Roque Dalton
(El Salvador, 1935-1975)


La ventana en el rostro (1962)


POR QUÉ ESCRIBIMOS

Uno hace versos y ama
la extraña risa de los niños,
el subsuelo del hombre
que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda,
la instauración de la alegría
que profetiza el humo de las fábricas.

Uno tiene en las manos un pequeño país,
horribles fechas,
muertos como cuchillos exigentes,
obispos venenosos,
inmensos jóvenes de pie
sin más edad que la esperanza,
rebeldes panaderas con más poder que un lirio,
sastres como la vida,
páginas, novias,
esporádico pan, hijos enfermos,
abogados traidores
nietos de la sentencia y lo que fueron,
bodas desperdiciadas de impotente varón,
madre, pupilas, puentes,
rotas fotografías y programas.
Uno se va a morir,
mañana,
un año,
un mes sin pétalos dormidos;
disperso va a quedar bajo la tierra
y vendrán nuevos hombres
pidiendo panoramas.
Preguntarán qué fuimos,
quienes con llamas puras les antecedieron,
a quienes maldecir con el recuerdo.
Bien.
Eso hacemos:
custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.



CANTOS A ANASTASIO AQUINO

A Jorge Arias Gómez.

Anastasio Aquino fue la encarnación del más antiguo ideal del hombre pacíficamente americano: el ideal de convivir con la tierra, con la libertad, con el amor repartiéndose.

En el año de 1832, exactamente un siglo antes de la dolorosa epopeya de Feliciano Ama y Farabundo Martí, padres de la patria futura, Anastasio Aquino se rebeló al frente de la comunidad indígena de San Pedro Nonualco, contra el sistema opresor de los blancos y ladinos ricos que comerciaban, como ahora comercian, con el hambre y el dolor del indio.

Después de muchas batallas victoriosos, fue capturado por las fuerzas del gobierno salvadoreño y fusilado el 24 de junio de 1833.

ORÍGENES
I

Tu pie descalzo ante la dura tierra: barro en el barro.
Tu rostro unánime ante el pueblo: sangre en la sangre.
Tu voz viril de campo enardecido: grito en el grito.
Tu cuerpo, catedral de músculo rebelde: hombre en el hombre.
Tu corazón de pétalos morenos, sin espinas: rosa en la rosa.
Tu paso hacia adelante presuroso: ruta en la ruta.
Tu puño vengador, alzado siempre: piedra en la piedra.
Tu muerte, tu regreso hacia la tierra: lucha en la lucha.

Anastasio Izalco, Lempa Aquino:
desde que tú nacistes se ha hecho necesario apedillar
la lucha y ponerle tu nombre.

(Fuego desde el Jalponga y el Huiscoyolapa,
grito desde el añil, amor desde la hondura de tus puños,
lava desde tu pecho hasta el Chicontepeque,
pueblo desde el ayer hasta la vida.)

Río y volcán: un hombre.



II

Has nacido
para desentrañar la solución del odio,
para ascender, llevando al pueblo de la mano,
a la altura del trueno;
para romperle el alma al hambre,
para llenar de rosas liberadas la mirada del pobre;
para bordarle el corazón a la mañana
y establecer su axacta nitidez entre los pueblos que esperan;
para decirle al soldado, al cura,
al poeta repleto de soledades sórdidas,
a todo aquel que se quedó en la noche,
que aún contamos con él para construir el mundo proletario
que nos dará la dicha así,
sencillamente,
como se da la mano,
la tierra,
la esperanza...



DOLOR ANTIGUO

Sólo has visto dolor en tu llegada.

Dolor en los cañales explotados
sobre el dolor de tus hermanos;
dolor en las palabras en secreto,
dolor
en las lagunas y los pájaros;
dolor en la palabra incomprensible del caporal estraño,
dolor en sus patadas, en sus insultos, en sus manos ladronas.

Dolor en las mujeres y las piedras,
dolor en el crepúsculo, en el sol calcinante,
en la ficticia aurora cotidiana;
dolor en cada metro de nagüilla, en cada tecomate,
en cada par de caites abrumados;
dolor en cada rostro, en cada nueva música,
en cada cordillera de sucesos;
dolor entronizado en las aradas, en las milpas ajenas,
en los candentes pechos de tu pueblo
y en los ojos con lágrimas mirando
sus solitarias manos.



INVOCACIÓN

Andábamos amando las viejas oropéndolas,
buscandoi establecidas mariposas
entre las sederías insondables,
aportando la voz para cubrir el llano originado
en el dolor universal del hombre.

El pueblo ahí, difuso, a las espaldas,
como un presentimiento de inquietudes ingratas,
como una agrupación de estímulos
de los que se podía prescindir sin ensuciarse.
El pueblo ahí.
Nosotros con los ángeles.

Padre Anastasio Aquino, descorredor de velos;
matador de prejuicios, padre Anastasio Vida;
padre Anastasio Pueblo, violador de la noche:
llegastes desde el centro de la historia,
desde el origen de la historia,
desde las proyecciones de la historia,
a colocarnos la verdad entre la garganta y vocación,
a colocarnos la verdad en la esperanza
como una hostia feraz, roja y gigante,
plena de amor al hombre matinal
que habremos de construir para la dicha.

Padre de la patria.
Comandante de la patria.
Corazón rebelde de la patria.
Honor, decoro, altiva dignidad, puño gigante
de la patria:
que se encarne en nostros tu figura antigua;
que aparezca de nuevo tu manera silvestre
de reclamar la dicha;
que en cada pan haya un recuerdo de tu esencia;
que en cada día nuevo los muchachos
entonen la plegaria absoluta de tu nombre;
que se agigante tu voz en las ciudades estériles;
que se lancen tus flechas milenarias
para marcar la frente de los nuevos traidores
y que tu ejemplo altivo
haga hallar el camino a los poetas cobardes.
Que se incendien los campos y los pueblos
al recordar la altura de tu sangre de izquierda,
y que todos los nuevos,
los campesinos sólidos, los obreros en pie,
los que que estudiamos para el pueblo,
nos aunemos ardorosamente
en las jornadas agitadas de la lucha
y terminemos de construir tu gran mañana.



ANASTASIO AQUINO, TÚ LUCHA...

Puñetazo por la tierra fue tu lucha total:
ala guerrera,
paredón de esperanzas enraizadas en el grito más hondo de la milpas.

Tláloc, con su voz húmeda,
hizo bullir las venas ancestrales de tu pueblo dormido,
estableció vibrante en rutas la tormenta potente
y coronó con luz informativa la contextura fértil del machete.
Atonal, el antiguo, con su alimento metálico,
cantó maizales de esperanza altiva
fundando el ansia de levantar la frente desde la derrota.

Detrás de ti, combate en combate,
arquitecto del pan, padre del surco,
llevando tu alto pecho por escudo
nació la lucha, estatua de los vientos.
Hubo un grito desnudo, un clamor sudoroso
de mineral vergüenza despertada;
una voz alta y múltiple
de sangre roja y pura que eliminó las lágrimas;
una palabra errante
que definió la condición enorme de los días futuros.

Pero un sapo violento,
un cuervo artero
y un león enano,
después de poseerse mutuamente,
parieron sin esfuerzo, azul y agrio al odio;
una risa feudal enmarañada puso firma al puñal.
Decretó muerte,
saña verbal, insulto obligatorio.
Te introdujo en un saco. Te tiró al mar
cerca de la resaca más espesa.
Vistió a cien tiburones con togas elegantes
de la Academia de la Historia.
Envenenó las aguas,
escupió, pateó, mordió.
Volvió tranquila a su garganta sorda, con tu recuerdo roto.
Había muerto un indio.
Anti-cristiano, anti-cultural...
Ya podian de nuevo, civilizadamente,
construir cadalzos, restallar látigos, condecorar verdugos.

Había que reírse, no era para menos.





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