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Óscar Collazos Las puertas del infierno ¡Ya pueden venir los tigres con sus garras! No se mueva tanto, maricón, le dice Pichita a Trabuco y Trabuco
que no me estoy moviendo, déjese usté de mariconadas, ya está muy
grande, y Rolo esconde el rostro y sacude el pesado enjambre de periódicos
y se los echa encima, acurrucándose, reduciéndose a una
especie de cuerpo redondeado por el frío de la carrera Séptima y Trabuco
dice que anoche vio estrellas y un cohete cruzando por los
cerros con una cola de fuego y se sintió volando y fue hasta la casa de
su padre, entró por la ventana y lo vio, borracho como siempre, entre
los costales de papas y a su madrastra también doblegada de la juma,
dormida de la perra, caída de la curda, diciendo qué-puta-es-la-vida
y entonces cuando estuvo frente a él le dijo que dejara de estarse quejando,
toda la vida no ha hecho sino chillar como mujercita, viejo
cabrón, y entonces había vuelto a salir volando por la ventana, sobre
los techos del sur y había regresado en segundos, vuelto a ver la cola
del cohete que ahora parecía un cometa con un enorme letrero que
anunciaba la llegada del Papa. Pichita le dice que eso es por haber
bebido tanta gasolina, que era como la marihuana, y Trabuco le corrige
diciendo: la gasolina es mejor que la marihuana, pruébela para que
vea y Rolo seguía encogiéndose y castañeteando los dientes. Dejen de
hablar tanta paja y duérmanse que mañana llega el Papa, ¿no ven que
Carasucia se durmió y está roncando hace una hora?, y Carasucia ni
se mosqueaba, ni se movía, estaba recostado sobre la pared envuelto
en una cobija de cartón, cuando en esas le dio a Trabuco por pincharle
las nalgas con una aguja y Carasucia pega un grito, un brinco,
diciendo, ¿quién fue el hijo-de-la-gran-puta-que-me-pinchó? Y tira
los cartones contra el grupo, se para desafiando dando gritos, a ver
quién fue el malparido que me despertó y Rolo echa a reírse diciéndole
que había sido la llegada del Papa, no ves que mañana van a
recogernos a todos, pero Carasucia caza una gillette, la acomoda entre
la ranura de dos dedos juntos y empieza a blandirla, ¿por qué no
fueron a pincharle la rajita a su putica madre?, y entonces Trabuco
pega un salto, con otra gillette entre los dedos y dice que con la madre
sí que no, y Carasucia dice que con la madre sí que sí y le tira el primer
lance a la cara, rozándole la mejilla, y el segundo al cuello,
peinándole la oreja, y el tercero al mentón, aireándole la punta, y
Trabuco le da el primero en un brazo cuando empieza a brotar un
chorrito de sangre y entra en juego Rolo y agarra a Carasucia en una
doble Nelson, lo deja apresado en la llave que había aprendido en el
circo cuando vio el match Tigre Colombiano versus King Kong, con
relevo, y entonces Carasucia ve la sangre y dice que lo dejen secarse y
no es nada, dice Trabuco, tirando al suelo la hoja de afeitar y arrancándose
un pedazo de camisa, déjeme lo curo para que vaya
aprendiendo a no ser bravero, y entonces Carasucia echa y echa madrazos,
no me agarren que le voy a marcar en la cara para que se
acuerde de mamita toda la vida, y Trabuco, sentado, se ríe, y ríe con su
tremenda risa jacarandosa, no es sino pura bulla, y ahí lo van sacudiendo,
lo van atendiendo, porque después el frío de las tres de la
madrugada sobre Bogotá, sobre la carrera Séptima, y los cuatro muchachos
vuelven a recoger los cartones y periódicos, a acomodarse,
ahora despiertos, porque Trabuco dice que cada vez que quieran volar
vamos a robar gasolina, no es sino tomarse dos o tres sorbitos y la
traba se viene, tremenda nota se agarra, Rolo dice mejor y menos
complicada es una tocadita de yerba, dos pesos el cigarrillo y sin
complicaciones, nada de líos con la Policía, la chota no sabe dónde la
venden y si lo sabe se hace la-de-la-vista-gorda, y Trabuco dice que
no, es mejor la gasolina, yo que les digo, y Pichita, que está tranquilo,
adormilado, agrega que dos botellas de chicha y no solo se vuela, uno
se pone ahí mismo a roncar, no se siente el verraco frío, no se sentirá
el puto frío atravesándoles los huesos, hasta dicen que es alimento,
pero todos se echan a reír, la chicha es para los borrachitos, eso es
para los piperos, pero entonces viene Trabuco, siempre sabía que por
ser el mayor (tiene trece años y seis de gaminería), la voz-cantante, el
Jefe, entonces dice Ga-so-li-na, esa es la onda y no es sino levantarse
una manguera, cargarla en los bolsillos, acercarse a un Ford, sacarle
la tapa, uno, dos, tres sorbitos y estuvo, después dos pastillas de mejoral
y se entra en onda, viene el engrife, de película, chinos. Y todos
se quedan callados porque es Trabuco-el-manda-más, el-sábelo-todo,
el caimán-de-la-barra, el duro-delapatota, y Rolo dice sí, y Pichita
cómo no y Carasucia grita, ¡chévere! Y hay después un largo silencio,
como si empezaran a dormirse y Rolo lo acompaña cantando, ¡ay
Jalisco no te rajes!, y Carasucia dejen dormir carajo, y hay otro silencio
más grande. Trabuco propone contar quién le ha tocado más
nalgas a las mujeres y Pichita responde yo, perseguí a una gringa, le
dije: mamacita, deme un peso, y la gringa que no, y entonces, cundo
está subiéndose al taxi, entonces calibro la mano, le subo las enaguas
le agarro una nalga diciéndole qué dura la tiene mamacita y la gringa
ni se mosquea ni grita y entonces le digo como que le quedó gustando,
¿no?, y un man de chaleco, un cachaco maricón me dice chino
grosero, chino malcriado, voy a llamar al tombo, qué van a decir los
turistas, y yo le digo que se meta la lengua al culo y salgo a correr
porque ahí ya estaban llegando tombos. Luego Trabuco dice que eso
no es nada, hay que hacerlo cuando la hembra va con su mancebo,
agarrado del brazo piripí y pirapá, y Carasucia cuenta que es mejor
cuando van saliendo de misa, rece y rece, ir detrasito de ellas y en el
momento menos pensado, ¡tras, tras, tras, tras!, cuatro culitos de una
manotada y los cuatro niños empiezan a reír y Trabuco recuerda su
herida, ándese con cuidado hermano, no se le olvide que soy el Jefe,
y Carasucia: me importa un carajo que sea el Jefe si yo fui quien los
consiguió y Trabuco remata: nadie sabe para quién trabaja, y otra vez
vuelven a reírse los tres, porque Carasucia no se ríe, se queda en silencio,
con la frente arrugada, mirando a Trabuco que ya está entre
los cartones, ocupando el rincón menos frío de la acera, diciendo
mañana hay que perderse, darse el ancho, porque con la venida del
Papa nos están recogiendo a todos. Y Pichita dice que se imagina al
Papa inflado como un globo, de esos que a veces se revientan cuando
apenas se les está prendiendo la mecha y no alcanza a subir más allá
de los techos, y Carasucia sale de su silencio agregando que el Papa es
capaz de volar y hacer milagros, eso dicen. Pero Trabuco agrega que
el Papa no vuela sino que camina sobre las aguas, por eso dicen que
es Santo Padre —agrega Rolo—, y Trabuco: si los curas se enhebran
a las mujeres, si se las tiran en la sacristía, el Papa con más razón, y
eso sí que no es ser santo. Rolo dice dejen la vaina, quién sabe si es
santo. Y todos ríen. Santo el Enmascarado de Plata, dice Trabuco.
Qué santo va a ser, eso es por joder. Y Pichita dice que el domingo
cumple nueve años, hay que robarse un pastel, una orquesta y una
casa y mil velas para llegar a viejo, para apagarlas con gasolina. Y
Trabuco ni se mueve, no le hacía gracia el chiste. Ahora están arracimados,
uno sobre el otro, cuando Carasucia empieza a roncar
Trabuco advierte que no lo jodan, le sigue saliendo sangre, y ya están
bostezando los tres, llevándose las manos a la boca, encogiéndose en
esa esquina de acera, bajo el recortado techo del edificio, y es Rolo el
primero en oír una sirena y un tirón los despierta, los desacomoda y con los cartones y los periódicos bajo el brazo corren por la calle
Diecinueve, se pierden hacia la carrera Octava, gritan corran que nos
encanan, y Trabuco va muerto de la risa, Carasucia meado del susto,
Rolo jalándolo del brazo para que no se caiga (dormido como va el
pobre) y Pichita subiéndose los pantalones que se le caen, hasta que
dejan de oír el aullido de la sirena y se detienen en la carrera Décima,
respirando hondo, largando el vaho del frío de las cuatro de la mañana.
Se tiran al suelo, resoplando, Rolo casi ahogándose y Trabuco
tranquilo como un egipcio, jactándose de su serenidad, cabrones de
mierda, cuando suena una sirena son los bomberos. Y Rolo dice: a
mí sí no me agarran ni porque llegue el Putas, y Trabuco corrige: ni
porque llegue el Papa, y Carasucia, algo acongojado, se echa sobre el
rincón, vuelve a bostezar, cierra los ojos y trata de dormirse. Ya es de
día, dice Trabuco y la claridad empieza a aparecer sobre el cerro de
Monserrate, mezclada con la bruma y el destello de los avisos luminosos.
Trabuco se mete una mano en el bolsillo, rascándose con
insistencia, y Pichita le dice que le pegaron los piojos, y Trabuco le
contesta: si quieres me los saco para que te hagas unos huevos pericos,
y Pichita bromea: pericos-de-piojos-revueltos-con-ajo-tomate-y-pimienta-
con-salsa-de-huevos. No vamos a dejar a Carasucia aquí, dice
Trabuco, mirándole la herida, que ya ha dejado de sangrar. Lo sacude,
levántese que ya es de día príncipe y Carasucia está hablando dormido:
el Papa vuela, atraviesa las aguas sin mojarse, se arroja por el Salto
del Tequendama, es grande y redondo como un globo, vuela sobre los
techos con la lucecita de un cohete encendida en la espalda, el Papa
atraviesa las aguas llevado por el viento de los Andes y ya está haciendo
trampa el cabrón, lo están oyendo, y Rolo trata de levantarse en el
aire, hace que vuela con los brazos abiertos, impartiendo bendiciones
con un gorro de periódicos adornándole el cráneo, y Pichita se convierte
en edecán, vuela sobre los techos de la carrera Séptima, sobre
la ciudad dormida. Y Trabuco grita que se baje, de un momento a
otro el globo se revienta, se vuelve mierda, planea sobre el Capitolio,
te vas a despaturrar por el suelo, y Pichita baja, desciende suavemente,
como un pájaro cansado, como un cuervo, y va a sentarse al lado
de Carasucia, lo sacude, pero como no despierta le da una patada, le
grita despiértese Señor Papa y el Señor Papa se despierta aturdido
por esta ceremonia de cumplidos, ¿dónde estoy?, y Trabuco le dice
que en el Vaticano, vete al carajo, y Trabuco, acomodándose el pantalón,
bosteza con fuerza, como si largara toda la noche en su bostezo.
Ya es de día, dice Trabuco, y Pichita también bosteza y Rolo dice que
las tripas ya formaron su orquesta, mientras se acuerda del sueño de
anoche: estaba sentado al lado del Papa y levantaba la sotana. Se metía
dentro de ella y empezaba a rascarle los muslos, a hacerle cosquillas
en la entrepierna. El Papa decía chino malcriado, chino grosero, te
vas a ir derechito al infierno y se reía. No paraba de reírse, el Papa
riéndose papalmente y él perdido en sus interiores de seda. Zas, zas,
empezaba entonces a darle golpecitos y el Papa: je, je, je, trataba de
acomodarse en su trono, de poner orden en sus ropas, de volver a
estar en condiciones de una bendición papal. Literatura
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