Liliana Heker
(Buenos Aires, 1943-)


Yokasta
Originalmente publicado en la revista El escarabajo de oro,
Núm. 21 (diciembre de 1963), págs. 23-24;
Los que vieron la zarza
(Mencion única, VII Concurso Hispanoamericano de Literatura
“Casa de las Americas”, 1966)
(Buenos Aires: Editorial J. Alvarez, 1966, 154 págs.)



      Cuándo pasará la noche. Mañana me va a parecer tan idiota esto. Con luz. Un sol como el de hoy y él va a venir a despertarme como todos los días. Igual a cualquier chico del mundo, ¿o yo no saltaba? ¿O no saltan todos de la cama apenas abren los ojos? Se vienen corriendo los muy voraces, no vaya a ser que mamá se levante justo ahora y nos perdamos lo más divertido del día. Como cualquiera, sólo en la oscuridad se puede creer algo tan. Solo de noche y a mí me puede dar asco imaginármelo dando saltos sobre mi vientre y cantando hico caballito vamos a Belén que mañana es fiesta y pasado también, un ratito más, mamá. Como si los otros no pidieran un ratito más mamá, y una qué va a tener el coraje de echarlos con esos ojitos que lo están esperando todo de una. No, ya basta, Daniel; es muy tarde. Ya basta porque esta noche a mamá le dio por sentirse inmunda, se le ha metido en la cabeza que ya nunca va a poder besarte como antes, y arroparte en la cama, y dejar que te trepes a sus rodillas en cualquier momento: desde hoy está mal exigirle a mamá que te atienda sólo a vos y no hable más que con vos, que te cuente historias y te muerda la nariz y te haga cosquillas para que te rías como loco. Los dos. Nos reímos los dos, el muy ladino: lo hace a propósito (así les dije hoy), esas caritas, vieron: para que no le saque los ojos de encima. Y que yo hacía todo lo posible, eso también les dije, todo lo posible para que no esté todo el día pendiente de mí, pero es inútil. Ellos se reían; sabés, yo los comprendo: es gracioso verte todo el día encima mío, vigilando cada uno de mis gestos. Ni hablarles a ellos podía, te enojabas como si fueras. Shh. Querías tenerme toda para vos y a ellos les divertía, claro. Decían tu pequeño edipito y hasta a mí me daba risa. El pequeño edipito, repetía yo, no me van a creer, hasta se enfurece porque me acuesto con el padre; es terrible. Pero no era terrible, Daniel; nada de lo que sucede bajo los árboles del jardín en un hermoso día de sol con amigos que pasan una tarde de descanso, es terrible; si hasta queda lindo que seas como sos, cuando hay sol: podemos pasarnos la tarde hablando de eso sin que se nos cruce una idea sombría. Por supuesto, mi cielo, si está bien quererla a mamá y que nos guste estar con ella: es joven, es linda, adivina nuestras palabras y nos sabe tener en brazos y hacer reír mejor que nadie en el mundo. Y es tonta, muy tonta por sentirse una porquería esta noche, por haber pensado que ya no volverá a hacerte una caricia, ni dejará que te trepes en sus brazos; te va a poner en un colegio y cuanto menos te vea mejor. Mentira, Daniel; es la noche, sabés; lo transforma todo, hasta lo más limpio; hasta que yo te quiera como te quiero se vuelve repugnante. Pero mañana va a ser como siempre, ya vas a ver cuando vengas, hico caballito vamos a Belén, a jugar como todos los días.
       ¿Viste hoy?: te dejé saltar todo el tiempo en mi falda y ni me preocupó (hasta me divertía) que ellos estuvieran tan admirados. Pero este chico, Nora, decían; no te deja ni a sol ni a sombra. Yo trataba de decir pero se dan cuenta qué cosa, y vos me tapabas los labios con los dedos; no quiero que hables, decías, mi pequeño tirano; entonces yo les explicaba: Ya lo ven: es mi pequeño tirano. Ellos movían la cabeza, risueños, y no decían nada. Hago todo lo posible, les juro, insistía yo, pero no hay caso, y te empujaba despacio, vamos, Daniel, tesoro mío, tratando de bajarte. Pero era tan en broma como todo lo demás; como llamarte edipito bajo los árboles del jardín, cuando la tragedia es de otra historia y las palabras son sólo palabras divertidas. Todo ocupando su sitio, aun el decirte: Pero bajate, Daniel, no ves que mamá tiene que hacer otra cosa; andá a jugar con Graciela, querido. Hasta lo que tenía que venir después habría estado en su sitio. Porque al final, sabés, al final yo misma te habría llevado, te juro; en algún momento ponía voz de enojada y te decía bueno, Daniel, se acabó, y te llevaba en brazos adonde estaba Graciela. Gracielita, decía yo, acá te dejo a este bandido para que me lo cuides. Y ella, que antes jugaba sola lo más tranquila, ahora debía preocuparse por vos, hacer fuerza para retenerte porque el caballero, claro, quiere venirse conmigo, pero al fin, gracias a Dios, mi nene loco se quedaba quieto y yo podía volver a la reposera y hablar en paz con mis amigos. Y todos nos reímos un poco de esta situación porque lo estamos pasando magníficamente esta tarde. Menos vos, mi pobre Daniel, mientras conversamos te espío: no me sacás los ojos de encima; este demonio, digo yo, ¿te creés que se va a quedar tranquilo con Graciela?; si no me quita los ojos de encima. Y por supuesto, al rato, aunque Graciela trata de retenerte, vos conseguís soltarte y venir corriendo. Duró poco el descanso, digo yo, con un suspiro. Ya te trepaste a mis brazos y ahí te quedás, es inútil volver a bajarte. Estarás conmigo, cada vez más quieto, hasta que te caigas de sueño y yo tenga que subir al dormitorio con vos en brazos, medio dormido, y arroparte en la cama. Buenas noches, Daniel. Buenas noches, mamá.
       No hay buenas noches para mamá, Daniel. Nunca más buenas noches. Nunca ya besarte y morderte la nariz y contarte historias y esperar que sea mañana para que te trepes sobre mí y cantes hico caballito. Es inútil esperar el día: hay cosas que no se borran ni de día ni de noche. Y hoy, quizá sólo un segundo antes de que yo te llevara adonde estaba Graciela y todo empezara a ser como debió, Graciela, mocosa diabólica, estuvo parada lejos de nosotros y yo la miré y pensé eso: mocosa diabólica. Eso, Daniel, toda la vergüenza que se siente al pensar una cosa así, la humillación de saber que empezaba a odiarla (porque ella, ahora, sin que yo hubiera iniciado el ritual, te estaba haciendo muecas desde lejos), eso no se borra con luz. Vos también la estabas mirando: sus ojos perversos y maravillosos, las mechas negras que le caían por cualquier lado, la nariz respingada, las piernas desnudas hasta sitios prohibidos. Te gustó, Daniel. Dios mío, por qué pensé semejante atrocidad, cómo se me ocurrió descubrir que. Lo está provocando. Así, con esas palabras, con esa brutalidad lo pensé: me desafía. Te disputábamos, Daniel. Y ella estaba tan lejos, tan libre y desnuda; sola y envidiable diciéndote yo muestro las piernas hasta donde se me antoja, te como a besos y, si querés, nos revolcamos los dos sobre el pasto, ahí, delante de todo el mundo, total yo soy una nena y hasta se me pueden ver las bombachas sin que la gente piense porquerías: ellos dirán qué lindo, cómo juegan, dichosa edad en la que uno. Y vos me tirás del pelo, te me enredás entre las piernas, y te levanto en vilo, y nos caemos rodando, total yo tengo nueve años. Estaba tan invulnerable, tan con ventaja sacándote la lengua desde lejos y diciéndote con los ojos: vení, Daniel. Le sonreíste. Los otros todavía estaban diciendo cualquier día te viola, Nora, pero yo vi cómo le sonreías. Supe que de algún modo secreto, inalcanzable para mí, ustedes se estaban entendiendo: vos conocías la manera de decirle que bueno, si ella aceptaba que fueras su tirano, y ella la de contestarte que sí, que sos tan hermoso con tu pelo rubio, tus ojos como de agua y tu impúdico modo de ser mimoso. Entonces allá voy, Graciela. Somos semejantes y nos amamos.
       Te fuiste, Daniel. Te deslizaste de pronto de mis brazos sin siquiera mirarme; como si hubieras estado trepado en algo así como un cerco y ves pasar a Sebastián entre el ligustro y te bajás del cerco y vas a buscarlo. Qué sencillo resulta todo cuando no se sabe de traiciones, no es cierto, Daniel. Uno está en brazos de mamá, que es lo mejor del mundo, quiere pasarse la vida así, acurrucado, dejándose mimar; uno moriría si alguien quisiera arrancarlo de allí. Entonces aparece Graciela que tiene ojos de diablesa y saca la lengua hasta el mentón y se revuelca en el pasto, que es lo más hermoso del mundo y uno quiere pasarse toda la vida así, rodando sobre los tréboles mojados, jamás nadie podrá impedir que juguemos juntos, que yo le tire del pelo hasta hacerla gritar, que venga corriendo desde lejos para que ella me haga volar por los aires, que me ría de sus muecas que nadie como ella sabe hacer. Nunca conseguirán arrancarme de su lado; es inútil que mires todo el tiempo, mamá; es inútil que no puedas despegar tus ojos de mí y a duras penas logres disimular ante tus amigos aunque les sonrías cuando dicen: te traicionó, Nora. Contestás sí, todos los hombres son iguales, y lo pronunciás con voz de estar diciendo algo muy gracioso. Pero no los mirás siquiera: seguís esperando mis ojos, una sola mirada mía que te diga que todo sigue igual, que te quedes tranquila, que igual te quiero a vos más que a nadie. Y si no. Si a lo mejor la quiero más a Graciela que puede levantar las piernas. Y vos no podés. Puede dar alaridos como Tarzán. Y vos no podés. Puede embadurnarse la cara con naranja. Y vos no podés. Puede matarse de risa de todos ustedes que están ahí sentados como estúpidos. Y vos no podés. Así que no sirve de nada que sonrías cada vez que te parece que voy a dar vuelta la cabeza; y que pongas caras que te parecen cómicas. No me divierten esas muecas: ni siquiera las veo. No te veo aunque vuelvas a pasar a mi lado. Ya pasaste tres veces. Y me tocaste: yo sentí cómo me tocaste pero no me di vuelta. Y sé que hacés ruidos para que te escuche y cantás la canción de Hormigón Armado porque es la que más me gusta. Ya no me gusta más, para que sepas; Gracielita sabe mucho más lindas, Gracielita linda, nadie me va a arrancar de tu lado aunque sea de noche y haya que acostarse. Va a venir, hoy antes que todos los días, con más mimos, con más promesas. Pero no quiero y no quiero. Hay que resistir hasta el último momento; hay que gritar y patalear cuando mamá te quiere sostener en brazos. Sí, querés, Daniel, cómo no vas a querer que mamá te acueste. Ya es de noche, ¿no ves? Tenés que acordarte que nos queremos tanto, Daniel. Que yo soy lo mejor del mundo para vos. No podés subir las escaleras chillando y pataleando de este modo. ¿No te das cuenta? ¿No te diste cuenta de que me estabas traicionando, mi pequeño monstruo que no entiende de traiciones? ¿No sabías que mamá sí entiende y le duele el corazón y no pudo soportar que esta noche te durmieras llorando por Graciela? Odiándome porque te arranqué de su lado. Yo no quería hacerte daño, mi nene querido, mi bebote chiquitito y malo. ¿No es cierto que no?
       Sonreías después, cuando volví para verte dormir.
       Debés soñar cosas tan lindas ahora. Sólo mamá no duerme. Sólo yo no duermo, sabés, y tengo miedo por los besos que te di, por las caricias que te hice, por el modo terrible en que jugamos los dos en la cama hasta que quedaste agotado y contento y te dormiste; pensando en mí, ahora estoy segura. Es inútil que me repita mil veces que siempre te beso igual, y te acaricio siempre, y siempre jugamos los dos porque es necesario que el pequeño Daniel esté contento. Es inútil decirse que ahora el pequeño Daniel está contento y tiene hermosos sueños. Que no sabe nada de la piel inmunda de su miserable mamá. Es inútil repetirse que es la noche la que lo vuelve todo tan horrible, que mañana va a ser distinto. Que vas a venir corriendo a despertarme y será hermoso como todos los días. Hico caballito, saltando sobre mi vientre, hico caballito vamos a Belén, que mañana es fiesta y pasado también. Como todos los días.



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