Roque Dalton
(1935-1975)

Prólogo a «Un libro levemente odioso»

Por Elena Poniatowska



Nadie tan latinoamericano como Roque Dalton y nadie tan multitudinario. En vez de células, su cuerpo contenía a todas las muchedumbres de América Latina, a los de a pie, a los hacelotodo.

Por sus poros respiraban los bosques, las lianas, las montañas de su patria. En sus huesos, la médula era verde y en su linfa húmeda germinaban la yerbabuena y la santamaría.Muchacho flaco, ojeroso, sonámbulo, se comía las uñas y odiaba las inyecciones de vitamina B. Como San Tarcisio, estaba destinado a ser lapidado; San Tarcisio fue de los cristianos primitivos, de los escondidos en las catacumbas durante el imperio romano; a Roque lo patearon en las cárceles clandestinas, y las únicas hostias que se le metieron al corazón fueron los trozos de pan que él quiso repartir y le devolvieron como pedradas, las hostias de su martirologio, que de blancas pasaron a rojas, rojas sangre de Cristo, el mismo Cristo en el que creyó de niño cuando lo llevaron como nos llevan a todos a hincarnos frente al altar.

Dice Roque que Juana de Arco era una tonta, pero él, Roque, desvelado y santísimo Roque de San Salvador, encaramado en su nicho, la espada flámigera cercenadora de porcinas cabezas burguesas, Roque también fue tonto. Tonto, tontito Roquito, tonto, cien veces tonto, tú mismo lo dijiste, somos antiguos panes vanidosos, tontito Roque, por crédulo, por cándido, por hacerte las ilusiones, por creer que el Partido-Dios salva a los hombres, por caminar confiado, audaz, simpatiquísimo, extraordinariamente creador y original, rudimentario a ratos y siempre desenfadado, creyente y culpable a la manera de José Revueltas: "A mí me expulsaron del Partido Comunista mucho antes de que me excomulgaran en la Iglesia católica.

Eso no es nada: a mí me excomulgaron en la Iglesia católica después que me expulsaron del Partido Comunista.Puah!A mí me expulsaron del Partido Comunista porque me excomulgaron en la Iglesia católica."Cuenta Roque que no siempre fue tan feo, con su fractura en la nariz y su pedrada en el ojo, su quijada rota y sus huesos de más. "Está uno y su cara, uno y su cara de santón farsante". Su madre, enfermera, ganaba muy buen dinero (en la medida en que las enfermeras pueden ganar muy buen dinero) de suerte que a Roque no le faltaba nada. Al contrario, la sirvienta salía trás de él con el vaso lleno en la mano:-Roquito, Roquito, tómate la leche.

El vaso seguía al niño berrinchudo.-Roquito, tu leche, tu leche, por favor.Cricrí hubiera podido ponerle música como lo hizo con los que acusan a su niñera:Ay mamá, mira a esta Maríasiempre trae la leche muy fríaRoque habría de escribir:"Se llamaba María y era amiga de Dios.Sin embargo recuérdola mejor por sus pechos hiriendo mi mejilla en los amaneceres tibios de los domingos."Roquito hacía reír hasta a las piedras, como lo escribió Eduardo Galeano.Hacía reír porque rompía los lugares comunes.

Nadie menos solemne que Roque Dalton, nadie más capaz de hacer reír hasta las horas negras, nadie más dispuesto a aventarse a pecho abierto contra el peligro, nadie más accidentado. "Vengan, ya llegó Roque"; en la escuela, Roque era el ombligo del recreo; Roque, el corazón de la manzana; Roque, la mirada en el centro.También en la universidad era el líder.

Violento, purificador, Roque los echaba a andar, los expulsaba del templo, los sacaba de su envoltura humana, los aventaba al amor, a la profunda noche amorosa, a la poesía de todos, la que se dice en la calle, la que se canta, la de los trovadores.Siempre dijo que era un pobrecito poeta, un niño perdido, pobre como el verano, como una gran maleta más, así como Jorge Portilla, el filósofo mexicano, cantaba: "Soy un pobre venadito perdido en la serranía", y todos teníamos la sensación de que se refería a sí mismo.

Roque pobreaba también a El Salvador, su país encarcelado y encarcelador, su país penitenciario que lo envió a la Penitenciaría Central en octubre de 1960, y de allí a una miserable sucesión de prisiones y de patizas, su país que lo sacó al exilio, lejos del mundo, lejos del orden natural de las palabras, su país al que le escribió una carta de amor y de odio y otra y otra más:Patria dispersa, caes como una pastillita de veneno en mis horas.País mío no existessólo eres una mala silueta míauna palabra que le creí al enemigo(Quiero decir: por expatriado yotú eres ex patria)A quién no tienes harto con tu diminutez? Su padre Winnal Dalton apuntó: "Ponga usted a una honorable familia inglesa a vivir dos años en El Salvador y tendrá cuervos ingleses para sacar los ojos a quien quiera".Y Roque, su sucesor confirmó: "Supongo que (El Salvador) no existe sino en mi borrachera, pues en Inglaterra nadie sabe de él".Y: "Todo es posible en un país como éste, que entre otras cosas tiene el nombre más risible del mundo: cualquiera diría que se trata de un hospital o de un remolcador".

Insistía Roque: "El presidente de mi país se llama hoy por hoy coronel Fidel Sánchez Hernández. Pero el general Somoza, presidente de Nicaragua, también es presidente de mi país. Y el general Stroessner, presidente del Paraguay, es también un poquito presidente de mi país, aunque menos que el presidente de Honduras... Y el presidente de los Estados Unidos es más presidente de mi país que el presidente de mi país"."Deberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño", dijo Roque, el que nunca va a descansar en paz, porque "qué cosa más jodida es descansar en paz" en "un libro levemente odioso".Sufría de amor por El Salvador, se moría de frío por El Salvador y de rabia y de risa. De Roque todos hablan a risa abierta, como si no hubiera muerto, como si no lo hubieran matado en El Salvador el 10 de mayo de 1975 los mismos guerrilleros empeñados en su misma lucha. De Roque, todos los que lo conocieron dicen que era un personaje a todo dar, y resulta fácil imaginarlo haciendo del entusiasmo y de la sinceridad un mérito literario.

Al leerlo surge continuamente la figura de Jacques Prevert, su gran vaso de pernod en la mano, sorbiéndolo frente a una diminuta mesa de café mientras en las aceras pasan los escolares y los enamorados que más tarde dirán y cantarán sus versos entre el humo de los bares y los acordes de un piano; surge también la figura de Efraín Huerta, la de Renato Leduc, la de Enrique González Rojo, la de los poetas de demonios y maravillas, hallazgos y ocurrencias.

Roque es un manadero continuo, un chorro de agua cuya llave nadie puede cerrar y en la noche gotea, tac, tac, tac, tac, Roque irritante por mal cerrado. De tanto oír de él, deduje que era como un muchacho enfebrecido, empeñado en el asalto al cielo, porque ninguna presión más grande que la que Roque ejerció sobre sí mismo.

Lo leí con deleite hasta que tropecé con un poema cuesta arriba que dice: No olvides nunca/ que los menos fascistas/ de entre los fascistas/ también son/ fascistas. Y pensé, no puede ser, no Roque, eso no es verdad, el que tenga el mínimo de locura no es loco, el que tenga el mínimo de cancer no es canceroso. Prefiero a Lopez Velarde que confiesa sin más, su "íntima tristeza reaccionaría".




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