Roberto Fernández Retamar
(La Habana, 1930-2019)

Que veremos arder
(1966-1969)

Para vosotros,
                            que sois sanos y ágiles,
el poeta lamía
                            los esputos de tisis
con la lengua áspera de los carteles.
En el fuego de los años
                     yo me he de convertir en algo semejante
a los monstruos antediluvianos con cola.
Camarada vida,
                                 vamos
                                              a caminar más rápido


                                                                                    mayacovski

DEBER Y DERECHO DE ESCRIBIR SOBRE TODO

Absurda la idea de que sólo puedes escribir sobre lo que te ha ocurrido
(Lo pequeño, lo ínfimo que le ha ocurrido a ese cuerpo, a esa vida entre sus fechas),
Como si todo no te hubiera ocurrido, como si
Hubiera una tarde que no cayera para ti,
Como si todos los imperios destruidos, aventados por los desiertos, devorados por las selvas,
No hubieran conducido hasta ti;
Como si el más lejano astro, extraviado al borde del universo,
Y también los astros que hoy ya no existen,
Y las nebulosas pensativas,
No hubieran trabajado, sabiéndolo o sin saberlo,
Para ti, para este instante, para este poema
Que se escribe gracias al aliento exhalado por Miranda o por Jenofonte,
Con un trozo sobrante de Casiopea.



i. también historia

QUERRÍA SER

Este poeta delicado
Querría ser aquel comandante
Que querría ser aquel filósofo
Que querría ser aquel dirigente
Que guarda en una gaveta con llave
Los versos que escribe de noche.


SERÍA BUENO MERECER ESTE EPITAFIO

Puso a disposición de los hombres lo que tenía de inteligencia
(Poco o mucho, pues no es de eso de lo que se trata),
Y quedan por ahí algunos papeles y algunas ideas y algunos amigos
(Y quizás hasta algunos alumnos, aunque esto es más dudoso)
Que podrán dar fe de ello.
Les entregó lo que tenía de coraje
(Poco o mucho, pues tampoco es de eso de lo que se trata).
No faltará algo o alguien
Que pueda verificarlo.
Se sabe que deploró de veras no haber estado la madrugada de aquel 26 entre los atacantes al cuartel,
No haber venido en aquel yate,
No haberse alzado en la montaña.
No haber sido, en fin, de los elegidos.
Pero, como se ve
(Espero que el epitafio pueda llevar esta oración sin forzar la realidad),
Hizo su parte, llegado el momento.
Se sabe también que lamentó no haber escrito
“Nuestra América”, Trilce, El 18 Brumario
(¿Para qué hablar del Capital?)

Aunque tú, lector, recuerdas
Probablemente
(Sobre este adverbio no debe insistirse mucho)
Aquella página.
Se equivocó más de una vez, y quiso sinceramente hacerlo mejor.
Acertó, y vio que acertar tampoco era gran cosa.
De todas maneras, llegado al final, declaró que volvería a empezar si lo dejaran.
De él en vida se dijo bien y mal, y con los años, ésos en los que
Todo se va borrando y confundiendo,
No faltará quien lo mencione de modo que lo hubiera complacido,
Mezclando su nombre con otros nombres, bajo el epígrafe revolución.

(Se ruega a los obituaristas vocativos de siempre
Simplificar lo más posible estas sugerencias.
Y, por favor, no precipitarse.)



PELO COMO HISTORIA

Dejo crecer este bigote antiguo
Como cuando, en el tiempo de New Haven,
Decidí dejarme crecer aquella descomunal bandera
Latina para que no cupiera duda
De que, a pesar de mi perfil judío
O castellano (¿o andaluz?), yo pertenecía,
De alguna forma,
A esa desvaída tropilla de puertorriqueños
Que subían con paquetes, haciendo ruido,
En Bridgeport, y se diseminaban,
Como titiriteros olvidados,
Por el tren.
Ahora, ¿para qué dejo crecer este bigote y esta barba
Y este pelo por encima de las orejas,
Ahora que hace tiempo que no estoy ya en edad
De presumir, que perdí hace muchos años la onda,
Y los fogonazos arrasaron ya
La línea del frente, y el enemigo ha avanzado
Hasta desmantelar media cabeza?
Es como cuando se regresa de la caña
Con esa perilla de la mano al pecho,
Y al cabo de un tiempo se siente no sé qué pena,
Y una mañana pálida (las mañanas
Deben ser pálidas en estos casos)
Queda toda, como un puñado de plumas,
En el lavabo de ojos hastiados.

(Parecería que los cabellos, además de ser desnudez,
Cosa que proclama el Talmud, fueran también historia.)


CUERPO QUE NO ESTÁ CLARO

La boca (no el hombre) solloza como un arpa,
Ridícula como el sollozo de un arpa,
Porque no tiene los tabacos armoniosos de antaño
(Los dulcísimos, los inolvidables tabacos de antaño)
Sino muy de tarde en tarde, de sobresalto en sobresalto;
Las piernas deploran las colas como a enemigos personales;
El pecho resopla en las frías madrugadas del campo,
Suelta su disnea modesta, nada histórica,
Entre las pacíficas hamacas crujientes;
Los brazos (¿y qué decir de los hombros?, ¿qué de la cintura?)
Llega un momento en que no pueden más
De picos, palas, guaracas, mochas;
El esqueleto parece hecho de cristal y de astucia
Cuando se engrasan de nuevo los himnos de matar;
A la piel le molesta el calor, los ojos necesitan más luz,
El cuerpo todo añora menos desorden, algún reposo, mariscos, aves, frutas,
Y hasta las sobresaltadas contradanzas del vino.
¡Qué poco claro está este cuerpo!

Pero el alma lo empuña como una espada
(Como dicen que se empuñaban las espadas),
Lo endereza, lo hace tragarse sus silencios,
Le cierra la mano huesuda sobre la herramienta,
Le enciende deshilachados cigarros en la boca,
Lo empuja sobre un caballo, lo monta en un barco de latón,
Le desliza algunas ideas en la cabeza,
Lo hace trabajar      sonar      esperar

El alma, esa parte que, según nos aseguran,
También es definitivamente mortal.



ii. De otros tiempos

No me tienes que dar porque te quiera
                                                                                    anónimo

Le daban duro con un palo y duro
también con una soga

                                                                                    c. v.

QUE

Que mientras quede un hombre muerto, nadie
Se quede vivo.
Pongámonos todos a morir,
Aunque sea despacito,
Hasta que se repare esa injusticia.


UN HALCÓN DE OTROS TIEMPOS

Aquel hombre creía en el cielo
Como una bomba cree en su estampido.
No hubo nada que hacerle: se le enseñaba el mundo,
Se le pisoteaba la mecha,
Se le decía que no que no,
Y aquel hombre seguía ardiendo obstinado,
Hasta que estalló en pedazos del tamaño de quizás
Y se le vio desaparecer con una sonrisa en el puño
Como un halcón de otros tiempos.


COMO A ELLOS

No tenías más que una vez para nacer
Y naciste cojo, tuerto, enano
O un poco tonto.
Desde luego que nadie se daría cuenta de que eres cojo
Si te quedaras sentado tranquilo;
Y nadie sabría, tuerto, lo que te pasa,
Poniéndote así, de perfil;
Y quién iba a averiguar que eras enano
Si te limitaras a escribir cartas o a llamar por telé­fono;
Y callado, sin decir nada,
No hay forma de que sepan que eres tonto.
Ah, pero yo los conozco como si fuera ustedes mismos:
Y sé, cojo, que te levantarás y echarás a andar;
Y que tú, tuerto, de pronto vas a mirar de frente;
Y que tú, enano, dejarás esa pluma, colgarás el teléfono
Y te plantarás imprudentemente cara a cadera;
Y que tú, tonto (como quien dice) de capirote,
Vas a echarte a pensar y a hablar.
Y así todo el mundo, todo el mundo,
Va a saber lo que les ha pasado a ustedes
La única vez que tenían para nacer.

Vaya, como a ellos.


NOTA

Vivo donde quería.
Me casé con quien quise.
Tengo la descendencia que quisiera tener.
Hago lo que pensaba.

No se culpe a nadie de mi muerte.


LOS PRIMEROS TREINTIOCHO

Los primeros treintiocho
Han pasado en tan poco tiempo,
Que ya me veo encima
Los otros treintiocho,
Con siglo veintiuno y todo.
Y con bastón.
                        (¿Habrá bastón?)



iii. Gris me acerco a

Rincones, pasillos, escaleras,
Canteros, mesas abandonadas,
Sofás, camas estrechas,
Camas inmensas, altares
Humildes, altares gloriosos:
Gracias.


PERO

Administra el amor con eficiencia
(Pero el amor es una absurda llama verde)
Ejerce el amor como se debe
(Pero el amor es un instantáneo animal)
Hace el amor con provecho
(Pero el amor dilapida y confunde como una riqueza malhabida)
Todo está bien
(Pero)


HA CORRIDO

Ha detenido el pequeño auto
(Que entonces no tenia)
Y ha corrido hacia aquella mujer,
Allí de súbito, inesperada,
Como entonces, hace ya varios años,
Cuando las armas eran nuevas
Y casi nadie sabía usarlas;
Cuando sonaban, entre banderas y letreros, himnos
Cuyas estrofas, tan largas, confundíamos,
Y se avanzaba por vez primera con los brazos unidos,
Diciendo sí a la historia.
Ha corrido hacia aquella mujer,
Y no era ella.

Y ha vuelto al auto, lo ha echado a andar, ha intentado reanudar
La conversación interrumpida, mientras otros hombres y otras mujeres
Seguían saliendo lenta, indiferentemente de la plaza.


IDIOMAS, VELÁMENES, ESPUMAS

Junto al mar que debe adjetivarse rugiente,
Hay una casa al parecer abandonada,
Como si ésta no fuera la realidad, sino un sueño o una historia;
Como si la realidad no tuviese extrañezas que ya quisiera una historia.
En la casa junto al mar
Hay una piscina vacía, hay la mesa de un juego olvidado,
Hay el rayo algo ridículo pero totalmente verdadero de la luna,
Y hay un poco de sombra sobre un poco de tierra húmeda.
Allí se vuelve para recoger,
Cuando el día revela cortinas rotas y ropa tendida,
El minúsculo caracol sobre el cual yació, incómodo y glorioso,
El cuerpo aquel que daba luz,
Que daba rumor más poderoso que el del mar,
Mientras un país entraba en otro, al mismo tiempo en guerra y en paz,
Reuniendo una revolución de muchos años y otra relampagueante,
Con idiomas, velámenes y espumas.


MADRIGAL

Había la pequeña burguesía,
La burguesía compradora,
Los latifundistas,
El proletariado,
El campesinado,
Otras clases,
Y tú,
Toda temblor, toda ilusión.


LA OTRA

Celebra Navidad el 23
O el 26,
Y fin de año el 30
O el 2 o el 3.
No celebra el Día de Reyes.
Le dicen con el corazón
Que el otro año sí.
Pero los dos se separan
Llorando,
Porque no.


HOY ERES MENOS

Alguien que ha estado tratando de olvidarte,
Y a cuya memoria, por eso mismo,
Regresabas como la melodía de una canción de moda
Que todos tararean sin querer,
O como la frase de un anuncio o una consigna;
Alguien así, ahora,
Probablemente
(Seguramente) sin saberlo,
Ha empezado, al fin, a olvidarte.

Hoy eres menos.


CUANDO SE ABRE LA REJA DE TU JARDÍN

Cuando se abre la reja de tu jardín, María Elena,
No sólo se oye el tintinear de los vasos, la risa
De un pintor de dieciséis años, de un campeón de ajedrez
Sueco, de paso por La Habana; no sólo
Se vislumbran luces que iluminan una mano de bronce, una silla
Torcida, sino sobre todo,
Más allá de las hojas lustrosas de luna, del ladrido de los perros
Con nombres que se ensayaron en el expresionismo alemán o en la tragedia griega,
Tenemos la extraña sensación de saber
Que vamos a encontrarnos con quien conserva en la sangre
La remota pero siempre visible polvareda
De esa carga de caballería en que se hizo la patria,
El campamento a la intemperie, bajo las húmedas estrellas mambisas,
El conspirador oculto en el cuarto de atrás, después de haber puesto la bomba
Contra el esbirro sanguinario; la certidumbre
De que la revolución marcha hacia adelante entre trabajos agrícolas, islas, errores,
Sueños, amigos enemigos, inacabables reuniones, vestuarios, guardias;
Y que va a abrir la puerta, apenas cambiada,
La niña que al nacer, hace cincuenta años,
Ya parecía esa flor de Cuba,
La mariposa fragante, pálida entre los dedos del amor.


GRACIAS, GRACIAS, JARDIN ZOOLÓGICO,
POR RENOVAR ESTA LECCIÓN

Por lo mismo que al elefante le atrae la elefanta,
Sus patas inmemoriales y rugosas,
El bufido y la oreja que abanica;
Y a la jirafa macho lo sobresalta la jirafa hembra,
Su cuello descomunal (que para él, por supuesto, no es descomunal),
Y las inquietantes moticas de la piel;
Y al pavorreal su pareja,
Y al majá su lustrosa compañera,
Me gustas tú.

Y por lo mismo que la leona defiende sus cachorros,
Y la buitre recién parida tiende el ala siniestra sobre el nido,
Y la cucaracha se afana por sus larvas,
Te preocupas, al ir a cruzar la calle, por nuestras niñas deliciosas.


NOTA JUNTO A LA ALMOHADA

Hay demasiadas memoriassiadas esperanzas
Confundidas entre nosotros, hay demasiada vida
Para que nada pueda separarnos: ni la pena
Que llega a manotazos,
Ni esa flor que acaricia, deslumbra y pasa
Dejando una tristeza abierta como una boca.
El largo tiempo atestado de ciudades y amores
Se ha ido extendiendo, de Amsterdam a New Haven,
De Taxco a Brindisi,a melancolías, a temores,
A ilusiones, a sueños, como para que nada,
Sino la que todo separa, nos pueda separar,
Niña de ayer y de mañana, mujer de mi vida.



iv. A un poeta

A UN POETA DE ANTES

Vivió. Sufrió. Murió. ¿Monotonía?
¿Deslumbramiento? Júzguelo quien pueda.
En su tiempo amó al tiempo y al espacio.
Hoy su espacio no es casi nada, y nada
Aquel tiempo, que el nuestro ha devorado,
Y quizás a él también, bajo la forma
De aves, de caracoles o legumbres.
Tuvo una historia que se nos escapa.
Algo ha llegado, sin embargo, de él:
Lo festejaron por lo que no era,
Y lo atacaron por lo que no fue.
¡Ah, poeta de antes!
                                   ¡Ah, poeta!


DESAGRAVIO A FEDERICO

En un poema (por otra parte más bien malo) acabo de leer, y me ha impresionado,
Que no se grabó tu voz, de la que tanto hablan los que te conocieron;
Que no se grabó tu voz, y que esos nuevos viejos,
Esos hombres de más de sesenta años que empiezan ahora a extinguirse en masa,
Y que fueron tus maravillados coetáneos,
Están, al morirse, llevándose consigo, borrando de la tierra la última memoria de tu voz.
Dentro de poco tiempo (digamos otros treinta años),
No quedará nadie en el planeta
Que pueda recordar cómo tú hablabas,
Cantabas,
Reías,
Presumiblemente llorabas.
Tu voz será olvidada para siempre.

Así también serás todo tú olvidado
Dentro de trescientos,
Tres mil
O treinta mil años.
Quizás se olvide hasta la idea misma de la poesía,
Eso de que eras dueño,
Y que por una parte mira a las palabras
Y por la otra al alma.
Hay pues que apresurarse
A hacerte el desagravio,
Fresca todavía la muerte.

Porque después de un deslumbramiento adolescente,
En que te pasábamos de mano en mano, hecho tan sólo un nombre, como Sócrastes o Leonardo
(los otros eran Machado, Unamuno, Martí, Neruda, Alberti.
Sólo Juan Ramón y tú
Eran Juan Ramón y Federico);
Después de entonces,
Llegaron los otros
Y vinieron los días de negarte.
Qué injusticia, Federico,
Qué injusticia —quizás imprescindible: los vivos se nutren de los muertos,
Pero no lo proclaman—.

Ahora es necesario que rindan homenaje
No sólo los discurseros
Y los que te hacen biografías y estudios,
Sino los negros magníficos que amaste y que desafían a perros y a blancos,
Las diez mil prostitutas que prometen desfilar por Santiago de Chile,
Los pobres muchachos equívocos, las salamandras de cinco patas, arrojados del mundo,
Los sobrantes, los estupefactos.
Y los poetas.

Ahora que vamos a tener la edad
Que es la tuya para siempre,
Es un acto de justicia
Tan fatal, tan necesaria como la otra injusticia,
Decir que teníamos razón entonces, a la salida apenas de la niñez,
Cuando Federico era un hombre electrizado,
Una lama que se intercambia en las tinieblas,
Un tesoro, un amigo inolvidable arrebatado en la noche en que empezó el invierno.
Sabías más, eras mejor, y el candor o la inocencia
O la avidez o el desamparo
Te descubrían para crecer.

Mi raro, mi sobrecogedor hermano mayor,
Antes de que desaparezcas para siempre,
Con los tobillos rotos, complicados instrumentos músicos al cuello,
Los ojos arrasados en lágrimas,
El pecho y la cabeza agujereados;
Antes de que desaparezcamos para siempre,
Voy a abrazarte, más bien emocionado,
En este viento que nos enseñaste a nombrar
Con palabras que te ibas sacando del bolsillo,
Y eso que para entonces ya estabas muerto, muerto,
Y no eras sino páginas, y ya habían empezado a perderse
Las palabras de carne y hueso que hicieron estremecer al mundo
Hasta ese agosto de 1936, hace ahora treinta años,
En que las bestias siempre al acecho te fusilaron porque sí,
Porque todo,
Porque así se terminan los poetas.


R. D.

Descubrió que nacer en Nicaragua no era (como se aseguraba) una insalvable limitación
Y se fue a Chile
Donde suspiró por Francia
Hasta que en un café del Quartier Latin encontró a su Verlaine
Quien le dijo merde.
Se reconcilió con el idioma, con España, con América.
Volvió a Nicaragua, y verificó que sólo la muerte es limitación.


ARTE POÉTICA PARA REGALAR

Rápido, denles la onda,
Díganles por dónde va la cosa:
No quieren quedarse atrasados,
Ellos, que las otras veces
Llegaron tarde a las palabras,
Y cuando lo de la mierda
Andaban todavía por los lirios;
Háblenles de la maraña,
Que seguramente tendrán listo en media hora
El poema contra la burocracia,
Contra los que discriminan a los otros
(Ahora que ellos no tienen dónde
Excluir también a los otros);
Rápido, denles la onda,
Ayúdenlos a lograr ese poema
Salvaje, audaz,
Apenas
Atrasado.


HACIENDO UNA ANTOLOGÍA

Improvisamos un simulacro de posteridad,
Y, solemnes a la manera del día,
Es decir, con la menor solemnidad aparente,
Nos ponemos a repartir premios,
Lugares, bandas azulceleste a todo lo largo del pecho
Coloquial pero bien trabajado,
Y un que otro soplamocos al niño de la linda corbata
Y la hoy inaceptable manzana lustrada.

Llegan las tazas de café. No falta el ingenioso
Que improvisa suspiros por tabacos
(Eusebio, ¡nomeolvides!).
Hojeamos luego nuevas páginas
(¡Oigan esto!).
Buscamos treintiocho veces el imprescindible poeta
De aquel país sin poetas.

A la tarde de muchas mañanas,
Cuando quién distinguiría a Garcilaso de la Vega
Del Inca Garcilaso de la Vega,
Y está a punto de desgajarse el grupo como una fruta demasiado madura,
Es entonces que pasa inadvertido el poema
Donde estaba empezando tranquilamente el futuro.


ANTE LA BELLEZA

Esta noche de octubre, el Ballet del Siglo XX
Gira con tanta gracia, con tanta sabiduría,
Con inocencia tanta,
Que uno no puede menos
Que sentirse consternado
Ante la fragilidad de la belleza:
Esta muchacha está casi perfecta
Así, Ahora:
Pero un pequeño giro innecesario
Hacia un lado o hacia otro
—Ni que decir un manotazo—,
Y adiós belleza, adiós sabiduría,
Adiós esperanza,
Adiós.


CRISTALES

Dicen que Gabriela Mistral dijo una vez, maligna, a nuestro atildado, nuestro pobre Mariano Brull:
—Mariano, ¿qué se va a hacer usted, cuando llegue a viejo, con esos cristalitos?
(Gabriela aludía a los poemas de verdad cristalizados y en diminutivo de Brull,
A quien todavía nosotros llegamos a leer con respeto por lo menos.)
Sin embargo, los versos de Gabriela, madraza y todo, con esos bramidos
Que de vez en cuando uno cree escuchar en su fondo,
¿Qué otra cosa son a fin de cuentas sino un montón de cristales
En una mano, cristales en blanco y negro más que en colores quizás,
Pero cristales, cristales? ¿Y los versos de quién, Gabriela,
Pueden ser otra cosa sino cristales,
Cuando alguien está sollozando, cuando pasa el viento o la historia
Por debajo de la ventana, a través del libro
Donde un ansioso lee palabras que fueron rumores,
Que fueron sacrificio, riqueza, realidades?



v. que veremos arder

QUE VEREMOS ARDER

Abel derramó su sangre en el comienzo.
No lo siguieron más que los humildes, los olvidados?
Y, luego de andar sobre el mar,
Quedaron doce, y todo empezó de nuevo.
Bajaron con barbas al romper el año,
Y tuvieron discípulos sobre la vasta tierra.

Esto lo sabía ya el libro.

Pero los símbolos que ellos hicieron
No tenían libro: los que hicieron las cosas
No tenían nombres, o al menos sus nombres
No los sabía nadie. Las fechas que llenaron
Estaban vacías como una casa vacía.
Ahora sabemos lo que significan Cuartel Moncada, 26,
Lo que significan Camilo, Che, Girón, Escambray, octubre.
Los libros lo recogen y lo proponen.

El viento inmenso que lo afirma barre las montañas y los llanos
Donde los que no tienen nombres,
O cuyos nombres no conoce nadie todavía,
Preparan en la sombra llamaradas
Para fechas vacías que veremos arder.


ESTÁN EVACUANDO HANOI

Están evacuando Hanoi
Para que las bombas norteamericanas no desbaraten más niños.
Están evacuando Hanoi
Y marchan, más bien silenciosos,
Cogidos de la mano algunos, los más pequeños; otros,
Cargados de paquetes. Marchan
Por el lívido Malecón,
Cruzan frente a los edificios de la parte baja de El vedado
Y miran la espuma con que rompe el mar en los arrecifes.
Están evacuando Hanoi
Con los carros de que disponen, carros atestados
De muebles y alguna ropa, y hasta de cosas inesperadas: aquello
Parece una guitarra, y aquello es un espejo.
Están evacuando Hanoi
Y los más adelantados ya han llegado a la boca del puerto,
Y ven cercano al Morro, parpadeante,
A la Cabaña,
Y siguen avanzando: unos tomarán el túnel, y otros
Bordearán la había. Algunos irán hacia el sur.
Ahora pasan ómnibus iluminados apenas, y camiones como los del corte de caña,
Pero no van a la caña: salen de la ciudad,
Lejos, al campo,
Porque esta madrugada ha comenzado la evacuación de Hanoi.


REGRESO DE LA ISLA

Volveremos en la noche, apenas dormida, de la Isla,
Y apoyados en la borda, conversando con alguien inteligente cuyo nombre no sé,
Vemos la espuma que el lento barco va dejando, Pero casi no vemos nada más allá del propio barco, Como no sea la oscuridad al parecer inmensa de la noche inmensa.
Y, naturalmente, empezamos a hablar (¿quién el primero? )
De los que se van de la Grande en noches sin luna, montados en botes insignificantes,
Y se meten en la sombra como en una pesadilla que van a vivir, van a morir despiertos,
Y de algunos no se sabrá luego ni el nombre, tragados por este mar de los piratas.
(De los piratas vamos a hablar después?)
¿A quiénes los arrastra el contagio? ¿A quiénes una desesperación que sorprendentemente se ha alimentado de lo mismo que anima a nuestras esperanzas?
Y empezamos entonces a evocar a esos otros hombres, los que hemos dejado en la Isla?
¿Cómo llegaron allá? ¿Aventura? ¿Coacción? ¿Ilusión? ¿Conciencia?
¿Acaso no hemos ido a averiguarlo?
¿Y acaso hemos averiguado gran cosa con nuestros papeles que debían coronarse en un informe y no en esta especie de poema?
Esos rudos y tiernos hombres que duermen en hileras de camas, en secos campamentos,
Están como en la piedra de fundar de nuestra historia,
Y sin embargo, ¿será verdad que la historia les resbala por encima, como el rocío sobre la carrocería de un camión?
De Barros a Fantomas —Barros, que como un señor me dio a Palomo, mi primer caballo, y Fantomas, el niño para siempre, que quiso ayudar a que la historia empezara de nuevo, al sur—;
De Víctor íntegro y Cheo con sus cotorras, a Betancourt, el que aprendió a leer en estos años y habla de Maceo acaso sospechándose de su estirpe;
De Miguel, que gana noventa pesos al mes por arriesgar cada día su vida monteando los últimos puercos jíbaros, feroces como cuchillos,
A Manolo, el montero, que enlaza el imposible toro negro, corriendo a todo lo que dan las patas del caballo, en la noche:
¿Dónde ponerlos a ustedes en el informe, hermanos?
¿Dónde sus nombres en medio de cifras, de ilegibles tantos por ciento?
No quiero invocar sólo en palabras el nombre pueblo. Busco otra forma de dejarlos junto a mi corazón,
Ahora que el barco viaja casi inmóvil en la sombra,
Y se ve que vamos a empezar a hablar de los piratas para esperar cumplidamente el amanecer enorme sobre el mar.


¿POR QUÉ?

¿Por qué ésta no es Suecia? ¿Por qué ésta no es Austria?
¿Por qué trabajar el campo en vez de leer a Hopkins?
¿Por qué si tengo que ensuciarme las manos
no es recogiendo mis pelotas de golf?
¿Por qué me usan el tiempo que yo necesito emplear
en decir que no tengo nada que hacer en el tiempo que me usan?

Y le respondemos: ¿por qué ésta no es Grecia?
¿Por qué ésta no es Babilonia la de las tabillas inmortales,
donde hay un mapa y una epopeya y la forma del sueño?
¿Por qué ésta no es la India del tiempo en que la India era la India?
Para que luego no puedan decir que todos fuimos como tú,
Y en vez de eso, se añada el nombre de esta tierra a esos suspiros.



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