José Emilio Pacheco
(Ciudad de México, 1939-2014)


Cuando salí de La Habana, válgame dios
El principio del placer
(México: Editorial Joaquin Mortiz, 1972, 163 págs.);
(Mé́xico : Era, 1972, 140 págs.)



A Salvador Barros

      Yo estaba nada más de paso en Cuba como representante que soy, o era, de la Ferroquina Cunningham, aquella tarde en la quinta del senador junto al río Almendares tomábamos el fresco después del almuerzo, me había firmado un pedido inmenso, él tiene la concesión de todas las boticas en La Habana, es amigo íntimo del presidente Gómez y socio en el Ferrocarril de Júcaro y el periódico El Triunfo, cuando llegaron a avisarle, Dios mío, en Oriente se han sublevado los negros de los ingenios azucareros, van a echar al agua a todos los blancos, a degollarlos, a destriparlos, qué horror;
       tengo miedo, dije, ahora mismo me voy, el senador insultó a los negros, ya son libres, qué más quieren, no se conforman con nada, además escogen para rebelarse precisamente hoy, décimo aniversario de la República, luego intentó calmarme, aseguró que el Tiburón, es decir el general Gómez, iba a someterlos en unas cuantas horas y, en el caso remoto de que fallara, tropas norteamericanas desembarcarían para proteger vidas y haciendas;
       pero no me convenció, no soy hombre de guerra, el chofer del senador me llevó al hotel, hice las maletas, pagué la cuenta y llamé por teléfono a la agencia naviera, el único barco que sale ahora va para México, pero si acabo de llegar de México, bueno, no importa, doy lo que sea, ¿zarpa a las seis, pago a bordo, me aceptan un cheque?;
       en el muelle otros negros cantaban, cargaban azúcar, ¿lo sabrían, iban a sublevarse también?, al fin trajeron mi equipaje, una lancha me llevó con otros pasajeros hasta el trasatlántico y subí por la escala colgante al gran barco;
       qué alegría estar a salvo en un camarote del Churruca, no hay como estos vapores de la Compañía Trasatlántica Española, además sirven excelente comida, siento mucho no haberme despedido de quienes fueron tan amables conmigo, menos mal que organizado como soy terminé el día anterior mis asuntos, en cuanto lo abran iré al despacho telegráfico para enviar un mensaje inalámbrico a Mr. Cunningham, debo explicarle por qué salí de La Habana, aunque ya sabrá todo, en Nueva York se interesan mucho por Cuba;
       pasado un rato, me asfixio entre estas cuatro paredes, subo a cubierta, suena la sirena, levan el ancla, brillan las fortalezas de La Cabaña y El Morro, todo parece en calma, quién diría que al otro lado de la isla los negros matan, violan, saquean, las torres de Catedral se alejan, las casas del Malecón se borran, por un instante El Vedado aparece color de rosa, jardines, balnearios, pal meras, disminuyen, se vuelven como un dibujo chino en un grano de arroz, las aguas cambian de color, se oscurecen, nos hundimos en la curva del mar;
       a bordo del Churruca la gente parece triste, sólo Dios sabe qué va a pasar en Cuba, toca la orquesta esa habanera tan melancólica, La paloma, según mi madre la predilecta de Maximiliano y Carlota cuando eran emperadores de México, pobre Maximiliano, pobre Carlota, sobre todo ella, muerta en vida, esperando, sin darse cuenta de que han pasado los años, sí, La paloma, mi madre la cantaba en mi cuna, Cuando salí de La Habana, válgame Dios, / nadie me vio salir si no fui yo;
       entre los pasajeros no hay ningún conocido, vuelvo al camarote, espero la cena, mientras tanto fumo un H. Upmann y termino La isla de los pingüinos, gran escritor Anatole France, estoy a punto de quedarme dormido, vienen a cobrarme el pasaje, ¿cuándo llegaremos a Veracruz?, en menos de tres días si hay buen tiempo, responden;
       por la noche miro hacia abajo desde la cubierta, las olas se ven temibles al romperse en el costado del barco, si le tengo miedo a una sublevación cuánto más temeré un naufragio, serio inconveniente para alguien que debe ir de un país a otro de Sudamérica con muestras, almanaques y catálogos de los laboratorios Cunningham, y en qué lo voy a hacer si no en barco, por fortuna los de la Trasatlántica Española son los más cómodos y seguros del mundo;
       lo mismo opina el matrimonio que me toca a la mesa, unos noruegos muy agradables aunque no demasiado conversadores, ya que no sé francés y ellos hablan inglés británico y casi nada de español, sólo puedo mencionarles dos obras de Ibsen que he visto en Broadway, Espectros y Casa de muñecas, y preguntarles si su capital, Cristianía, es tan gélida como San Petersburgo, acerca de ella sé un poco, Dav, mi vecino en la Calle 55, es un exiliado enemigo del zar;
       el nombre del barco les parece incomprensible a los noruegos, gracias a que leí una novela de Galdós me luzco, les digo, Churruca fue el almirante español que en 1805 perdió la batalla de Trafalgar contra Horacio Nelson, una bala de cañón le arrancó una pierna, Churruca siguió dirigiendo sus naves con el cuerpo metido en un barril de harina para frenar la hemorragia, se desangró pero murió de pie como un héroe, yo al verme así me hubiera dado un balazo, por increíble que parezca a su vez el almirante Nelson resultó muerto a bordo del Victory, para evitar la corrupción su cadáver fue llevado a Inglaterra en un barril de brandy, hubo un exceso de toneles en Trafalgar, ¿no creen ustedes?;
       nadie se ríe, fin de la conversación no hay más temas de interés común, hubiera preferido cenar con gente de mi idioma o norteamericanos, para mí es igual, hablo como ellos, vivo en Manhattan desde niño, mi padre fue otra víctima de Porfirio Díaz cuando hubo la rebelión de 1879, pero he llegado el último y no debo quejarme, fue una suerte hallar pasaje en estas condiciones;
       por los nervios ceno mucho, no acepto jugar bridge con los noruegos, me acuesto, no logro dormir, el barco cruje, oscila, salta, me asomo por la claraboya, no veo nada, tinieblas profundas, pero oigo el chasquido de las olas como un sollozo, qué extraño, qué ganas de hablar con alguien, no, no quiero vestirme para subir al salón en donde aún habrá gente;
       tampoco puedo leer con este zangoloteo, ahora cuando ya se ha inventado casi todo ¿por qué no harán barcos insumergibles y estables?, ¿y si algo nos pasara?, con todo y telegrafía sin hilos, el descubrimiento genial de Marconi, ¿quién va a auxiliarnos en estas soledades?, por fortuna en el Golfo de México no hay áisbergs, la corriente tropical los disuelve, no nos amenaza una tragedia como la del Titanic, eso nunca volverá a suceder;
       qué cosas tiene el mar, está loco, nadie lo entiende, nos da una noche en el infierno y al amanecer como un plato, tranquilo, ni un rizo en la superficie, qué se hicieron las grandes olas nocturnas, y aunque el capitán echa las máquinas a todo vapor para seguir por este océano de aceite, vamos como si el Churruca fuera un barco de vela, qué extraño;
       lo bueno es que ya vi a la españolita, los viejos deben de ser sus padres, bellísima, cómo acercarme a ella, mejor esperar a que se rompa el hielo y brote la falsa camaradería de todo viaje, porque al desembarcar, plaf, se acabó, las cosas vuelven a ser como antes, haz de cuenta que nunca nos hubiéramos visto, qué raro, o no tanto, porque nadie sabe si llegará a puerto con vida, y entonces fingimos, nada me preocupa, me siento como en un paseo a orillas del río;
       por suerte el hombre que está con ellos es el encargado del Casino Español en México, me acerco, qué gusto de verlo, encantado, señor, beso su mano, señora, a sus pies, señorita, y a las pocas horas ya estamos en las sillas de extensión conversando, eso sí, con los padres al lado, qué encanto de niña, tuve la precaución de quitarme la alianza matrimonial que cargo en el dedo como la argolla de un buey, si Cathy me viera cuando no estoy con ella, bueno, supondrá que en los viajes me doy mis escapadas, los yanquis hacen lo mismo, aunque tengan cuatro hijos como yo y uno más en camino;
       pobre Cathy, sola todo el año, tienen la culpa los laboratorios Cunningham y mis esfuerzos por inundar Sudamérica de ferroquinas, píldoras y tricóferos, cuando menos su madre ya no vive en Albany, se cambió a Brooklyn para estar cerca de ella, nunca me he llevado bien con mi suegra aunque adora a los niños;
       primera vez que Isabel viene a América, le hablo del prodigio que significa Manhattan, la ciudad en que comienza el futuro; sólo Manhattan es Nueva York, los demás distritos no importan; le cuento del ferrocarril subterráneo, los túneles que se construyen bajo el Hudson y el East River, le digo que gracias a los ascensores existen los rascacielos y gracias a los rascacielos hay ascensores en todo el mundo, de la misma manera que el tren elevado exigió la invención de las escaleras eléctricas, este mismo año en las grandes tiendas de departamentos habrá escaleras eléctricas, le hablo del Niágara y el camino de hierro de Veracruz a México, su padre dirigirá una fábrica de tejidos en Puebla, no cree que vaya a haber otra revolución contra el presidente Madero, en cambio está preocupado por Cuba;
       qué delicia Isabel, nació en Túnez, qué extraño, la creí madrileña o andaluza, no, es catalana como sus padres, el mar reverberante, hace calor a pesar de la brisa, me sonríe, no estoy bien vestido, pasan hombres de cuello duro, bombines, cachuchas, pecheras albeantes, la orquesta inicia Maple Leaf Rag, cómo suena el catalán le pregunto, Isabel es la perfección, la juventud y toda la belleza del mundo, fragancia de agua de colonia, el viento empuja el cabello hasta su boca, me enseña algunas palabras, oratge tempestad, comiat despedida, matí mañana, nit noche, ¿cómo se dice en catalán hay baile esta noche?;
       me desespera cenar con los noruegos, Isabel y yo nos miramos de lejos, hasta que al fin la tengo en mis brazos, los padres sólo nos dejan bailar valses no tango, me alegra porque no sé los pasos, mil gracias, hasta mañana, Isabel;
       segunda noche, nit, de no dormir, pienso en ella, Isabel estará pensando en el novio que dejó en Barcelona, idiotez sentir celos, cómo voy a exigir fidelidad a quien no tiene compromiso alguno conmigo, ni siquiera soñó en este encuentro, sería terrible enamorarme de ella, qué diablos, siempre me pasa lo mismo, en vez de gozar del presente ya me entristece la futura nostalgia por el ahora que no volverá;
       en el muelle de Veracruz nos despediremos al bajar del Churruca, Isabel se irá a Puebla, me quedaré en el hotel Diligencias mientras llega el barco para Nueva York, no nos veremos nunca o al volvernos a ver seremos otra vez desconocidos, qué triste, pero queda un día más a su lado, un último día, estamos de regreso en cubierta, el sol resplandece sobre el mar en perpetua calma, a lo lejos pasan otros vapores, llegamos a la popa, los padres vigilan sentados en el puente con el español del Casino;
       y estoy cerca de ti, Isabel, tienes dieciocho años, en cambio estoy perdiendo el cabello, empiezan a salirme las canas, siento que me ha pasado todo, tú apenas abres los ojos, tu vida está por delante, quisiera tomarle la mano, abrazarla, besarla, no sé, le digo mira y sonríe, arrojan el pan que sobró de ayer, las gaviotas se precipitan a devorarlo, luchan por mendrugos mojados en agua de mar, ¿siempre van tras el barco?, sí cuando hay tierra cerca y también tiburones lo siguen, pero si no arrojan carne, cuando matan un animal echan los desperdicios al agua, traen bueyes, cerdos, carneros, gallinas, ¿ah, sí?, no sabía, los traen vivos, los matan allá abajo, ¿de dónde crees que provienen nuestras comidas?;
       ¿te gustaría ver la sala de máquinas?, es prodigioso el mecanismo del barco, los trasatlánticos son maravillas de la ciencia aplicada, ni dirigibles ni aeroplanos podrán sustituirlos jamás, te impresionó mucho lo del Titanic ¿no es cierto?, fue una desgracia aislada, no habrá otro accidente como ése;
       nunca voy a olvidar este día, como Fausto decirle al instante, detente, detente, no quiero volver a la Calle 55, el subway, los domingos en Brooklyn, los juegos de los niños en Park Slope, los pleitos con los primos, el stew, el pay de manzana, la ferroquina, el tricófero, el talco, el jabón de olor, las pastillas para la tos, las píldoras digestivas, las tinturas de pelo, la loción revitalizadora, los almanaques rosados de Cunningham que contienen el santoral de todo el año, anuncian las fases de la luna y los eclipses, los mejores días para sembrar, pescar y cortarse el cabello y las uñas, no quiero saber más de las cuentas, los cobros, las comisiones, las muestras, los fletes, los viáticos, el papeleo, las rencillas dentro de la compañía, las ganancias y pérdidas, el desprecio afectuoso de Mr. Cunningham para quien le da a ganar millones de dólares al año y le ha abierto los mercados de todo el continente a cambio de un sueldo miserable y unas comisiones ridículas, no quiero volver a todo eso, quiero pasar la eternidad contigo, Isabel, la eternidad contigo ¿me escuchas?;
       qué pronto, qué pronto ha llegado la noche, la última noche en el barco, antes de que oscurezca le señalo una cumbre nevada, mira, es el Citlaltépetl, el Pico de Orizaba, la montaña más alta de México, llegaremos a Veracruz en el alba;
       fiesta de despedida, último baile, ven, Isabel, déjame sentirte en mis brazos, giramos en el vals Sobre las olas, no tiene mucho repertorio la orquesta, ahora toca otra vez La paloma, le cuento a Isabel, mi madre la cantaba en mi cuna, en el Castillo de Bouchot Carlota, demente, la sigue escuchando en su interior como si aún estuviera en 1866, cuatro años más y su locura cumplirá medio siglo, pobre Carlota, supone que Maximiliano está vivo, ignora el fusilamiento en Querétaro, cree que no tardará en abrir la puerta del otro castillo, Chapultepec, Miramar, qué tristeza;
       la gente abandona el salón, sus padres la llaman, Isabel, no te vayas, quieren estar frescos para el desembarco, oficial, ¿a qué hora fondeamos?, a la seis si Dios quiere, señor, don Baltasar me tiende la mano, fue un placer conocerlo, don Luis, el gusto fue mío, señora, si van a Nueva York allí estoy siempre a sus órdenes, de otra manera haré con el mayor placer cuanto pueda ofrecérseles, ya le di a don Sebastián mi tarjeta, no, no, Isabel, ahora no, nos diremos adiós mañana en el muelle, nunca más, Isabel, nunca nunca, ¿se humedecieron sus ojos?, ¿fue una alucinación?, ahora siento la sal de mis lágrimas, qué vergüenza, he llorado, me han visto;
       no dormiré, beberé, camarero, otra igual, que esto pase a mi edad es el colmo, ¿cuánto whisky, cuánto vino he bebido?, hace calor, tengo sueño, frescura de la brisa en cubierta, ya se ven las luces de Veracruz, aún no, sólo el faro, los faros, las islas, la delicia de hundirse en las mantas, ven conmigo, Isabel, no te vayas, me adormezco, me duermo, estoy dormido, sueño algo imposible de recordar, ya no sueño, despierto, alguien toca;
       ¿quién llama?, Isabel, no es posible, ¿por qué viene sola Isabel, por qué la dejan venir sola a verme?, abro, oigo gritos, carreras, lamentos, me pregunto, le pregunto ¿qué pasa?, no sabes, es horrible, no sabes, ¿qué pasa?, y ahora ella me interroga, me dice ¿cuándo salimos de La Habana?, el 20 de mayo de 1912, respondo, ¿qué día es hoy?, 23, 24, qué importa;
       no no no, me contesta llorando, es el 23 de noviembre de 2012, algo pasó, nos tardamos en llegar todo un siglo, no puedes imaginarte lo que ha ocurrido en el mundo, no lo podrás creer nunca, mira, asómate, dime si reconoces algo, hasta la gente es por completo distinta, no nos permiten desembarcar, están enloquecidos, dicen que es un barco fantasma, el Churruca de la Compañía Trasatlántica Española se perdió en el mar al salir de La Habana en 1912, tú y yo y todos los que viajamos en él sabemos que no se hundió, para nosotros sólo han pasado tres días, estamos vivos, tenemos la edad que teníamos hace cien años al zarpar de La Habana, pero cuando bajemos a tierra ¿qué ocurrirá?, Dios mío, ¿cómo pudo pasarnos lo que nos pasó, cómo vamos a vivir en un mundo que ya es otro mundo?



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