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Nikolái Gógol El diario de un loco (1835) Octubre, 3 Hoy se ha producido un hecho extraordinario. Por la mañana me levanté bastante tarde y, cuando Mavra me trajo las botas limpias, le pregunté qué hora era. Al enterarme de que pasaban de las diez, me apresuré a vestirme. Francamente, hubiera preferido no ir al negociado sabiendo de antemano qué cara me iba a poner el jefe de sección. Hace tiempo que me viene diciendo: “¿Qué te pasa, amigo, que tienes loca la cabeza? A veces parece que tienes hormiguillo y armas unos líos, que no hay quien lo entienda: escribes el encabezamiento con minúscula, te olvidas de poner la fecha y el número del expediente”. ¡Maldito bicho! ¡Es que me tiene envidia, porque entro en el despacho del director y me pongo a cortar las plumas de su excelencia! Total, que no iría al negociado, si no fuera porque espero ver al cajero y sacarle algún anticipo, al muy tacaño. ¡Ése es otro! ¡Menudo bicho! Ése prefiere ahorcarse a pagarte un mes por adelantado. Ya puedes pedir que, aunque te mueras de hambre, no te lo da, el viejo diablo: Y en su casa la criada anda a tortazos con él. Eso lo sabe todo el mundo. Octubre, 4 Como es miércoles, hoy he estado en el despacho del jefe. Llegué antes de la hora especialmente, para cortar todas las plumas. Nuestro director debe de ser un tío listo. Tiene todo el despacho lleno de armarios con libros. Estuve leyendo algunos títulos. Son libros científicos, pero de tanta, de tanta ciencia, que un funcionario como yo no tiene nada que hacer ahí: todos están en francés o en alemán. Basta verle la cara para comprender que es un personaje. ¡Jamás le oí decir una palabra de más! Sólo alguna vez, cuando le entregas los papeles, te pregunta: “¿Qué tiempo hace hoy?”. “Está para llover, excelencia”. Desde luego, no le llego ni a la suela de los zapatos. Es lo que se dice un hombre de Estado. Pero me he dado cuenta que a mí me tiene un cariño especial. Si su hija también…, ¡ay, qué coraje da!… Nada, nada… me callo. Noviembre, 6 El jefe de la sección se puso conmigo como una fiera. Cuando llegué a la oficina me llamó a su despacho y me interpeló: “¿Quieres hacer el favor de decirme qué haces?” “¿Cómo que qué hago? No hago nada”, le respondí. “¡Escucha bien lo que te digo! Ya vas para los cincuenta. ¿Tú qué te has creído? ¿Crees que no conozco tus chanchullos? ¡Andas detrás de la hija del director! Pero, ¡fíjate en quién eres, qué representas! Un cero a la izquierda. No tienes un kopek. Mírate siquiera en el espejo”. Ese tío, que tiene cara de garrafa, y en la cabeza, muy tiesa, cuatro pelos que se unta con no sé qué pomada de rosas, se cree irresistible. Pero sé muy bien de dónde le viene el enfado. Me tiene envidia; se habrá dado cuenta de que muestra preferencia por mí. Yo no le hago ni caso. ¡Es consejero áulico y se cree algo del otro mundo! ¡Lleva cadena de oro y gasta zapatos de treinta rublos, el muy bribón! ¿O es que yo soy hijo de un sastre o de un suboficial cualquiera? Yo, señor mío, soy un noble. Aún puedo llegar muy lejos: sólo tengo cuarenta y dos años; a esa edad es cuando se empieza a trabajar de verdad. Espera, amiguito, que a poco que Dios me ayude, aún me verás de coronel para arriba. Y gozando de mucha más consideración que tú. ¿O es que te has creído que aquí eres tú la única persona de tono? Si yo me pusiera un frac bien hecho y a la moda, y me anudara al cuello una corbata como la tuya, no me ibas a llegar ni a la suela de los zapatos. Lo malo es que no tengo dinero. Noviembre, 8 Estuve en el teatro. Un sainete: Filatka, el idiota. Me reí muchísimo. También dieron un entremés muy curioso, con unas coplas muy graciosas sobre los oficinistas, y especialmente sobre un registrador colegiado, muy atrevidas: me asombró que las hubiera dejado pasar la censura. Y de los tenderos dice, sin rodeos, que engañan al pueblo mientras sus hijos arman trifulcas y quieren meterse a nobles. Sobre los periodistas, otra copla muy chistosa: que les gusta criticarlo todo, y el autor pedía la protección del público. Los escritores de ahora hacen obras muy curiosas. Me gusta ir al teatro. En cuanto tengo algún dinero de sobra, allí me tienes. Pero entre nuestros funcionarios hay auténticos mastuerzos; ni locos van al teatro, esos palurdos, como no les den gratis la entrada. Había una actriz que cantó muy bien. Me acordé de la otra… ¡Ah, qué diablos!… Nada, nada… me callo. Noviembre, 9 A las ocho me fui al negociado. El jefe de sección hizo como que no me veía entrar. Yo también hice como que no había pasado nada. Estuve repasando unos papeles. Salí a las cuatro. Pasé frente a la casa del director, pero no vi a nadie. Después de comer, me pasé la mejor parte de la tarde echado en la cama. Noviembre, 11 Hoy estuve en el despacho del director y corté 23 plumas, para él y cuatro, ¡ay, ay!, para ella, para la señorita. Al director le encanta que haya muchas plumas. ¡Tiene que ser un cerebro! Se pasa el día callado, pero me parece que siempre está dándole vueltas a las ideas. ¡Cómo me gustaría saber qué piensa; qué pasa en esa cabeza! Me gustaría conocer más de cerca la vida de esos señores, de toda esa diplomacia, y los tejemanejes de la corte, qué hace esa gente en su círculo; eso es lo que me gustaría saber. Noviembre, 12 A las dos de la tarde salí con la intención firme de ver a Fidel e interrogarle. Noviembre, 13 Vamos a ver: la letra es bastante clara. Pero esa letra tiene algo de perruna. Leamos: “Querida Fidel: No logro acostumbrarme a tu nombre plebeyo. ¡No sé cómo no te pusieron otro mejor! Fidel, Rosa… ¡qué gusto tan chabacano! Pero, bueno, pasemos a otra cosa. Me alegra mucho que hayamos acordado mantener correspondencia”.
La carta está escrita con mucha corrección. La puntuación es justa y las haches están en su sitio. Algo que no logra ni el jefe de mi sección, por más que pretenda haber estudiado en la Universidad. Sigamos: “Estimo que una de las mayores venturas mundo es compartir con el prójimo las ideas, los sentimientos y las impresiones”.
¡Hum! La idea está tomada de una obra traducida del alemán. No recuerdo el título. “Lo digo por experiencia propia, a pesar de que no he corrido más mundo que el patio de mi casa. Llevo una vida regalada. Mi señorita, a quien papá llama Sofie, me quiere con locura”.
¡Ay, ay!… ¡Nada, nada! ¡Me callo! “El papá también me acaricia con mucha frecuencia. El té y el café lo tomo con nata. Oh, ma chère, te confieso que no sé cómo pueden gustar los zancarrones mondos que se roe en la cocina nuestro Canelo. Los únicos huesos buenos son los de volatería; pero, eso sí, antes de que les chupen el tuétano. La mezcla de varias salsas es deliciosa, pero que no lleve alcaparrones ni verduras; ahora que, para mí, no hay costumbre más repelente que cuando dan bolitas de pan a los perros. Que un señor sentado a la mesa, que anduvo con toda clase de basura en las manos, se ponga a hacer bolitas de pan con esas manos, te llame y te meta la pelotilla entre los dientes, ya me dirás… Y, como rehusar sería una descortesía, te lo comes; con asco, pero te lo comes…”
¿Qué diablos es esto? ¡Menudas tonterías! Como si no tuvieran cosas más interesantes que contarse. Veamos la página siguiente. A lo mejor hay algo más sustancial. “Con sumo gusto te pondré al corriente de lo que ocurra en nuestra casa. Ya te he contado algo del personaje principal, al que Sofie llama papá. Es un hombre rarísimo”.
¡Por fin entra en materia! Ya sabía yo que los perros a todo le buscan el lado político. Veamos lo del papá: “… un hombre rarísimo: Casi siempre está callado. Aunque apenas abre la boca, hará una semana no paró de hablar consigo mismo: “¿Me la darán o no me la darán?” Tomaba un papel en una mano, cerraba la otra, vacía, y repetía: “¿Me la darán o no me la darán?” Una de las veces me lo preguntó a mí: “A ti ¿qué te parece, Medji, me la darán o no me la darán?” No le entendí en absoluto, le olfateé la bota y me fui. Después, ma chère, a la semana justa, el papá llegó que no cabía en sí de gozo. Toda la mañana estuvieron visitándole señores con uniforme, que le felicitaban por algo. Nunca había visto a papá tan contento: durante la comida hacía chistes y después de la comida me levantó en brazos a la altura del cuello y me dijo: “Fíjate en esto, Medji”. Vi una cinta. La olfateé, pero no le encontré ningún olor; por último, la lamí un poquito: estaba algo salada”.
¡Hum! Me parece que esta perrita se está pasando… ¡Ya le iba a dar yo! Así que el señor es ambicioso, ¿eh? Tomaremos nota. “Adiós, ma chère, me voy, etcétera… etcétera… Mañana terminaré la carta. ¡Hola! Otra vez estoy contigo. Hoy mi señorita Sofie…”
Ah, veamos qué pasa con Sofie. ¡Qué rabia!… Nada, nada… sigamos. “… mi señorita Sofie andaba con unas prisas terribles. Se preparaba para ir al baile, y me alegré, pues en su ausencia podría escribirte. A mi Sofie le encantan los bailes, aunque cuando se viste casi siempre anda enfadada. Ese placer por el baile es algo que no comprendo, ma chère. Sofie regresa del baile a las seis de la mañana, y yo, por su aspecto pálido y demacrado, casi siempre deduzco que a la pobre no le dieron allí de comer. Francamente, yo no aguantaría esa forma de vida. Si a mí me quitaran mi salsa con perdiz o mi estofado de ala de gallina… no sé cómo podría soportarlo. También la salsa con gachas está muy buena. Pero las zanahorias, los nabos o las alcachofas jamás me gustarán”.
El estilo es muy desigual. En seguida se ve que no está escrito por un humano. Comienza como es debido y termina a lo perruno. Pero veamos esta otra cartita. Un poco larga. ¡Hum! No lleva ni fecha. “Ay, querida, cómo se siente la llegada de la primavera. El corazón me palpita como si esperara algo. Los oídos me zumban sin parar. Así que muchas veces me paso varios minutos con la pata levantada escuchando detrás de la puerta. Entre nosotras, son muchos los que me cortejan. Muchas veces me siento a la ventana, para verlos. ¡Entre ellos hay cada engendro…! Algún chucho de lo más ordinario, tonto perdido, que hasta con la cara dice que es tonto, camina con aire de importancia por la calle, se las da de personaje de nobleza y se cree que todas le miran. De eso, nada. Ni siquiera le hice caso; vamos, como si no le viera. Pero un dogo que se para ante mi ventana es algo terrible. Ése, si se pone sobre las patas traseras, cosa que el muy grosero ni siquiera sabe hacer, le habría sacado una cabeza al papá de mi Sofie, que también es bastante alto y gordo. Ese bruto debe de ser un redomado bribón. Le gruñí, pero él, como si nada. Ni caso. Sacó la lengua, agachó las enormes orejazas y se asomó a la ventana, el muy paleto. Pero ¿crees que tengo un corazón insensible a todas las insinuaciones? Oh, no… Si vieras a un caballero, llamado Trésor, que salta las tapias de la casa vecina. ¡Ay, ma chère, qué hociquito tiene!”
¡Al diablo!… ¡Maldita!… ¿Cómo se puede llenar las cartas de semejantes sandeces? ¡No, dadme al hombre! Quiero ver al hombre; yo exijo un alimento que nutra y deleite mi espíritu, no esta sarta de tonterías… Volvamos la página, a ver si tengo más suerte: “… Sofie estaba sentada a la mesa cosiendo. Yo miraba por la ventana, porque me gusta observar a los que pasan. De pronto entró un criado y dijo: “¡Teplov!”. “Que pase”, gritó Sofie, y se puso a abrazarme. “¡Oh, Medji, Medji! ¡Si le vieras…! Es gentilhombre de cámara, moreno y… ¡qué ojos! Negros y brillantes como el fuego”. Y Sofíe entró corriendo en su habitación. Un instante después aparecía el joven gentilhombre de cámara, que lleva patillas negras. Se acercó al espejo, se arregló el pelo y echó una ojeada a la habitación. Yo refunfuñé y me senté en mi sitio. Sofie salió pronto y contestó alegre a la reverencia de él. Yo seguí asomada a la ventana, como si tal cosa, como si no viera nada, pero ladeé un poco la cabeza, para oír lo que hablaban. ¡Ay, ma chère, las sandeces que decían! Hablaron de una dama que, en el baile, en lugar de hacer no sé qué figura, hizo otra; de que si un tal Bobov parecía, con su gola, una cigüeña, y que por poco rueda por el suelo; que una tal Lídina se imaginaba que tenía verdes los ojos, cuando los tiene azules; y cosas por el estilo. ¡Cómo se puede comparar a un gentilhombre con Trésor!, pensé. ¡Menuda diferencia! En primer lugar, el gentilhombre tiene la cara lisa y ancha, y patillas alrededor, como si llevara atado un pañuelo negro, mientras que Trésor tiene el morrito largo y, en medio de la frente, una estrella blanca. El talle del Trésor no se puede comparar con el del gentilhombre. Los ojos, los modales y las costumbres son completamente distintos. ¡Vaya diferencia! No sé, ma chère, qué puede ver ella en su gentilhombre de cámara. ¡Por qué le admira tanto…!”
A mí también me parece que ahí hay algo oscuro. Es imposible que un gentilhombre de cámara la haya enamorado de tal manera. Pero sigamos: “Según van las cosas, si le gusta el gentilhombre terminará por gustarle ese funcionario que está en el despacho de papá. Ay, ma chère, si vieras qué adefesio. Parece una tortuga en un saco…”
¿Qué funcionario será ése?… “Tiene un apellido rarísimo. Siempre le ves sentado y cortando plumas. Su pelo parece de paja. Papá siempre le manda a hacer los recados, como si fuera un criado…”
Me da la impresión de que esa infame perra apunta hacia mí. ¿Tengo yo pelo de paja? “Sofie, cuando le mira, no puede contener la risa”.
¡Mientes, perra miserable! ¡Deslenguada! Ya sé que es pura envidia. Sé de quién son estos manejos. Del jefe de sección. Ese hombre me juró odio eterno y no cesa de hacerme trastadas a cada paso. Pero veamos esta otra carta. Quizá en ella se aclaren las cosas por sí mismas. “Ma chère Fidel, cuánto tiempo hace que no te escribía. Perdón. Es que he vivido como embelesada. Bien dijo no sé qué escritor que el amor es una segunda vida. Además, en nuestra casa se han producido muchos cambios. El gentilhombre ahora viene por aquí todos los días. Sofie está loca por él. Papá está muy contento. Incluso oí decir a Gregory, el que, cuando barre el suelo, habla consigo mismo, que pronto tendremos boda; porque papá está empeñado en que Soñé se case con un general, o con un gentilhombre de cámara, o con un coronel del ejército…”
¡Diablos! No puedo seguir leyendo… Todo es para los gentileshombres o para los generales. Todo lo que hay de bueno en el mundo, va a parar a manos de gentileshombres o de generales. Cuando encuentras un pobre tesoro y piensas que está al alcance de tu mano, se te adelanta un gentilhombre o un general. ¡Diablos! Desearía ser general, pero no para obtener su mano y demás, no: desearía ser general únicamente para ver cómo me bailaban el agua y me venían con todas esas lisonjas y arrumacos palaciegos, y, después, decirles que ahí se pudran los dos. Diablos, ¡qué rabia! Rompí en mil pedazos las cartas de la estúpida perrita. Diciembre, 3 ¡No puede ser! ¡Mentira! ¡No habrá, boda! Y si él es un gentilhombre, ¿qué? Eso no es nada más que un título; no es algo que se pueda tocar con la mano. Por ser gentilhombre no le va a salir otro ojo en la frente. Su nariz no es de oro, sino igual que la mía, que la de otro cualquiera. Le sirve para oler, no para comer; para estornudar, no para toser, ¿verdad? Varias veces he intentado comprender por qué se dan estas diferencias. ¿Por qué soy consejero titular? ¿A santo de qué soy consejero titular? ¿Y si fuera un conde o un general, sólo con apariencias de consejero titular? A lo mejor, ni yo mismo sé quién soy. La historia está llena de ejemplos así: un hombre de lo más simple, que ni siquiera es noble, sino simplemente un burgués, o incluso un campesino, y, de pronto, se descubre que es un aristócrata, o hasta rey. Si de un patán salen esas cosas, ¿qué no podrá salir de un noble? Y si de pronto, por poner un ejemplo, entro yo en uniforme de general: con una charretera en el hombro derecho y otra charretera en el izquierdo y una banda azul al pecho, ¿qué? ¿Qué canción me cantaría entonces mi niña bonita? ¿Qué iba a decir su señor papá, nuestro director, eh? Es un ambicioso de cuidado. Es masón, seguro que es masón; él fingirá ser esto y lo otro, pero yo en seguida descubrí que era masón: ése, cuando da la mano sólo asoma dos dedos. ¿Acaso no puedo yo ser nombrado de pronto gobernador general, o intendente, o algo así? Me gustaría saber por qué soy consejero titular. ¿Por qué precisamente consejero titular? Diciembre, 6 Me pasé toda la mañana leyendo la prensa. En España están pasando cosas raras. Ni siquiera conseguí entenderlas del todo. Dicen que el trono ha sido suprimido y que los altos dignatarios están en un aprieto para elegir al heredero, y que eso provoca protestas. Yo lo encuentro muy raro. ¿Acaso es posible suprimir un trono? Dicen que deberá subir al trono no sé qué doña. Una doña no puede subir al trono. De ninguna manera. En el trono tiene que estar un rey. Sí —dicen—, pero es que no hay rey. —Es imposible que no haya un rey. Sin rey no puede haber Estado. Hay rey, lo que pasa es que debe de andar escondido por alguna parte. Incluso puede estar allí mismo, pero oculto por razones familiares, o por miedo a las potencias vecinas, como Francia, o por otra causa. Diciembre, 8 Estaba ya a punto de salir hacia e1 negociado, cuando distintas razones y reflexiones me hicieron desistir. Los sucesos de España no se me van de la cabeza. ¿Cómo puede ser eso de que una doña se haga reina? No lo consentirán. Primero no lo consentirá Inglaterra. Además, están los intereses políticos de Europa entera: el emperador austríaco y nuestro zar soberano… Confieso que estos sucesos me han impresionado y trastornado de tal forma, que en todo el día no he podido ocuparme de nada. Mavra me hizo observar que durante la comida había estado muy distraído. Es verdad. Por causa de esa distracción tiré al suelo dos platos, que se rompieron inmediatamente. Después de la comida anduve en reflexiones. No llegué a ninguna conclusión provechosa. Casi todo el día me lo pasé tumbado en la cama, meditando sobre los sucesos de España. Año 2000, abril, 43 Hoy es un día de gran júbilo. En España ya hay rey. Ha aparecido. Ese rey soy yo. Hoy, precisamente, me enteré de ello. Francamente, fue como si me fulminara un rayo. No me explico cómo pude creer e imaginarme que era un consejero titular. ¿Cómo me entró en la cabeza una idea tan descabellada? Menos mal que a nadie se le ocurrió encerrarme en un manicomio. Ahora lo tengo todo bien claro. Ahora todo está como en la palma de la mano. Sin embargo, antes, no entiendo por qué, todo lo veía como envuelto en una bruma. Todo esto se debe a que la gente se cree que el cerebro humano se aloja en la cabeza; y no es cierto: lo trae el viento del mar Caspio. Marzo, 86. Entre el día y la noche Hoy vino a casa nuestro ejecutor, con la petición de que me presentara en la oficina, porque llevo más de tres semanas sin ir al trabajo. Me presenté para tomarles el pelo. El jefe de la sección se creía que iba a saludarle y pedirle disculpas, pero le dirigí una mirada indiferente, ni muy airada ni muy benévola, y me fui a mi sitio, como si no viera a nadie. Mientras observaba a la canalla burocrática, pensaba: “Si supierais a quién tenéis entre vosotros. ¡Dios mío, la que se iba a armar! Hasta el jefe de sección vendría a saludarme con la misma reverencia que dedica al director”. No número. El día no tenía fecha Estuve paseando de incógnito por la Avenida Nevski. Pasó el emperador. Toda la ciudad se destocó, y yo, también, aunque sin dejar ver que yo era el rey de España. Estimé inadecuado revelar mi personalidad a la vista de todo el mundo; porque en primer lugar debo presentarme en la Corte. Lo único que me frena es no tener todavía el traje de rey. ¡Si por lo menos consiguiera el manto! Quise encargárselo a un sastre, pero son unos bestias; además, no tienen ningún apego a su profesión, porque, por hacer negocio, la mayoría se dedican a empedrar calles. No recuerdo la fecha. Tampoco hubo mes. Tengo el manto completamente acabado. Cuando me lo puse, Mavra comenzó a dar gritos. Pero aún me resisto a presentarme en la Corte. A estas alturas aún no ha llegado ninguna delegación de España. Sin delegación resultaría inoportuno. Sería en detrimento de mi dignidad. Espero que lleguen de un momento a otro. Día I
Me extraña mucho que la delegación tarde tanto. ¿Qué razones podrían retardar su llegada? ¿Será Francia? Sí, es la potencia menos dispuesta a facilitar las cosas. Fui a correos, a preguntar si había llegado la delegación española. Pero el jefe de la oficina es tonto de remate y no sabe nada. “No —me dice—, aquí no hay ningún delegado español; pero, si quiere enviar una carta, la admitiremos de acuerdo a la tarifa establecida”. ¡Demonios! ¿Qué tienen que ver las cartas? Las cartas son sandeces. Las cartas las escriben los boticarios… Madrid, Febrario, treinta Pues ya estoy en España, y todo fue tan rápido, que apenas salgo de mi asombro. Enero del mismo año, que llegó después de febrero Sigo sin comprender qué clase de país es España. Las costumbres populares y la etiqueta de Palacio no tienen parangón. No lo entiendo, no lo entiendo, decididamente no entiendo nada. Hoy, por más que grité con todas mis fuerzas que no quería ser monje, me afeitaron la cabeza. Pero no quiero ni acordarme de lo que pasé cuando me echaban agua fría por encima. Jamás había soportado tal suplicio. Estuve a punto de rabiar; a duras penas podían sujetarme. No alcanzo a ver el sentido de esta extraña costumbre. Es estúpida y absurda. Tampoco logro comprender la insensatez de unos reyes que aún no la han abolido. Todos los indicios me hacen sospechar que caí en manos de la Inquisición y que el que tomé por canciller era el Gran Inquisidor General en persona. Pero sigo sin entender que un rey pueda ser sometido a la Inquisición. Aunque también puede ser cosa de Francia, y principalmente de Polignac. Ese Polignac es un bicho. Ha jurado hacerme todo el mal que pueda, y me persigue sin cesar. Pero sé bien, amigo mío, que te manejan los ingleses. Los ingleses son grandes políticos. Siempre andan con subterfugios. Ya sabe todo el mundo que cuando Inglaterra aspira rapé, Francia estornuda. Fecha 25 Hoy el Gran Inquisidor vino a mi habitación, pero yo, nada más oír de lejos sus pasos, me escondí bajo la silla. Como no me viera en el cuarto, comenzó a llamarme. Primero grito: “¡Poprishchin!” Yo, ni pío. Después: “¡Aksentiy Ivánov! ¡Consejero titular! ¡Caballero!” Yo, callado. “¡Femando VIII, Rey de España!” Mi primera intención fue asomar la cabeza, pero después pensé: “No, amigo, a mí no me la pegas. Ya te conocemos: otra vez me echaras agua fría por la cabeza”. Pero me vio y a bastonazos me sacó de bajo la silla. ¡Cómo duele el maldito palo! Pero hoy he descubierto algo que me ha recompensado: supe que cada gallo tiene su España, y que la lleva debajo de las plumas. Fe 34 cha Ms ñoa No, ya no tengo fuerzas para soportarlo. Dios mío, ¿qué hacen conmigo? ¡Me echan agua fría por la cabeza! No me escuchan, no me ven, no me oyen. ¿Qué les he hecho? ¿Por qué me atormentan? ¿Qué quieren de este pobre? ¿Qué puedo darles yo? Si no tengo nada. No me quedan fuerzas, no puedo soportar todos sus tormentos, me arde la cabeza y todo me da vueltas ante los ojos. ¡Salvadme! ¡Sacadme de aquí! ¡Dadme unos caballos rápidos como el viento! ¡Al pescante, cochero mío, cascabelead campanillas, volad, caballos, sacadme de este mundo! Más lejos, más, hasta que no se vea nada, nada. El cielo cabecea ante mí; una estrellita brilla a lo lejos; pasan los bosques con sus negros árboles oscuros y la luna; una bruma gris se extiende a mis pies; suena una cuerda en la niebla. A un lado está el mar, al otro, Italia. Ya se divisan las casas rusas. La que azulea a lo lejos ¿será la mía? ¿Quién está a la ventana? ¿Será mi madre? ¡Madre de mi alma, salva a tu pobre hijo! ¡Derrama una lágrima sobre su pobre cabeza! ¡Mira cómo le torturan! ¡Aprieta contra tu pecho a este pobre huérfano que no tiene sitio en el mundo, que es perseguido! ¡Madrecita, ten compasión de tu niño enfermo…! Literatura
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