Joseph Conrad
(Berdyczów, entonces Polonia, actual Ucrania, 1857 - Bishopsbourne, Inglaterra, 1924)
El socio (1915)
(“The Partner”)
Within the Tides: Tales
(Londres y Toronto: J. M. Dent, 1915, 280 págs.)
—Vaya historia absurda. Los marinos aquí en Westport
han estado contando esta mentira a los veraneantes durante años. Al tipo que
llevan en barca por un chelín por cabeza... y hace preguntas estúpidas... algo
hay que contarle para pasar el tiempo. ¿Conoce algo más tonto que el que te
lleven en barca a lo largo de una playa?... Es como beber limonada aguada
cuando no tienes sed. ¡No sé por qué lo hacen! Ni siquiera se marean.
Un vaso de cerveza permanecía olvidado junto a su
codo, el local era una pequeña sala de fumadores respetable de un pequeño hotel
respetable. Mi gusto por conocer gente me llevó a quedarme con él hasta tarde.
Sus grandes mejillas planas y arrugadas estaban afeitadas, un grueso mechón
cuadrado y canoso pendía de su barbilla, su movimiento proporcionaba
credibilidad adicional a su grave forma de expresarse y su desdén por el género
humano, por sus actividades y conducta moral, se reflejaba en la manera
informal de llevar su gran sombrero flexible de fieltro negro y ala ancha, que
siempre llevaba puesto.
Su aspecto era el de un viejo aventurero jubilado tras
muchas experiencias inmorales en las más oscuras zonas de la tierra, pero yo
tenía razones para creer que nunca había salido de Inglaterra. Por un
comentario fortuito que alguien dejó caer supuse que en sus años de juventud
debió de estar relacionado con la marina..., con barcos en muelles. Era muy individualista,
y esto fue lo que atrajo mi atención en un primer momento. Pero no era fácil de
clasificar y antes de terminar la semana le etiqueté con la vaga definición de “viejo
rufián imponente”.
Una tarde lluviosa, oprimido por un mortal
aburrimiento, entré en la sala de fumadores. Él estaba allí sentado en absoluta
inmovilidad, que era impresionante y realmente como la de un faquir. Comenzaba
a preguntarme cuáles podían ser las relaciones de esta clase de hombre, su “ambiente”,
sus vínculos privados, sus intereses, su moral, sus amigos e incluso su
esposa... cuando, para mi sorpresa, comenzó una conversación con voz profunda y
murmurante.
Debo decir que desde que alguien le dijo que yo era un
escritor de historias había pasado a saludarme por las mañanas con leves
gruñidos.
Era en esencia un hombre taciturno. Había un toque de
mala educación en sus frases incompletas. Pasó algún tiempo antes de descubrir
que lo que le interesaba era el proceso mediante el cual las historias...,
historias para periódicos..., se gestaban.
¿Qué se le podía decir a un tipo como ése? Pero yo
estaba mortalmente aburrido, el tiempo seguía horrible y decidí ser amable.
—De manera que se inventa usted estos cuentos. ¿Cómo
consigue que le vengan a la cabeza? —preguntó con voz profunda.
Expliqué que uno normalmente conseguía una idea para
un cuento.
—¿Qué clase de idea?
—Bueno, por ejemplo —dije—, el otro día me llevaron en
bote a las rocas. Mi barquero me contó el naufragio que hubo en estas rocas
hace cerca de veinte años. Eso podría utilizarse como idea para un fragmento de
historia principalmente descriptivo con un título como “En el Canal”, por
ejemplo.
Fue entonces cuando arremetió contra los barqueros y
los veraneantes que escuchaban sus cuentos. Sin mover un músculo de la cara
emitió un poderoso “sandeces” desde algún lugar proveniente de las
profundidades de su pecho, y continuó con su murmullo ronco, fragmentario. “Miran
fijamente las ridículas rocas... afirman con sus ridículas cabezas… ¿Qué creen
que es un hombre?... ¿una bolsa de papel reventada o qué?... que hace pum
cuando le golpean... Maldita historieta estúpida... ¡Vaya idea!... ¿Una
mentira?”
Hay que imaginar a este majestuoso rufián coronado por
el ala negra de su sombrero, soltando todo esto igual que un perro viejo gruñe
a veces, con la cabeza alta y los ojos mirando al infinito.
—¡En efecto! —exclamé—. Bueno, pero incluso sin ser
cierto es una idea que me permite ver estas rocas, este vendaval del que
hablan, las marejadas, etc., etc., en relación con el género humano. La lucha
contra las fuerzas naturales y el efecto de todo esto en al menos un, digamos,
exaltado...
Me interrumpió con un agresivo:
—¿Aceptaría usted la verdad?
—No sabría qué decirle —respondí con cautela—. Dicen
que la verdad es más extraña que la ficción.
—¿Quién lo dice? —profirió.
—¡Oh! Nadie en particular.
Me volví hacia la ventana, pues el arrogante mendigo
con su inmóvil brazo sobre la mesa era incómodo de mirar. Supongo que mi
comportamiento informal le condujo a un discurso relativamente largo.
—¿Ha visto usted alguna vez un montón de rocas tan
ridículo? Son como ciruelas en una ración de pudín frío.
Las estaba mirando..., un acre o más de puntos negros
esparcidos en las sombras gris acero del mar en calma bajo la uniforme, fina
niebla gris con una mancha informe más brillante en una zona..., la velada
blancura de un acantilado destacando como un difuso resplandor misterioso. Era
un cuadro delicado y maravilloso, algo expresivo, sugerente y desolado, una
sinfonía de grises y negros..., un Whistler. Pero lo siguiente que la voz a mi
espalda dijo me hizo darme la vuelta. Bramó con energía contenida contra toda
idea relacionada con mares rugientes, luego continuó:
—Yo… no es ninguna tontería... mirando las rocas de
ahí afuera... probablemente recuerda más a una oficina... que en una época yo
solía visitar de vez en cuando... una oficina en Londres... en una de esas
calles pequeñas detrás de la estación de la calle Cannon.
Era muy pausado; nada espasmódico, sólo fragmentario,
a veces irreverente.
—Ésa es una conexión muy remota —observé, acercándome
a él.
—¿Conexión? Al infierno con sus conexiones. Fue una
casualidad.
—Aun así —dije—, una casualidad tiene sus conexiones
hacia atrás y hacia delante que, si pudieran formularse...
Sin moverse parecía prestar atención.
—¡Sí! Formularse. Eso es quizá lo que usted podría
hacer. ¿No podría hacerlo ahora? No hay vida marina en esta conexión. Pero
puede sacarla de su cabeza... si quiere.
—Sí. Podría, si fuera necesario —dije—. A veces vale
la pena sacar mucho de la cabeza, y a veces no. Quiero decir que la historia no
merece la pena. Todo depende de eso.
Me divertía hablar con él de este modo. Manifestaba
claramente su creencia en que los escritores de historias iban tras el dinero
al igual que el resto de los que tenían que vivir de su ingenio, y en que era
llamativo lo lejos que aquellos que iban tras el dinero podían llegar...
Algunos de ellos.
A continuación se embarcó en una diatriba contra la
vida marina. La calificó como una forma de vida estúpida. Sin oportunidades, ni
experiencia, ni variedad, nada. Algunos hombres admirables salían de ella,
admitió, pero si se pensaba no había más opción que huir. Muchachos. Como el
capitán Harry Dunbar. Buen marino. Buena fama como capitán. Grandullón;
patillas cortas encaneciéndose, cara agradable, voz potente. Un buen tipo, pero
con la misma malicia que un bebé.
—Es el capitán del Sagamore de quien habla
—dije con seguridad.
Tras un “Desde luego” quedo y desdeñoso, parecía ahora
proyectar en la pared con su mirada fija la visión de aquella oficina de la
ciudad, “a espaldas de la estación de la calle Cannon”, mientras gruñía y entre
dientes daba una descripción fragmentaria, levantando el mentón de vez en
cuando, como si estuviera enfadado.
Era, según su relato, un modesto lugar de negocios, en
modo alguno siniestro pero apartado, en una calle pequeña ahora reconstruida
completamente. “Siete puertas más allá de la taberna Cheshire Cat bajo el
puente de la vía. Acostumbraba a almorzar allí cuando mis negocios me llevaban
a la ciudad. Cloete solía entrar a comer su chuleta y hacer reír a la chica.
Tampoco le hacía falta hablar mucho para ello. Únicamente el modo en que sus
anteojos brillaban al mirarte y una mueca de su gruesa boca eran suficientes
para hacerte reír antes de empezar con una de sus historietas. Un tipo
divertido, Cloete. C-l-o-e-t-e... Cloete.”
—¿Qué era?…, ¿holandés? —pregunté, sin comprender en
absoluto qué tenía todo esto que ver con los barqueros de Westport, los
veraneantes de Westport y la opinión exacerbada que este extraordinario tipo
tenía de ellos como mentirosos y estúpidos—. “Quién diablos sabe —gruñó, sus
ojos fijos en la pared como si no quisiera perder un solo movimiento de una
imagen cinematográfica—. En cualquier caso sólo hablaba inglés. La primera vez
que lo vi... salía de un barco anclado proveniente de Estados Unidos... como
pasajero. Me pregunta por un pequeño hotel cercano. Quería estar tranquilo y
ver los alrededores durante unos días. Le llevé a un lugar... de un amigo mío...
La siguiente vez... en la City [el centro financiero de Londres]... ¡Hola! Eres muy amable... toma una
copa. Habla mucho de sí mismo. Ha estado durante años en los Estados Unidos.
Toda clase de negocios en todas partes. También con gente dedicada a los
linimentos [“patent medicine”, en inglés: término empleado para referirse a los remedios milagrosos elaborados con ingredientes secretos y de eficacia cuestionable, que se comercializaban sin prescripción médica; fue un mercado muy lucrativo, y tuvieron mucho éxito, especialmente en Estados Unidos, durante el siglo XIX]. Viaja.
Escribe anuncios y todo eso. Me cuenta historias divertidas. Es un tipo alto y
desgarbado. Pelo negro y de punta como un cepillo, cara alargada, brazos
largos, brillo en sus anteojos, jovial forma de hablar... con voz grave. ¿Me
sigue?”
Asentí, pero no me estaba mirando.
—Nunca me había reído tanto en mi vida. El miserable...
te hacía reír contándote cómo despellejaba a su propio padre. Era capaz hasta
de eso. Un hombre que ha estado en el negocio de los linimentos será capaz de
cualquier cosa, desde el juego de la moneda [“pitch and toss”, en inglés: juego popular en Inglaterra cuyo origen se remonta al siglo XVIII; consistía en lanzar una moneda hacia una pared, ganando el que la dejara más cerca de ella; era una de sus variantes es un juego de apuestas] hasta el asesinato premeditado. Y eso es una verdad un poco dura para uno. No
importa lo que hagan... piensan que pueden meterse en cualquier lío y salir
airosos de ello... consideran tonto al mundo entero. Hombre de negocios, Cloete
también. Llegó con unos cientos de libras. Buscando algo que hacer... de un
modo tranquilo. Nada como la patria después de todo, dijo... Y así nos
separamos... yo con más copas en el cuerpo de las que estaba acostumbrado.
Pasado un tiempo, más o menos seis meses, me topé de nuevo con él en la oficina
del señor George Dunbar. Sí, esa oficina. No era frecuente que yo... Sin
embargo, había un asunto relacionado con un cargamento suyo en un barco del
muelle sobre lo que quería preguntar al señor George. En ésas aparece Cloete
saliendo de la habitación del fondo con papeles en la mano. Socio. ¿Entiende?
—¡Ajá! —dije—. Los cientos de libras.
—Y esa lengua suya —gruñó—. No olvide esa lengua.
Algunos de sus cuentos debieron de abrirle un poco los ojos a George Dunbar
sobre lo que significan los negocios.
—Un tipo convincente —sugerí.
—¡Hum! Usted puede tomarlo como quiera... desde luego.
Bueno. Socio. George Dunbar se pone su sombrero de copa y me dice que espere un
momento... George siempre daba la impresión de ganar varios miles de libras al
año... un pez gordo de ciudad... ¡Vamos, viejo! Y él y el capitán Harry salen
juntos... algún negocio con un abogado a la vuelta de la esquina. El capitán
Harry, cuando estaba en Inglaterra, solía aparecer regularmente en la oficina
de su hermano sobre las doce. Se sentaba en una esquina como un buen chico,
leía el periódico y fumaba en pipa. De manera que salen... Hermanos ejemplares,
dice Cloete... dos tortolitos... me ocupo de la fruta en conserva de este
pequeño y cómodo asunto... Me da esa clase de conversación. Entonces, al poco:
¿Qué clase de vejestorio es ese Sagamore? El mejor barco de ahí fuera...
¿eh? Me atrevería a decir que todos los barcos son excelentes para usted. Vive
de ellos. Le diré una cosa, antes metería mi dinero en un calcetín viejo.
¡Mucho antes!
Tomó aliento y noté que su mano, apoyada relajadamente
sobre la mesa, se cerraba lentamente en un puño. En ese hombre inamovible el
gesto era algo sorprendente, amenazador.
—De manera que, ya en esa época... fíjese... ya
—gruñó.
—Pero espere —interrumpí—. Me han dicho que el Sagamore
pertenecía a Mundy y Rogers.
Resopló con desprecio. “Malditos barqueros...
ignorantes. Izó la bandera de la compañía. Ése es otro asunto. Un favor. Fue
así: cuando el viejo Dunbar murió, el capitán Harry estaba ya al mando de la
compañía. George dejó el banco del que era empleado, se estableció por su
cuenta con su parte de la herencia del viejo. George era un hombre listo.
Comenzó en el almacenaje, después dos o tres cosas a la vez: pasta de madera,
el negocio de fruta en conserva, y así sucesivamente. Y el capitán Harry le
permitió disponer de su parte para sus inversiones... En mi barco tengo todo lo
que necesito, dice... Pero, mira por donde, Mundy y Rogers comienzan a vender
todos sus barcos a extranjeros... para entrar en el vapor acto seguido. El
capitán Harry se disgusta mucho... pierde el mando, se separa del barco al que
tenía cariño... una desgracia. Justo en ese momento, así ocurrió, los hermanos
recibieron dinero... una anciana murió o algo así. Una cantidad considerable.
Entonces el joven George dice: Entre los dos tenemos suficiente para comprar el
Sagamore... Pero necesitarás más dinero para tus negocios, exclama el
capitán Harry... y el otro se ríe de él: Mis negocios van bien. Venga, puedo
ganar un buen dinero en lo que tú tardas en encenderte la pipa, amigo... Mundy
y Rogers fueron comprensivos al respecto: Claro, capitán. Y, si quiere,
nosotros nos ocuparemos de él en su lugar, como si aún fuera nuestro...Vaya,
con un acuerdo como ése comprar ese barco era una buena inversión. ¡Buena!
Claro, en aquel tiempo.”
El ligero giro de su cabeza hacia mí llegados a este
punto era como una muestra de una marcada sensibilidad en cualquier otro
hombre.
—Tenga en cuenta que todo esto ocurrió mucho antes de
que Cloete apareciese —murmuró en señal de advertencia.
—Sí. Lo tendré en cuenta —dije—. Generalmente decimos:
pasaron algunos años. Es fácil.
Me observó durante un rato en silencio con la mirada
perdida, como absorto pensando en los años en los que se las había arreglado
tan bien; eran sus propios años también, los años anteriores y los (no tantos)
posteriores a la entrada de Cloete en escena. Cuando habló de nuevo, percibí su
intención de indicarme, en su estilo oscuro y gráfico, la influencia en George
Dunbar de su larga vinculación con la moral relajada de Cloete, su groseramente
persuasivo don humorístico (un tipo divertido) y su carácter impulsivamente
temerario. Deseaba ansiosamente que yo elaborara esta imagen, y le aseguré que
estaba dentro de mis posibilidades. Deseaba, además, que comprendiera que el
negocio de George tenía sus altibajos (mientras tanto el otro hermano navegaba
plácidamente de un lugar a otro), que a veces atravesaba malas rachas, lo que
le preocupaba mucho porque se había casado con una joven de gustos caros. En
general, pasaba por un momento de apuros, y justo entonces Cloete tropezó en
algún lugar de la ciudad con un hombre que estaba elaborando un linimento (el
antiguo negocio del tipo) con gran éxito, pero que con capital, capital de
alrededor de varios miles para invertir a manos llenas en publicidad, podría
convertirse en algo grande... infinitamente más... rentable que una mina de
oro. Cloete se emocionó con las posibilidades que ofrecía ese tipo de negocio,
en el que era un experto. Comprendí que el socio de George ardía en deseos de
aprovechar esta oportunidad única.
—De manera que todos los días sobre las once entra en
la habitación de George, y sigue con la cantinela hasta que George hace
rechinar sus dientes con ira. Cállate. ¿De qué sirve? No hay dinero. Apenas
para seguir adelante, como para malgastar miles en publicidad. Nunca se
atrevería a proponer a su hermano vender el barco. Ni siquiera podía pensar en
ello. Le preocuparía muchísimo. Sería como el fin del mundo. ¡Y desde luego no
por un negocio de ese tipo!... ¿Crees que sería una estafa?, pregunta Cloete,
moviendo nerviosamente su boca... George admite: Sería un estúpido remilgado si
creyera eso, después de todos estos años entre negocios.
“Cloete lo mira con dureza… Nunca pensé en vender el
barco. No esperaba que a estas alturas el condenado vejestorio alcanzase la
mitad del valor por el que está asegurado. Entonces George responde airado.
¿Qué significan entonces todas esas bromas ridículas sobre la propiedad del
barco durante las últimas tres semanas? En cualquier caso, estoy harto.
“Estaba enfadado porque la boca se le hacía agua,
¿comprende? Cloete no se pone nervioso... Tampoco soy un estúpido remilgado,
dice muy despacio. Tu viejo Sagamore no quiere que lo vendan. La maldita
cosa que quiere es ser desguazado a golpes de tomahawk (parece que el nombre Sagamore
se refiere a un jefe indio o algo así. El mascarón de proa era un salvaje medio
desnudo con una pluma en una oreja y un hacha en el cinturón). Tomahawk, dice.
“¿Qué quieres decir?, pregunta George... Un
naufragio... se podría conseguir de forma perfectamente segura, continúa
Cloete... tu hermano podría poner después su parte del dinero del seguro. No
hay necesidad de contarle exactamente para qué. Te considera el hombre de
negocios más listo que haya existido jamás. También hará su fortuna... George
en su ira agarra el escritorio con las dos manos... ¿Piensas que mi hermano es
un hombre que hundiría su barco a propósito? Yo ni siquiera me atrevería a
pensar en tal cosa estando en la misma habitación que él... el tipo más
extraordinario que jamás existió... No hagas tanto ruido, te escucharán fuera,
dice Cloete; y le dice que su hermano es un modelo de virtud, pero todo lo
necesario es convencerle de quedarse en tierra para hacer un viaje... de
vacaciones... tomar un descanso... ¿por qué no?... De hecho, tengo a alguien
pensado para ese tipo de trabajo... susurra Cloete.
“George casi se atraganta... De manera que piensas que
soy de esa clase... Me crees capaz... ¿Por quién me tomas?... Casi pierde la
cabeza, mientras Cloete mantiene la calma, únicamente palidece su papada... Te
tomo por un hombre que estará arruinado dentro de poco... Se dirige a la puerta
y envía a los oficinistas... sólo había dos... a que se tomen su pausa para
comer. Vuelve... ¿De qué te indignas? ¿Te pido que robes a una viuda o a un
huérfano? ¡Venga, hombre! Lloyd es una empresa, no tiene un cuerpo que se muera
de hambre. Quizá haya cuarenta personas o más que suscribieron el seguro de tu
estúpido barco. Ni un solo ser humano pasaría hambre o frío por ello.
Consideran todos los riesgos. Todo, te lo aseguro... Ese tipo de charla. ¡Hum!
George está demasiado disgustado para hablar... sólo gruñe y mueve los brazos;
así de repente, ¿sabes? El otro, calentándose la espalda con el fuego,
prosigue. El negocio de la pasta de madera está a punto de quebrar. El comercio
de fruta en conserva está casi acabado... Estás asustado, dice; pero la ley
sólo asusta a los tontos... Y muestra lo seguro que sería deshacerse de ese
barco. El seguro se ha pagado durante tantos, tantos años. No despertaría ni
sombra de sospecha. Y, ¡qué narices!, un barco debe llegar a su fin algún día.
“No estoy asustado. Estoy indignado, dice George
Dunbar.
“A Cloete le hierve la sangre. La oportunidad de una
vida... ¡su oportunidad! Dice amablemente: Tu esposa se indignará mucho más
cuando le digas que tenéis que dejar vuestra bonita casa y apilaros en dos
habitaciones... quizá también con niños...
“George no tenía hijos. Casado hacía un par de años,
esperaba con ansia la llegada de un niño o dos. Se siente más decaído que
nunca. Habla acerca de un hombre honrado como padre, y demás. Cloete sonríe
abiertamente: Actúa rápido antes de que lleguen, y tendrán a un hombre rico por
padre, nadie se enterará. Eso es lo bueno del asunto.
“George casi se echa a llorar. Creo que lo hizo alguna
vez. Esto continuó durante semanas. No podía discutir con Cloete, no podía
cancelar su deuda de unos cientos, y además estaba acostumbrado a tenerle
alrededor. Tipo débil, George. Cloete también era generoso... No pienses en mi
dinero, dice. Por supuesto estará perdido cuando tengamos que cerrar. Pero no
me importa, dice... Y además estaba la nueva esposa de George. Cuando Cloete
cena allí el tipo se pone un traje elegante, a la mujercita le gustaba eso...
El señor Cloete, el socio de mi esposo, ¡un hombre tan listo, tan de mundo, tan
divertido!... Cuando cena allí y están a solas: ¡Oh!, señor Cloete, ojalá
George hiciera algo por aumentar nuestras perspectivas. Nuestra posición es
realmente mediocre... Y Cloete sonríe, pero no se sorprende porque era él quien
había metido esas ideas en su cabeza hueca... Lo que su marido necesita es
negocio, un poco de audacia. Usted es la que más puede animarle, señora
Dunbar... Ella era una tontita extravagante y estúpida. Había hecho que George
cogiera una casa en Norwood. Vivían por encima de sus posibilidades. La vi una
vez, llevaba un vestido de seda, bonitas botas, toda plumas y fragancia, rostro
rosado. Parecía más el palacio de la Alhambra que una casa decente. Pero
algunas mujeres en verdad atrapan a los hombres.
—Sí, algunas sí —asentí—. Incluso cuando el hombre es
el marido.
—Mi mujer —se dirigió a mí de forma inesperada en un
tono solemne, sorprendentemente hueco— podía manejarme a su antojo. No lo
descubrí hasta que se fue. Sí. Pero era una mujer con sentido común, mientras
que esa buena pieza debería haber estado haciendo la calle, y eso es todo lo
que puedo decir... Usted debe hacerse su propia idea. Conocerá a alguna de
ésas.
—Me hago a la idea —dije.
—¡Hum! —gruñó con dudas, luego, volviendo a su tono
desdeñoso—: Más o menos un mes después el Sagamore vuelve a casa. Al
principio todo es alegría... ¡Hola, George, chico! ¡Hola, Harry, amigo!... Pero
con el tiempo el capitán Harry se da cuenta de que su brillante hermano no
tiene buen aspecto. Y George empeora. No puede olvidarse de la idea de Cloete.
Se le ha metido en la cabeza... No hay nada malo... está bastante bien... El
capitán Harry está aún intranquilo. Los negocios van bien, ¿verdad? Muy bien.
Mucho negocio. Buen negocio… Por supuesto el capitán Harry se lo cree con
facilidad. Comienza a tomar el pelo a su hermano a su manera jovial acerca de
ganar mucho dinero. A George se le pega la camisa a la espalda por el sudor y
se siente muy enfadado con el capitán... El tonto, dice para sí. ¡Dinero a
raudales, realmente! Y de repente piensa: ¿Por qué no?... Pues la idea de
Cloete se ha apoderado de su mente.
“Pero al día siguiente se viene abajo y le dice a
Cloete... Quizá sería mejor vender. ¿No podrías hablar con mi hermano? Y Cloete
le explica por enésima vez por qué vender no serviría de ningún modo. ¡No! El Sagamore
debe recibir un golpe de tomahawk... como lo diría él, tal vez para no herir
los sentimientos de George. Pero cada vez que dice la palabra George se
estremece... Tengo a mano un hombre adecuado para el trabajo que hará el
encargo por quinientos, y encantado de hacerlo, dice Cloete... George cierra
fuertemente los ojos al oírlo... pero a la vez piensa: ¡Tonterías! No puede
existir tal hombre. Y en el caso de que existiera sería lo suficientemente
seguro... quizá.
“Y Cloete siempre se divierte con ello. No podía
hablar de nada sin que pareciera que había una broma genial por algún lado...
Bueno, dice, sé que eres un ciudadano honrado, George. La moralidad es sobre
todo miedo, y tú eres el hombre más miedoso con el que me he cruzado en mis
viajes. Vaya, tienes miedo de hablar con tu hermano. Sientes temor de decirle
nada cuando nos espera una gran fortuna... George se enciende ante esto: no, no
tiene miedo, hablará, golpea en la mesa con el puño. Y Cloete le da palmaditas
en la espalda... Nos haremos hombres ricos en breve, dice.
“Pero la primera vez que George intenta hablar con el
capitán Harry se le cae el alma al suelo. El capitán Harry se ríe ante la idea
de permanecer en tierra. No quiere unas vacaciones, no. Pero Jane piensa
quedarse en Inglaterra en este viaje. Dar una vuelta y ver a algunos de los suyos.
Jane era la esposa del capitán, una mujer agradable de cara redonda. George lo
deja en esa ocasión, pero Cloete no le permitirá descansar. Así que lo intenta
otra vez, y el capitán frunce el ceño. Frunce el ceño porque está sorprendido.
No puede entenderlo. No tiene idea de cómo vivir lejos de su Sagamore...
—¡Ah! —grité—. Ahora entiendo.
—No, no lo entiende —gruñó, fijando en mí de manera
agobiante su oscura mirada desdeñosa.
—Le pido perdón —murmuré.
—¡Hum! Bien. El capitán Harry parece muy firme, y George
se desmorona… Me ha descubierto, piensa... Por supuesto esto no era posible,
pero George, en esa época, tenía miedo hasta de su propia sombra. También evita
a Cloete. Hace entender a su socio que su hermano está planteándose quedarse en
tierra, y demás. Cloete espera mordiéndose las uñas, ansioso. Cloete realmente
había encontrado un hombre para el trabajo. Lo crea o no, le había encontrado
en la misma pensión en la que él se alojaba... en algún lugar cerca de
Tottenham Court Road. Se había fijado en el piso de abajo en un tipo... huésped
y no huésped... que permanecía en la sombra... parte del decorado la mayoría de
las veces; una especie de “hombre de la casa”, un tipo furtivo. De ojos negros.
Rostro blanco. La dueña de la casa... se autodenominaba viuda... muy orgullosa
del señor Stafford; el señor Stafford esto, el señor Stafford aquello... En
cualquier caso, una tarde Cloete se lo lleva a tomar algo. Cloete pasaba la
mayor parte del tiempo en pubs. Aunque Cloete no era un borracho, lo hacía por
socializarse, ahí le gustaba hablar con todo tipo de gente, mera costumbre, el
estilo americano.
“Así que Cloete invita a ese tipo a salir más de una
vez. Sin embargo, no es buena compañía. Tiene poca conversación. Se sienta en
silencio y bebe lo que le dan, ojos siempre entornados, habla con timidez... He
tenido mala suerte, dice. La verdad es que le echaron de una gran empresa de
barcos de vapor por conducta inmoral, nada que afecte a sus credenciales, ya
entiende, y se había librado fácilmente. Le gustaba, supongo. Cualquier cosa
mejor que trabajar. Vivía de la viuda que regentaba esa pensión.
—Es casi increíble —me atreví a interrumpir—. ¿Quiere
decir un hombre con un título de patrón?
—Sí, yo los llamo “canallas tartaneros” —gruñó
desdeñosamente—. Sí. Se cuelgan de una correa de la parte trasera y gritan: “dos
peniques el recorrido”. Van bebidos. Pero este Stafford era de otra clase. El
infierno está lleno de esos Staffords; Cloete se reía de él y entonces surgía
un destello desagradable en el ojo medio cerrado del tipo. Pero Cloete era por
lo general amable con él. Cloete era un tipo amable hasta con un perro sarnoso.
En cualquier caso, solía pagar bebidas con ese propósito, y de vez en cuando le
daba media corona... porque la viuda le daba poca calderilla al señor Stafford.
Discutían en el sótano casi todos los días...
“El hecho de que el tipo fuera marinero era lo que
había metido en la cabeza de Cloete la idea de desprenderse del Sagamore.
Le observa un poco, cree que aún hay suficiente crueldad en él para tentarle, y
una tarde le dice... ¿Supongo que no te importaría hacerte a la mar de nuevo
durante un tiempo?... El otro en ningún momento levanta la mirada, no merece la
pena por el miserable sueldo que se obtiene... Bien, pero qué dirías al sueldo
de un capitán durante un tiempo, y de un par de cientos adicionales si te
comprometes a regresar sin el barco. Los accidentes ocurren, dice Cloete...
¡Oh! Claro, dice ese Stafford, y continúa dando sorbos a la bebida como si el
asunto no le interesase.
“Cloete le presiona un poco, pero el otro comenta de
forma insolente y lánguida: Verá, no hay futuro en algo así... ¿verdad?...
¡Oh!, no, dice Cloete, claro que no. No quiero decir que esto tenga ningún
futuro... en lo que a usted respecta. Es un negocio “de una sola vez”. Bien,
¿cuánto cree que vale su futuro? Pregunta... El tipo más apático que nunca...
casi dormido... Creo que el canalla era demasiado vago para que le importase.
Hacer pequeñas trampas con las cartas, ganarse la vida engañando o intimidando
a alguna que otra mujer era más su estilo. Cloete le dice en susurros algo
horrible. Todo esto ocurre en el pub Horse Shoe, en Tottenham Court Road. Al
final llegan al acuerdo, al segundo whisky de seis peniques, de quinientas
libras el precio del tomahawk al Sagamore. Y Cloete espera a ver lo que
George puede hacer.
“Pasan una o dos semanas. El otro tipo vaguea por la
casa como si nada, y Cloete empieza a dudar de si realmente pretende realizar
ese trabajo. Pero un día para a Cloete en la puerta, con la mirada baja: ¿Qué
hay de ese empleo que quería darme?, pregunta... Verá, le había jugado una mala
pasada peor de lo habitual a la mujer y esperaba en breve una discusión
horrible, y que le echara, claro. Cloete estaba encantado. George le había
engañado tanto que realmente pensaba que la cosa estaba resuelta. Y dice: Sí.
Es hora de que le presente a mi amigo. Coja su sombrero e iremos ahora...
“Los dos entran en la oficina, y George sentado en su
escritorio se levanta con un ataque de pánico... mirando fijamente. Ve un tipo
más bien alto, un rostro entre atractivo y desagradable, ojos duros, medio
cerrados; abrigo corto ramplón, sombrero hongo raído, muy cuidadoso... como en
sus movimientos. Y piensa para sí: ¡Así es la apariencia de ese tipo de hombre!
No, la cosa es imposible... Cloete hace las presentaciones, y el tipo se vuelve
para mirar la silla antes de sentarse... Un hombre extremadamente competente,
Cloete continúa... El hombre no dice nada, se sienta absolutamente tranquilo. Y
George no puede hablar, tiene la garganta demasiado seca. Entonces hace un
esfuerzo: ¡Hum! ¡Hum! Oh sí... desgraciadamente... lamento decepcionarle... mi
hermano... hizo otros planes... va él mismo.
“El tipo se levanta, sin levantar los ojos del suelo
ni una sola vez, como una chica recatada, y sale silenciosamente de la oficina
sin hacer un ruido. Cloete apoya el mentón sobre su mano y se muerde todos los
dedos a la vez. El corazón de George se tranquiliza y habla a Cloete... Esto no
se puede hacer. ¿Cómo se podría? En el momento en que se perdiera el barco
Harry lo sabría. Sabes que es del tipo de hombre que iría a los aseguradores
con sus sospechas. Y se desilusionaría conmigo. ¿Cómo le puedo hacer esa
jugada? Sólo nos tenemos el uno al otro en el mundo...
“Cloete deja escapar una horrible blasfemia, salta de
su asiento, se encierra en su habitación y George le oye lanzar cosas. Después
de un rato se dirige a la puerta y dice con voz temblorosa: Me pides un
imposible... Dentro, Cloete está preparado para lanzarse como un tigre y
desgarrarle, pero abre la puerta un poco y dice suavemente: Hablando de
corazones, el tuyo no es mayor que el de un ratón, permite que te diga... Pero
a George no le importa... se ha quitado un peso de encima de todas formas. Y
justo entonces el capitán Harry entra... Hola, George, muchacho. Llego un poco
tarde. ¿Qué tal una chuleta en el Cheshire ahora?... Buena idea, hombre... Y
van a comer juntos. Cloete no come nada ese día.
“Durante un tiempo George se siente un hombre nuevo,
pero repentinamente ese Stafford empieza a merodear por la calle delante de la
puerta de su casa. La primera vez que George le ve piensa que se ha equivocado.
Pero no, la siguiente vez que ha de salir ahí está el tipo acechando al otro
lado de la calle. Esto pone a George nervioso pero tiene que salir por
negocios, y cuando el tipo cruza la calzada le esquiva. Le esquiva una, dos,
tres veces, pero finalmente le pilla en su mismísima puerta de entrada... ¿Qué
quiere?, pregunta tratando de parecer amenazante.
“Parece que las discusiones habían comenzado en el
sótano de la pensión y la viuda la había tomado con él (loca de celos), hasta
el punto de mencionar a la policía. ESO el señor Stafford no lo podía soportar,
así que salió despavorido como un ciervo asustado, y allí estaba, tirado en las
calles por así decirlo. Cloete tenía un aspecto tan feroz mientras iba y venía
que no tenía el valor de abordarle, sin embargo George parecía a sus ojos un
tipo más accesible. Habría estado contento con media libra, cualquier cosa...
He sufrido desgracias, dijo suavemente a su manera comedida, que asustaba a
George más de lo que lo habría hecho una discusión... Considere la gravedad de
mi decepción, dice...
“George, en lugar de mandarle al diablo, pierde la
cabeza… No le conozco, ¿qué quiere? Grita y escapa escaleras arriba en busca de
Cloete... Mira lo que ha resultado, jadea, ahora estamos a merced de ese
horrible tipo... Cloete trata de explicarle que el tipo no puede hacer nada,
pero George piensa que de algún modo podría surgir el escándalo. Dice que no
puede vivir con ese temor persiguiéndolo. Cloete se reiría si no estuviera tan
harto de todo. Entonces le sobreviene una idea y cambia el tono... ¡Bueno,
quizá! Para empezar bajaré y le echaré... Vuelve… Se ha marchado. Pero tal vez
tengas razón. El tipo está sin blanca y eso es lo que hace que la gente esté
desesperada. Lo mejor sería sacarle del país durante un tiempo. Escúchame bien,
el pobre diablo necesita realmente un empleo. No te pediré mucho esta vez: sólo
que cierres la boca, y yo intentaré que tu hermano le lleve como primer
oficial. Ante esto George apoya los brazos y la cabeza sobre el escritorio para
que Cloete sienta pena por él. Pero sin embargo Cloete se siente más animado
porque ha metido un poco el temor en el cuerpo de ese Stafford. Esa misma tarde
le compra un traje azul y le dice que a partir de ahora tendrá que cambiar y
trabajar para ganarse la vida. Echarse a la mar como oficial del Sagamore.
El canalla no tenía muchas ganas, pero no teniendo qué comer ni lugar donde
dormir, y habiéndole asustado la mujer con sus palabras sobre juicios o cosas
así en realidad no tenía opción. Cloete se ocupa de él durante un par de
días... Nuestro acuerdo aún está en pie, dice. Tenemos el barco con destino a
Port Elizabeth, que no es un fondeadero seguro en absoluto. Si por casualidad
leva anclas durante un vendaval del noreste y se pierde en la playa, como les
sucede a muchos, en fin, tendrá quinientos en su bolsillo... y un rápido
regreso a casa. Está dispuesto a hacerlo, ¿verdad?
“Nuestro señor Stafford lo acepta todo con la mirada
baja… Soy un marinero competente, dice, con su aire modesto y astuto. Sin duda
un primer oficial tiene muchas oportunidades de manipular las cadenas y anclas
para algo... Ante esto Cloete le palmea la espalda: Lo hará, mi noble marinero.
Vaya y gane...
“La siguiente noticia que tiene George es que su
hermano le cuenta que ha tenido ocasión de hacerle un favor a su socio. Y está
muy contento, además. Le gusta mucho su socio. Contrató a un amigo suyo como
oficial. El hombre tiene sus problemas, parece que ha pasado un año en tierra
cuidando de su mujer moribunda. Una mala racha... George argumenta con
insistencia que no sabe nada de la persona. Le ha visto una vez. Nada
interesante… Pero el capitán Harry dice a su manera cordial: Es así, pero hay
que darle al pobre diablo una oportunidad...
“De manera que el señor Stafford se une a la
tripulación en el puerto. Y parece que consiguió manipular uno de los cables...
teniendo en mente Port Elizabeth. Los aparejadores tenían todo el cable en
cubierta para limpiar los armarios. El nuevo oficial los observa cuando bajan a
tierra... hora de la cena... y manda al vigilante salir del barco para que le
traiga una botella de cerveza. Entonces se pone a trabajar limando el tope delantero
del perno del grillete de cuarenta y cinco brazas, le da un golpe o dos con un
martillo para que se afloje, y por supuesto ese cable ya no era seguro. Los
aparejadores vuelven... ya sabe cómo son los aparejadores: les da igual todo.
La cadena se almacena en el armario sin que el capataz compruebe en absoluto
los pernos. ¿A él qué le importa? Él no va a ir en el barco. Y dos días después
el barco zarpa...”
Llegados a este punto fui suficientemente incauto para
soltar otro “Ya veo” que le ofendió de nuevo, y me devolvió un grosero “No,
usted no lo ve”, como el de antes. Pero en la pausa se acordó del vaso de
cerveza que tenía junto a su codo. Bebió la mitad, se limpió el bigote, y
comentó con determinación:
—No crea que hay algo de vida marina en esto, porque
no la hay. Si va a añadir usted algo de su propia cosecha, ahora es su
oportunidad. Supongo que sabrá cómo son diez días enteros de mal tiempo en el
Canal, yo no. De todos modos, transcurren diez días enteros. Un lunes Cloete
llega a la oficina un poco tarde... oye una voz de mujer en el despacho de
George y mira adentro. Hay periódicos en el escritorio, en el suelo; la esposa
del capitán Harry está sentada con los ojos rojos y un bolso en una silla a su
lado... Mira esto, dice George con gran nerviosismo mostrándole un periódico.
El corazón de Cloete da un vuelco. ¡Ajá! Naufragio en la bahía de Westport. El Sagamore
encallado en las primeras horas del domingo, por tanto los periodistas tuvieron
tiempo de entregar parte de su trabajo. Varias columnas. El bote salvavidas
sale dos veces. El capitán y la tripulación permanecen junto al barco. Se avisa
a los remolcadores para que ayuden. Si el tiempo mejora, este magnífico y
conocido barco puede ser salvado... Ya sabe cómo lo ponen estos tipos... La
señora de Harry va de camino para coger un tren en la calle Cannon. Tiene una
hora de espera.
“Cloete lleva a George aparte y susurra: ¡El barco todavía
puede salvarse! ¡Oh, maldita sea! Eso nunca debe ocurrir, ¿me oyes? Pero George
lo mira aturdido, y la señora Harry continúa llorando en silencio: ... Debería
haber estado con él. Pero voy a ir con él... Vamos a ir todos juntos, grita
Cloete de repente. Sale corriendo, envía a la mujer una taza de bovril [la marca registrada de un extracto salado de carne de vaca que se vendía en un tarro en forma de bulbo; la bebida se preparaba vertiendo una cucharada en agua caliente] caliente de la tienda al otro lado de la
calle, le compra una manta de viaje, piensa en todo; ya en el tren la arropa y
conversa todo el camino, sin parar, para mantenerla animada por así decirlo,
pero en realidad porque él tampoco está muy tranquilo. La cosa ya está hecha, y
sin problemas. Hecho. Realmente hecho. Su cabeza da vueltas cada vez que piensa
en ello. ¡Qué gran suerte! Casi le asusta. Le gustaría gritar y cantar.
Mientras tanto George Dunbar está sentado en su rincón, tiene un aspecto tan
terriblemente desolado que al final la pobre señora de Harry intenta darle
ánimos, y de paso animarse ella misma contándole que su Harry es un hombre
prudente, incapaz de arriesgar la vida de su tripulación o la suya propia
innecesariamente... y todo eso.
“Lo primero que oyen en la estación de Westport es que
el bote salvavidas ha salido hacia el barco de nuevo y ha traído al segundo
oficial, que estaba herido, y a unos pocos marineros. El capitán y el resto de
la tripulación, unos quince en total, están todavía a bordo. Se espera que los
remolcadores lleguen en cualquier momento.
“Llevan a la señora de Harry a la posada, casi frente
a las rocas; se precipita escaleras arriba para mirar por la ventana y deja
escapar un gran grito cuando ve el naufragio. No descansará hasta estar a bordo
con su Harry. Cloete la tranquiliza todo lo que puede... De acuerdo, trate de
comer un bocado y nosotros iremos a hacer averiguaciones.
“Saca a George de la habitación: Mira, ella no puede
ir a bordo pero yo sí. Me ocuparé de que él no se quede en el barco demasiado
tiempo. Vamos a buscar al timonel del bote salvavidas... George le sigue,
estremeciéndose de vez en cuando. Las olas bañan el viejo embarcadero, no hace
mucho viento, hay un cielo salvaje, oscuro, sobre la bahía. En el horizonte
sólo se ve salir un remolcador dirigiéndose hacia el mar, aparece y desaparece
de la vista cada minuto tan regular como el mecanismo de un reloj.
“Encuentran al timonel y les dice: ¡Sí! Va a salir de
nuevo. No, no hay peligro a bordo... de momento. Pero las posibilidades del
barco son escasas. Si el viento no sopla otra vez y el mar se calma, todavía se
puede intentar algo. Después de hablar un rato accede a llevar a Cloete a
bordo, se supone que tiene un mensaje urgente de los dueños para el capitán.
“Cada vez que Cloete mira el cielo se siente
reconfortado, parece tan amenazador. George Dunbar le sigue con el rostro
pálido y sin decir nada. Cloete lo lleva a tomar una copa o dos, y poco a poco
se empieza a recuperar... Eso está mejor, dice Cloete, que me aspen si no era
como andar con un muerto delante. Deberías estar loco de contento, hombre.
Siento ganas de pararme en la calle y gritar. Tu hermano está a salvo, el barco
está perdido, y nosotros somos hombres ricos.
“¿Estás seguro de que está perdido?, pregunta George.
Sería un golpe espantoso después de todas las preocupaciones que han pasado por
mi mente desde la primera vez que me hablaste, si fuera a salvarse... y... y...
toda esa tentación comenzara de nuevo... Porque no hemos tenido nada que ver
con esto, ¿verdad?
“Por supuesto que no, dice Cloete. ¿No estaba a cargo
tu propio hermano? Es providencial... ¡Oh! Grita George sorprendido… Bueno,
aunque fuera el diablo, dice Cloete encantado. ¡No me importa! No tuviste más
que ver con ello que un bebé que no ha nacido, tú, gran blandengue, tú...
Cloete había llegado a un punto en el que casi quería a George Dunbar. Bueno.
Sí. Fue así. No quiero decir que lo respetase. Sólo tenía cariño a su socio.
“Regresan al hotel, podrías decir que dando saltos de
alegría, y encuentran a la esposa del capitán en la ventana abierta, con sus
ojos puestos en el barco como si quisiera cruzar la bahía volando... Vamos a
ver, señora Dunbar, grita Cloete, usted no puede ir pero yo iré. ¿Algún
mensaje? No sea tímida. Llevaré cada palabra fielmente. Y si quisiera darme un
beso para él también se lo llevaré, que me aspen si no lo hago.
“Hace reír a la señora de Harry con su cháchara... Oh,
querido señor Cloete, usted es un hombre tranquilo y razonable. Hágale
comportarse con sensatez. Es un poco obstinado, ¿sabe?, y además está tan
encariñado con su barco. Dígale que estoy aquí... mirando... Confíe en mí,
señora Dunbar. Cierre esa ventana, sea buena chica. Cogerá frío si no lo hace,
y el capitán no estará contento cuando salga de ese naufragio y la encuentre
tosiendo y estornudando de forma que no pueda decirle lo feliz que es usted. Y
ahora, si puede conseguirme un poco de cinta para ajustarme bien las gafas a
las orejas, me marcharé...
“Cómo consigue llegar a bordo no lo sé. Sube a bordo
todo mojado, tembloroso, nervioso y sin aliento, consigue subir a bordo. El
barco escorado, cubierto de espuma, pero no se mueve mucho, lo justo para
ponerle a uno un poco nervioso. Los encuentra a todos apiñados en la camareta
de proa, con sus brillantes impermeables, con cara de enfermos. El capitán
Harry no puede creer lo que ve. ¡Qué! ¡Señor Cloete! ¿Qué está haciendo aquí,
por el amor de dios?... Su esposa está allí en tierra, observando, dice Cloete
entrecortadamente; y después de hablar un poco el capitán Harry piensa que es
extraordinariamente valiente y amable por parte del socio de su hermano llegar
hasta él de esa forma. El hombre está contento de tener a alguien con quien
hablar... Es un mal asunto, señor Cloete, dice. Y Cloete se alegra de escuchar
eso. El capitán Harry piensa que ha hecho lo que ha podido, pero el cable se
partió cuando trataba de anclarlo. Era una gran pena perder el barco. Bueno,
tendría que enfrentarse a ello. Da un profundo suspiro de vez en cuando. Cloete
casi lamenta haber subido a bordo, porque permanecer en ese naufragio le oprime
el pecho todo el tiempo. Se agachan protegiéndose del viento bajo el bote de
babor, un poco apartados de los hombres. El bote salvavidas se había alejado
tras dejar a Cloete a bordo, pero iba a volver en la siguiente marea alta para
sacar a la tripulación si no se podía intentar poner el barco a flote.
Anochecía, un día de invierno, cielo negro, el viento arrecia. El capitán Harry
se sentía melancólico. Dios dispondrá. Si hay que abandonarlo en las rocas...
en fin, se hará. Un hombre debería aceptar lo que Dios le envía manteniéndose
firme... De repente su voz se quiebra y aprieta el brazo de Cloete: Es como si
no pudiera abandonarlo, susurra. Cloete mira a su alrededor a los hombres
apretujados como un rebaño de ovejas y piensa para sí mismo: No se quedarán...
De repente el barco se levanta un poco y cae con un ruido sordo. La marea sube.
Todo el mundo empieza a avistar el bote salvavidas. Algunos hombres lo
distinguen a lo lejos y también dos remolcadores. Pero la tormenta ha comenzado
de nuevo, y todo el mundo sabe que ningún remolcador se atreverá a acercarse al
barco.
“Es el fin, dice el capitán Harry muy bajo... Cloete
piensa que nunca había sentido tanto frío en toda su vida... Y siento como si
no me importara seguir viviendo, murmura el capitán Harry... Su esposa está en
tierra, observando, dice Cloete... Sí. Sí. Debe de ser horrible para ella ver
el pobre viejo barco aquí tirado y acabado. Vaya, es nuestro hogar.
“Cloete piensa que mientras el Sagamore esté
acabado no le importa, y únicamente desearía estar en otra parte. El más ligero
movimiento del barco le corta la respiración como un golpe. Y se siente también
excitado por el peligro. El capitán lo lleva aparte... El bote salvavidas no
puede acercarse a nosotros durante más de una hora. Mire, Cloete, ya que está
aquí, y es tan valiente... haga algo por mí... Le cuenta entonces que abajo en
su camarote de popa en un cajón determinado hay un montón de papeles
importantes y sesenta soberanos en una pequeña bolsa de lona. Le pide a Cloete
que vaya y saque estas cosas. No ha bajado desde que el barco se golpeó, y le
parece que si deja de mirarlo se romperá en pedazos. Y además los hombres...
muchos asustados en este momento... si les deja solos intentarían, movidos por
el pánico, lanzar uno de los botes del barco en alguna sacudida más fuerte... y
entonces algunos de ellos se ahogarían... Hay dos o tres cajas de cerillas por
las estanterías de mi camarote si quiere luz, dice el capitán Harry. Únicamente
séquese las manos mojadas antes de empezar a buscarlas...
“A Cloete no le gusta la tarea, pero tampoco quiere
parecer miedoso... así que va. Hay agua a raudales en la cubierta principal,
chapotea en ella; además está oscureciendo. De repente, junto al mástil mayor,
alguien le agarra del brazo. Stafford. No pensaba en absoluto en Stafford. El
capitán Harry había dicho algo sobre que el oficial no era muy capaz, pero no
mucho. Al principio Cloete no lo reconoce con su impermeable. Ve una cara
blanca con grandes ojos que lo miran fijamente... ¿Está satisfecho, señor
Cloete?...
“A Cloete el gemido le hace reír y se lo quita de
encima. Pero el tipo se abre paso tras él en la popa y le sigue abajo, al
camarote del barco hundido. Y ahí están, los dos; apenas pueden verse el uno al
otro... ¿No pretenderá hacerme creer que ha tenido algo que ver con esto?, dice
Cloete...
“Ambos se estremecen, casi locos por los nervios de
estar a bordo de ese barco. Se golpea y da sacudidas, y ellos se tambalean
juntos, sintiéndose enfermos. Cloete de nuevo estalla en carcajadas ante esa
criatura deplorable que finge tener algo que ver con tal locura... ¿Es así como
cree que puede tratarme ahora? Grita el otro hombre de repente...
“Una ola golpea la popa, el barco tiembla y gime todo
a su alrededor, el ruido del mar alrededor y por encima de sus cabezas,
aturdiendo a Cloete, y oye al otro gritando como un loco... ¡Ah, no me cree!
Vaya y mire la cadena de babor. ¿Rota? ¿Eh? Vaya y vea si está rota. Vaya y
encuentre el eslabón roto. No puede. No hay eslabón roto. Eso quiere decir mil
libras para mí. No menos. Mil el día después de que alcancemos tierra...
puntual. No esperaré hasta que se haga pedazos del todo, señor Cloete. Voy a
los aseguradores aunque tenga que ir andando descalzo a Londres. ¡El cable de
babor! Miren su cable de babor, les diré. Yo lo manipulé... para los dueños...
incitado por un bribón llamado Cloete.
“Cloete no entiende exactamente qué quiere decir. Todo
lo que sabe es que el tipo pretende hacer daño. Ve problemas a la vista...
¿Cree que puede asustarme?, pregunta, ...usted, pobre y miserable canalla... Y
Stafford se le encara... los dos agarrados a la mesa del camarote: No, maldita
sea, usted es sólo un sucio vagabundo, pero puedo asustar al otro, al tipo del
abrigo negro...
“Refiriéndose a George Dunbar. Al pensarlo la cabeza
le da vueltas a Cloete. No imagina que el tipo pueda causar ningún daño real,
pero sabe cómo es George; descubrirlo todo, estropear todo el negocio en el que
él tenía puestas sus esperanzas. No dice nada, oye al otro, que con el miedo,
la tensión, la excitación jadea como un perro... y luego un ladrido... Mil en
mano, veinticuatro horas después de llegar a tierra, pasado mañana. Ésa es mi
última palabra, señor Cloete... Mil libras pasado mañana, dice Cloete. Oh, sí.
Y hoy toma esto, tú, sucio canalla... Le lanza un directo con ira ciega, sólo
eso. Stafford se aleja girando por el mamparo. Viendo esto Cloete avanza y le
asesta otro en algún lado cerca de la mandíbula. El tipo se tambalea hacia
atrás justo dentro del camarote del capitán, a través de la puerta abierta.
Cloete, siguiéndole, le oye caer pesadamente y rodar a sotavento, entonces
cierra de un golpe la puerta y echa la llave... ¡Ya está!, dice para sí mismo,
eso evitará que causes problemas.
—Por Júpiter! —murmuré.
El viejo salió de su impresionante inmovilidad para
volver la cabeza elegantemente cubierta y mirarme con sus ojos viejos, negros,
sin brillo.
—Lo abandonó allí —afirmó seriamente volviendo a la
contemplación del muro—. Cloete no iba a permitir que nadie, y menos un sujeto
como Stafford, se interpusiera en su gran propósito de convertir a George y a
él mimo, y al capitán Harry de paso también, en hombres ricos. Y no pensaba
mucho en las consecuencias. A estos tipos de los linimentos no les importa lo
que dicen o hacen. Piensan que el mundo se va a tragar cualquier historia que
cuenten... Permanece un momento escuchando. Y se sobresalta bastante al oír un
golpe en la puerta y una especie de grito delirante amortiguado desde el
camarote del capitán. Cree oír también su propio nombre a través del horrible
estrépito, cuando el viejo Sagamore sube y baja con el oleaje. Ese ruido
y ese horrible estrépito le hacen salir del camarote. Recupera la calma en la
popa. Pero su ánimo decae un poco ante la salvaje oscuridad de la noche. Hay
posibilidades de que él mismo se ahogue en poco tiempo. Pone la cabeza debajo
de la escalera. A través del viento y el oleaje puede escuchar el ruido del
golpear de Stafford contra la puerta y sus maldiciones. Escucha y dice para sí:
No. No puedo confiar en él ahora...
“Cuando regresa al castillo de cubierta le dice al
capitán Harry, que le pregunta si consiguió las cosas, que lo siente mucho.
Algo le pasaba a la puerta. No podía abrirla. Y a decir verdad, explica, no
quería detenerme más en ese camarote. Allí hay ruidos como si el barco se fuera
a romper en pedazos... El capitán Harry piensa: Son nervios, no le pasa nada a
la puerta. Pero dice: Gracias... no importa, no importa... Todos los brazos
están pendientes ahora del bote salvavidas. Todo el mundo más bien pensando en
sí mismo. Cloete se pregunta, ¿lo echarán de menos? Pero la verdad es que el
señor Stafford se había mostrado tan pobre en alta mar que desde que el barco
encalló nadie volvió a prestarle ninguna atención. A nadie le importaba lo que
hacía o dónde estaba. Oscuro como la boca del lobo... no hay recuento de
personas. Se ve la luz del remolcador arrastrando el bote salvavidas rumbo al
barco, y el capitán Harry pregunta: ¿Estamos todos ahí?... Alguien contesta:
Todos aquí, señor... Entonces preparados para abandonar el barco, dice el
capitán Harry, y dos de vosotros ayudad al caballero a bajar primero... Sí, sí,
señor... Cloete se sintió movido a pedir al capitán Harry que le permitiera
quedarse el último, pero el bote salvavidas lanza un rezón por delante del
aparejo delantero, dos tipos le sujetan, ven la oportunidad, y le dejan caer
dentro, a salvo.
“Está casi exhausto, no está acostumbrado a ese tipo
de cosas, ¿entiende? Se sienta en las tablas de popa con los ojos cerrados. No
quiere mirar el mar agitado a su alrededor. Los hombres caen al bote uno tras
otro. Entonces oye la voz del capitán Harry gritando contra el viento al
timonel que espere un momento, y algo más que no puede entender, y al timonel
respondiendo a gritos: No tarde mucho, señor... ¿Qué pasa?, pregunta Cloete
sintiéndose desmayar... Algo sobre los documentos del barco, dice el timonel
muy nervioso. Como comprenderá no era el momento de quedarse esperando junto al
barco. Alejan el bote un poco y esperan. El agua salta por encima a capas. A
Cloete casi le abandonan los sentidos. No piensa en nada. Está totalmente
paralizado, hasta que hay un grito: ¡Aquí está!...Ven una figura en el aparejo
delantero esperando... sueltan la cuerda del rezón y lo meten en el bote con
bastante facilidad. Hay un pequeño grito... todo se entremezcla con el ruido
del mar. Cloete se imagina la voz de Stafford hablando sin parar muy cerca de
su oído. El viento se calma, y la voz de Stafford parece estar hablando muy
rápido al timonel; le dice que por supuesto estuvo cerca de su capitán, estuvo
todo el tiempo cerca de él, hasta que el viejo en el último momento dijo que
tenía que ir a popa y coger los documentos del barco, insistía en ir él mismo,
le dijo a Stafford que subiera al bote salvavidas... Había querido esperar a su
capitán, sólo que llegó esta calma del mar y pensó en aprovechar su oportunidad
de inmediato.
“Cloete abre los ojos. Sí. Ahí está Stafford sentado
cerca de él en el atestado bote salvavidas. El timonel se inclina sobre Cloete
y grita: ¿Ha escuchado lo que el oficial ha dicho, señor?... Siente el rostro
como si estuviera lleno de yeso, labios y todo. Sí, lo escuché, se fuerza a
contestar. El timonel aguarda un momento, entonces dice: No me gusta... Y se
vuelve hacia el oficial, diciéndole que era una lástima que no hubiese
intentado correr por cubierta y meter prisa al capitán cuando llegó la calma.
Stafford responde enseguida que pensó en eso, sólo que había tenido miedo de
perderlo en cubierta con la oscuridad. Porque, dice él, el capitán podría haber
regresado inmediatamente, pensando que yo ya estaba en el bote salvavidas, y
ustedes se habrían marchado quizá, dejándome abandonado... Es cierto, dice el
timonel. Pasa un minuto más o menos. Esto no marcha bien, murmura el timonel.
De pronto Stafford habla con una especie de voz hueca: Estaba a su lado cuando
le dijo al señor Cloete aquí presente que no sabía si tendría el valor de
abandonar su viejo barco, ¿no es cierto?... Y Cloete siente que le agarran el
brazo discretamente en la oscuridad... ¿No es cierto? Estábamos juntos justo
antes de que usted abandonara el barco, ¿señor Cloete?...
“Justo entonces el timonel grita: Voy a bordo a ver…
Cloete desprende su brazo: Voy con usted…
“Cuando llegan a bordo, el timonel le dice a Cloete
que vaya a popa por un lado del barco, que él iría por el otro de tal forma que
no perdieran al capitán... Y palpe con sus manos también, dice, podría haberse
caído y yacer inconsciente en algún lugar de cubierta... Cuando finalmente
Cloete llega a la escalera del camarote en popa el timonel ya está allí,
asomándose y oliendo. Noto olor a humo ahí abajo, dice. Y grita: ¿Está usted
ahí, señor?... No tiene sentido gritar, dice Cloete, sintiendo que el corazón
se le hiela como si fuera... Se dirigen abajo. Oscuro como la boca del lobo, la
inclinación es tan acusada que el timonel, abriéndose paso a tientas en la
habitación del capitán, resbala y rueda hacia abajo. Cloete le oye gritar como
si se hubiera herido, y pregunta qué ocurre. Y el timonel responde quedamente
que ha caído sobre el capitán que yace ahí inconsciente. Cloete sin pronunciar
palabra empieza a buscar a tientas por todas las estanterías una caja de
cerillas, la encuentra y enciende una. Ve al timonel con su chaleco salvavidas
arrodillado sobre el capitán Harry... Sangre, dice el timonel, mirando hacia
arriba, y la cerilla se apaga...
“Espere un poco, dice Cloete, haré velas de papel...
Había notado lomos de libros en las estanterías. De manera que se pone a
encender una vela de papel con otra mientras el timonel da la vuelta al pobre
capitán Harry. Muerto, dice. Un tiro en el corazón. Aquí está el revólver... Se
lo entrega a Cloete, que lo mira antes de metérselo en el bolsillo, y ve una
placa en la culata donde pone H. Dunbar... Suyo, murmura... ¿El revólver de
quién esperaba encontrar?, espeta el timonel. Y mire, se quitó el largo
impermeable en el camarote antes de entrar. ¿Pero qué es este montón de papel
quemado? ¿Para qué querría quemar los documentos del barco?
“Cloete lo ve todo, los pequeños cajones abiertos, y
le pide al timonel que mire bien en su interior… No hay nada, dice el hombre.
Limpios. Parece haber sacado todo lo que pudo agarrar y lo prendió fuego.
Loco...eso es lo que pasó... se volvió loco. Y ahora está muerto. Se lo tendrá
que comunicar a su esposa...
“Siento como si me estuviera volviendo loco yo mismo,
dice Cloete de repente, y el timonel le ruega por amor de dios que se controle,
y le saca a rastras del camarote. Tuvieron que abandonar el cuerpo, y aun así
llegaron justo a tiempo antes de que un furioso vendaval comenzase. Cloete es
arrastrado al bote salvavidas y el timonel rueda adentro. Soltad el rezón,
grita, el capitán se ha pegado un tiro.
“Cloete parecía un muerto… no le importaba nada.
Permitió que Stafford le pellizcara el brazo dos veces sin hacer un gesto. Casi
todo Wesport estaba en el viejo embarcadero para ver a los hombres salir del
bote salvavidas, y al principio hubo una especie de alboroto confuso y alegre
cuando se aproximó, pero después de que el timonel gritara algo las voces se
apagaron y todo el mundo está muy callado. Tan pronto como Cloete pone pie en
algo firme vuelve a su ser. El timonel le estrecha la mano: Pobre mujer, pobre
mujer, prefiero que sea usted el que tenga ese cometido que yo...
“¿Dónde está el oficial?, pregunta Cloete. Él es el
último hombre que habló con el capitán... Alguien se marcha corriendo...
estaban llevando a la tripulación a Misión Hall, donde un fuego y camas estaban
preparados para ellos... alguien corrió por el embarcadero y alcanzó a
Stafford... ¡Oiga! El representante del dueño lo busca... Cloete se coge del
brazo del tipo y se aleja con él hacia la izquierda, donde está el puerto pesquero...
Supongo que no le he malinterpretado. Desea que yo cuide de usted un poco,
dice. El otro permanece a su lado sin fuerza, pero suelta una risita
desagradable: Debería, murmura; pero recuerde, sin trucos, sin trucos, señor
Cloete, ahora estamos en tierra.
“Hay una comisaría de policía a cincuenta yardas de
aquí, dice Cloete. Se vuelve hacia una pequeña posada, empujando a Stafford a
lo largo del pasillo. El propietario sale del mostrador... Éste es el primer
oficial del barco embarrancado, explica Cloete, me gustaría que cuidara de él
un poco esta noche... ¿Qué le pasa? Pregunta el hombre. Stafford está apoyado
contra la pared del pasillo con un aspecto horrible. Y Cloete dice no es
nada... está afectado, por supuesto... Yo correré con los gastos, soy el
representante del propietario. Volveré en una o dos horas a verlo.
“Y Cloete regresa al hotel. Las noticias ya habían
llegado hasta allí, y lo primero que ve es a George fuera de la puerta tan
blanco como una sábana esperándolo. Cloete simplemente le hace un gesto con la
cabeza y entran. La señora Harry está de pie en lo alto de la escalera, y
cuando ve que suben ellos dos solos se echa las manos sobre la cabeza y entra
corriendo en su habitación. Nadie se había atrevido a contárselo, pero no ver a
su marido fue suficiente. Cloete oye un alarido horrible... Ve con ella, le
dice a George.
“Mientras permanece solo en el reservado Cloete bebe
un vaso de brandy y piensa en todo el asunto. Luego entra George... La
propietaria está con ella, dice. Y empieza a caminar de un lado a otro de la
habitación, gesticulando con los brazos y hablando de forma inconexa, la cara
con la expresión más dura que Cloete le ha visto jamás... Lo que debe ser, debe
ser. Muerto... único hermano. En fin, muerto... se acabaron sus problemas. Pero
nosotros estamos vivos, le dice a Cloete, y supongo, dice, clavándole una
mirada ardiente y seca, que no olvidarás comunicar por la mañana a su amigo que
llegamos seguro...
“Se refiere al individuo del linimento... La muerte es
la muerte y los negocios son los negocios, prosigue George, y mira... mis manos
están limpias, dice, enseñándoselas a Cloete. Cloete piensa: Se está volviendo
loco. Le agarra por los hombros y empieza a sacudirle: Maldito seas... si
hubieras tenido el buen juicio de saber qué decirle a tu hermano, si hubieras
tenido el coraje de simplemente hablar con él, tú y tu moralidad, ahora estaría
vivo, grita.
“Tras esto George lo mira fijamente, luego se echa a
llorar con grandes sollozos. Se tira en el sofá, entierra la cara en un cojín y
berrea como un crío... Eso está mejor, piensa Cloete, y le deja, diciéndole al
propietario que debe salir porque tiene algunos pequeños asuntos que arreglar
esa noche. La mujer del dueño, también llorando, le alcanza en las escaleras:
Oh, señor, esa pobre mujer se va a volver loca...
“Cloete la evita pensando para sí mismo: ¡Oh, no! No
lo hará. Lo superará. Nadie se volverá loco con este asunto salvo que yo lo
haga. No es la pena lo que vuelve loca a la gente, sino la preocupación.
“Ahí Cloete se equivocaba. Lo que afectó a la señora
Harry fue que su marido se hubiese quitado la vida con ella, por así decir,
mirándolo. Le dio tantas vueltas que en menos de un año la tuvieron que
internar en un sanatorio. Era muy, muy tranquila, sólo fue una tierna melancolía.
Vivió largo tiempo.
“Bueno, Cloete avanza chapoteando bajo el viento y la
lluvia. Nadie en las calles... se había calmado el bullicio. El encargado sale
corriendo a encontrase con él en el pasillo y le dice: Por este lado no. No
está en su habitación. No conseguimos meterle en la cama de ninguna manera.
Está en el pequeño reservado de allí. Encendimos un fuego para él... Le ha dado
de beber también, dice Cloete, nunca dije que correría con las bebidas.
¿Cuántas?... Dos, dice el otro. No pasa nada. No me importa hacer eso por un
marinero náufrago... Cloete muestra su sonrisa divertida: ¿Eh? Venga. Las
pagó... El tabernero parpadea... ¿Te dio dinero, verdad? ¡Habla!... ¡Y qué!,
grita el hombre. ¿Qué pretende de todas formas? Obtuvo el cambio justo por su
soberano.
“Eso es, dice Cloete. Entra en el reservado y allí ve
a nuestro Stafford; los pelos de punta, con la camisa y los pantalones del
propietario, los pies desnudos en zapatillas, sentado junto al fuego. Cuando ve
a Cloete baja la mirada.
“No esperaba que nos volviéramos a encontrar, señor
Cloete, dice Stafford tímidamente... Este tipo, cuando tenía el alcohol que
quería... no era un borracho... ganaba esa especie de aire astuto, modesto...
Pero desde que el capitán se suicidó, dice, he estado aquí sentado pensando en
todo ello. Todo tipo de cosas suceden. Conspiración para perder el barco...
intento de asesinato... y este suicidio. Porque si no fuera suicidio, señor
Cloete, entonces conozco a una víctima del más cruel intento de asesinato a sangre
fría, alguien que ha sufrido mil muertes. Y eso hace de las mil libras de las
que hablamos en una ocasión una suma bastante insignificante. Vea lo
conveniente que es este suicidio...
“Levanta la mirada hacia Cloete entonces, que le
sonríe y se acerca bastante a la mesa.
“Usted mató a Harry Dunbar, susurra... El tipo lo mira
con odio y enseña los dientes: ¡Por supuesto que lo hice! Llevaba una hora y
media en ese camarote como una rata en un cepo... Encerrado y abandonado para
que me ahogase en ese naufragio. Dejé que actuaran mis instintos. ¡Por supuesto
que le disparé! Pensé que era usted, sabandija asesina, que venía a acabar
conmigo. Abre la puerta de golpe y tropieza sobre mí, tenía un revólver en la
mano y le disparé. Estaba loco. Hay hombres que se han vuelto locos por menos.
“Cloete lo mira sin cambiar la expresión. ¡Ajá! Ésa es
su historia, ¿verdad?... Y sacude la mesa ligeramente en su arrebato mientras
habla apasionadamente... Ahora escuche la mía. ¿Qué conspiración es ésa? ¿Quién
la va a probar? Usted estaba allí para robar. Estaba inspeccionando su
camarote, le descubrió por sorpresa con las manos en los cajones y le disparó
con su propio revólver. Mató para robar... ¡para robar! Su hermano y los
empleados de la oficina saben que él se llevó sesenta libras al mar. Sesenta
libras en oro en una bolsa de tela. Me dijo dónde estaban. El timonel del bote
salvavidas puede jurar que todos los cajones estaban vacíos. Y es usted tan
idiota que antes de pasar media hora en tierra se gasta un soberano para pagar
una bebida. Escúcheme. Si no aparece pasado mañana en las oficinas de los
abogados de George Dunbar para hacer la declaración pertinente en cuanto a la
pérdida del barco, pondré a la policía tras su pista. Pasado mañana...
“¿Y después qué? Ese Stafford empieza a arrancarse el
pelo. Simplemente. Tira de él con las dos manos sin decir nada. Cloete empuja
la mesa, lo cual casi tira al otro de su silla, tropezando con el guardafuego,
al que se tiene que agarrar para asegurarse...
“Sabe el tipo de hombre que soy, dice Cloete
ferozmente. He llegado a un punto en el que no me importa lo que me pase. Le
dispararía ahora mismo por dos peniques.
“Al oír esto el sarnoso se esconde bajo la mesa. Luego
Cloete sale, y al dirigirse a la calle... ya sabe, pequeñas casitas de
pescadores, todo oscuro, además lloviendo a raudales... el otro abre la ventana
del reservado y habla en una especie de gemido:
—Maldito diablo yanki... Me las pagará algún día.
“Cloete pasa de largo con una amarga risa, porque
piensa que el tipo ya ha conseguido que se las pague de alguna manera, con sólo
enterarse.
Mi impresionante rufián se bebió lo que quedaba de su
cerveza mientras sus ojos negros, hundidos, me miraban por encima del borde del
vaso.
—No lo entiendo bien —dije—. ¿De qué manera?
Se incorporó un poco y explicó sin mucho desprecio que
al morir el capitán Harry la mitad de su dinero del seguro fue a parar a su
esposa, y sus albaceas por supuesto compraron bonos del estado con él. Lo
suficiente para que ella no pasara penuria. La mitad de George Dunbar, como
Cloete temió desde el principio, demostró no ser suficiente para lanzar el
linimento con garantías. Otra gente de dinero entró, y estos dos tuvieron que
abandonar el negocio prácticamente sin nada.
—Tengo curiosidad —dije— por saber cuál fue el origen
de todo este trágico asunto... Quiero decir el linimento. ¿Lo sabe?
Dio el nombre, y silbé respetuosamente. Nada menos que
las Pastillas Revitalizantes del Lumbago Parker. ¡Tremendo negocio! Las conoce,
todo el mundo las conoce. Al menos uno de cada dos hombres en el mundo las ha
probado.
—¡Vaya! —grité—, perdieron una inmensa fortuna.
—Sí —murmuró—, por el precio de un disparo de
revólver.
Me contó también que con el tiempo Cloete había
regresado a los Estados Unidos, como pasajero de un carguero en el Muelle
Albert. La noche antes de partir se lo encontró deambulando por los muelles y
le invitó a una copa en su casa. “Un tipo divertido Cloete. Estuvimos toda la
noche sentados bebiendo grogs, hasta que se hizo la hora de subir a bordo.”
Fue entonces cuando Cloete, sin amargura pero cansado,
le contó esta historia, con la franqueza inconsciente de un tipo del negocio de
linimentos carente de todo referente moral. Cloete finalizó puntualizando que “estaba
harto del país”. Además, George Dunbar se había vuelto contra él al final.
Cloete estaba claramente algo desencantado.
Por lo que respecta a Stafford, murió, reconocido
holgazán, en algún hospital del East End, y en sus últimos días solicitó “un
sacerdote” porque su conciencia no le dejaba en paz por haber matado a un
hombre inocente. “Quería que alguien le dijera que todo estaba bien —gruñó mi
viejo rufián despectivamente—. Le dijo al sacerdote que yo conocía a ese Cloete
que había intentado asesinarlo, y así el sacerdote (que trabajaba entre los
obreros del muelle) habló una vez conmigo sobre ello. Ese tipo rastrero al
encontrarse atrapado pidió clemencia... Prometió ser bueno y demás... Después
se volvió loco... gritaba y se tiraba, golpeaba su cabeza contra los
mamparos... puede hacerse una idea de eso... ¿eh?... hasta que estuvo agotado.
Paró. Se desmoronó, cerró los ojos y quiso rezar. Así lo dijo. Intentó pensar
en una oración por una muerte rápida... tan aterrado estaba. Pensó que si
tuviera un cuchillo o algo se cortaría el cuello y acabaría con el asunto.
Luego pensó: ¡No! Intentaría cortar la madera de alrededor del cerrojo... No
tenía un cuchillo en su bolsillo... lloraba y pedía a Dios que le enviase una
herramienta de algún tipo, cuando de pronto pensó: ¡Hacha! En la mayoría de los
barcos hay un hacha de repuesto de emergencia guardada en el camarote del
primer oficial en alguna taquilla... Se pone en pie de un salto... Totalmente
oscuro. Saca todos los cajones para encontrar cerillas y, buscándolas a
tientas, la primera cosa que encuentra... el revólver del capitán Harry. Además
cargado. Se queda totalmente quieto. Puede hacer saltar el cerrojo de un tiro.
¿Lo ve? ¡Salvado! ¡Divina providencia! Hay cajas de cerillas también. Y piensa:
Ya que estoy voy a ver qué hay por aquí.
“Enciende una cerilla y ve la pequeña bolsa de tela
guardada en el fondo del cajón. Supo lo que era desde el primer momento. La
mete en su bolsillo rápidamente. ¡Ajá! Se dice: Esto requiere más luz. Así que
tira un montón de papel al suelo y le prende fuego, y empieza a revolver
deprisa en busca de más cosas de valor. ¿A quién se le ocurre? Le dijo a ese
pastor del East End que el diablo le tentó. Primero la misericordia de Dios...
luego la obra del Diablo. Por turnos.
“Cualquier desgraciado rastrero puede hablar así.
Estaba tan ocupado con los cajones que lo primero que oyó fue un grito, cielo
santo. Mira hacia arriba y la puerta estaba abierta (Cloete había dejado la
llave puesta), y el capitán Harry allí sobre él, con aspecto fiero a la luz de
los papeles ardiendo. Se le saltaban los ojos de las órbitas. Robando, le
grita. ¡Un marino! ¡Un oficial! ¡No! Un despojo como tú no merece más que el
que le dejen aquí para que se ahogue.
“El Stafford éste... en su lecho de muerte... le dijo
al pastor que cuando oyó estas palabras se volvió loco de nuevo. Sacó
rápidamente la mano con el revólver del cajón empuñado y disparó sin apuntar.
El capitán Harry cayó adentro como una piedra encima de los papeles ardiendo, apagando
la hoguera. Todo oscuro. Ni un sonido. Escuchó durante un momento, luego soltó
el revólver y salió corriendo a cubierta como un loco.
El viejo golpeó la mesa con su enorme puño.
—Lo que me pone enfermo es escuchar a todos estos
estúpidos barqueros decir a la gente que el capitán se suicidó. ¡Bah! El
capitán Harry era un hombre que podía encarar a su Hacedor cuando fuera, allí
arriba y también aquí abajo. No era el tipo de persona que le volviera la cara
a la vida. ¡Él no! Era un buen hombre de los pies a la cabeza. Me dio mi primer
trabajo como estibador sólo tres días después de que me casara.
Cómo librar al capitán Harry de la acusación de
suicidio parecía ser su único fin, no le di las gracias demasiado efusivamente
por su material. Y en cualquier caso tampoco merecía demasiado las gracias.
Porque es demasiado alarmante incluso pensar que estas
cosas puedan pasar en nuestro respetable Canal a la vista, por así decir, del
lujoso tráfico continental a Suiza y Monte Carlo. Para que esta historia fuera
creíble tendría que haber sido trasladada a algún lugar de los Mares del Sur.
Pero habría costado mucho trabajo adaptarla para el consumo de los lectores de
revistas. Así que aquí está en crudo, por así decir... tal como me la contaron
a mí... pero desgraciadamente carente del impactante efecto del narrador; el
más imponente viejo rufián que jamás siguiera la nada romántica carrera de
estibador jefe en el puerto de Londres.
Octubre de 1910
Literatura
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