargo, después de los hostales de duelas astilladas la limpieza que nos rodea ¡nos deslumbra! El lujo es la limpieza. En el ascensor encontramos a libertadores de pueblos, a generales extranjeros y a algunos artistas. Claro que ninguno sabe que aquí mismo vive Lola.
       Lola nunca se queja. Calla y me mira con sus enormes ojos de Minerva. Una Minerva melancólica, pasada de moda. Una Minerva pateada hasta hacerla vomitar sangre. Es la suerte que corren las Minervas en nuestros ilustres días ilustrados. Olimpia está enterrada bajo siete capas de tierra que tratan inútilmente de remover los ingleses, ¡siempre originales! Atenas son unas cuantas columnas. Las cabezas de Minerva están encerradas en vitrinas internacionales, aisladas, para que el pueblo las contemple, pero que no sufra el contagio. Minerva, por su parte, siempre fue lista y lleva un casco para proteger su cabeza de «las cabezas bien pensantes». Minerva nunca sale en los periódicos y los venteros la detestan. Por eso, cuando descubren a los ojos de Lola los ojos de Minerva dentro de los muros sucios de sus ventas, ¡la patean! Lola lo acepta, sabe que su presencia como la de Minerva es siempre clandestina.
       Petrouchka también ha recibido muchos golpes y se ha convertido en un cobarde: no se baña, no se peina y sus cabellos rubios están apelmazados. Tiene mucho miedo y al menor ruido en el pasillo trata de meterse en el armario. En este estudio el armario es muy pequeño y Petrouchka debe encogerse y no respirar si entra algún criado. Sin embargo, Petrouchka es un loco y sufre de ataques de furia y entonces hace un ruido espantoso y todas sus anteriores precauciones resultan ¡vanas! Lola se esconde detrás de la puerta de baño. Tenemos un cuarto de baño para nosotros cuatro y estamos agradablemente sorprendidos. Lola es muy lista y guarda un silencio absoluto; se parece mucho a Minerva, la Diosa de la Razón, de la que sólo hallamos huellas en las odas y en Lola. En el estudio se goza de silencio, otro lujo olvidado. Las duelas brillan y casi podemos vernos reflejados en ellas, pero los cuatro sabemos que esto no es permanente, es sólo por unos días. ¿Y después? No hay «después» ni hay «antes» para las personas marginadas, como se dice ahora. En nuestros días las Minervas son siempre «personas desplazadas», otro término muy a la moda.
       La pulcritud de Lola es impecable. Yo la admiro, ¡tan pobre y tan cuidada! He notado que las arrugas de su hermoso rostro se han suavizado en el estudio y que sus pies y sus manos brillan. Ahora me está mirando Lola, me mira Minerva. La veo y descubro que tiene una aureola de color verde lunar y que también lleva una corona, lo que indica que ha ganado un lugar en el cielo y la gloria infortunada de una reina en esta tierra. ¿Quién más infortunada que una reina marginada? ¿Quién más infortunada que María Antonieta? Y ¿quién más traicionada que la diosa Minerva? ¡Su existencia es ilegal! Nadie le dará documentos de identificación, ni trabajo, ni trato de persona. Los descalzonados que tomaron tu nombre, Minerva, inventaron la ilegalidad de tu persona. También te encerraron como una antigualla en las vitrinas ¡y de allí no saldrás jamás! Al menos eso opinan «las cabezas bien pensantes».
       —Lola, la Libertad exige que no tengas libertad. Lo sabes porque conoces los tres tiempos que forman un solo tiempo. Me recuerdas también a Cleopatra, ¡otra infortunada! También tú la recuerdas y eso te sostiene y no reniegas de tus ojos y por ello cada vez que te descubren te dan una paliza ¡y nos echan! No podemos ir a la comisaría, aunque es el tiempo de los comisarios, porque tú, Lola, no existes. Así lo decretaron «las cabezas bien pensantes» que vigilan con celo la libertad de los pueblos. Además las aureolas y las coronas han sido decretadas enemigas públicas de los Derechos del Hombre. La dificultad reside en que para gozar de los Derechos hay que ser Hombre. Y ser Hombre es algo así como ser diputado por lo menos y como no eres diputado, Lola, no tienes ningún derecho.
       En cambio los demás gozan del legítimo derecho de insultarte, patearte, echarte a la calle o llevarte a cualquier comisaría. «Las cabezas bien pensantes» han legalizado el insulto, las patizas y las comisarías para las Minervas. ¡Así es la vida, Lola, incomprensible! Sobre todo si recuerdas cuántas leyes y cuánta justicia se ha inventado en tu nombre, ¡Minerva!. Pero la vida no se parece a la vida de la que hablan «las cabezas bien pensantes», una vida ¡Justa y Justiciera! Por eso «las cabezas bien pensantes» gozan de todos los Derechos del Hombre y tienen muchísimo más poder que todas las cámaras de diputados juntas. ¡Son la Quinta Columna del Poder! Así lo anuncian en los kioscos de los diarios. Tu vida misma, Lola, es un delito.
       «Lo que no existe en el Juicio no existe en ninguna parte», reza algún código y como tú no existes, Lola, en ese juicio, pues no existes, aunque el juicio exista. Te confieso, Lola, que ignoro cuál es el juicio. Pero ¿cómo escapar al juicio omnipotente de «las cabezas bien pensantes»? Lo ignoro, Lola… ¿y si hubieras escapado ya por esa rendija verde que atraviesa a la noche y te hubieras alejado para siempre de este juicio, para llegar al otro juicio que no es popular y al que nadie solicita? Es el juicio de los marginados…
       ¡Lola!, me parece que ahora me miras desde un rincón flotante envuelto en vapores luminosos. Te veo con claridad, tienes dos alas verdes de mariposa y estás sentada a los pies de una Virgen. ¡Es la de los Dolores, tu patrona! Eso de Lola confunde. Tu aureola brilla como un sol lunar y en tu corona relampaguean todas las hojas tiernas de los jardines por los que no corriste. Te veo radiante. Para ti, para nosotros, terminaron «las cabezas bien pensantes» justas y justicieras, así como sus muy famosos Derechos del Hombre. Para nosotros ya no corre la tinta, ese líquido inventado para dibujar mariposas, vuelos de cigüeñas y ojos de gacelas. Sin embargo, «las cabezas bien pensantes» la convirtieron en «tinta funcional» y un día pidieron por escrito el Decreto de Muerte para las mariposas. En seguida se organizaron los pelotones de fusilamiento y las mariposas fueron llevadas al amanecer a los paredones de ejecución o a las tapias de los cementerios municipales para ser fusiladas, no sin antes haber cavado sus propias fosas. Así, castigaron a esas ladronas de polen que arruinaban la economía del Estado.
       Un poco más tarde notaron que los ojos de las gacelas eran prejuicios populares, por aquello «del Mal de Ojo». Y pidieron un decreto para su exterminio. Se prepararon los rifles Winchester. «¡Apuntar a los ojos!», escribieron «las cabezas bien pensantes», y los tiradores apuntaron. En seguida se organizó un Congreso Internacional para hacer el recuento del éxito obtenido en la operación para cegar a las gacelas y el prejuicio «del Mal de Ojo» quedó extirpado en el mundo occidental.
       «Las cabezas bien pensantes», siempre alertas, se preocuparon con las cigüeñas. ¿Cómo es posible que esos bichos de patas y pico largo pretendan traer a los niños envueltos en un pañal? «Las cigüeñas son las enemigas del Coito». «Hay que salvar al pene. El hombre occidental está frustrado desde su más tierna infancia», gritaron. Surgió entonces la controversia entre el clítoris y el pene, pero ambos contrincantes exigieron el Decreto de Muerte a las cigüeñas. ¿Acaso no hacen caca y estropean los campanarios y las cornisas propiedad del Estado? ¡Las muy ladronas, engañan a los niños y no pagan alquiler! Equipos de expertos efectuaron las redadas de las cigüeñas con gran éxito y los fusilamientos en masa se llevaron a cabo en secreto, para no alarmar a los niños engañados por esas embusteras, que durante tantos años gozaron de una publicidad inmerecida. «Los Medios de Comunicación han estado en manos equivocadas», dijeron «las cabezas bien pensantes» y, para desmitificar a las cigüeñas, pidieron el derribo de los campanarios y de las cornisas. Ahora, Lola, las fachadas planas de los edificios impedirán el regreso de esas aves embusteras, que tantos daños provocaron en los niños.
       El mundo es muy hermoso, Lola. Lo recuerdo, lo recordamos todos ahora que hemos escapado a sus Decretos. Desde aquí arriba, Lola, contemplamos sus brillantes lagunas, sus bosques, quedan pocos que se hayan escapado al incendio, sus mares espumosos, sus volcanes festivos que regalan increíbles fuegos de artificio y sus pocos ríos que todavía no han logrado ser «apresados». Tú, radiante Lola, nunca más andarás avergonzada por tu viejo gabán, con tus ojos de Minerva bajos, ante las miradas de sospecha de los otros. Ya nunca padecerás el miedo. Estás libre de los golpes y de las comisarías. Has dejado de ser «Lola la Indeseable» para convertirte en Lola la Deseada, Minerva resplandeciente y María Antonieta la Muy Amada Reina…
       Andábamos huyendo, Lola, de la tinta funcional, entre otras cosas. ¿Lo recuerdas, Lola? Abajo, los kioscos continúan abiertos a pesar de ser las once de la noche. Aquí no hay hora ni hay relojes. Tampoco existen los Decretos ni las guillotinas de las imprentas. Dormiremos sobre las nubes que forman inesperados jardines. Petrouchka juega con las llaves de san Pedro y no permitirá jamás que entre una «cabeza bien pensante». ¡Los pillastres son muy inteligentes! Petrouchka se revuelca alegre y grita, después de tantos años de silencio… ese silencio, Lola, que sólo conocen las Minervas, las Reinas y las Personas Marginadas. Abajo quedaron los venteros leyendo los Decretos y la Justicia Multinacional. También quedaron los multinacionales que gozan de documentos y de pasaportes múltiples, tan respetados por «las cabezas bien pensantes». ¿Recuerdas a los multinacionales? Acostumbraban ocupar las mesas de los bares y los restoranes elegantes. Iban vestidos de mendigos, ¡qué digo!, de dandys modernos. Llevaban los bolsillos repletos de billetes y de documentos de identidad, ¡todos legales! Los multinacionales son todopoderosos y ante ellos se inclinan «las cabezas bien pensantes», los venteros y las Maritornes. Lucía les tenía miedo, escapaba nerviosa cuando pasábamos cerca de ellos. Y los multinacionales bebían su café o su whisky y nos sonreían con amabilidad.
       —¡Qué mala suerte, nos han saludado! Prepárate para alguna desdicha —acostumbraba decir Lucía. Y nos mudábamos de hostal para que perdieran nuestras huellas. Todavía ahora escucho su voz aterrada. Es malo ser tan cobarde como Petrouchka. ¿Cuándo perderán ese miedo? Escúchala, Lola.
       —¡Calla, mamá! No hables y trata de que también calle Petrouchka. Acaba de llegar al estudio vecino una «cabeza bien pensante». Escuché cuando descolgó el teléfono para quejarse en la Administración. Dice que hacemos mucho ruido, que violamos los Derechos del Hombre, que él es un Hombre que piensa…
       —¡Apaga la luz, Lucía! ¡Apágala! Si suben nos haremos los dormidos.
       Petrouchka ha huido a encerrarse en el armario. Ya no saldrá de allí en toda la noche. Y Lola, la desdichada Lola, huyó al baño. En su huida dejó caer un vaso y el ruido fue, como gritó «la cabeza bien pensante», como una bomba atómica. «La cabeza» va a llamar a la policía, siempre lo hacen estas «cabezas», me parece que necesita protección, por aquello de las radiaciones…
       —Lola, Lola, has producido una explosión… ¡Y andamos huyendo, Lola!
       Claro que no sabemos de quién huimos, Lola, ni por qué huimos, pero en este tiempo de los Derechos del Hombre y de los Decretos es necesario huir y huir sin tregua, Lola, lo sabes…
       Sobre las duelas brilla tu corona verde; la recogeré temprano, antes de salir a buscar un hostal. Las «cabezas bien pensantes» no suelen hospedarse en los lugares regenteados por sus admiradores…



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