Antón Chéjov
(Ucrania, 1860 - Alemania, 1904)


Buena colección (1883)
[Otro título en español: “La colección”]

(“Коллекция”)
Originalmente publicado en la revista El espectador [Зритель],
Núm. 13 (18 de febrero de 1883)


      Hace días fui a visitar a mi amigo, el periodista Misha Kovrov [seudónimo utilizado por Chéjov para escribir varios artículos en la revista Зритель]. Le hallé sentado en un sofá, limpiándose las uñas y tomando té. Me ofreció un vaso.
       —Sin pan no suelo tomarlo —rehusé—. Manda por pan.
       —¡De ningún modo! —exclamó él—. A un enemigo le daría pan. ¡A un amigo, jamás!
       —¡Qué raro! ¿Y por qué?
       —Ahora lo verás. Ven aquí.
       Misha me condujo a una mesa, de la que sacó un cajón.
       —Fíjate.
       Por más que me fijé, nada de particular se ofreció a mi vista.
       —La verdad, no veo nada, basura; clavos, trapos, unos rabos extraños.
       —Pues eso es lo que quería enseñarte. ¡Diez años llevo coleccionando esos trapos, esas cuerdas y esos clavos! ¡Una colección estupenda!
       Misha recogió toda aquella basura y la fue echando en una hoja de periódico.
       —¿Ves este fósforo? —me dijo, mostrándome una cerilla a medio quemar—. Es la mar de interesante. La encontré el año pasado en una rosquilla que compré en la panadería de Sevastianov. Por poco me ahogo. Menos mal que mi mujer estaba en casa y me dio unos golpes en la espalda para que la despidiera; que si no llega a estar, se me queda la cerilla en la garganta. Mira esta uña. Apareció hace tres años dentro de un bizcocho que me vendieron en la panadería y confitería de Filippov. El bizcocho, como ves, no tenía manos ni pies, pero sí uñas. ¡Caprichos de la naturaleza! Este pedazo de trapo verde habitaba, hace cinco años, dentro de un salchichón adquirido en una de las mejores tiendas de Moscú. Esta cucaracha seca se bañaba en una sopa que me sirvieron en la cantina de una estación de ferrocarril; y este clavo, en una albóndiga que me comí en la misma estación. Este rabo de rata y este trozo de tafilete fueron hallados ambos dentro de un panecillo de la misma panadería de Filippov. Esta anchoa, de la que ya no queda sino la raspa, venía en una tarta que le regalaron a mi mujer el día de su santo. Esta fiera llamada ciempiés me fue servida con una jarra de cerveza en una cervecería alemana. Este pegote de guano estuve a punto de tragármelo con una empanadilla, en una fonda. Y así sucesivamente, querido.
       —¡¡Magnífica colección!!
       —Desde luego. Pesa libra y media. Y eso no contando lo que, por descuido, me habré tragado y digerido, que no será menos de cinco o seis libras…
       Misha levantó cuidadosamente la hoja de periódico, contempló admirado la colección durante un instante, y la volvió a echar en el cajón.
       Yo cogí el vaso y me puse a tomarme el té, sin volver a pedir que mandara por pan.




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