José Emilio Pacheco
(Ciudad de México, 1939-2014)


Para que eternamente estés conmigo
La sangre de Medusa y otros cuentos marginales
(México, D.F.: Ediciones Era, 1990, 136 págs.)



      Acabo de tomarme otro Válium. Necesito dormir. Tengo las palmas de las manos húmedas como siempre. Me moriría de vergüenza, Jodie, si al saludarte por primera vez te dejara la huella de mi sudor. Hay dos camas en este cuarto del Park Lane Hotel. Estoy en una de ellas, entre las sábanas revueltas. En la otra podrías estar tú, deberías estar tú, Jodie Foster, pero no hay nadie.
       Veo en ella tres cosas: mi maleta, la envoltura de una Whopper, la mejor hamburguesa del mundo, y un revólver calibre .22. Jodie, ¿te he dicho en mis cartas que desde hace por lo menos siete años me alimento sólo de hamburguesas? Quién sabe cuántos miles de dólares de papá he dejado en la cadena Burger Ring. La Whopper me gusta más que ninguna otra porque con el aderezo que le ponen a la Big Mac no te enteras de qué estás comiendo: caballos, burros, perros o gusanos. Nunca me cansaré de comer Whoppers. Para mí son el manjar de los dioses, la ambrosía rápida y deliciosa de seres superiores. Detesto los restaurantes chinos y la comida mexicana.
       ¿Sabes, Jodie, la historia de cada hamburguesa que te comes? Tal vez nunca has pensado en ella pero una vez leí que recorre un largo camino antes de llegar a tu boca. Primero es necesario que en las repúblicas bananeras, esos paisitos sangrientos, México o los de Centroamérica, arrasen los bosques tropicales, siembren pasto para engordar el ganado y le den toneladas de cereales que bastarían para nutrir a las multitudes hambrientas. Cuando las reses se hallan a punto las matan y las envían en canal a los Estados Unidos. Me divierte la idea de que mi Whopper lleve adentro —hecho carne, molido y plastificado— el cereal que podrían comer esos pobres diablos tan inferiores a quienes son como nosotros, Jodie Foster.

       Ésta es una de las cosas que pensaba decirte al encontrarnos por primera vez. No se trata de una conversación muy agradable aunque demuestra que algo sé. Comprueba que pienso. Manifiesta que no soy un imbécil, ¿verdad, Jodie? Mientras, con la esperanza de verte, daba vueltas y vueltas por las afueras del dormitorio en que vives en Yale, tramaba conversaciones deslumbrantes. En un encuentro las primeras palabras son esenciales. La ventaja es que tú ya me conoces gracias a mis cartas, ciertamente muy bien escritas.
       No me explico por qué nunca me has contestado. Pudiste enviarme al menos una nota, una postal, dos líneas. En fin, algo que comprobara que estás enterada de mi existencia, Jodie: una existencia que gira en función de ti. No hay nadie más que tú en mi vida desde hace cuatro años, desde el día —28 de enero de 1977, cómo olvidarlo— en que te descubrí gracias a Taxi Driver.
       Volveré sobre este punto, querida Jodie. Por ahora déjame contarte que de tanto rondar el campus de Yale me hice sospechoso. Un tipo me preguntó si estudiaba allí. Por supuesto, me hubiera gustado estar en ese ambiente, entre los edificios neogóticos que me parecen muy elegantes y favorables para el aprendizaje y las buenas relaciones. Lo que me desagrada es el viaje de Manhattan a New Haven. Los autobuses son horribles, sólo para negros, viejos y lisiados, y los vagones del tren están sucios, llenos de periódicos rotos, vasos de plástico y envolturas de comida. Bueno, el cerdo que me interrogó se moría de risa cuando le contesté que yo era un estudiante del Texas Tech. Imagínate, un tecnológico texano comparado con una universidad de la Ivy League y nada menos que Yale. Además ya no soy estudiante: lo fui, hace mucho que no asisto a clases. No voy, Jodie, porque paso todo el tiempo pensando en ti y no puedo concentrarme en ninguna otra cosa. ¿Sabes, Jodie?: tengo veinticinco años y nunca he hecho el amor. Espero el día en que tú y yo lo haremos en un sitio muy especial, Jodie, Jodie, no puedes imaginarte lo que siento.

       He agotado todas las posibilidades de acercarme a ti. Sólo me queda un camino. La llave que lo abrirá me contempla desde la otra cama. Yo también la estoy viendo. Ahora la tomo y la acaricio. Es mi revólver calibre .22, hermosamente cargado de balas devastadoras. Se llaman así porque de verdad son devastadoras. Al entrar en un cuerpo estallan, se fragmentan, se derraman por todas partes: semillas de muerte arrojadas al voleo, al baleo.
       En la misma forma, Jodie, se difundirían mis espermatozoides por tu hermosísimo cuerpo. Me gusta pensarlo: si no puedo dar amor, daré muerte. O más bien: para darte mi amor, para que aceptes mi inmenso amor, daré muerte. De algo puedes estar segura, Jodie: nadie nunca podrá amarte como te he amado, te amo, te amaré siempre. Nadie jamás hará por ti lo que yo voy a hacer, Jodie Foster.

       Jodie, el amor es lo más terrible del mundo. Qué distinta sería mi vida si no me hubiera enamorado de ti. Todo cambió en el momento en que llenaste la pantalla, el cine, la ciudad, el universo con tus hot pants, tu sombrero, tus bucles, tu cara, tus senos, tus piernas, toda tú en Taxi Driver.
       Actuabas para mí, hablabas para mí, me mirabas desde el interior de esa película. No te imaginas cuántas veces la he visto y no me canso de verla. Hay una pregunta que me desgarra, Jodie, y de la que alguna vez tendremos que hablar: ¿quién eres, cómo eres, Jodie Foster? No te conozco por más que he leído y releído cada línea que aparece sobre ti en periódicos y revistas. A veces pienso que eres una virgen blanca, rubia e incontaminada, a quien nadie ha tocado porque me está esperando para entregarse a mí, para ser sólo mía.
       Otras veces me desespero y me digo que no podrías haber actuado tan maravillosamente como lo hiciste en Taxi Driver si no fueras como tu personaje, si no fueras tu personaje: una puta niña o una niña puta que se ha revolcado y se revuelca con muchos hombres y hace todas las cochinadas que he visto hacer en cientos de películas pornográficas. La cara que pondrían mis respetabilísimos padres, mis eficientes, decentes y triunfadores hermanos, si yo les dijera: Acabo de casarme con una puta.

       Perdóname, Jodie: para ellos una artista de cine es como si lo fuera; dicen que ninguna muchacha filma una película si antes no pasa por el casting couch, por las sucias manos de productores, directores y actores. Esto, aunque no lo creas, Jodie, en el fondo no me disgusta como debía indignarme. No sabes qué actitud asume la gente cuando le digo: Yo soy el compañero de Jodie Foster. Vivimos juntos en secreto porque sus agentes afirman que no es bueno para su imagen de niña el tener un amante. Uh, no se imaginan lo que es Jodie en la cama. Cuando no está filmando nos pasamos días enteros sin salir de nuestro departamento. Hasta comer se nos olvida. Es el paraíso realmente. Millones de hombres en el mundo desean ajodie Foster. Sólo yo la poseo. Cuando quiero, como quiero y por donde quiero. (En consecuencia soy mejor, más fuerte, más poderoso que todos.)
       Poder. Ésta es la palabra, Jodie: poder. Hay un psicólogo del que tal vez no has oído hablar pero que con el tiempo será más importante que Freud. Se llama Alfred Adler. En 1908 Adler descubrió que nuestro instinto agresivo es el primordial. Freud lo vio como una amenaza para el desarrollo de su psicoanálisis y desde entonces hay una conspiración judía contra Adler. Nadie lo leyó porque nadie quiere enfrentarse a la verdad. Sus libros quedaron fuera de circulación. Pero Adler dio en el blanco, Jodie. Adler vio con aterradora claridad que, en muchísima mayor medida que el sexo, el poder es el móvil de todas nuestras acciones.

       Si me permites otra confesión, Jodie, te diré que he comprobado en carne propia cuanto escribió Alfred Adler acerca del resentimiento y el deseo de poder de los hermanos menores que siempre son humillados y oprimidos por los otros. Detesto a mis hermanos, Jodie, y odio a mi padre. Me quiso cuando yo era muy pequeño y luego me dejó caer y siempre me comparó, para ofenderme, con Scott y Diane. Trató de convencerme de que yo era un mediocre y un bueno para nada, la vergüenza de la familia. Pronto los papeles van a cambiarse y ellos (como tú, Jodie) estarán orgullosos de John Warnock Hinckley Junior.

       ¿Has leído Mi lucha? Jodie, tienes que leer este libro. Hitler es el hombre más extraordinario de la historia. Al principio la gente que lo rodeaba no lo intuía. Lo trataba mal, lo despreciaba, lo consideraba, como a mí, un fracaso. Y ya ves: Hitler se vengó de todos y puso al mundo de rodillas ante él. Resultó el más fuerte. Hubo que destruir medio planeta antes de vencerlo.
       El mundo, Jodie, sabrá de mí muy pronto. Voy a ser inmensamente famoso, mucho más que tú, si me perdonas, Jodie Foster. No creas que pienso perjudicarte, robarte tu resplandor de estrella, mi niña… No, todo lo contrario: brillaremos juntos porque a todos les diré cuánto te amo y hasta qué punto, Jodie, todo lo he hecho por ti.

       Para abrir la última puerta que me llevará a tu lado tengo la llave, como te he dicho. Este revólver calibre .22 nos acerca como no pudieron aproximarnos mis cartas ni mis llamadas telefónicas a las que nunca respondiste. ¿Por qué, Jodie? No alcanzo a explicármelo si sabes, si tienes que saber gracias a mis palabras, cómo te amo.
       En un curso del Texas Tech me enseñaron que los instrumentos son extensiones del cuerpo humano. El cuchillo y el tenedor perfeccionan las funciones de los dedos; el vaso, el plato y la cuchara mejoran la utilidad del cuenco de la mano para sostener los líquidos y los alimentos y llevártelos a la boca. ¿Verdad que siempre hablo de cosas interesantes y no de ropa y automóviles y chismes del mundo del espectáculo? Imagínate de todo lo que podríamos conversar. Pues bien, Jodie, la pistola no es, como diría el pobre Freud, un símbolo fálico: la pistola es el falo y los testículos y su depósito de espermatozoides que en este caso, insisto, no dan la vida sino reparten muerte.
       He practicado puntería muchas veces, casi tantas como me he masturbado —perdóname, Jodie: tenía que decírtelo— con tus fotos, Jodie, y con mis esperanzas e imaginaciones de lo que supongo es, será pronto, hacer el amor contigo, Jodie. Y no lo creerás, Jodie, pero te juro que se siente tanto placer cuando te derramas como cuando disparas y das en el blanco. Ambas cosas son obra de mi mano. El fuego es un orgasmo, amor mío. Y el orgasmo y la descarga son formas de poder: del poder que tomaré dentro de poco y que pongo a tus pies, querida, muy querida, mi amada Jodie Foster.

       ¿Te imaginas cuántos millones de televisores hay en el mundo, cuántos aparatos de radio en todas partes, cuántos periódicos y revistas se publican en todos los países? En dondequiera verán mi nombre y mi imagen. Allí estaremos juntos por fin, Jodie Foster. Los espermatozoides electrónicos disparados por mi mano y mi revólver, los devastadores fragmentos de energía (de poder), mi orgasmo de plomo y sangre, mi rabia, mi valor y mi amor sembrarán nuestros nombres y nuestras imágenes en todos los receptores y en todas las páginas. Aun en el remoto caso de que la muerte me impidiera celebrar mis bodas contigo en la realidad, nos uniremos en las noticias que harán historia y serán historia, Jodie Foster. Pase lo que pase ya nadie podrá separarnos jamás, amor mío.
       Cuando me veas en las portadas de Time y Newsweek y en todas las demás revistas, Jodie, no vayas a creer que odio a Ronald Reagan. No lo odio: voté por él, aunque tiene algo que me recuerda a mi padre, y aunque, a decir verdad, Reagan me ha decepcionado en sus setenta días de gobierno. Creí que era fuerte y duro y, ya ves, hasta ahora se está mostrando casi tan débil como el pobre diablo de Carter que permitió nuestra humillación a manos de los iraníes, regaló nuestro canal de Panamá a los spics y dejó que unos piojosos nicaragüenses instalaran el comunismo en nuestro patio trasero. En los setenta días que lleva en el poder Ronald Reagan ha tenido tiempo de sobra para actuar como se debe y no lo ha hecho, ¿verdad, Jodie?

       Respecto a lo de la mañana hay dos posibilidades: una (como ves, no estoy loco, no me forjo excesivas ilusiones), que todo falle y que me maten los guardaespaldas del viejo Reagan. En ese caso habré muerto por ti Jodie. En mi cadáver hallarán la última carta que pienso escribirte. Otra (y es mi esperanza y es mi sueño, Jodie), que elimine al viejo y el país entero se dé cuenta de quién soy y qué ofrezco y me lleve a la Casa Blanca. No te rías: acuérdate de que la gente también se rio de las ilusiones de Adolf Hitler y ya ves: se cumplieron con creces.
       En cuanto Ronald Reagan muera explicaré que lo hice por ti y por nuestra patria. Expondré lo que me propongo cumplir en el gobierno y no dudo de que me apoyará la inmensa mayoría. Apenas asuma el poder, Jodie, el presidente John Warnock Hinckley Junior limpiará a América de toda la basura negra, judía, latina y oriental que la infesta. Comandante supremo de mis ejércitos, voy a aplastar como ratones a Cuba y a Nicaragua y a vengarme de los malditos iraníes y de los puertos árabes petrolizados. Por último, a fin de año, al concluir este histórico 1981, lograré lo que ni siquiera el gran Hitler pudo obtener: venceré a Rusia, incendiare Moscú y no descansaré hasta haber exterminado al último comunista y al último judío.
       Imagínate, mi amor, el desfile de la victoria, cuando regrese triunfante el hombre más poderoso y fuerte de la historia: John Warnock Hinckley Junior. Entonces, sólo entonces, iré a buscarte y repetiré orgulloso que todo lo que he hecho ha sido por ti, Jodie Foster; para volverme digno de tu respeto, de tu admiración, de tu amor; para que eternamente estés conmigo.



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