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Óscar Collazos La noticia aparece consignada en un rincón de la segunda página, entre el anuncio sobre la llegada de un circo a la ciudad y la
nota fúnebre de un hombre, por mí desconocido: perdida como está,
ahora circula en boca de todas las gentes, anticipándose a esta irrisoria
publicación, modificándose o perdiéndose en otra noticia de
naturaleza irreconocible: el fin de semana de un ministro. Solo van
quedando detalles, rasgos que permanecen sin alterarse, como si al
quedarse en simples detalles se quisiera demostrar que solo son versiones
de un mismo tema, ojos escépticos sobre el mismo cadáver o
figuraciones maliciosas alrededor del mismo y posible criminal. Una
de las versiones, seguramente la primera, ha convertido al pequeño
y acomplejado celador en un «sanguinario y despiadado criminal» y
los detalles no pueden ser menos patéticos: la medianoche, la joven
sola (misteriosamente sola en un día de fiesta), rasgos sospechosos
en el hombre, deseo acumulado durante todos estos meses que la
ha visto llegar entre la medianoche y la madrugada, voluntad de
violación, resistencia de la víctima, furia, compulsión creciente, versión
que no permite concesiones ni acepta conjeturas pues tiene su
origen en la crueldad cinematográfica más trivial y la gente se deleita
en ella, como si se tratase de la crónica recién inventada por un
redactor a quien, en el minuto anterior al cierre de la edición, se le
pide llenar una columna vacía. Pero en esta recreación, morosa y
mórbida, la víctima recobra una dudosa inocencia y nadie se atreve
a suponer tensiones entre ella y su hipotético asesino, provocaciones,
aburrimiento, la guardia abajo aquella noche. Al contrario:
es menester que la víctima posea todas las virtudes y el asesino exhiba
sus execrables vicios. No podrá pensarse que, arbitrariamente,
la noticia se ha ido desfigurando entre una y otra perspectiva: son,
apenas, versiones de una y otra moral, juegos de esta o aquella capacidad
imaginativa, destreza de una mente fabuladora o caprichos de
un pobre diablo que acepta la versión del diario y se llena de piedad,
ejercicio de hipótesis de un inspector de Policía, terror de la madre
de familia que ha hecho renunciar a su hija joven de las clases nocturnas,
pánico del sacerdote que insiste en la desvergüenza de esas
modas modernas, «portadoras de lascivia y causantes de sentimientos
criminales», crueldad irreverente del muchacho que está en la
página noventa y nueve de un libro del Marqués de Sade, procacidad
del borracho que, minuciosamente, describe la ubicación, profundidad
y diámetro de las heridas, religiosa consternación de la monja
que jura a Dios defender hasta el descuartizamiento su ya remota
virginidad (aunque sospecha de la versión que atribuye al celador
instintos criminales). Literatura
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