Antón Chéjov
(Ucrania, 1860 - Alemania, 1904)
El trágico (1883)
[Otro título en español: “El actor trágico”]
(“Трагик”)
Originalmente publicado, con el subtítulo “Historieta”,
en la revista Fragmentos, 41 (8 de octubre de 1883);
también se incluyó en la recopilación Cuentos de Melpomene (1884);
Obras completas (1899, vol. II), con revisiones sustanciales
Se celebraba el beneficio del
trágico Fenoguenov.
La función era un éxito. El
trágico hacía milagros: gritaba, aullaba como una fiera, daba
patadas en el suelo, se golpeaba el pecho con los puños de un modo
terrible, se rasgaba las vestiduras, temblaba en los momentos
patéticos de pies a cabeza, como nunca se tiembla en la vida real,
jadeaba como una locomotora.
Ruidosas salvas de aplausos
estremecían el teatro. Los admiradores del actor le regalaron una
pitillera de plata y un ramo de flores con largas cintas. Las señoras
le saludaban agitando el pañuelo, y no pocas lloraban.
Pero la más entusiasmada de todas
por el espectáculo era la hija del jefe de la policía local, Macha.
Sentada junto a su padre, en primera fila, a dos pasos de las
candilejas, no quitaba ojo del escenario y estaba conmovidísima. Sus
finos brazos y sus piernas temblaban, sus ojos se arrasaban en
lágrimas, sus mejillas perdían el color por momentos. ¡Era la
primera vez en su vida que asistía a una función de teatro!
—¡Dios mío, qué bien trabajan!
¡Es admirable! —le decía a su padre cada vez que bajaba el telón—.
Sobre todo, Fenoguenov ¡es tremendo!
Su entusiasmo era tan grande, que
la hacía sufrir. Todo le parecía encantador, delicioso: la obra, los
artistas, las decoraciones, la música.
—¡Papá! —dijo en el último
entreacto—. Sube al escenario e invítales a todos a comer en casa
mañana.
Su padre subió al escenario,
estuvo amabilísimo con todos los artistas, sobre todo con las mujeres,
e invitó a los actores a comer.
—Vengan todos, excepto las
mujeres —le dijo por lo bajo a Fenoguenov—. Mi hija es aún
demasiado joven...
Al día siguiente se sentaron a la
mesa del jefe de policía el empresario Limonadov, el actor cómico
Vodolasov y el trágico Fenoguenov. Los demás, excusándose cada uno
como Dios les dio a entender, no acudieron.
La comida fue aburridísima.
Limonadov, desde el primer plato hasta los postres, estuvo hablando de
su estimación al jefe de policía y a todas las autoridades. De
sobremesa, Vodolasov lució sus facultades cómicas imitando a los
comerciantes borrachos y a los armenios, y Fenoguenov, un ucranio de
elevada estatura, ojos negros y frente severa, recitó el monólogo de
Hamlet. Luego, el empresario contó, con lágrimas en los ojos, su
entrevista con el anciano gobernador de la provincia, el general
Kaniuchin.
El jefe de policía escuchaba, se
aburría y se sonreía bonachonamente. Estaba contento, a pesar de que
Limonadov olía mal y Fenoguenov llevaba un frac prestado, que le
venía ancho, y unas botas muy viejas. Placíanle a su hija, la
divertían, y él no necesitaba más. Macha, por su parte, miraba a
los artistas llena de admiración, sin quitarles ojo. ¡En su vida
había visto hombres de tanto talento, tan extraordinarios! Por la
noche fue de nuevo al teatro con su padre.
Una semana después, los artistas
volvieron a comer en casa del funcionario policíaco. Y las
invitaciones, ora a comer, ora a cenar, fueron menudeando, hasta
llegar a ser casi diarias. La afición de Macha al arte teatral subió
de punto, y no había función a la que no asistiese la joven.
La pobre muchacha acabó por
enamorarse de Fenoguenov.
Una mañana, aprovechando la
ausencia de su padre, que había ido a la estación a recibir al
arzobispo, Macha se escapó con la compañía, y en el camino se casó
con su ídolo Fenoguenov. Celebrada la boda, los artistas le
dirigieron una larga carta sentimental al jefe de policía. Todos
tomaron parte en la composición de la epístola.
—¡Ante todo, exponle los
motivos! —le decía Limonadov a Vodolasov, que redactaba el
documento—. Y hazle presente nuestra estimación: ¡los burócratas
se pagan mucho de estas cosas!... Añade algunas frases conmovedoras,
que le hagan llorar...
La respuesta del funcionario
sorprendió dolorosamente a los artistas: el padre de Macha decía que
renegaba de su hija, que no le perdonaría nunca el “haberse casado
con un zascandil idiota, con un ser inútil y ocioso”.
Al día siguiente, la joven le
escribía a su padre:
“¡Papá, me pega! ¡Perdónanos!”
Sí, Fenoguenov le pegaba, en el
escenario, delante de Limonadov, de la doncella y de los lampistas. No
le podía perdonar el chasco que se había llevado. Se había casado
con ella, persuadido por los consejos de Limonadov.
—¡Sería tonto —le decía el
empresario— dejar escapar una ocasión como ésta! Por ese dinero
sería yo capaz, no ya de casarme, de dejar que me deportasen a la
Siberia. En cuanto te cases construyes un teatro, y hete convertido en
empresario de la noche a la mañana.
Y todos aquellos sueños habíanse
trocado en humo: ¡el maldito padre renegaba de su hija y no le daba
un cuarto!
Fenoguenov apretaba los puños y
rugía:
—¡Si no me manda dinero le voy
a pegar más palizas a la niña!...
La compañía intentó trasladarse
a otra ciudad a hurto de Macha y zafarse así de ella. Los artistas
estaban ya en el tren, que se disponía a partir, cuando llegó la
pobre, jadeante, a la estación.
—He sido ofendido por su padre
de usted —le declara Fenoguenov—, y todo ha concluido entre
nosotros.
Pero, ella, sin preocuparse de la
curiosidad que la escena había despertado entre los viajeros, se
postró ante él y le tendió los brazos, gritándole:
—¡Le amo a usted! ¡No me
abandone! ¡No puedo vivir sin usted!
Los artistas, tras una corta
deliberación, consintieron en llevarla con ellos en calidad de
partiquina.
Empezó por representar papeles de
criada y de paje; pero cuando la señora Beobajtova, orgullo de la
compañía, se escapó, la reemplazó ella en el puesto de primera
ingenua. Aunque ceceaba y era tímida, no tardó, habituada a la
escena, en atraerse las simpatías del público. Fenoguenov, con todo,
seguía considerándola una carga.
—¡Vaya una actriz! —decía—.
No tiene figura ni maneras, y además es muy bestia.
Una noche la compañía
representaba Los bandidos, de Schiller. Fenoguenov hacía de Franz y
Macha de Amalia. Él gritaba, aullaba, temblaba de pies a cabeza;
Macha recitaba su papel como un escolar su lección.
En la escena en que Franz le
declara su pasión a Amalia, ella debía echar mano a la espada,
rechazar a Franz y gritarle: “¡Vete!” En vez de eso, cuando
Fenoguenov la estrechó entre sus brazos de hierro, se estremeció
como un pajarito y no se movió.
—¡Tenga usted piedad de mí!
—le susurró al oído—. ¡Soy tan desgraciada!
—¡No te sabes el papel! —le
silbó colérico Fenoguenov— ¡Escucha al apuntador!
Terminada la función, el
empresario y Fenoguenov sentáronse en la caja y se pusieron a charlar.
—¡Tu mujer no se sabe los
papeles! —se lamentó Limonadov.
Fenoguenov suspiró y su mal humor
subió de punto.
Al día siguiente, Macha, en una
tiendecita de junto al teatro, le escribía a su padre:
“¡Papá, me pega! ¡Perdónanos!
Mándanos dinero.”
Literatura
.us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar