Jesús Díaz
(La Habana, 1941 - Madrid, 2002)

Con la punta de una piedra
Los años duros (1966)


      De seguro nunca pensaste, Mauro, que un chorrito de agua pudiera costarle la vida a un hombre. Total tres dedos, tres dedos de agua. Y estaba hasta caliente. No me alcanzó más que para mojarme los labios y echarte una gota en la cabeza, total, la sangre se la chupó enseguida. Seguro nunca lo pensaste, pero sé que hubieras hecho lo mismo que yo. Cosas que uno hace. De seguro que si se repite la cosa me das el agua, ¿verdad? Porque te la pedí en buena forma. El problema fue que no te salió dármela y a mí me salió tomármela y mira. De hombre a hombre no va nada. Y de «tigre» a «tigre» tampoco. Aunque el «tigre» esté casi en el monte huyendo de los rebeldes que están casi en el llano, siempre es «tigre». Aunque en el llano es más fácil, ¿verdad Mauro?. Allá tenías fama de guapo, pero era más fácil, porque los rebeldes estaban presos. En eso tú eras especialista, en hacer que hablaran. Eras el rey con el alambrito en los oídos y en los huevos, el rey, la verdad. Además te gustaba. Como te gustaba llevarle las mujeres a los presos y gozarlas delante de ellos, eso hacía hablar a muchos. Te jodía que hablaran porque te gustaba gozarles las mujeres delante de ellos. A mí no me gustaba. No que no me gustaran las mujeres, sino que no me gustaba dormírmelas delante de la gente, no podía. Por eso me llevaban recio allí. Por eso me mandaron contigo, para que aprendiera. Éste era el primer trabajito y ya te iba cogiendo cariño. De seguro habríamos llegado a ser buenos socios, ¿eh, Mauro?. Pero así son las cosas. Todo salió trocado desde el principio. El informe era un truco de los barbudos para limpiarnos. Nos salvamos de ésa porque te amarillaste porque ésa es la verdad. Aunque cuando te lo dije la otra vez cuando íbamos echando para el monte te chivateaste y me mentaste la madre. Ésa te la guardé. La madre es sagrada. No se le puede mentar la madre a un hombre. Por eso no te miento la tuya ahora que no puedes defenderte. Pero sí te digo que te amarillaste y no llegamos al lugar y eso nos salvó. Por lo menos esa vez. Porque los barbudos se dieron cuenta y luego tuvimos que arrancar para el monte. Y en el monte vino la sed, ¿eh, Mauro? Vino y sigue, porque tengo un montón todavía. Lo peor era que no podíamos pedirle nada a los campesinos, porque de seguro que se iban de chivas con los barbudos que son los que mandan aquí ahora. Antes no, ¿te acuerdas?. Antes, podíamos subir y tomar toda el agua y toda la leche y llevarnos todos los puercos y las gallinas. Aunque eso casi nunca era para nosotros. Aunque a veces sí, casi siempre los grandes nos dejaban caer algo. Como ahora en el llano que mandamos nosotros. Dentro de poco volveremos a mandar aquí arriba también, ¿eh, Mauro? La sed, ésa era otra cosa que te gustaba. A mí también porque daba resultado sin agitarse mucho. Me la enseriaste, eso sí, nunca fuiste egoísta con lo que sabías. Era fácil, un hombre tres días sin tomar agua no aguanta. Le llevábamos una jarra bien :fría, ¿te acuerdas? Si no hablaba la cosa era tirársela en el suelo. Entonces se ponían a mamar el cemento que parecían unos puerquitos, pero no mucho rato porque, casi siempre tenían los labios partidos y les dolía. Tú inventaste otro método. Te pasabas la vida inventando para que la gente hablara y eso te ,dio fama de guapo. Yo no sé, debió darte fama de inteligente. El método tuyo era mearte dentro de la jarra, delante del tipo, y luego dársela toda meada. A veces hasta meabas al tipo, ¿te acuerdas, Mauro? Yo me reía. Alguno hasta tomó, después vomitaban. A lo mejor yo me la tomaría ahora, no sé. Con la sed que tengo. Porque tres días era el tiempo y ya llevo cuatro. Cuatro desde que se acabaron las cantimploras.. Por lo menos la mía, que era de la que tomábamos los dos, ¿te acuerdas? La tuya era de reserva, pero el mismo día que se acabó la mía senseñastetuya. Por lo menos eso me dijiste. Te pedí que me la enseñaras y me mandaste al carajo. Aun hombre no se le hace eso. Te lo guardé. Ya sospechaba que tenías agua, pero nunca te veía tomar y sin verte no podía nada, nunca te veía. Me rompía la cabeza pensando, pero nunca te veía. Después de pensar una noche entera me di cuenta, tenía que ser a las seis. A las seis te ibas todos los días «a escribir una carta». Al otro día te seguí al platanal. A éste en que estamos. Estaba seguro de que ibas a tomar agua, pero fuiste a cagar de verdad. Ya iba a irme, pensé que de verdad no tenías agua. Pero entonces te vi sacar la cantimplora, agachado todavía, y tomar agua. No puedo explicarte lo que sentí, Mauro. Tú me habías mandado al carajo y tenías agua y estabas tomando y yo tenía demasiada sed. Entonces vi la piedra, tenía una punta hecha para eso, ¿tú me entiendes, eh? Nunca pensé que tuvieras la cabeza tan dura, tuve que darte mucho. La cantimplora estaba abierta, botándose. Cuando me di cuenta y la agarré sólo quedaba un chorrito, tres dedos. La demás se había botado y no pude tomármela porque cayó sobre la mierda.



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