Roberto
Fernández Retamar
(La Habana, 1930-2019)
Calibán
Apuntes sobre la cultura
de nuestra América
EL PORVENIR EMPEZADO
La pretensión de englobarnos en el
“mundo libre” —nombre regocijado que se dan hoy a sí mismos los
países capitalistas, y de paso regalan a sus oprimidas colonias y
neocolonias— es la versión moderna de la pretensión decimonónica de
las clases criollas explotadoras de someternos a la supuesta “civilización”;
y esta última pretensión, a su vez, retoma los propósitos de los
conquistadores europeos. En todos estos casos, con ligeras variantes, es
claro que la América latina no existe sino, a lo más, como una resistencia
que es menester vencer para implantar sobre ella la verdadera
cultura, la de “los pueblos modernos que se gratifican a ellos mismos
con el epíteto de civilizados”, en frase de Pareto[71] que tanto
recuerda la que en 1883 escribiera Martí sobre la “civilización, que
es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo”.
Frente a esta
pretensión de los conquistadores, de los oligarcas criollos, del
imperialismo y sus amanuenses, ha ido forjándose nuestra genuina
cultura —tomando este término en su amplia aceptación histórica y
antropológica— la cultura gestada por el pueblo mestizo, esos
descendientes de indios, de negros y de europeos que supieron capitanear
Bolívar y Artigas; la cultura de las clases explotadas, la pequeña
burguesía radical de José Martí, el campesinado pobre de Emiliano
Zapata, la clase obrera de Luis Emilio Recabarren y Jesús Menéndez; la
cultura de “las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra,
de obreros explotados” de que habla la Segunda declaración de La
Habana (1962), “de los intelectuales honestos y brillantes que tanto
abundan en nuestras sufridas tierras de América latina”, la cultura de
ese pueblo que ahora integra “una familia de doscientos millones de
hermanos” y “ha dicho: ¡Basta!, y ha echado a andar.”
Esa cultura, como
toda cultura viva, y más en sus albores, está en marcha; esa cultura
tiene desde luego rasgos propios, aunque haya nacido —al igual que
toda cultura, y esta vez de modo especialmente planetario— de una
síntesis, y no se limita de ninguna manera a repetir los rasgos de los
elementos que la compusieron. Esto es algo que ha sabido señalar, pese a
que sus ojos estuvieran alguna vez en Europa más de lo que hubiéramos
querido, el mexicano Alfonso Reyes. Al hablar él y otro latinoamericano
de la nuestra como una cultura de síntesis:
ni
él ni yo (dice) fuimos interpretados por los colegas de Europa, quienes
creyeron que nos referíamos al resumen o compendio elemental de las
conquistas europeas. Según esta interpretación ligera, la síntesis
sería un nuevo punto terminal. Y no: la síntesis es aquí un nuevo punto
de partida, una estructura entre los elementos anteriores y dispersos,
que —como toda estructura— es trascendente y contiene en sí
novedades. H3O no es sólo una junta de
hidrógeno y oxígeno, sino que —además— es agua.[72]
Hecho
especialmente visible si se toma en cuenta que esa agua partió no sólo
de elementos europeos, que son los que enfatiza Reyes, sino también
indígenas y africanos. Aun con sus limitaciones, Reyes es capaz de
expresar, al concluir su trabajo: “...y ahora yo digo ante el tribunal
de pensadores internacionales que me escucha: reconocemos el derecho a la
ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la
mayoría de edad. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros”.[73]
Estas palabras se
decían en 1936. Hoy, ese “muy pronto” ha llegado ya. Si hubiera que
señalar la fecha que separa la esperanza de Reyes de nuestra certidumbre
—con lo dificiles que suelen ser esos señalamientos—, yo indicaría
1959: llegada al poder de la Revolución cubana. Se podrían ir marcando
algunas de las fechas que jalonan el advenimiento de esa cultura: las
primeras son imprecisas, se refieren a combates de indígenas y revueltas
de esclavos negros contra la opresión europea. En 1780, una fecha mayor:
sublevación de Túpac Amaru en el Perú; en 1803, independencia de
Haití; en 1810, inicio de los movimientos revolucionarios en varias de
las colonias españolas de América, movimientos que van a extenderse
hasta bien entrado el siglo; en 1867, victoria de Juárez sobre
Maximiliano; en 1895, comienzo de la etapa final de la guerra de Cuba
contra España —guerra que Martí previó también como una acción
contra el naciente imperialismo yanqui—; en 1910, Revolución
mexicana; en los años veinte y treinta de este siglo, resistencia en
Nicaragua de Sandino y afianzamiento en el continente de la clase obrera
como fuerza de vanguardia; en 1938, nacionalización del petróleo
mexicano por Cárdenas; en 1944, llegada al poder de un régimen
democrático en Guatemala, que se radicalizará en el gobierno; en 1946,
inicio de la presidencia en la Argentina de Juan Domingo Perón, bajo la
cual mostrarán su rostro los “descamisados”; en 1952, revolución
boliviana; en 1959, triunfo de la Revolución cubana; en 1961, Girón:
primera derrota militar del imperialismo yanqui en América y
proclamación del carácter marxistaleninista de nuestra Revolución; en
1967, caída del Che Guevara al frente de un naciente ejército
latinoamericano en Bolivia; en 1970, llegada al gobierno, en Chile, del
socialista Salvador Allende.
Fechas así, para
una mirada superficial, podría parecer que no tienen relación muy
directa con nuestra cultura. Y en realidad es todo lo contrario: nuestra
cultura es —y sólo puede ser— hija de la revolución, de nuestro
multisecular rechazo a todos los colonialismos; nuestra cultura, al igual
que toda cultura, requiere como primera condición nuestra propia
existencia. No puedo eximirme de citar, aunque lo he hecho ya en otras
ocasiones, uno de los momentos en que Martí abordó este hecho de manera
mas sencilla y luminosa: “No hay letras, que son expresión”,
escribió en 1881, “hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni
habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya Hispanoamérica”.
Y más adelante: “Lamentémonos ahora de que la gran obra nos falte, no
porque nos falte ella, sino porque ésa es señal de que nos falta aún el
pueblo magno de que ha de ser reflejo”.[74] La cultura
latinoamericana, pues, ha sido posible, en primer lugar, por
cuantos han hecho, por cuantos están haciendo que exista ese “pueblo
magno” que en 1881 Martí llamaba todavía Hispanoamérica, y unos años
después preferirá nombrar ya con el término más acertado de “Nuestra
América”.
Pero
ésta no es, por supuesto, la única cultura forjada aquí. Hay también
la cultura de la anti-América: la de los opresores, la de quienes
trataron (o tratan) de imponer en estas tierras esquemas metropolitanos, o
simplemente, mansamente, reproducen de modo provinciano lo que en otros
países puede tener su razón de ser. En la mejor de las posibilidades, se
trata, para repetir una cita, de la obra de “quienes han trabajado, en
algunos casos patrióticamente, por configurar la vida social toda con
arreglo a pautas de otros países altamente desarrollados, cuya forma se
debe a un proceso orgánico a lo largo de los siglos”, y que al proceder
así, dijo Martínez Estrada, “han traicionado a la causa de la
verdadera emancipación de la América latina”.[75]
Todavía
es muy visible esa cultura de la anti-América. Todavía en estructuras,
en obras, en efemérides se proclama y perpetúa esa otra cultura. Pero no
hay duda de que está en agonía, como en agonía está el sistema en que
se basa. Nosotros podemos y debemos contribuir a colocar en su verdadero
sitio la historia del opresor y la del oprimido. Pero, por supuesto, el
triunfo de esta última será sobre todo obra de aquellos para quienes la
historia, antes que obra de letras, es obra de hechos. Ellos lograrán el
triunfo definitivo de la América verdadera, restableciendo su unidad a
nuestro inmenso continente, y esta vez a una luz del todo distinta: “Hispanoamérica,
Latinoamérica, como se prefiera”, escribió Mariátegui, “no
encontrará su unidad en el orden burgués. Este orden nos divide,
forzosamente, en pequeños nacionalismos. A Norteamérica sajona le toca
coronar y cerrar la civilización capitalista. El porvenir de la América
latina es socialista”.[76] Ese porvenir, que ya ha empezado, acabará
por hacer incomprensible la oficiosa pregunta sobre nuestra existencia.
Notas
[71]
Vilfredo Pareto: Tratado de sociologia general, v. II, cit. por
José Carlos Mariátegui en Ideología y politica, cit., p. 24.
[72] Alfonso Reyes: “Notas sobre la inteligencia americana” en Obras
completas, tomo XI, México, 1960, p. 88.
[73] op. cit., p. 90.
[74] José Martí: “Cuaderno de apuntes, 5” (1881), en O. C.
XXI, 164.
[75] Ezequiel Martínez Estrada: “El colonialismo como realidad”, cit.
en la nota 53.
[76] José Carlos Mariátegui: cit. en Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, La Habana, 1961 p. XII.
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