Felisberto
Hernández
(Uruguay, 1902-1964)
Muebles “El Canario”
(Originalmente publicado en Mujer
Batllista
año II, Nº 12, Montevideo, noviembre 1947)
Nadie encendía las láparas
Buenos Aires: Sudamericana, 1947
La propaganda de estos muebles me
tomó desprevenido. Yo había ido a pasar un mes de vacaciones a un lugar
cercano y no había querido enterarme de lo que ocurriera en la ciudad.
Cuando llegué de vuelta hacía mucho calor y esa misma noche fui a una
playa. Volví a mi pieza más bien temprano y un poco malhumorado por lo
que me había ocurrido en el tranvía. Lo tomé en la playa y me tocó
sentarme en un lugar que daba al pasillo. Como todavía hacía mucho
calor, había puesto mi saco en las rodillas y traía los brazos al aire,
pues mi camisa era de manga corta. Entre las personas que andaban por el
pasillo hubo una que de pronto me dijo:
—Con su permiso, por
favor...
Y yo respondí con
rapidez:
—Es de usted.
Pero no sólo no
comprendí lo que pasaba sino que me asusté. En ese instante ocurrieron
muchas cosas. La primera fue que aun cuando ese señor no había terminado
de pedirme permiso, y mientras yo le contestaba, él ya me frotaba el
brazo desnudo con algo frío que no sé por qué creí que fuera saliva. Y
cuando yo había terminado de decir “es de usted” ya sentí un
pinchazo y vi una jeringa grande con letras. Al mismo tiempo una gorda que
iba en otro asiento decía:
—Después a mí,
Yo debo haber hecho un
movimiento brusco con el brazo porque el hombre de la jeringa dijo:
—¡Ah!, lo voy a
lastimar... quieto un...
Pronto sacó la jeringa
en medio de la sonrisa de otros pasajeros que habían visto mi cara.
Después empezó a frotar el brazo de la gorda y ella miraba operar muy
complacida. A pesar de que la jeringa era grande, sólo echaba un pequeño
chorro con un golpe de resorte. Entonces leí las letras amarillas. que
había a lo largo del tubo: Muebles “El Canario”. Después me dio
vergüenza preguntar de qué se trataba y decidí enterarme al otro día
por los diarios. Pero apenas bajé del tranvía pensé: “No podrá ser
un fortificante; tendrá que ser algo que deje consecuencias visibles si
realmente se trata de una propaganda”. Sin embargo, yo no sabía bien de
qué se trataba; pero estaba muy cansado y me empeciné en no hacer caso.
De cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al
público con ninguna droga. Antes de dormirme pensé que a lo mejor
habrían querido producir algún estado físico de placer o bienestar.
Todavía no había pasado al sueño cuando oí en mí el canto de un
pajarito... No tenía la calidad de algo recordado ni del sonido, que nos
llega de afuera. Era anormal como una enfermedad nueva; pero también
había un matiz irónico; como si la enfermedad se sintiera contenta y se
hubiera, puesto a cantar. Estas sensaciones pasaron rápidamente y en
seguida apareció algo más concreto: oí sonar en mi cabeza una voz que
decía:
—Hola, hola; transmite
difusora “El Canario”... hola, hola, audición especial. Las personas
sensibilizadas para estas transmisiones... etc., etc...
Todo esto lo oía de pie,
descalzo, al costado de la cama y sin animarme a encender la luz; había
dado un salto y me había quedado duro en ese lugar; parecía imposible
que aquello sonara dentro de mi cabeza. Me volví a tirar en la cama y por
último me decidí a esperar. Ahora estaban pasando, indicaciones a
propósito de los pagos en cuotas de los muebles “El Canario”. Y de
pronto dijeron:
—Como primer número se
transmitirá el tango...
Desesperado, me metí
debajo de una cobija gruesa; entonces oí todo con más claridad, pues la
cobija atenuaba los ruidos de la calle y yo sentía mejor lo que ocurría
dentro de mi cabeza... En seguida me saqué la cobija y empecé a caminar
por la habitación; esto me aliviaba un poco pero yo tenía como un
secreto empecinamiento en oír y en quejarme de mi desgracia. Me acosté
de nuevo y al agarrarme de los barrotes de la cama volví a oír el tango
con más nitidez.
Al rato me encontraba en
la calle: buscaba otros ruidos que atenuaran el que sentía en la cabeza.
Pensé en comprar un diario, informarme de la dirección de la radio y
preguntar qué había que hacer para anular el efecto de la inyección.
Pero vino un tranvía y lo tomé. A los pocos instantes el tranvía pasó
por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado y el gran ruido me
alivió de otro tango que tocaban ahora; pero de pronto miré para dentro
del tranvía y vi otro hombre con otra jeringa; le estaba dando
inyecciones a unos niños que iban sentados en asientos transversales. Fui
hasta allí y le pregunté qué había que hacer para anular el efecto de
una inyección que me habían dado hacía una hora. El me miró asombrado
y dijo:
—¿No le agrada la
transmisión?
—Absolutamente.
—Espere unos momentos y
empezará una novela--en episodios.
—Horrible -le dije.
El siguió con las
inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el
tango. Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la
inyección me dijo:
—Señor, en todos los
diarios ha salido el aviso de las tabletas “El Canario”. Si a usted no
le gusta, la transmisión se toma una de ellas y pronto.
—¡Pero, ahora todas
las farmacias, están !cerradas y yo voy a volverme loco!
En ese instante oí
anunciar:
—Y ahora transmitiremos
una poesía titulada “Sillón Querido”, soneto compuesto especialmente
para los muebles “El Canario”.
Después el hombre de la
inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo:
—Yo voy a arreglar su
asunto de otra manera. Le cobraré un peso porque le veo cara honrada. Si
usted me descubre pierdo el empleo, pues a la compañía le conviene más
que se vendan las tabletas.
Yo lo apuré para que me
dijera el secreto. Entonces él abrió la mano y dijo:
—Venga el peso. —Y
después que se lo di agregó: —Dése un baño de pies bien caliente.
Literatura
.us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar