José Emilio Pacheco
(Ciudad de México, 1939-2014)


El polvo azul
La sangre de Medusa y otros cuentos marginales
(México, D.F.: Ediciones Era, 1990, 136 págs.)



      El hombre se incorporó del piso que había estado observando:
       —Las deyecciones son recientes. Aquí vive una familia. El campo de acción de los ratones nunca es mayor de cuatro o cinco metros. No se aventuran fuera de sus dominios.
       —Entonces los otros cuartos también están invadidos.
       —Allí medran ratones que no han pisado nunca este suelo… Hizo bien en llamarnos antes de que los estragos fueran irreparables. Como usted sabe los ratones se propagan con una rapidez increíble. Muchas veces las hembras de veinte días de nacidas ya están cargadas cuando salen por vez primera del nido.
       —Y su producto…
       —Nuestra fórmula asegura el exterminio inmediato. Esparciré este polvo en la entrada de los agujeros y por los caminos que recorren sus habitantes. El ratón es un animalito muy pulcro: gasta la mayor parte de su tiempo limpiándose. Cuando el polvo se disuelve en la saliva comienza a licuarse la sangre. Usted no verá cadáveres en la superficie: al sentir el malestar, que consiste en una somnolencia profunda, por instinto los ratones vuelven al nido. En menos de tres horas quedan muertos. Nuestra fórmula los momifica y evita la putrefacción. Así logramos tanto el fin de la plaga como la limpieza absoluta.
       ”La primera aplicación es gratuita. Luego usted paga cada mes el mantenimiento de nuestro servicio. Como los ratones tienen crías que aún no han salido del agujero no podemos garantizarle que desaparezca hasta el último animalito que hay aquí. Pero todo aquel que pise nuestro polvo azul Arrow será destruido antes que pueda causar daño.”
       El hombre llenó de polvo azul todos los rincones. Al terminar, Gutiérrez lo acompañó a la puerta.
       —De ahora en adelante ya no tendrá usted problemas —sentenció al despedirse.
       Gutiérrez vivía solo en la casa de sus abuelos. Desde que murió su madre los tesoros familiares —muebles segundo imperio, biombos filipinos, estantes y tocadores art-nouveau, libros de los siglos XVII y XVIII— fueron nada más suyos hasta que los ratones comenzaron a disputarle la propiedad. En vano probó los métodos tradicionales: si un ratón caía en la trampa de resorte los demás se cuidaban de seguirlo y se las ingeniaban para adueñarse ilesos del cebo. Por uno que moría envenenado los cien restantes no probaban nunca más el pan con arsénico o el queso lleno de vidrios invisibles.

       A las diez de la noche Gutiérrez apagó el televisor y bajó a cenar. Tomó asiento y se desplomó sobre la mesa, víctima de una somnolencia profunda. Los ratones corrían ante él desafiándolo. Eran de un tamaño mucho mayor. Le asombró ver con qué fruición lamían sus patitas llenas de polvo azul. Fortalecidos, empezaron a mordisquearlo.
       Entonces recordó la cara afilada, las orejas salientes, los ojillos rojizos y circulares, los extraños bigotes del hombre que había esparcido el polvo en toda la casa. Gutiérrez, intentó ponerse de pie al sentir que agudos incisivos lo desgarraban. Pero el polvo azul hacía efecto: Gutiérrez estaba paralizado en una catalepsia consciente. Millones de ratones triunfaban en el empeño de destrozar su carne y darle muerte.



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