Antón Chéjov
(Ucrania, 1860 - Alemania, 1904)
Una perra cara (1885)
(“Дорогая собака”)
Originalmente publicado en la revista Fragmentos, 45 (9 de noviembre de 1885);
también, sin permiso del autor y con el título “El perro”, en la revista El grillo;
Discursos inocentes (1887);
Obras completas (1899, vol. I)
El maduro oficial de
infantería Dubov y el voluntario Knaps, sentados uno junto a otro,
bebían unas copas.
—¡Magnífico perro!... —decía
Dubov mostrando a Knaps a su perro Milka—. ¡Un perro
extraordinario!... ¡Fíjese, fíjese bien en el morro que tiene!...
¡Lo que valdrá sólo el morro!... Si lo viera un aficionado, tan
sólo por el morro pagaría doscientos rublos. ¿No lo cree usted?...
Si es así, es que no entiende nada de esto.
—Sí que entiendo, pero...
—Es setter. ¡Setter inglés de
pura raza! Para el acecho es asombroso, y como olfato... ¡Dios
mío!... ¡Qué olfato el suyo! ¿ Sabe cuánto pagué por mi Milka
cuando no era más que un cachorro?... ¡Cien rublos! ¡Soberbio
perro! ¡Ven acá..., Milka bribón, Milka bonito!... ¡Ven acá,
perrito..., chuchito mío... !
Dubov atrajo a Milka hacia sí y
le besó entre las orejas. A sus ojos asomaban lágrimas.
—¡No te entregaré a nadie...,
hermoso mío..., tunante! ¿Verdad que me quieres, Milka? Me
quieres..., ¿no? Bueno, ¡márchate ya! —exclamó de pronto el
teniente—. ¡Me has puesto las patas sucias en el uniforme! ¡Pues
sí, Knaps!... ¡Ciento cincuenta rublos pagué por el cachorro!
¡Desde luego ya se ve que los vale! ¡Lo único que siento es no
tener tiempo para ir de caza! ¡Y un perro sin hacer nada se muere!...
¡Le falta... sobre qué utilizar la inteligencia!... ¡Cómpremelo,
Knaps! ¡Me lo agradecerá usted toda la vida! Si no dispone de mucho
dinero, se lo dejaré por la mitad de su precio... ¡Lléveselo por
cincuenta rublos!... ¡Róbeme ... !
—No, querido —suspiró Knaps—.
Si su Milka hubiera sido macho—, quizá lo comprara, pero...
—¿Que Milka no es macho? —se
asombró el teniente—. Pero ¿qué está usted diciendo, Knaps?...
¿Que Milka no es macho? ¡Ja, ja!... Entonces, ¿qué es según
usted? ¿Perra? ¡Ja, ja!... ¡Qué chiquillo! Todavía no sabe
distinguir un perro de una perra!
—Me está usted hablando como si
yo fuera ciego o una criatura —se ofendió Knaps—. ¡Claro que es
perra!
—¡A lo mejor también le parece
a usted que yo soy una señora!... ¡Vaya,vaya.... Knaps! —¡Y decir
que ha cursado usted estudios técnicos!... No, alma mía. Este es un
auténtico perro de pura casta. ¡Es capaz de dar ciento y raya a
cualquier otro perro, y usted me sale con que no es perro! ¡Ja, ja...
!
—Perdóneme, Mijail Ivanovich,
pero me toma usted sencillamente por tonto. ¡Hasta me ofende!
—Bueno, bueno... Pues nada,
entonces... No lo compre si no quiere... ¡A usted es imposible
hacerle comprender nada! ¡Pronto empezará usted a decir. que en vez
de rabo tiene una pata!... Pero nada ... ¡A usted es a quien quería
yo hacer el favor! ¡Vajrameev! ... ¡Trae coñac!
El ordenanza trajo más coñac.
Los dos amigos llenaron sus vasos y quedaron pensativos. Transcurrió
media hora en silencio.
—¡Y después de todo..., vamos
a suponer que fuera perra!... —interrumpió el silencio el teniente
mirando sombrío la botella—. ¿Qué importancia tendría eso?...
¡Mejor para usted!... Le daría cachorros, cada cachorro no valdría
menos de veinticinco rublos. ¡Se los compraría cualquiera,
encantado! ¡No sé por qué le gustan tanto los perros! ¡Son mil
veces mejor las perras! El género femenino es más adicto y más
agradecido... Pero bueno, en fin..., si tanto miedo tiene usted al
género femenino, ¡quédese con ella en veinticinco rublos!
—No, querido. No le pienso dar
ni una kopeka. En primer lugar, no necesito perro, y, en segundo, no
tengo dinero.
—Eso podía usted haberlo dicho
antes... ¡Milka! ¡Largo de aquí!
El ordenanza sirvió una tortilla.
Los amigos se pusieron a comerla y la terminaron en silencio.
—¡Es usted un buen muchacho,
Knaps! ¡Un muchacho cabal! —dijo el teniente, limpiándose los
labios—. ¡Qué diablos! ¡Me da lástima dejarle así! ¿Sabe usted
una cosa?... ¡Llévese la perra gratis!
—Pero ¿para qué la quiero yo,
querido? —dijo Knaps con un suspiro—. Y además, ¿quién me la
iba a cuidar?
—¡Bueno, pues nada,
entonces!..., ¡nada!.... ¡qué diablos! ¿Que no la quiere usted?...
¡Pues no se la lleva! Pero ¿adónde va usted?... ¡Quédese un
ratito más!
Knaps se levantó desperezándose
y cogió su gorro.
—Ya es hora de marchar. Adiós
—dijo, bostezando.
—Espere, entonces. Le
acompañaré.
Dubov y Knaps se pusieron los
abrigos y salieron a la calle. Anduvieron en silencio los cien
primeros pasos.
—¿No se le ocurre a quién
podría yo dar la perra? ¿No tiene usted a nadie entre sus
conocidos...? La perra, como ha visto usted, es bonísima..., y de
raza..., pero yo no la necesito para nada.
—No se me ocurre, querido. En
realidad, ¿qué conocimientos tengo yo aquí?...
Hasta llegar a la misma casa de
Knaps, caminaron los amigos sin pronunciar palabra. Sólo cuando al
abrir la puerta de la verja Knaps estrechó la mano a Dubov, éste
tosió y con alguna vacilación dijo:
—¿Sabe usted si los perreros de
la localidad aceptan perros?
—Es posible que los acepten,
pero con seguridad no se lo puedo decir.
—Mañana la mandaré allá con
Vajrameev. ¡Al diablo con la perra! Por mí, que la desuellen...,
¡maldita, asquerosa perra! ¡Por si fuera poco que ensucie las
habitaciones, ayer en la cocina se zampó toda la carne!... ¡Canalla!
¡Y si siquiera fuera de buena raza!... ¡Pero no es más que una
mezcla de perro callejero y de cerdo! ¡Buenas noches!
—Adiós —dijo Knaps.
La puerta de la verja se cerró y
el teniente quedó solo.
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