O. Henry
(William Sydney Porter)

(North Carolina, 1862 - New York, 1910)


El exterminio del octópodo (1908)
[Otro título en español: “Un monopolio al agua”]

(“The Octopus Marooned”)
The Gentle Grafter
(New York: The McClure Company, 1908, 235 págs.)



      —Un monopolio industrial o financiero —dijo sentenciosamente Jefferson Peters— tiene la vitalidad que consiente su punto más débil.
       —Esa es una de tantas fórmulas ininteligibles, como la pregunta: “¿en qué se conoce a un policía?”
       —No hay relación entre los policías y los monopolios —replicó Jeff—. Mi observación es un epitograma, un axis, un multum in parvo. Digo y repito que un monopolio es como un huevo, y que no es como un huevo. Si queremos romper un huevo lo rompemos por fuera. Si queremos atacar un monopolio, hay que hacerlo por dentro. Sólo interiormente se puede acabar con un monopolio. Sí; cada monopolio lleva en su seno los gérmenes de su propia destrucción. Será más fácil que se salve un gallo alborotador cerca de una asamblea campestre de metodistas negros, o que sea elegido un candidato republicano para la gubernatura de Texas. Los gérmenes mortales del monopolio acaban por di solver a la más poderosa institución, y basta tomar asiento para ver el fin. ¿No son un ejemplo de ello tantos colegios y tantas bibliotecas como se fundan y desaparecen sin dejar huella alguna de su paso?
       Yo pregunté a Jeff si había sido alguna vez fundador de monopolios durante aquella existencia suya, mosaico indescriptible de oficios, ocupaciones, artes y procedimientos que la diversificaron hasta lo infinito.
       ¡Jeff había sido también monopolista!
       —Sólo una vez —me dijo—. Pero jamás han visto las edades un monopolio tan cerrado, tan compacto, tan sólido. Era el monstruo, el octópodo en toda su fuerza y, digámoslo, en toda su legitimidad. Nos favorecían el viento, el agua, la policía, el valor y la posesión en que estábamos de un artículo indispensable para la vida del público. ¿Quién hubiera podido atacar nuestro monopolio por medios externos y mecánicos? Las insignificantes maniobras petroleras de Rockefeller tienen la importancia de una cacharrería comparadas con nuestra empresa. Y, sin embargo, todo acabó en un desastre.
       —¿Surgió alguna oposición imprevista? —pregunté.
       —No, y mil veces no. Es lo que he dicho. El monopolio fue disuelto porque llevaba dentro los gérmenes de la disolución, como pasa con todo monopolio. Tenía una grieta que no habíamos visto.
       “Recordará usted —prosiguió Jeff— que Andy Tucker fue mi socio durante muchos años. No he conocido hombre corno él para idear estratagemas. Todo era que viese un dólar en manos ajenas, y al instante consideraba cuestión de amor propio la adquisición de esa moneda. Además de su colosal erudición, Andy tenía el mérito de haber estudiado cosas prácticas. Su talento llegaba a lo sublime. Hablaba horas enteras sobre cualquier tema literario. Fueron notables sus conferencias con linterna mágica, en las que disertaba acerca de Palestina y a la vez proyectaba vistas de la Convención de Almacenes de Ropa Hecha que se reunió en Atlantic City.
       “¿Quién, sino Andy Tucker, pudo haber inundado el austero Estado de Connecticut bajo un diluvio de aguardiente hecho de madera y nuez moscada?
       “Volvíamos Andy Tucker y yo de una rápida expedición a México. Era la primavera. Acabábamos de ganar dos mil quinientos dólares que nos dio un capitalista de Filadelfia por nuestra participación en una mina de Chihuahua. No existe otra mina tan productiva como aquélla, y valía más de medio millón de dólares; pero muchas veces me he preguntado quién sería el dueño de esa famosa negociación.
       “Cuando cruzamos la línea divisoria, Andy Tucker y yo dimos con nuestras interesantes personas en un pueblecillo de Texas que está a la orilla del Río Bravo. Se llama Bird City —La Ciudad de las Pájaros—. Pero ni es ciudad ni hay pájaros en ella, reales o figurados. Los dos mil habitantes que pueblan ese lugarejo pertenecen al sexo masculino en su gran mayoría. Y a lo que entiendo prosperan por tener muy cerca el chaparral. Hay, es verdad, algunos ganaderos entre los pajarenses; pero casi todos son jugadores, cuatreros o contrabandistas. Este último es el gremio más numeroso.
       “Andy Tucker y yo nos alojamos en el único hotel, que es un edificio indefinido entre caja de puros y terraza.
       “No bien llegamos empezó a llover: ‘Júpiter acuario abrió las espitas sobre el Monte Anfibio’, como dicen los oradores.
       “Había tres tabernas en Bird City. Nosotros no bebíamos, y nos era fácil observar el incesante movimiento de los pajarenses, que se entregaban a una procesión triangular desde las ocho del día hasta las doce de la noche, visitando alternativamente las tres tabernas.
       “Nadie hubiera podido decir que los habitantes de aquel pueblo sacaban poco partido de sus fondos disponibles.
       “Al tercer día de nuestra permanencia, escampó después de la hora del almuerzo. Mi socio y yo salimos a la orilla del pueblo para recrearnos en la contemplación de los poéticos barrizales.
       “Bird City se levanta entre el Río Grande y un arroyo que fue antaño lecho de la corriente principal. Las avenidas habían socavado la arenosa eminencia que se desmoronaba visiblemente.
       “Andy no apartaba los ojos del terreno en que aparecía la acción destructora de las aguas. El intelecto de aquel hombre jamás estaba ocioso.
       “De pronto, volviéndose a mí, me reveló la idea instantánea que había concebido.
       “¡Acababa de organizar un monopolio!
       “Encaminamos nuestros pasos hacia el centro del pueblo para comenzar la explotación.
       “Entramos en la taberna principal, llamada La serpiente azul, y compramos el establecimiento.
       “Nos costó mil doscientos dólares.
       “Después fuimos a la taberna de José ‘El Mexicano’ y hablamos del mal tiempo. Al acabar nuestro comentario meteorológico, ya éramos dueños de la casa por quinientos dólares.
       “Sin pérdida de tiempo visitamos al tercer tabernero, y se consumó la compra en cuatrocientos dólares.
       “A la mañana siguiente, Bird City despertó con la novedad de que era isla.
       “Como había previsto Andy Tucker en su estudio de la avenida, el agua torrencial llenaba hasta los bordes el antiguo lecho del rio. Bird City estaba completamente rodeada por las rugientes ondas.
       “El diluvio seguía, y las nubes, acumuladas en el noroeste, presagiaban mes y medio de lluvias por lo menos.
       “Pero no era eso todo lo que causaba la justa sorpresa de aquel poblacho insular.
       “Faltaba lo peor.
       “Cuando los pajarenses dejaron sus nidos, se atusaron las plumas y salieron en busca de la primera copa matutina, encontraron que la casa de José ‘El Mexicano’ estaba cerrada, como lo estaba igualmente el otro pequeño asilo de náufragos que ostentaba su ya inútil muestra sobre un muro de adobes.
       “La opinión pública emitió algunas interjecciones de mal contenida impaciencia y se dirigió en masa a las puertas de La serpiente azul.
       “¿Qué vieron allí los ojos asombrados de los pajarenses?
       “En un extremo del mostrador estaba el monstruo sucesor, el monopolio, bajo la forma corpórea de Jefferson Peters.
       “Tenía éste una pistola de seis cartuchos a cada lado, y en el corazón el valor necesario para dar a los parroquianos la muerte o la vuelta de un billete, según se presentara la ocasión.
       “Había tres dependientes. En el muro frontero, sobre el mostrador, se fijó un aviso de diez pies de largo, que decía: ‘Un dólar copa’.
       “Andy, perfectamente vestido con su terno azul, y fumando un puro de anillo dorado, estaba cerca de la caja, dispuesto para cualquier emergencia.
       “El jefe de seguridad se hallaba presente y tenía dos auxiliares para conservar el orden.
       “El monopolio había ofrecido copas libres a los representantes armados de la ley.
       “No alargaré el cuento. Antes de diez minutos, Bird City se convenció de que era un pájaro enjaulado.
       “No se produjo la temida perturbación pública.
       “¿Qué podían hacer los habitantes de acuella aldea perdida?
       “La estación más próxima estaba a treinta millas, y aunque estuviera a tiro de fusil, nadie podría vadear el río en dos semanas.
       “Los dólares empezaron a llover sobre el mostrador, produciendo el sonido armonioso de un xilórgano.
       “Había en Bird City mil quinientos adultos del sexo masculino, con capacidad legal para hacer de su capa un sayo. Cada uno de ellos necesitaba de tres a veinte copas diarias si quería sobrellevar dignamente los sinsabores de esta vida. ¿En dónde encontrar bebidas espirituosas fuera de La serpiente azul, mientras no bajasen las aguas? La combinación revestía toda la sencillez clásica de las grandes bribonadas.
       “A las diez de la mañana, los dólares de plata fuerte ya no caían aislados, sino por grupos, batiendo marcha y bailando two-steps.
       “Me acerqué a la ventana, y vi que los libres ciudadanos de Bird City formaban cola en el Banco Pajarense de Ahorros y Préstamos.
       “¡Pedían dinero a crédito para saciar el voraz apetito del monstruo!
       “Dieron las doce, y el público elegante se retiró para comer. Los dependientes aprovecharon el breve paréntesis, y salieron también.
       “Contamos nuestros ingresos: ¡mil trescientos dólares!
       “En vista de esto, calculamos que dos semanas de vida insular nos proporcionarían recursos suficientes para construir una dependencia en la Universidad de Chicago y para dar a cada pobre de Texas una granja.
       “Andy se enorgullecía de su triunfo. Era el autor de la idea, basada en cálculos y conjeturas de una sorprendente conformidad con los hechos.
       “Encaminóse hacia la caja y encendió el cigarro más grande que pudo hallar.
       “—Jeff —dijo aquel genio de la plutocracia—, puedo asegurar que no hay en todo el orbe quien tenga los duros espolones de Peters, Satán y Tucker, sociedad colectiva, para sacarle las entrañas al proletariado. El consumidor ha recibido un golpe magistral en la región apoplética. ¿No lo crees?
       “Yo elogié con efusión la obra genial de mi amigo. Él se sirvió cuatro dedos del mejor whiski. Era su primera copa. Jamás le había visto probar una gota de alcohol.
       “—Brindemos por las deidades protectoras —dijo Andy.
       “Luego, provocando las iras de la infernal diabetes, bebió una segunda copa a la salud de los dos fundadores del monopolio del alcohol en Bird City.
       “Brindó después por todos nuestros cofrades. Brindó por el Pacifico del norte, por la Federación Hullera, por la oleomargarina, y no omitió en su rápida enumeración ni los modestos monopolios de libros escolares.
       “—Bien hacemos —le dije—, hermano Tucker, brindando por esos otros hermanos en expoliación. Pero no olvides las medidas de prudencia. Tú bien sabes, Andy, que nuestros eminentes y odiados multicorrupcionistas son hombres que no beben sino té y no comen sino bizcochos para perro.
       “Andy entró en la trastienda, y salió poco después vestido con el mayor esmero.
       “Confieso que no me gustó la expresión homicida e intensa de la mirada de ese hombre.
       “¿El whiski había producido su efecto? ¿Cuáles serian las manifestaciones de aquella súbita embriaguez?
       “Hay dos casos en que es absolutamente imposible predecir los acontecimientos: uno de esos casos es el de la primera borrachera de un hombre morigerado. El otro es el de una mujer que se embriaga por última vez en su vida, para acabar dignamente la carrera de la disipación.
       “Andy parecía exteriormente el mismo de siempre, y cualquiera hubiera dicho que no pensaba sino en el negocio de su acuario. Pero llevaba la música por dentro, y esa música era capaz de todas las improvisaciones. El barquichuelo se había convertido en un navío de alto bordo.
       “—Jeff —dijo—, ¿sabes que soy un cráter, un cráter humano?
       “—Querrás decir criatura, no cráter. Como hijo de esta tierra, debes hablar con propiedad, huyendo de los barbarismos irlandeses.
       “—Soy cráter —insistió—, soy cráter y no criatura: cráter de volcán. Tengo fuego interno y un surtido completo de palabras y frases que buscan su éxodo. Hay millones de sinónimos y partes de la oración deseosos de mostrar la actividad que les corresponde. Yo necesito pronunciar un discurso. El alcohol es esencialmente oratorio.
       “El síntoma no podía ser más alarmante.
       “—Desde un pasado que se pierde en la noche de los tiempos, el alcohol estimula el sentido de la recitación y de la retórica —prosiguió Andy—. ¿Sabes que en la segunda campaña presidencial de Bryan me daban tres ginebras y hablaba dos horas más que el mismo Bryan sobre la cuestión de la plata?
       “—Si es forzoso que des salida a una verbosidad excedente, ¿por qué no vas a la margen del río y te desahogas? En la antigüedad había un tal Cantárides que buscaba la orilla del mar para desincorporarse las superfluidades retóricas.
       “—Pero yo necesito un auditorio, cuando quiero una distensión oral. Me siento como una edición de lujo, con cantos dorados que nadie lee.
       “—¿Sobre qué teoremas y tópicos va a saciarse tu deseo de vocalidad?
       “—El tema es lo de menos. Domino todas las materias. Hablaré de inmigración eslava, de la poesía de Keats, del arancel, de la literatura de Marruecos, del saneamiento... Cualquier asunto que yo trate hace llorar, gritar, aullar y desesperarse a mis oyentes.
       “—Si tanto te empeñas en disipar esta acumulación de expresiones vernáculas, ve a buscar víctimas. Los muchachos y yo nos encargamos del negocio. Pronto acaba el almuerzo. La carne de cerdo y las judías excitan las glándulas. Espero que antes de que suenen las doce de la noche habremos recaudado otros mil quinientos dólares.
       “Andy salió de La serpiente azul. Yo lo veía deteniendo a los transeúntes y hablando con ellos. Pocos momentos después, se habia formado un circulo de seis a nueve oyentes. El círculo fue creciendo, y cuando me asomé de nuevo a la ventana, Andy estaba gesticulando entre una verdadera muchedumbre.
       “Acabó el discurso y se alejó; pero la gente lo seguía a lo largo de la calle principal.
       “La procesión iba en aumento. Yo recordaba unas estampas en que había visto al flautista de Hamelín seguido de todas los chicuelos.
       “Sonó la una.
       “Pasó una eternidad, y el reloj dio las dos.
       “Eran las tres, y no llegaba un solo pajarense a La serpiente azul.
       “En las desiertas calles no había sino mujeres y gallinas.
       “Lloviznaba.
       “Un transeúnte solitario se detuvo frente a La serpiente azul para limpiarse el barro de las botas.
       “—Camarada —le dije—, ¿qué ha pasado? Esta mañana la ciudad estaba muy alegre. Hoy parece una de las ruinas de Tiro y Sidón, donde los lagartos se pasean por las murallas.
       “—Toda la ciudad está en el almacén de lanas oyendo un discurso del socio de esta casa. Habla de muchas materias y conclusiones.
       “—Espero que pronto acabará, porque mientras él habla, nuestro negocio languidece.
       “No hubo parroquiano en toda la tarde.
       “A las seis se presentaron dos mexicanos que llevaban el cuerpo inerte de Andy, atado sobre un burro.
       “Lo acostamos. El enfermo no cesaba de murmurar entre dientes, de gesticular, de mover manos y pies.
       “Yo guardé el dinero en la caja y salí para inquirir lo acontecido.
       “No tardó en decírseme que Andy había pronunciado el mejor de los discursos de dos horas de que hay memoria en Texas y aun en otros lugares del planeta.
       “—¿Y de qué trataba? —pregunté.
       “—De la temperancia —se me contestó.
       “Al acabar esa magnífica disertación todos los pajarenses hicieron voto solemne de no beber en un año”.



Literatura .us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar