Antón Chéjov
(Ucrania, 1860 - Alemania, 1904)


El malhechor (1885)
[Otro título en español: “El delincuente”]

(“Злоумышленник”)
Originalmente publicado, con el subtítulo “Escena”, en la Gaceta de San Petersburgo,
Núm. 200 (24 de julio de 1885);
Relatos abigarrados [Пестрых рассказов] (1886, con pequeños cambios estilísticos y la supresión del subtítulo)
Obras completas (editadas por A. Marx)


      Ante el juez de instrucción está de pie un muzhik [un campesino ruso] pequeño, sumamente flaco, con camisa de paño basto y unos calzones remendados. Su rostro hirsuto, picado de viruelas, y sus ojos apenas visibles bajo unas espesas y caídas cejas, tienen una expresión huraña y áspera. En la cabeza, una mata de pelos enmarañados, sin peinar desde hace tiempo, le confieren mayor aspereza, de araña. Va descalzo.
       —¡Denís Grigoriev! —comienza el juez—. Acércate más y responde a mis preguntas. El día siete de este mes de julio, el guardavía Iván Semiónovich Akínfov, al recorrer por la mañana la línea, te sorprendió en la versta ciento cuarenta y uno desatornillando una tuerca de las que sujetan los raíles a las traviesas. ¡Ésta es la tuerca! ¿Fue así o no?
       —¿Qué?
       —¿Fue todo así, como lo explica Akínfov?
       —Claro, así fue.
       —Bien. ¿Y por qué estabas desatornillando la tuerca?
       —¿Qué?
       —¡Dejáte de “qués” y responde a la pregunta! ¿Por qué estabas desatornillando la tuerca?
       —Si no me hiciese falta, no la quitaría —responde Denís con voz ronca, mirando de reojo al techo.
       —¿Para qué te hacía falta esa tuerca?
       —¿La tuerca? Nosotros usamos las tuercas como plomo de pescar…
       —¿Quiénes?
       —Nosotros, la gente… Los muzhiks de Klimovka.
       —Escucha, hermano, no te hagas el tonto y explícate bien. ¡No me vengas con eso del plomo!
       —En mi vida he dicho ni una mentira y ahora resulta que miento… —masculla Denís, guiñando los ojos—. ¿Es que cree Su Señoría que se puede pescar sin plomo? Si pones de cebo un pez o un gusano, ¿se va a hundir sin plomo, eh? Conque miento… —Denís se sonríe—. ¡Si el maldito cebo flota, no sirve de nada! La perca, el sollo, la lota van siempre por el fondo; el único que pica por arriba es el muble, y eso, raras veces… En nuestro río no hay mubles… A ese pez le gustan las anchuras.
       —¿A cuento de qué viene todo esto del muble?
       —¿Qué? ¡Pero si es usted quien me ha preguntado! En la aldea, los señores también pescan así. ¡Hasta el último crío no se pone a pescar sin plomo! La ley no está hecha para el tonto…
       —Entonces, ¿dices que has desatornillado la tuerca para hacer con ella un plomo de pescar?
       —¿Para qué si no? ¡No va a ser para jugar a las tabas!
       —Pero para eso podías haber cogido un trozo de plomo, una bala… cualquier clavo.
       —El plomo no se encuentra tirado en el suelo, hay que comprarlo, y un clavo no vale. No hay nada mejor que una tuerca… Pesa y tiene un agujero.
       —¡Vaya manera de hacerse el tonto! Parece que has nacido ayer o que te has caído del cielo. ¿Es que no entiendes, cabeza hueca, a qué conduce el quitar las tuercas? ¡Si no llega a ser por el guarda, podría haber descarrilado un tren y habría muerto gente! ¡Tú los habrías matado!
       —¡Dios nos libre, Señoría! ¿Para qué matar? ¿Es que somos infieles o criminales? ¡A Dios gracias, ya he vivido bastante, y no he matado a nadie! ¡Ni siquiera se me pasado por la cabeza esa idea! ¡Sálvanos, Reina del Cielo…! ¡Apiádate de nosotros…! ¡Qué cosas dice…!
       —¿Y a qué crees tú que se deben los descarrilamientos? Quitas una o dos tuercas y el tren descarrila…
       Denís sonríe pícaramente y mira incrédulo al juez, entornando los ojos.
       —¡Qué va! En la aldea llevamos muchos años quitando tuercas y, a Dios gracias, nunca ha descarrilado un tren… ni ha muerto gente… ¡Hombre, si me llevara un raíl o, es un decir, pusiera un tronco atravesando la vía, bueno, entonces, puede que descarrilara el tren, pero, por una tuerca… no creo!
       —¡A ver si lo entiendes de una vez, con las tuercas se sujetan los raíles a las traviesas!
       —Eso lo entendemos… No quitamos todas… Dejamos algunas… No lo hacemos a tontas y a locas… Lo entendemos…
       Denís bosteza y hace el signo de la cruz sobre la boca.
       —El año pasado descarriló aquí un tren —dice el juez instructor—. ¡Ahora entiendo por qué!
       —¿Qué, Señoría?
       —Digo que ahora entiendo por qué descarriló un tren el año pasado… ¡Ya lo entiendo!
       —Para eso, Señoría, está la gente culta, para entender. Nuestro Señor sabía a quién le daba entendimiento… Usted ha averiguado el cómo y el porqué, pero el guardavía, que también es muzhik, sin ningún entendimiento, te agarra por el pescuezo y te lleva a rastras… Primero, averígualo y luego me llevas… Apunte también, Señoría, que me pegó dos veces en los dientes y una en el pecho.
       —Cuando te hicieron el registro, encontraron además otra tuerca… ¿En qué sitio la desatornillaste y cuándo?
       —¿Me pregunta por la tuerca que estaba debajo del baúl rojo?
       —No sé dónde estaba, sólo sé que la encontraron en tu casa. ¿Cuándo la desatornillaste?
       —Yo no la quité, me la dio Ignashka, el hijo de Semión el Tuerto. Le hablo de la que había debajo del baúl, pues la del trineo del patio la quitamos juntos Mitrofán y yo.
       —¿Qué Mitrofán?
       —Mitrofán Petróvich… ¿No ha oído hablar de él? Hace redes y las vende a los señores. Necesita muchas tuercas de ésas. Para cada red, calcule unas diez…
       —Escúchame: el artículo mil ochocientos uno del Código Penal dice que todo deterioro en la vía férrea causado con premeditación, cuando puede representar un peligro para el transporte que circula por dicha vía, y el acusado sabe que su acto puede ocasionar una desgracia… ¿entiendes? ¡Tú lo sabías! ¡Tú no podías ignorar las consecuencias del acto de desatornillar…! Se castigará con la deportación a trabajos forzados.
       —¡Claro! Usted lo sabe mejor que… Nosotros somos gente de pocas luces… ¿Qué entendemos nosotros?
       —¡Lo entiendes todo! ¡Mientes, te haces el tonto!
       —¿Para qué mentir? Pregunte en la aldea, si no me cree… Sin plomo sólo se pesca el albur, que es peor aún que el gobio, pero ni ése picaría sin plomo.
       —¡Ahora contarás lo del muble! —sonríe el juez.
       —Por aquí no hay mubles… Si echamos la caña sin plomo, por encima del agua, pica el mújol, pero así y todo, raras veces pica.
       —Bueno, cállate…
       Se hace el silencio. Denís se apoya en uno y otro pie, mira la mesa cubierta con un paño verde y parpadea mucho, como si mirara al sol y no al paño. El juez escribe deprisa.
       —¿Me puedo ir? —pregunta Denís después de unos minutos de silencio.
       —No. Tengo que detenerte y enviarte a la cárcel.
       Denís deja de parpadear, alza sus espesas cejas y mira interrogativamente al juez.
       —¿Cómo? ¿A la cárcel? ¡Señoría! No tengo tiempo, tengo que ir a la feria. He de cobrarle tres rublos a Yegor por el tocino…
       —Calla, no molestes.
       —A la cárcel… Si fuera por algo, iría, pero así… de buenas a primeras… ¿Por qué?
       No he robado, me parece, y no me he metido en peleas… Y si tiene alguna duda sobre los atrasos, Señoría, no crea al capataz… Pregúntele al señor miembro permanente… Ese capataz no es buen cristiano…
       —¡Cállate!
       —Ya me callo… —balbucea Denís—. Lo que pasa es que el capataz ha mentido en las cuentas, eso se lo puedo jurar… Somos tres hermanos: Kuzmá Grigoriev, Yegor Grigoriev y yo, Denís Grigoriev.
       —Me estás molestando… ¡Eh, Semión! —grita el juez— ¡Llévatelo!
       —Somos tres hermanos —masculla Denís cuando dos corpulentos soldados le cogen y le sacan de la sala—. ¡Un hermano no debe responder por el otro! Kuzmá no paga y tú, Denís, responde por él… ¡Jueces! Si nuestro amo, el difunto general, Dios le tenga en la gloria, no estuviera muerto, ya les enseñaría a ustedes, los jueces… Hay que saber juzgar, y no de cualquier manera… Bueno, que me azoten, pero que sea por algo, en conciencia…



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