Ambrose Bierce
(Meigs County, Ohio, 1842 - Chihuahua, México, 1914)
Testigo de un ahorcamiento (1888)
(“Present at a Hanging”)
Originalmente publicado en el periódico San Francisco Examiner (24 de junio de 1888);
The Collected Works of Ambrose Bierce, Vol. III: Can Such Things Be?
(Nueva York: The Neale Publishing Company, 1910, 429 págs.)
Un anciano llamado Daniel Baker, que vivía cerca de Lebanon (Iowa), fue acusado por sus vecinos de asesinar a un vendedor ambulante al que había permitido pernoctar en su casa. Esto ocurrió en 1853, cuando la venta ambulante era mucho más usual que ahora en el Oeste y realizarla implicaba un peligro considerable. Los buhoneros, con sus fardos al hombro, recorrían el país por caminos desiertos y se veían obligados a buscar la hospitalidad de los granjeros. De esta forma entraban en contacto con extraños personajes, algunos de los cuales no tenían el menor escrúpulo a la hora de ganarse la vida por medios que consideraban aceptables, como por ejemplo el asesinato. De vez en cuando se oía contar que uno de esos vendedores había llegado a casa de un tipo violento con su hato vacío y su bolsa llena y nadie había vuelto a saber más de él. Eso fue lo que ocurrió en el caso del “viejo Baker”, como todos le llamaban (en los poblados del Oeste sólo se da tal apelativo a los ancianos a los que, al ser rechazados socialmente, se les echa en cara la edad): un buhonero llegó a su casa y no volvió a salir.
Siete años más tarde, el reverendo Cummings, sacerdote baptista conocido en la región, iba una noche con su carreta por los alrededores de la granja de Baker. No era noche cerrada, pues por encima del velo de niebla que cubría el terreno se podía ver la luna. El reverendo, tan alegre como siempre, iba silbando una canción que de cuando en cuando interrumpía para dirigir unas palabras de aliento a su caballo. Al llegar a un pequeño puente sobre una rambla vio una figura humana claramente perfilada contra el fondo gris del bosque brumoso. Sin duda era un buhonero, pues llevaba algo a la espalda y empuñaba una gruesa vara. Parecía abstraído, como si estuviera sonámbulo. El reverendo detuvo la carreta al pasar a su lado y, con un amable saludo, le invitó a subir, “si es que vamos en la misma dirección”, añadió. El individuo levantó la cabeza y le miró a la cara, pero siguió inmóvil y en silencio. El señor Cummings, con su característica insistencia, repitió la invitación. Entonces la figura señaló con su mano derecha en dirección a la parte inferior del puente. El reverendo echó una mirada y, como no veía nada especial, fue a dirigirse de nuevo al buhonero: pero el buhonero había desaparecido. El caballo, que hasta entonces se había mantenido sorprendentemente tranquilo, soltó un relincho y salió despavorido. Cuando el señor Cummings quiso hacerse con él, ya estaban en lo alto de una colina, a cien yardas del puente. Al mirar hacia él volvió a ver la figura, en el mismo sitio y con la misma actitud que la primera vez. Entonces, consciente de que algo sobrenatural estaba ocurriendo se dirigió hacia su casa a toda brida.
Al llegar contó a su familia lo ocurrido y a la mañana siguiente, muy temprano, volvió al lugar acompañado por dos vecinos, John White Corwell y Abner Raiser. El cuerpo del viejo Baker colgaba por el cuello de uno de los travesaños del puente, justo debajo del lugar en el que el reverendo había visto la aparición. Una gruesa capa de polvo, húmeda a causa de la niebla, cubría el suelo, pero las únicas huellas apreciables eran las del caballo.
Al descolgar el cadáver, los hombres removieron con sus pisadas el terreno blando y movedizo y descubrieron unos restos humanos que, debido a la acción del agua y de la escarcha, estaban ya casi a la vista. Fueron identificados como los del buhonero desaparecido. En la doble investigación que se llevó a cabo, el juez dictaminó que Daniel Baker se había quitado la vida en un momento de enajenación y que Samuel Moritz había sido asesinado por alguien cuya identidad se desconocía.
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