Óscar Collazos
(Bahía Solano, 1942 - Bogotá, 2015)
Contando
Biografía del desarraigo
(Buenos Aires: Siglo XXI, 1974, 143 págs.)
Vea usté, que a mí nadie me ha venido nunca con vainas. Así
que trácate, le di el primero, se lo di con ganas, para que se fuera
así previniendo y dejara la jodedera que había cogido conmigo,
tranquilo yo sin meterme con nadie. Sí: trácate, le di el segundo
diablazo derecho en la mandíbula que por poco se la parto, que no
en vano he sido peso gallo, aquí donde me ven con canas y barriga,
que cuando joven no había quien me dijera ni pío, usté sabe. Se lo
digo porque ya ha de estar preguntándose cómo hizo ese viejo zoquete
para tumbar a un muchachón cuajado y robusto, pero no se
le olvide que esta mano, allí donde la ve, mandó a la lona a quince
hombres en veinte peleas y a algunos derecho al hospital, con camilla,
esparadrapo y todo. No fue por vainas que un día vienen y
me llaman y me dicen: “Te sellamos la mano, no la podés usar fuera
del ring”. Y yo: “No me la pueden sellar, porque cómo es que voy
a hacer pa’ defenderme”. Y nada: “Te la sellamos, la ley es la ley, tu
mano es peor que un arma, más mortífera que una carabina”. Pero
antes de seguirle contando, yo sí le digo que a mí nadie me ha venido
nunca con vainas ni con pendejadas ni con carajadas de esas.
El tipo empezó a pasearse por mi mesa, a mirarme de reojo, a decirme:
“A que no te tomás un doble”, porque yo estaba apenas sorbe
que sorbe mi limonada. Y él: “Mirá que aquí tengo con qué pagar”.
Y yo: “A mí no me importa, yo también tengo con qué pagar”. Y le
mostré el fajo que traía, ganado honradamente, para más decirle. Y
él: “Tenés que tomártelo en mi nombre, hoy estoy de fiesta”. Y yo,
“a mí no me importa tu fiesta”, le dije. Y él: “Que te lo vas a tener
que tomar, si eres verraco”. Y entonces le digo: “Soy verraco pero
no bebedor”. Porque usté sabe, me quedó la costumbre de cuando
era boxeador: nada de tragos, había que cuidarse bien, y las mujeres
apenas tasaditas. Y él con eso de empezar a patearme el asiento, a
darle golpecitos para que me resbalara. Y todos allí: “Viejo, tómeselo,
no sea cobarde, uno solo no le hace daño”. “¡No me jodan! —les
dije—, no me estén jodiendo que no me voy a empujar ese trago”.
Y ellos: “Prueba que te quedan huevos y te mandas el doble”. Y
yo: “¡Que se vayan todos al carajo!”. Y el mocoso seguía pateando
mi asiento y yo aguantando porque ya estoy harto de broncas, que
hartas tuve en ese mismo lugar cuando venían a sacarnos a patadas
los matones de Marianospina Pérez en los tiempos de la violencia,
usté se acuerda. Y yo: “Que no me jodan, carajo, que a perro que
no se conoce no se le toca la cola”. Ellos ríe y ríe y ríe, cercándome,
acorralándome como se acorrala al ganado y el muchachón a querer
empujarme el trago a las malas antes de ponerse a gritar: “¡Que viva
el gran Partido Conservador y abajo los rojos hijueputas!”. Y yo,
aquí donde me ve, yo que había oído y seguido al difunto Gaitán,
yo que me siento indio hasta en los huevos y que el nueve de abril
no dejé vitrina con vidrio ni godo sin cicatriz, yo que había venido
del sur de Bogotá gritando: “¡mueran los oligarcas, cuelguen a los
cachacos, ya mataron al Jefe!”, yo que me emputo y le zampo el primero,
y luego el segundo. Entonces todos se espantaron porque ya
el mocoso estaba en la lona, digo, en el piso, boqueando sangre.
Sepa usté que no era por la jodedera, no era por eso del maldito
trago a la brava, que ya uno va poniéndose viejo y aguanta esas
vainas. Era por eso de “viva el gran Partido Conservador y abajo
los rojos hijueputas”, solo por eso. Pero el tipo viene a mi mesa de
nuevo, echando sangre por la jeta partida, cuando yo ya había pedido
por mi cuenta un doble de anisado, y le mando un gancho al
estómago y luego me empujo mi trago y lo veo dar vueltas en su
cuerpo y doblarse como una hojita. Y ahí fue cuando se armó la
trifulca porque el cantinero sacó un mataganado y dijo “¿qués-laputa-
bronca?”, y yo: a mí nadie me ha venido nunca con vainas, y
es por eso que estoy aquí, para decirle cómo se fue poniendo de fea
la cosa, y que si otra vez un desmadrado viene a decirme lo mismo,
pues otra vez trácate, trácate, me acuerdo de los quince que mandé
a la lona en veinte peleas, para que se vayan enterando, como en mis
mejores tiempos. Porque en la memoria del difunto Gaitán nadie
se va a cagar, que yo, aquí donde me ve y después que lo mataron,
pegué pa’ los Llanos de Casanare y me alié a Guadalupe Salcedo y
me volví chusmero, usté sabe. Usté debe acordarse, por allá en el
cincuenta, antes de que Rojaspinilla saliera con la pacificación y que
los cachacos liberales nos entregaran.
Gaitán sí era cosa seria, se lo digo y se lo repito y se lo vuelvo a
decir. Sus verdades se las decía a los curas, a los godos, a los chulavitas
y a los oligarcas y usté ha de acordarse cuando dijo: “Yo no soy
un hombre, soy un pueblo”, que por eso lo mandaron a matar. Vea
usté: como me vuelvan con vainas no quedará piedra sobre piedra,
como dicen las Sagradas Escrituras, ni godo para contar el cuento,
porque las verijas se las voy a cortar, ¿entiende? Y ahora sí, señor
inspector, diga pues cuánto tiempo me va a encerrar y si es con
visitas o sin visitas.
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