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Óscar Collazos Los vecinos nunca sospechan la verdad Es verdad: los vecinos nunca sospechan la verdad: se encierran en sus conciliábulos, son herméticos en sus conjeturas, carecen de
imaginación, no van más allá de los detalles ni se detienen en las
sospechas. Los vecinos son, por naturaleza, torpes. Hacen daño o
causan beneficios irrisorios sin llegar a ser inofensivos. Casi siempre
la prudencia es una de sus virtudes: cuando salgo de casa quieren
decirme (o hacerme caer en cuenta) que hablan de mí, que sus voces
bajas tengo que oírlas y de ahí sus gestos grandilocuentes, sus dedos
índices visibles, sus bocas torcidas de desprecio, sus espaldas dándome
a la cara. En verdad: los vecinos no tienen la menor idea de la
clandestinidad, de la conspiración, de las sutilezas o la inteligencia
creadora, son, este, son —cómo decirlo—, son casi siempre como
cacatúas alborotadas, hasta el momento de prender los noticieros
de la tele, de darse a la tarea de hablar más alto que el locutor y
de anunciar en coro los mismos productos de belleza. Los vecinos:
es verdad, son impacientes, quieren darlo todo en un segundo, no
entienden de sobreentendidos, son evidentes, literales, como un
texto de lectura, son: despreciablemente ingenuos y es así como, en
el momento monos pensado, son incapaces de calcular qué pasa en
el segundo piso, por qué este ruido de disparos penetra por algún
lugar del edificio y lo llena de ecos extrañísimos, por qué estos gritos
desgarrados, por qué esta fuga de tres hombres en uniforme que han
venido en la mañana a perturbar mi casa, a escarbarla sin ninguna
prudencia. Los vecinos, siempre lo dije, no pueden llegar a sospechar
del momento en que muera abatido por doce disparos de pistola,
ahogado en mi propia sangre y en mis gritos. Los vecinos, es verdad,
no pueden entenderlo, menos el momento en que en el segundo
piso alguien grita “me matan” y un silencio ignominioso presagia el
nacimiento de un nuevo terror. Es entonces cuando son incapaces
de salir a la calle (miran, celosamente, detrás de las persianas, detrás
de las hendijas de alguna puerta desvencijada, detrás de alguna celosía
que se abrió para espiar los pecados de la calle, los adulterios de
enseguida, las borracheras de-al-lado, las palizas del ferroviario, los
deslices de la adolescente que cursa tercer año de comercio y mecanografía),
los vecinos: es verdad, nunca podrán medir la dimensión
del crimen del segundo piso ni sacar de la noticia leída algo más allá
de ese texto que dice: “Misteriosamente muerto un joven de veinte
años en su residencia del barrio San Antonio de la ciudad de Cali
cuando ingería licores”. Literatura
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