Rubem Fonseca
(Juiz de Fora, Minas Gerais, Brazil, 1925-)


Corazones solitarios (1975)
(“Corações solitários”)
Feliz ano novo
(Río de Janeiro: Editora Artenova, 1975, 144 págs.)



      Trabajaba en un diario popular como reportero de casos policiacos. Hacía mucho tiempo que no ocurría en la ciudad un crimen interesante, que involucrara a una rica y linda joven de la sociedad, muertes, desapariciones, corrupción, mentiras, sexo, ambición, dinero, violencia, escándalo.
       Crimen así ni en Roma, París, Nueva York, decía el editor del diario, estamos en una fase mala. Pero dentro de poco eso cambiará. La cosa es cíclica, cuando menos lo esperamos estalla uno de aquellos escándalos que da materia para un año. Todo está podrido, a punto, sólo es esperar.
       Antes de que estallara me echaron.
       Sólo pequeño comerciante matando socio, pequeño bandido matando a pequeño comerciante, policía matando a pequeño bandido. Cosas pequeñas, le dije a Oswaldo Peçanha, editor-jefe y propietario del diario Mujer.
       También hay meningitis, esquistosomosis, mal de Chagas, dijo Peçanha.
       Pero fuera de mi área, dije.
       ¿Ya leíste Mujer?, Peçanha preguntó.
       Admití que no. Me gusta más leer libros.
       Peçanha sacó una caja de puros de la gaveta y me ofreció uno. Encendimos los puros. Al poco tiempo el ambiente era irrespirable. Los puros eran ordinarios, estábamos en verano, las ventanas cerradas, y el aparato de aire acondicionado no funcionaba bien.
       Mujer no es una de esas publicaciones a color para burguesas que hacen régimen. Está hecha para la mujer de la clase C, que come arroz con fríjoles y si engorda el problema es suyo. Echa una ojeada.
       Peçanha lanzó frente a mí un ejemplar del diario. Formato tabloide, encabezados en azul, algunas fotos fuera de foco. Fotonovela, horóscopo, entrevistas con artistas de televisión, corte y costura.
       ¿Crees que podrías hacer la sección De Mujer a Mujer, nuestro consultorio sentimental? El tipo que lo hacía se despidió.
       De Mujer a Mujer estaba firmado por una tal Elisa Gabriela. Querida Elisa Gabriela, mi marido llega todas las noches borracho y…
       Creo que puedo, dije.
       Perfecto, comienzas hoy. ¿Qué nombre quieres usar?
       Pensé un poco.
       Nathanael Lessa.
       ¿Nathanael Lessa?, dijo Peçanha, sorprendido y molesto, como si hubiera dicho un nombre feo, u ofendido a su madre.
       ¿Qué tiene? Es un nombre como cualquier otro. Y estoy rindiendo dos homenajes.
       Peçanha dio unas chupadas al puro, irritado.
       Primero, no es un nombre como cualquier otro. Segundo, no es un nombre de la clase C. Aquí sólo usamos nombres del agrado de la clase C, nombres bonitos. Tercero, el diario rinde homenaje sólo a quien yo quiero y no conozco a ningún Nathanael Lessa y, finalmente —la irritación de Peçanha aumentaba gradualmente, como si estuviera sacando algún provecho de ella— aquí ninguno, ni siquiera yo mismo, usa seudónimos masculinos. ¡Mi nombre es María de Lourdes!
       Di otra ojeada al diario, inclusive en el directorio. Sólo había nombres de mujer.
       ¿No te parece que un nombre masculino da más credibilidad a las respuestas? Padre, marido, médico, sacerdote, patrón sólo hay hombres diciéndoles lo que ellas tienen que hacer. Nathanael Lessa funciona mejor que Elisa Gabriela.
       Eso mismo es lo que no quiero. Aquí ellas se sienten dueñas de su nariz, confían en la gente, como si todas fuéramos comadres. Llevo veinticinco años en este negocio. No me vengas con teorías no comprobadas. Mujer está revolucionando la prensa brasilera, es un diario diferente que no da noticias viejas de la televisión de antaño.
       Estaba tan irritado que no pregunté lo que Mujer se proponía. Tarde o temprano me lo diría. Yo sólo quería el empleo.
       Mi primo, Machado Figueiredo, que también tiene veinticinco años de experiencia, en el Banco de Brasil, acostumbra decir que está siempre abierto a teorías no comprobadas. Yo sabía que Mujer debía dinero al banco. Y sobre la mesa de Peçanha había una carta de recomendación de mi primo.
       Al oír el nombre de mi primo, Peçanha palideció. Dio un mordisco al puro para controlarse, después cerró la boca, pareciendo que iba a silbar, y sus gruesos labios temblaron como si tuviera un grano de pimienta en la lengua. Enseguida abrió la boca y golpeó con la uña del pulgar los dientes sucios de nicotina, mientras me observaba de manera que él debía considerar llena de significados.
       Podía añadir Dr. a mi nombre: Dr. Nathanael Lessa.
       ¡Rayos! Está bien, está bien, protestó Peçanha entre dientes, empiezas hoy.
       Fue así como pasé a formar parte del equipo de Mujer.
       Mi mesa quedaba cerca de la mesa de Sandra Marina, que firmaba el horóscopo. Sandra era conocida también como Marlene Kátia, al hacer entrevistas. Era un muchacho pálido, de bigotes largos y ralos, conocido también como João Albergaria Duval. Hacía poco tiempo había salido de la escuela de comunicaciones y vivía lamentándose, ¿por qué no estudié odontología?, ¿por qué?
       Le pregunté si alguien traía las cartas de los lectores a mi mesa. Me dijo que hablara con Jacqueline, en expedientes. Jacqueline era un negro grande de dientes muy blancos.
       Está mal que sea yo el único aquí adentro que no tenga nombre de mujer, van a pensar que soy maricón. ¿Las cartas? No tienes ninguna carta. ¿Crees que la mujer de la clase C escribe cartas? La Elisa las inventaba todas.
       Estimado Dr. Nathanael Lessa. Conseguí una beca de estudios para mi hija de diez años, en una escuela elegante de la zona sur. Todas las compañeritas suyas van al peluquero, por lo menos una vez a la semana. Nosotros no tenemos dinero para eso, mi marido es chofer de autobús de la línea Jacaré-Caju, pero dice que va a trabajar horas extras para mandar a Tania Sandra, nuestra hijita, al peluquero. ¿El señor no cree que los hijos se merecen todos los sacrificios? Madre Dedicada. Villa Kennedy.
       Respuesta: Lave la cabeza de su hija con jabón de coco y póngale rulos. Queda igual que en el peluquero. De cualquier manera, su hija no nació para ser muñequita. Como tampoco la hija de nadie. Tome el dinero de las horas extras y compre otra cosa más útil. Comida, por ejemplo.
       Apreciado Dr. Nathanael Lessa. Soy bajita, gordita y tímida. Siempre que voy al mercado, al almacén, a la plaza me dejan todas al final de la cola. Me engañan en el peso, en el cambio, el fríjol tiene bichos, la harina de maíz está mohosa, cosas así. Acostumbraba sufrir mucho, pero ahora estoy resignada. Dios los está mirando y en el Juicio Final van a pagarlo. Doméstica Resignada. Penha.
       Respuesta: Dios no está mirando a nadie. Quien tiene que defenderte eres tú misma. Sugiero que grites, increpes a todo el mundo, que hagas escándalo. ¿No tienes ningún pariente en la policía? Bandido también sirve. Arréglate, gordita.
       Apreciado Dr. Nathanael Lessa: Tengo veinticinco años, soy mecanógrafa y virgen. Encontré a ese muchacho que dice que me ama mucho. Trabaja en el Ministerio de Transporte y dice que se quiere casar conmigo, pero que primero quiere experimentar. ¿Qué te parece? Virgen Loca. Parada de Lucas.
       Respuesta: Escucha esto, Virgen Loca, pregúntale al tipo qué va a hacer si no le gusta la experiencia. Si dice que te abandona, dáselo, porque es un hombre sincero. No eres grosella ni caldo de jiló para que te prueben, pero hombres sinceros hay pocos, vale la pena intentar. Fe y adelante, con pie firme.
       Fui a almorzar.
       A la vuelta Peçanha me mandó llamar. Tenía mi trabajo en la mano.
       Hay algo aquí que no me gusta, dijo.
       ¿Qué?, pregunté.
       ¡Ah! ¡Dios mío!, la idea que la gente se hace de la clase C, exclamó Peçanha, balanceando la cabeza pensativamente, mientras miraba para el techo y ponía boca de silbido. Quienes gustan ser tratadas con palabrotas y puntapiés son las mujeres de la clase A. Acuérdate de aquel lord inglés que dijo que su éxito con las mujeres era porque trataba a las ladies como putas y a las putas como ladies.
       Está bien. ¿Entonces cómo debo tratar a nuestras lectoras?
       No me vengas con dialécticas. No quiero que las trates como putas. Olvida al lord inglés. Pon alegría, esperanza, tranquilidad y confianza en las cartas, eso es lo que quiero.
       Dr. Nathanael Lessa. Mi marido murió y me dejó una pensión muy pequeña, pero lo que me preocupa es estar sola, a los cincuenta y cinco años de edad. Pobre, fea, vieja y viviendo lejos, tengo miedo de lo que me espera. Solitaria de Santa Cruz.
       Respuesta: Grabe esto en su corazón, Solitaria de Santa Cruz: ni el dinero, ni la belleza, ni la juventud, ni una buena dirección dan la felicidad. ¿Cuántos jóvenes ricos y hermosos se matan o se pierden en los horrores del vicio? La felicidad está dentro de nosotros, en nuestros corazones. Si somos justos y buenos, encontraremos la felicidad. Sea buena, sea justa, ame al prójimo como a sí misma, sonría al cajero del INPS [Instituto Nacional de Previsión Social] cuando vaya a recibir la pensión.
       Al día siguiente Peçanha me llamó y preguntó si podía también escribir la fotonovela. Producimos nuestras propias fotonovelas, no es un fumetti italiano traducido. Elige un nombre.
       Elegí Clarice Simone, eran otros dos homenajes, pero no le dije eso a Peçanha.
       El fotógrafo de las novelas vino a hablar conmigo.
       Mi nombre es Mónica Tutsi, dijo, pero puedes llamarme Agnaldo. ¿Tienes la papa lista?
       Papa era la novela. Le expliqué que acababa de recibir el encargo de Peçanha y que necesitaba por lo menos dos días para escribir.
       ¿Días? Ja, ja, carcajeó, haciendo el ruido de un cachorro grande, ronco y domesticado, ladrándole al dueño.
       ¿Cuál es la gracia?, pregunté.
       Norma Virgínia escribía la novela en quince minutos. Tenía una fórmula.
       Yo también tengo una fórmula. Sal a dar una vuelta y te apareces por aquí en quince minutos, tendrás tu novela lista.
       ¿Qué pensaba de mí ese fotógrafo idiota? Sólo porque había sido reportero judicial no significaba que fuera una bestia. Si Norma Virgínia, o cualquiera que fuera su nombre, escribía una novela en quince minutos, yo también la escribiría. Finalmente leí todos los trágicos griegos, los ibsens, los o’neals, los becketts, los chéjovs, los shakespeares, las four hundred best television plays. Era sólo sacar una idea de aquí, otra de allá, y punto.
       Un niño rico es robado por los gitanos y dado por muerto. El niño crece pensando que es un gitano auténtico. Un día encuentra una muchacha riquísima y los dos se enamoran. Ella vive en una rica mansión y tiene muchos automóviles. El gitanito vive en una carreta. Las dos familias no quieren que se casen. Surgen conflictos. Los millonarios mandan a la policía a arrestar a los gitanos. Uno de los gitanos cae muerto por la policía. Un primo rico de la muchacha es asesinado por los gitanos. Pero el amor de los dos jóvenes apasionados es superior a todas esas vicisitudes. Resuelven huir, romper con sus familias. En la fuga encuentran un monje piadoso y sabio que bendice la unión de los dos en un antiguo, pintoresco y romántico convento en medio de un bosque florido. Los dos jóvenes se retiran a la cámara nupcial. Son lindos, esbeltos, rubios de ojos azules. Se quitan la ropa. Oh, dice la muchacha, ¿qué es ese cordón de oro con medalla claveteada de brillantes que tienes en el pecho? ¡Ella tiene una medalla igual! ¡Son hermanos! ¡Tú eres mi hermano desaparecido!, grita la muchacha. Los dos se abrazan. (Atención, Mónica Tutsi: ¿qué tal un final ambiguo?, hacer que aparezca en el rostro de los dos un éxtasis no fraternal, ¿ah? Puedo también cambiar el final y hacerlo más sofocliano: los dos descubren que son hermanos sólo después del hecho consumado; desesperada, la muchacha salta de la ventana del convento reventándose allá abajo).
       Me gustó tu historia, dijo Mónica Tutsi.
       Una pizca de Romeo y Julieta, una cucharadita de Edipo Rey, dije modestamente.
       Pero no sirve para que yo la fotografíe. Muchacho, tengo que hacer todo en dos horas. ¿Dónde voy a encontrar la rica mansión? ¿Los automóviles? ¿El convento pintoresco? ¿El bosque florido?
       Ése es tu problema.
       ¿Dónde voy a encontrar, continuó Mónica Tutsi, como si no me hubiera escuchado, los dos jóvenes rubios esbeltos de ojos azules? Nuestros artistas son todos medio tirando a mulatos. ¿Dónde voy a encontrar la carreta? Haz otra, muchacho. Vuelvo dentro de quince minutos. ¿Y qué es sofocliano?
       Roberto y Betty son novios y se van a casar. Roberto, que es muy trabajador, economiza dinero para comprar un apartamento y amueblarlo, con televisor a color, equipo de sonido, nevera, lavadora, brilladora, licuadora, batidora, máquina para lavar platos, tostadora, plancha eléctrica y secador de pelo. Betty también trabaja. Ambos son castos. El matrimonio está fijado. Un amigo de Roberto, Tiago, le pregunta, ¿te vas a casar virgen? Necesitas ser iniciado en los misterios del sexo. Tiago, entonces, lleva a Roberto a casa de la Superputa Betatrón. (Atención, Mónica Tutsi, el nombre es un toque de ficción científica). Cuando Roberto llega allí descubre que la Superputa es Betty, su noviecita. ¡Oh! ¡Cielos! ¡Sorpresa terrible! Alguien dirá, tal vez un portero, ¡Crecer es sufrir! Fin de la novela.
       Una palabra vale mil fotografías, dice Mónica Tutsi, estoy siempre en la parte podrida. Vuelvo en un rato.
       Dr. Nathanael. Me gusta cocinar. Me gusta mucho también bordar y hacer crochet. Y por encima de todo me gusta ponerme un vestido largo de baile, pintarme los labios de carmesí, ponerme bastante colorete, ponerme rímel en los ojos. ¡Ah, qué sensación! Es una pena que tenga que quedarme encerrado en mi cuarto. Nadie sabe que me gusta hacer esas cosas. ¿Estoy equivocado? Pedro Redgrave. Tijuca.
       Respuesta: ¿Equivocado, por qué? ¿Le está haciendo daño a alguien con eso? Ya tuve otro consultante que, como a usted, también le gustaba vestirse de mujer. Llevaba una vida normal, productiva y útil a la sociedad, tanto que llegó a ser obrerosupervisor. Vista sus vestidos largos, píntese la boca de escarlata, ponga color en su vida.
       Todas las cartas deben ser de mujeres, advirtió Peçanha.
       Pero ésa es verdadera, dije.
       No creo.
       Entregué la carta a Peçanha. La miró poniendo cara de policía examinando un billete burdamente falsificado.
       ¿Crees que es una broma?, preguntó Peçanha.
       Puede ser, dije. Y puede no ser.
       Peçanha puso su cara reflexiva. Después:
       Añade a tu carta una frase animadora, como por ejemplo, escribe siempre.
       Me senté a la máquina.
       Escribe siempre. Pedro, sé que éste no es tu nombre, pero no importa, escribe siempre, cuenta conmigo. Nathanael Lessa.
       Mierda, dijo Mónica Tutsi, fui a hacer tu dramón y me dijeron que está copiado de una película italiana.
       Canallas, atajo de babosos, sólo porque fui reportero judicial me llaman plagiario.
       Calma, Virgínia.
       ¿Virgínia? Mi nombre es Clarice Simone, dije. ¿Qué cosa más idiota es esa de pensar que sólo las novias de los italianos son putas? Pues oye, yo conocí una novia de aquellas realmente serias, era hasta hermana de la caridad, y, fueron a ver, también era puta.
       Está bien, muchacho, voy a fotografiar esa historia. ¿La Betatrón puede ser mulata? ¿Qué es Betatrón?
       Tiene que ser rubia, pecosa. Betatrón es un aparato para la producción de electrones, dotado de gran potencial energético y alta velocidad, impulsado por la acción de un campo magnético que varía rápidamente, dije.
       ¡Mierda! Eso sí que es nombre de puta, dijo Mónica Tutsi, con admiración, retirándose.
       Comprensivo Nathanael Lessa. He usado gloriosamente mis vestidos largos. Y mi boca ha sido tan roja como la sangre de un tigre y el romper de la aurora. Estoy pensando en ponerme un vestido de satén e ir al Teatro Municipal. ¿Qué opinas? Y ahora voy a contarte una gran y maravillosa confidencia, pero quiero que guardes el mayor secreto de mi confesión. ¿Lo juras? Ah, no sé si decirlo o no decirlo. Toda mi vida he sufrido las mayores desilusiones por creer en los demás. Soy básicamente una persona que no perdió su inocencia. La perfidia, la estupidez, la impudicia, la marrullería, me dejaron muy impresionada. Oh, cómo me gustaría vivir aislada en un mundo utópico hecho de amor y bondad. Mi sensible Nathanael, déjame pensar. Dame tiempo. En la próxima carta contaré más, tal vez todo. Pedro Redgrave.
       Respuesta: Pedro. Espero tu carta, con tus secretos, que prometo guardar en los arcanos inviolables de mi recóndita conciencia. Continúa así, enfrentando altivo la envidia y la insidiosa alevosía de los pobres de espíritu. Adorna tu cuerpo sediento de sensualidad, ejerciendo los desafíos de una mente valerosa.
       Peçanha preguntó:
       ¿Esas cartas también son verdaderas?
       Las de Pedro Redgrave, sí.
       Extraño, muy extraño, dijo Peçanha golpeando los dientes con las uñas, ¿qué opinas?
       No opino nada, dije.
       Parecía preocupado por algo. Hizo preguntas sobre la fotonovela, pero sin interesarse en las respuestas.
       ¿Qué tal la carta de la cieguita?, pregunté.
       Peçanha agarró la carta de la cieguita y mi respuesta y leyó en voz alta: Querido Nathanael. No puedo leer lo que escribes. Mi abuelita adorada me lo lee. Pero no pienses que soy analfabeta. Lo que soy es cieguita. Mi querida abuelita me está escribiendo la carta, pero las palabras son mías. Quiero enviar unas palabras de consuelo a tus lectores, para que ellos, que sufren tanto con pequeñas desgracias, se miren en mi espejo. Soy ciega pero soy feliz, estoy en paz, con Dios y con mis semejantes. Felicidades para todos. Viva el Brasil y su pueblo. Cieguita Feliz. Carretera del Unicornio, Nova Iguaçu. P. S. Olvidé decir que también soy paralítica.
       Peçanha encendió un cigarro. Conmovedor, pero Carretera del Unicornio suena falso. Me parece mejor que pongas Carretera de Catavento, o algo así. Veamos ahora tu respuesta: Cieguita Feliz, felicitaciones por tu fuerza moral, por tu fe inquebrantable en la felicidad, en el bien, en el pueblo y en el Brasil. Las almas de aquellos que desesperan en la adversidad deben nutrirse de tu edificante ejemplo, un rayo de luz en las noches de tormenta.
       Peçanha me devolvió los papeles. Tienes futuro en la literatura. Ésta aquí es una gran escuela. Aprende, aprende, sé dedicado, no desfallezcas, suda la camiseta.
       Me senté a la máquina:
       Tesio, banquero, residente en la Boca do Mato, en Lins de Vasconcelos, casado en segundas nupcias con Frederica, tiene un hijo, Hipólito, del primer matrimonio. Frederica se apasiona por Hipólito. Tesio descubre el amor pecaminoso entre los dos. Frederica se ahorca en el mango del solar de la casa. Hipólito pide perdón al padre, huye de casa y vaga desesperado por las calles de la ciudad cruel hasta ser atropellado y muerto en la Avenida Brasil.
       ¿Cuál es el condimento aquí?, preguntó Mónica Tutsi.
       Eurípides, pecado y muerte. Voy a contarte una cosa: Yo conozco el alma humana y no necesito de ningún griego viejo para inspirarme. Para un hombre de mi inteligencia y sensibilidad basta sólo mirar alrededor. Mírame bien a los ojos. ¿Has visto una persona más alerta, más lúcida?
       Mónica Tutsi me miró fijo a los ojos y dijo:
       Creo que estás loco.
       Continué:
       Cito los clásicos sólo para mostrar mi conocimiento. Como fui reportero judicial, si no lo hacía los cretinos esos no me respetarían. Leí miles de libros. ¿Cuántos libros crees que ha leído Peçanha?
       Ninguno. ¿La Frederica puede ser negra?
       Buena idea. Pero Tesio e Hipólito tienen que ser blancos.
       Nathanael. Yo amo, un amor prohibido, un amor bajo sospecha, un amor secreto, un amor oculto. Amo a otro hombre. Y él también me ama. Pero no podemos andar por la calle con las manos tomadas, como los otros, intercambiar besos en los jardines y en los cines, como los otros, estar abrazados en la arena de las playas, como los otros, bailar en las discotecas, como los demás. No nos podemos casar, como los demás, y juntos enfrentar la vejez, la enfermedad y la muerte, como los demás. No tengo fuerza para resistir y luchar. Es mejor morir. Adiós. Ésta es mi última carta. Manda celebrar una misa por mí. Pedro Redgrave.
       Respuesta: ¿Qué es eso, Pedro? ¿Vas a desistir ahora, que encontraste tu amor? Oscar Wilde sufrió el infierno, fue abandonado, ridiculizado, humillado, procesado, condenado, pero agarró el toro por los cuernos. Si no se pueden casar, vivan juntos. Hagan testamento, el uno por el otro. Defiéndanse. Usen la ley y el sistema en su beneficio. Sean, como los otros, egoístas, solapados, implacables, intolerantes e hipócritas. Exploten. Expolien. Es legítima defensa. Pero, por favor, no hagas ningún acto desquiciado.
       Mandé la carta y la respuesta a Peçanha. Las cartas sólo eran publicadas con su visto bueno.
       Mónica Tutsi apareció con una muchacha.
       Ésta es Mónica, dijo Mónica Tutsi.
       Qué coincidencia, dije.
       ¿Qué coincidencia, qué?, preguntó la muchacha Mónica.
       Que tengan el mismo nombre, dije.
       ¿Él se llama Mónica?, preguntó Mónica apuntando hacia el fotógrafo.
       Mónica Tutsi. ¿Tú también eres Tutsi?
       No. Mónica Amélia.
       Mónica Amélia se quedó royendo una uña y observando a Mónica Tutsi.
       Tú me dijiste que tu nombre era Agnaldo, dijo ella.
       Allá afuera soy Agnaldo. Aquí dentro soy Mónica Tutsi.
       Mi nombre es Clarice Simone, dije.
       Mónica Amélia nos observó atentamente, sin entender nada. Veía dos personas circunspectas, demasiado cansadas para bromas, desinteresadas del propio nombre.
       Cuando me case mi hijo, o mi hija, va a llamarse Hei Psiu, dije.
       ¿Es un nombre chino?, preguntó Mónica.
       O igual Fiu Fiu, silbé.
       Te estás volviendo nihilista, dijo Mónica Tutsi, retirándose con la otra Mónica.
       Nathanael. ¿Sabes lo que es que dos personas se gusten? Éramos nosotros dos, yo y María. ¿Sabes lo que es dos personas perfectamente sincronizadas? Éramos nosotros, yo y María. Mi plato preferido es arroz, fríjoles, col a la mineira, farofa [plato de harina de mandioca con huevos, mantequilla y carne] y chorizo frito. ¿Imaginas cuál era el de María? Arroz, fríjoles, col a la mineira, farofa y chorizo frito. Mi piedra preciosa preferida es el Rubí. La de María, vas a ver, era también el Rubí. Número de la suerte, el 7; color, el Azul; día, el Lunes; película, del Oeste; libro, El Principito; bebida, Cerveza; colchón, el Anatom; equipo, el Vasco da Gama; música, la Samba; pasatiempo, el Amor; todo igualito entre yo y ella, una maravilla. Lo que hacíamos en la cama, muchacho, no es que presuma, pero si fuera en el circo y le cobráramos la entrada a la gente nos haríamos ricos. En la cama ninguna pareja jamás fue invadida por tanta locura resplandeciente, fue capaz de una ejecución tan hábil, imaginativa, original, pertinaz, esplendorosa y gratificante como la nuestra. Y repetíamos varias veces al día. Pero no era sólo eso lo que nos unía. Si no tuvieras una pierna continuaría amándote, me decía. Si tú fueras jorobada no dejaría de amarte, le respondía yo. Si fueras sordomudo continuaría amándote, decía ella. Si tú fueras bizca no dejaría de amarte, yo le respondía. Si fueras barrigón y feo continuaría amándote, decía ella. Si estuvieras toda marcada de viruela no dejaría de amarte, yo respondía. Si fueras viejo e impotente continuaría amándote, decía ella. Y estábamos intercambiando estos juramentos cuando un deseo de ser sincero me golpeó por dentro, hondo como una puñalada, y le pregunté, ¿y si no tuviera dientes, me amarías?, ella respondió, si no tuvieras dientes continuaría amándote. Entonces me saqué la dentadura y la puse encima de la cama, con un gesto grave, religioso y metafísico. Estuvimos los dos mirando la dentadura sobre la sábana, hasta que María se levantó, se puso un vestido y dijo, voy a comprar cigarros. Hasta hoy no ha vuelto. Nathanael, explícame qué fue lo que sucedió. ¿El amor acaba de repente? ¿Algunos dientes, míseros pedacitos de marfil, valen tanto? Odontos Silva.
       Cuando iba a responder, apareció Jacqueline y dijo que Peçanha me estaba llamando.
       En la oficina de Peçanha había un hombre con gafas y perilla.
       Éste es el Dr. Pontecorvo, que es…, ¿qué es usted realmente?, preguntó Peçanha.
       Investigador motivacional, dijo Pontecorvo. Como iba diciendo, primero hacemos un análisis de las características del universo que estamos investigando. Por ejemplo: ¿quién es el lector de Mujer? Vamos a suponer que es mujer y de la clase C. En nuestras investigaciones anteriores ya analizamos todo sobre la mujer de la clase C, dónde compra sus alimentos, cuántos interiores tiene, a qué hora hace el amor, a qué horas ve televisión, los programas de televisión que ve, en suma, un perfil completo.
       ¿Cuántos interiores tiene?, preguntó Peçanha.
       Tres, respondió Pontecorvo, sin vacilar.
       ¿A qué hora hace el amor?
       A las 21:30, respondió Pontecorvo de inmediato.
       ¿Y cómo descubren ustedes todo eso? ¿Llaman a la puerta de doña Aurora, en el conjunto residencial del INPS, ella abre la puerta y ustedes le dicen, Buenos días doña Aurora, a qué hora se da su revolcada? Escucha, amigo mío, estoy en este negocio desde hace veinticinco años y no necesito a nadie para que me diga cuál es el perfil de la mujer de la clase C. Lo sé por experiencia propia. Ellas compran mi diario. ¿Entendiste? Tres interiores… ¡Ja!
       Usamos métodos científicos de investigación. Tenemos sociólogos, psicólogos, antropólogos, estadistas y matemáticos en nuestro staff, dijo Pontecorvo, imperturbable.
       Todo para sacarles el dinero a los ingenuos, dijo Peçanha con no disimulado desprecio.
       Además, antes de venir para acá, recogí algunas informaciones sobre su diario, que creo serán de su interés, dijo Pontecorvo.
       ¿Y cuánto cuesta?, preguntó Peçanha con sarcasmo.
       Se las doy gratis, dijo Pontecorvo. El hombre parecía hecho de hielo. Hicimos una minipesquisa sobre sus lectores y, a pesar del tamaño reducido de la muestra, le puedo asegurar, sin sombra de duda, que la gran mayoría, la casi totalidad de sus lectores, está compuesta por hombres, de la clase B.
       ¿Qué?, gritó Peçanha.
       Eso mismo, hombres, de la clase B.
       Primero, Peçanha se puso pálido. Después se fue poniendo rojo, y después violáceo, como si estuviera siendo estrangulando, la boca abierta, los ojos desorbitados, y se levantó de la silla y caminó tambaleante, los brazos abiertos, como un gorila loco en dirección a Pontecorvo. Una imagen impactante, incluso para un hombre de acero como Pontecorvo, incluso para un ex reportero judicial. Pontecorvo retrocedió ante el avance de Peçanha hasta que, con la espalda en la pared, dijo, tratando de mantener la calma y la compostura: Tal vez nuestros técnicos se hayan equivocado.
       Peçanha, que estaba a un centímetro de Pontecorvo, tuvo una violenta sacudida y, al contrario de lo que yo esperaba, no se abalanzó sobre el otro como un perro rabioso. Agarró sus propios cabellos con fuerza y empezó a arrancárselos, mientras gritaba, farsantes, estafadores, ladrones, aprovechados, mentirosos, canallas. Pontecorvo, ágilmente, se escabulló en dirección a la puerta, mientras Peçanha corría detrás arrojándole los mechones de pelo que arrancaba de su propia cabeza. ¡Hombres! ¡Hombres! ¡Clase B!, gruñía Peçanha, con aire enloquecido.
       Después, ya totalmente sereno —creo que Pontecorvo huyó por las escaleras—, Peçanha, nuevamente sentado detrás de su escritorio, me dijo: Es a ese tipo de gente a la que Brasil se entrega, manipuladores de estadísticas, falsificadores de informaciones, farsantes con sus computadores, todos creando la Gran Mentira. Pero conmigo no tienen opción. Puse al hipócrita en su lugar, ¿no es así?
       Dije cualquier cosa, mostrándome de acuerdo. Peçanha sacó la caja de mata-ratas del cajón y me ofreció uno. Permanecimos fumando y conversando sobre la Gran Mentira. Después me dio la carta de Pedro Redgrave y mi respuesta, con el visto bueno, para que la llevara a composición.
       En mitad de camino verifiqué que la carta de Pedro Redgrave no era la que yo le había enviado. El texto era otro:
       Apreciado Nathanael, tu carta fue un bálsamo para mi corazón afligido. Me dio fuerzas para resistir. No haré ningún acto de locura, prometo que…
       La carta terminaba ahí. Había sido interrumpida en la mitad. Extraño. No entendí. Había algo equivocado.
       Fui a mi escritorio, me senté y comencé a escribir la respuesta a Odontos Silva:
       Quien no tiene dientes tampoco tiene dolor de dientes. Y como dijo el héroe de la conocida pieza Mucho ruido y pocas nueces, nunca hubo un filósofo que pudiera aguantar con paciencia un dolor de muelas. Además, los dientes son también instrumentos de venganza, como dice el Deuteronomio: ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie. Los dientes son despreciados por los dictadores. ¿Recuerdas lo que dijo Hitler a Mussolini sobre un nuevo encuentro con Franco?: Prefiero arrancarme cuatro dientes. Temes estar en la situación del héroe de aquella obra Todo bien si al final ninguno se equivoca: sin dientes, sin gusto, sin todo. Consejo: ponte los dientes nuevamente y muerde. Si la dentellada no fuera buena, da puñetazos y puntapiés.
       Estaba en la mitad de la carta del Odontos Silva cuando entendí todo. Peçanha era Pedro Redgrave. En lugar de darme de regreso la carta en la que Pedro me pedía que mandara a celebrar una misa y que yo le había entregado junto con mi respuesta hablando sobre Oscar Wilde, Peçanha me entregaba una nueva carta, inacabada, ciertamente por equivocación, y que debía de llegar a mis manos por el correo.
       Cogí la carta de Pedro Redgrave y fui a la oficina de Peçanha.
       ¿Puedo entrar?, pregunté.
       ¿Qué pasa? Entra, dijo Peçanha.
       Le entregué la carta de Pedro Redgrave. Peçanha leyó la carta y advirtiendo la equivocación que había cometido, palideció, como era su natural. Nervioso, revolvió los papeles de la mesa.
       Todo era una broma, dijo después, tratando de encender un puro. ¿Estás molesto?
       En serio o en broma, para mí es lo mismo, dije.
       Mi vida da para una novela…, dijo Peçanha. Esto queda entre nosotros dos, ¿de acuerdo?
       Yo no sabía bien lo que él quería que quedara entre nosotros, que su vida daba para una novela o que él era Pedro Redgrave. Pero respondí:
       Claro, sólo entre nosotros dos.
       Gracias, dijo Peçanha. Y dio un suspiro que cortaría el corazón de cualquier otro que no fuera un ex reportero judicial.




Literatura .us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar