Roberto
Fernández Retamar
(La Habana, 1930-2019)
“En Cuba las dificultades
son nuestro aire cotidiano”
Entrevista con Miguel Russo
(1992)
El
escritor cubano Roberto Femández Retamar (La Habana, 1930) es director de
la revista Casa de las Américas. En su paso por Buenos Aires
brindó una serie de conferencias con motivo del 500 aniversario de la
conquista de América y presentó el libro El encubrimiento. Profesor de
teoría y crítica literarias de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de La Habana, Retamar es una de las personalidades más
destacadas e influyentes de la identidad latinoamericana. Las dificultades
ante políticas culturales equivocadas o inexistentes, la inserción de la
literatura latino americana en el terreno universal y la dimensión
generacional intelectual fueron algunos de los temas sobre los que opinó
el poeta y ensayista.
—¿Cree
usted que la cultura latinoamericana está inmersa en la cultura
occidental o que mantiene características propias?
—La llamada
cultura occidental es irrenunciablemente nuestra, lo que pasa es que no es
toda nuestra cultura. La nuestra tiene raíces y desarrollos propios. En
algunos casos esto es muy evidente, porque se subrayan aspectos, a veces,
excesivamente locales. Pero es tan así incluso en autores que rechazaron
o impugnaron todo el costado local en sus obras.
—¿Podría ser
el caso de Jorge Luis Borges?
—De su obra inicial. Sin embargo, es notorio su carácter
latinoamericano y específicamente argentino. Siempre que me decían que
Borges era un autor europeo yo preguntaba: ¿como cuál autor europeo?
Seguro que todo el grupo Tel Quel o algunos escritores norteamericanos
escriben como Borges. Pero se parecen a Borges, no es que Borges se
parezca a ellos. Todo esto es casi una situación límite, porque aun hoy
se tiende a ver en Borges a un escritor europeo.
—¿Habla de
sobrepasar una cultura dominante?
—Ocurre que una
vez que se alcanza determinada dimensión ,se sobrepasa a la cultura
hegemónica de la misma manera que se sobrepasa una generación. Decía
Max Aub que hay dos generaciones: la que corta el bacalao y la que
asciende con un cuchillo entre los dientes para degollar a esa generación
y poder cortar el bacalao por sí misma. Yo agregaría: mientras uno no
publicó nada, pertenece a determinada generación, determinado grupo,
barrio o calle. Pero cuando publica, sus coetáneos se llaman Quevedo,
Homero, Esquilo, Shakespeare o Neruda y tiene que bracear con la historia
entera y no estará justificado por el hecho de ser joven o progresista o
reaccionario.
—¿La cuestión
sería fundar un idioma particular?
—Sí,la obra
consustanciada con lo que rodea al autor, arraigada incluso
idiomáticamente. Es el caso de Rayuela. Esta obra está escrita no
sólo por un argentino sino que está escrita en argentino, en clave
argentina. Cortázar no tuvo que valerse de una lengua abstracta o de
laboratorio o académica, que todo el mundo hubiera entendido pero que
nadie habría asumido como propia. Y hablo de la narrativa rusa de finales
de siglo XIX con Tolstoi, Dostoievsky o Turgueniev; de la narrativa
norteamericana a partir de los años 20 con Faulkner, Hemingway o Dos
Passos; del cubanísimo Carpentier; del mexicanazo tremendo de Rulfo o del
muy colombiano García Márquez.
—Usted habla de
narrativa, pero ese arraigo idiomático, ¿no está prefigurado por la
poesía anterior a la novela?
—Seguro, el idioma
narrativo, particular de cada país, está premoldeado por los poetas.
Pienso en la poesía desde Rubén Darío hasta Juan Gelman, fundadora de
un espacio idiomático, de un espacio espiritual donde se va a insertar la
narrativa. Nadie puede leer a García Márquez, si ha conocido la poesía
de Alvaro Mutis, sin darse cuenta de que hay allí una especie de relevo
en el mejor sentido de la palabra. Por otra parte, se producen
intercomunicaciones muy fuertes entre la poesía y la narrativa.
—El caso
concreto de Paradiso de Lezama Lima.
—La gran novela de
Lezama. Ahora bien, Lezama fue un gran poeta, totalmente desconocido como
tal. Cuando yo tenía 20 años y Lezama era para mí lo que sigue siendo
hoy: una gran figura de la literatura, tenía algo así como 27
admiradores en todo el planeta. De manera que cuando finalmente le llegó
la fama, palabra que Borges detestaba y que Rilke decía que era el
conjunto de equívocos en torno de una persona, me dio tristeza pensar que
le llegaba lateralmente. En ese caso no se le reconoció su grandeza
cuando era evidente. Paradiso, de Lezama Lima, es la novela de un
poeta; así como Adán Buenoayres es la novela de otro gran poeta
como Leopoldo Marechal.
—Hasta que en
el 60 llega la constitución de una novelística latinoamericana.
—Había grandes
novelas, pero no había novelística. Las obras que lograron
reconocimiento internacional, alrededor de los 60, hicieron para la
narrativa lo que los modernistas hicieron para la poesía. Si bien había
poesía hispanoamericana anterior fueron los modernistas los que lograron
una poética propia. Así es como le debemos la creación de un cuerpo
novelístico a los escritores de los años 60. Sirvió para la
implantación de un idioma, y no utilizo el término en el sentido
lingüístico, sino literario.
—¿Hubo
necesidad, entre los escritores del 60, de degollar a la generación
anterior?
—No, porque
eligieron que la verdadera forma de matar a otro escritor era
incorporarlo, evitando la peor forma, que es repetirlo miméticamente.
—De esta forma
lograron, además, crear el llamado boom literario.
—Término con el
cual no estoy de acuerdo, ya que la palabra boom no tiene nada que ver con
lo literario. Existe el boom petrolero, el boom económico o el boom
bancario. Y casi siempre al boom suele seguirle el crack. Y esto no fue el
caso de la literatura.
—A pesar de la
falta de política cultural clara. Esa falta, ¿ayuda o perjudica a los
escritores?
—Esa especie de
libertad silvestre que se le dio a nuestros narradores se convirtió en un
raro estímulo para crear. No sólo las obras literarias, sino en cierta
forma el ámbito en el que vivían y respiraban esas obras. Creo, sin
embargo, que una política cultural buena debe impulsar también la
creación, siempre y cuando esa política no pretenda orientar o decir
cómo debe ser la creación Eso, en lugar de política cultural sería
tiranía cultural.
—¿Existieron
buenas políticas culturales?
—Sí, seguro. El
caso de Vasconcelos al frente de la gestión intelectual de los años 20
en México; los momentos más felices de la Revolución Cubana; la
Nicaragua con Ernesto Cardenal al frente del Ministerio de Educación. En
esos momentos el viento soplaba a favor. En estos momentos, o sopla en
contra o no sopla. Quizás ese desafío se convierta en respuesta de obras
de alta calidad. Recuerdo una frase de Lezama que cité en una conferencia
dada en Nueva York en 1957, sin saber que un año después se avecinaban
grandes cambios en Cuba: “Un país frustrado en lo esencial político
puede hallar virtudes y realizaciones por otros cotos de mayorrealeza”.
—La palabra “realeza”
suena muy curiosa.
—Sí, pero en
Lezama quiere decir varias cosas. Quiere decir realidad, pero también
quiere decir majestad, y en cierta forma la obra de Lezama en particular y
de los escritores reunidos en el grupo Orígenes, que él encabezaba, era
el cumplimiento de esa cita. Hay que tener en cuenta que nosotros
veníamos de una historia de frustraciones.
—Esas
frustraciones, ¿vuelven a repetirse en Cuba?
—Es que en Cuba
las dificultades son nuestro aire cotidiano. Por lo menos ahora no
peleamos una derrota, sino que defendemos una esperanza. Quizás una buena
respuesta es la que daba, nuevamente, Lezama Lima por esos años negros:
“Sólo lo difícil es estimulante”.
—¿Es acertada
la actual política cultural cubana?
—Estos años fue
acertada, pero no está exenta de errores, como no está exenta de errores
la política general. Se mantiene una política cultural correcta dentro
de condiciones adversas. No tenemos una política cultural que sople en
contra, pero siempre hay que recordar que son los escritores y los
artistas los que hacen la obra de arte. Y esa obra la debemos hacer en
absoluta libertad.
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