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Roberto
Fernández Retamar Nuestro símbolo no es pues
Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán. Esto es algo que vemos
con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas
donde vivió Calibán: Próspero invadió las islas, mató a nuestros
ancestros, esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para poder
entenderse con él: ¿qué otra cosa puede hacer Calibán sino utilizar
ese mismo idioma —hoy no tiene otro— para maldecirlo, para desear que
caiga sobre él la “roja plaga”? No conozco otra metáfora más
acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad. De Túpac
Amaru, Tiradentes, Toussaint-Louverture, Simón Bolívar, el cura
Hidalgo, José Artigas, Bernardo O’Higgins, Benito Juárez, Antonio
Maceo y José Martí, a Emiliano Zapata, Augusto César Sandino, Julio
Antonio Mella, Pedro Albizu Campos, Lázaro Cárdenas, Fidel Castro y
Ernesto Che Guevara; del Inca Garcilaso de la Vega, el Aleijadinho,
la música popular antillana, José Hernández, Eugenio María de Hostos,
Manuel González Prada, Rubén Darío (sí: a pesar de todo), Baldomero
Lillo y Horacio Quiroga, al muralismo mexicano, Héctor Villalobos, César
Vallejo, José Carlos Mariátegui, Ezequiel Martínez Estrada, Carlos
Gardel, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Aimé Césaire,
José María Arguedas, Violeta Parra y Frantz Fanon, ¿qué es nuestra
historia, qué es nuestra cultura, sino la historia, sino la cultura de
Calibán? Pese
a sus carencias, omisiones e ingenuidades (ha dicho también Benedetti),
la visión de Rodó sobre el fenómeno yanqui, rigurosamente ubicada en
su contexto histórico, fue en su momento la primera plataforma de
lanzamiento para otros planteos posteriores, menos ingenuos, mejor
informados, más previsores (...) la casi profética sustancia del
arielismo rodoniano conserva todavía hoy, cierta parte de su
vigencia.[31] Estas
observaciones están apoyadas por realidades incontrovertibles. Que la
visión de Rodó sirvió para planteos posteriores menos ingenuos y más
radicales, lo sabemos bien los cubanos con sólo remitimos a la obra de
nuestro Julio Antonio Mella, en cuya formación fue decisiva la influencia
de Rodó. En un vehemente trabajo de sus veintiún años. “Intelectuales
y tartufos” (1924), en que Mella arremete con gran violencia contra
falsos valores intelectuales de su tiempo —a los que opondrá los
nombres de Unamuno, José Vasconcelos, Ingenieros, Varona—, Mella
escribe: “Intelectual es el trabajador del pensamiento. ¡El
trabajador!, o sea, el único hombre que a juicio de Rodó merece la vida,
(...) aquél que empuña la pluma para combatir las iniquidades, como
otros empuñan el arado para fecundar la tierra, o la espada para libertar
a los pueblos, o los puñales para ajusticiar a los tiranos”.[32] La
obra así proyectada fue Ariel. En el discurso definitivo sólo se
encuentran dos alusiones directas al hecho histórico que fue su
primer motor (...) ambas alusiones permiten advertir cómo ha
trascendido Rodó la circunstancia histórica inicial para plantarse de
lleno en el problema esencial: la proclamada decadencia de la raza
latina.[35] El
hecho de que un servidor del imperialismo como Rodríguez Monegal,
aquejado de la “nordomanía” que en 1900 denunció Rodó, trate de
emascular tan burdamente su obra, solo prueba que, en efecto, ella
conserva cierta virulencia en su planteo, aunque hoy lo haríamos a partir
de otras perspectivas y con otro instrumental. Un análisis de Ariel
—que no es ésta en absoluto la ocasión de hacer— nos llevaría
también a destacar cómo, a pesar de su formación, a pesar de su
antijacobinismo, Rodó combate allí el antidemocratismo de Renán y
Nietzsche (en quien encuentra “un abominable, un reaccionario
espíritu”, p. 224), exalta la democracia, los valores morales y la
emulación. Pero indudablemente, el resto de la obra ha perdido la
actualidad que, en cierta forma, conserva su enfrentamiento gallardo a los
Estados Unidos y la defensa de nuestros valores. Todavía,
con toda precisión, no tenemos siquiera un nombre, todavía no tenemos un
nombre, estamos prácticamente sin bautizar: que si latinoamericanos, que
si iberoamericanos, que si indoamericanos. Para los imperialistas no somos
más que pueblos despreciados y despreciables. Al menos lo éramos. Desde
Girón empezaron a pensar un poco diferente. Desprecio racial. Ser
criollo, ser mestizo, ser negro, ser, sencillamente, latinoamericano, es
para ellos desprecio.[37]
Es naturalmente, Fidel Castro, en el décimo aniversario de la victoria de
Playa Girón. Notas [30]
“Es abusivo”, ha dicho Benedetti, “confrontar a Rodó con
estructuras, planteamientos, ideologías actuales. Su tiempo es otro que
el nuestro (...) su verdadero hogar, su verdadera patria temporal, era el
siglo XIX”. (op. cit., p. 128). Literatura
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