Franklin
Mieses Burgos
(Santo Domingo, 1907-1976)
El ángel destruído
“No
había nada, ni visible ni invisible, ni región superior; ni aire ni
cielo. No existía la muerte ni la inmortalidad. Nada distinguía el día
de la noche. El sólo respiraba, sin tener aliento, encerrado en sí
mismo. No existía nada más que él. Las sombras estaban cubiertas por
las sombras; el agua no tenía movimiento. Todo era confuso y raro por sí
mismo. El Ser moraba en el seno del caos, y este gran todo nació por la
fuerza de la piedad.”
Brahma, Génesis del libro
de los Vedas.
BARRIO
INAUGURAL
I
Sólo una gran piedad pudo crear
los mundos
eternos sin hastiarse.
Sólo una gran ternura pudo sembrar la vida
como se siembra un árbol:
la jubilosa voz de una semilla.
No pudo ningún otro posible sentimiento
alzar nuestro destino;
nuestra meta mayor ante la eternidad
absorta que nos mira,
desde sus hondos ojos
de solitaria estatua preferida.
Una gran campanada resquebrajó los altos
cristales de la noche.
Y chirriaron los goznes, los metales mohosos
de la casa vacía
donde cavaba él solo para enterrar el agua
sin rostro de su llanto,
de su íntima noche caída hasta la angustia.
Aún no transitaba por el cielo el relámpago
de pluma de los pájaros,
ni el viento, todavía, era un sepulcro abierto
para enterrar palabras;
voces precipitadas desde los rojos labios
donde el amor fabrica muriendo sus campanas.
Ignorado de sí —lo mismo que la nada—
clamaba por un nombre;
por una voz tan llena de sangre que lo hiciera.
A sus pies el silencio del orbe era un gran río
de soledad cayendo,
un mundo serafín de bronce arrodillado:
—Quiero un labio que esculpa
mi nombre sobre el aire.
Un eco que responda preciso a mis palabras.
No, no es posible que exista sin que me piense nadie.
Mi realidad se hastía de ser para mí sólo.
Sin otro que me sienta temblar
yo no sería…
Entonces fue la infancia desnuda de la luz:
su dulce nacimiento.
Entonces, su niñez,
anécdota de espejo.
Memoria de la lámpara de bruñida sonrisa
de vidrio adolescente,
de ángel verdadero que delata el relieve
más fino de las cosas.
Entonces fue su aliento un solo resplandor
de fuego bajo el agua,
en medio de la noche sin alba de los peces.
Ninguna fuerza pudo quebrar su pensamiento;
su soplo forjador crecido como un brazo
de luz en las tinieblas,
en el ojo vacío donde moldeaba el tiempo
su estatura de sombra,
la forma de su rostro perdido hasta la ausencia.
MENSAJE A
LAS PALOMAS
II
Id ahora a decirle a todas las
palomas
que el milagro de Dios nos estaba esperando
oculto bajo el agua.
Que además de la luz —viva entraña del verbo—
igualmente fue el beso; la caricia del ala
de su sombra en las algas,
en medio de la noche sin alba de los peces.
Id ahora a decirle
que cuando la luz fue la primera sonrisa
caída de su espejo,
algo dejó de ser en torno de la luz,
algo rodó en pedazos debajo de su lámpara.
También id a decirle
que el solo hecho de ser
es ya una destrucción.
Porque sólo no siendo
es posible lo intacto.
ADAN DE
ANGUSTIA
III
Ahora tengo el anillo cerrado de su
nombre
como una gran cadena sobre mi corazón.
Todo él me circunda y, sin embargo, lloro
vencido por la angustia de su cielo de siempre;
el dolor de su pecho cubierto de raíces;
la inmóvil permanencia de su mundo inmutable
donde todas las formas lograron su presencia,
su realidad concreta de cosa terminada.
Queda mi incertidumbre destruida a la orilla
terrible de su orbe, donde ya nada empieza,
donde nada comienza después de sus palabras.
Ahora soy el objeto final de sus bondades.
El más noble fantasma que colma su deleite.
Sin embargo, yo tiemblo de horror, yo me devoro
sepulto en este clima salido de sus manos,
en medio de esta arena caliente donde él puso
toda su enorme fuerza para crear el aire,
la noche de esa fruta donde madura el alba.
Aquí fueron los peces, las palomas, los nardos;
aquí los caracoles primeros, los corales
de enrojecida voz despierta entre las aguas.
Aquí fueron las rosas lo mismo que los pájaros.
Ningún ángel valiente traspone mis umbrales.
El mismo fuego aún es propiedad del cielo.
Fundo de los demonios que pueblan la intemperie.
Sólo el gran abandono del tiempo está conmigo.
Oh señor de la voz donde nacen los soles!
Qué quieres tú de mí que me dejas tan solo,
clavado ante el silencio de esta atmósfera tuya,
donde ningún esfuerzo derrumba las murallas,
la gran pared eterna que limita tu rostro?
Eres sólo una máscara cubriendo su misterio,
una piedra cerrada donde sueña mi infancia?
Aquella oscura infancia que en tus manos no tuve?
Algo me está por dentro creciendo como un río.
Algo me está quemando como una llama viva.
Siento como una espada caliente entre mis ingles.
Una espada de fuego que incendia mis entrañas.
Qué puedo hacer ahora de nuevo con tu nombre
después que estas palabras cayeron de mi árbol?
Qué puedo hacer de nuevo con ellas, Alfarero?
Ya estoy lejos del barro con te entretenías.
Ahora soy un brazo que siembra una semilla,
un gran surco despierto, una luz en vigilia.
De quién aquella voz, aquel hondo vagido
que resopla en mis venas profundo como un río?
Quién en mí está clamando,
erguido ante el abismo de su propio delirio?
Su nombre lo presiento tras un cielo de hojas
mordidas por los dientes pequeños de la brisa,
ante la voz posible de una anciana serpiente,
en la era redonda de todas las mañanas.
SOLEDAD
SEGUNDA
IV
Tengo la soledad segunda entre mis
manos
como una ciudad muerta,
como un cielo olvidado donde no van los pájaros
de la luz o del beso
a picotear los altos racimos donde cuelgan
las uvas del silencio.
Desolada y terrestre soledad en que habito:
mi Edén, mi Paraíso, mi tálamo de espadas.
Aquí ahora mi llanto más íntimo, la fuente
de desatadas aguas que me inundan por dentro,
de los ríos que viene muriendo por mis ojos.
Esta no es la ventana para mirar lo eterno,
aquello que limita mi ser y lo destruye
en dos tiempos de sombra para una misma angustia!
Prefiero la difunta ceniza de una rosa,
la huella de otro viento, de otra ciudad de nuevo
mil veces destruida.
Pero que nada sea perenne en torno mío:
ni la piedra, ni el árbol, ni el eco de su voz
lleno de eternidades.
Que nada tenga un mismo destino prefijado
de antiguo por su mano,
que el río un día de nuevo retome con sus aguas
profundas hacia arriba,
hacia el cristal desnudo de su primera gota;
que no parta el origen tan sólo de su verbo,
sino que muchas rutas distintas se eslabonen
para llegar al hombre.
No es tu mundo de objetos amables lo que quiero:
me es igual la presencia de todas tus estatuas
de luz perecedera.
Quiero algo de sangre —en mí— siendo de otro,
para que así mi llanto también tenga otros ojos.
Que cese el imperialismo americano? Ay, sí!
Pero que cesen otros imperialismos también!
EVA
RECIEN HALLADA
V
Tú que habitas ahora despierta
sobre el agua
rota de los diamantes.
Tú que habitas ahora, como una llama vida,
lo mismo que lámpara desvelada en su propio
mundo de claridades.
No eres la terrible, la fulgurante luz
que llega de los cielos.
Eres la espada fina, la silenciosa espada
que siega las tinieblas,
el más agudo grito salido de las mismas
entrañas de las sombras.
Entre el río de siempre cubierto de ceniza.
El río inevitable
donde mi amor aguarda la primitiva lumbre
que quiebra sus metales,
sus desoladas selvas, sus ópalos del aire.
Eres la iluminada,
la solitaria esquiva que defiende los bronces
de la noche y del alba.
Radiante forma anclada de los vivientes orbes,
traspasado por ti derrumbo mis orillas,
hago rosas de hielo de mis propias palabras!
—En cuál lecho de otras arenas diferentes
creció de soledades
la noche que en tus pulsos moja en agua celeste
su roja llamarada?
En la ola de vidrio furiosa que te envuelve
lo mismo que una torre,
como una firme hiedra de sed devoradora,
construida de ciegos arcángeles te elevas
más allá de las nieblas,
hacia los nuevos soles que laten en tu sangre
llovida de amapolas.
—Es el amor que esperas erguida en el umbral
de la rosa más alta?
De la encendida rosa que el verano calcina
con sus labios de fuego?
Debajo de la muerte total otras campanas
desesperadas claman,
claman otras campanas
debajo del silencio donde crece el vacío
como una flor helada.
PRIMERA
EVASION
VI
Lo redondo es un ángel caído en
el vacío
de su propio universo,
donde la oscura voz de su verdad resuena
llena de eternidad cerrada y de infinito.
Lo redondo es un río que sale y que torna
de nuevo hacia sí mismo, hacia la hueca nada
donde su ser gravita.
Por su forma la lengua de Dios está explicando
su gracia preferida,
la imagen con que muestra la sombra de su rostro
desnuda sobre el mundo.
—No es su ley la que esculpe la manzana del orbe,
el anillo que muerde el pedestal del árbol,
la cabeza del hombre?
Lo redondo es un ángel cautivo que no sueña,
que no se translimita de su cerrado cielo;
un ángel prisionero
que está sujeto a Dios como un objeto más
de amor entre sus dedos.
SEGUNDA
EVASION
VII
—Quién encendió la lámpara
perenne de la rosa?
Quién desató el pequeño enigma de la hoja,
de la apretada piedra donde habita el silencio?
Cuando el ángel pregunta ya deja de ser ángel;
la ignorancia es la espada desnuda que defiende
su rosa de inocencia;
la rosa que no sabe ella misma el origen
terrible de su nombre, de su propio fantasma
cerrado como un nudo de aroma hasta la muerte.
DESVELADO
CAIN
VIII
A la orilla del aire yo destruyo la
sombra
delgada de los pájaros
solitarios que habitan caídos en el cielo
pequeño del rocío,
de ese húmedo espejo donde todas las cosas
del alba se derrumban,
se hunden en el frío metal en donde el trino
sonámbulo se hermana con la niñez del agua.
A la orilla del aire yo destruyo la rosa
del rosal, la azucena,
la nube y la guitarra que también es alondra
nacida en una nueva
presencia quejumbrosa de metales heridos.
A la orilla del aire yo destruyo el aliento
del ángel, la paloma.
Nada queda en mis manos que no rompa en procura
de mí mismo en el fondo,
en la íntima entraña sepulta de las cosas
donde lo eterno esculpe su máscara de siempre,
su soledad más honda.
Oh Padre imaginado
tras el terrible cielo por donde pasa el viento
del misterio soplando la voz de sus campanas!
—Qué cosa es que supongo hallar
tras de tu niebla?
Cuál enigma vislumbro oculto tras la negra
semilla de tu árbol?
La noche milenaria
que enroscada descansa sin rostro entre mis huesos,
la noche que me oprime por dentro y me devora,
no es la misma que cava con sus dedos de sombra
su abismo en los objetos?
Por aquí desemboco rodando hasta la gota
donde la más antigua de mis voces descansa.
Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste,
para forjar del barro miserable la estatua
preciosa de la vida.
Yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro,
para inventar la humana presencia de la Muerte.
Desde entonces yo he sido también un dios creador,
arquitecto único de ese orbe distingo
donde el fecundo cielo no hizo del verbo luz,
sorda parte de un mundo donde la intacta sombra
es virgen todavía.
No es Abel el que muere herido por el golpe
salido de mi mano, no es Abel el que muere.
Con él sólo destruyo las formas permanentes
del símbolo primero:
igual me hubiera sido la presencia de alba,
lo inmutable del cielo.
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