Manuel Rueda
(1921-1999)


CONOCIMIENTO DE ESTATUA
ELEGIA

A Franklin Mieses Burgos

“A la orilla del aire tú destruyes los pájaros”
                          Franklin Mieses Burgos

Hoy eres nada más que una forma
sollozando en los brazos de las cosas perdidas.

Hoy creo que eres sólo un contorno sangrante
sin una línea pura donde el cielo se caiga
a soñar el corneta liviano de tus lágrimas
y a darle aire a los pájaros ingenuos de tu canto.
Huérfana eres de una línea, cárcel para tu alma,
ahora sola sobre los caballos del Tiempo,
ahora fría en un sitio en que ni siquiera es fría,
donde ni tampoco es un témpano azul de madrugada
por falta de una mirada tuya que la recuerde.

Qué perforación del alba es, mujer, tu beso?
¿Qué mueca de esqueleto sin sombra tu sonrisa?
Ahora vives en el alfabeto de las cosas inútiles,
en la quietud de una sangre no cuajada de pena sobre las miserias,
en el fondo de una vena donde no se acuesta siquiera ni la muerte.

Eres un ataúd de soles humillados
en los cuales no cabe ni el resplandor oblicuo de lo que agoniza.
Qué guitarras toca la vida sobre tus ojos
y en qué momento ellos tocan sobre mi corazón, perdidos?
En qué marco de venas trémulas se encienden tus deseos
y en qué lugar de mi cuerpo se me someten ellos?
En qué orillas de luto tu silencio se degüella
para encender de voces esta lumbre desierta?
En qué deshielo pacífico tus entrañas últimas gotean?

Hoy eres una forma que no va herida de músicas.
Un ser que dejó de mirar la rosa como mano
para también dejar de verla como a rosa,
porque si no existen tus cosas más allá de su espacio,
más allá de su esencia de límites y tactos permanentes,
tampoco puedes amarlas en su misma presencia.
El árbol que ha dejado de ser ángel,
un ángel verde encima de todos los misterios,
ya ni siquiera encuentra tus ojos preparados
para la evidente armonía de su otro crecimiento.

Crecer ya significa encontrar otra forma,
reconocer preguntas donde el llanto se acaba.
Qué amplitud tiene el lenguaje de tu carne por el árido limbo de sus goces?
Un día llegará en que una línea crezca hasta ser planeta,
en un día aprenderemos qué número de estrellas han regado los árboles.

Hoy eres un espacio pleno de un solo sexo,
una nada que no quiere poblarse de semillas,
un gran vacío abierto que no se ha fecundado.
Piérdete en el goce andrógino de las substancias
y aprende como lo eterno a ser hembra y macho al mismo tiempo.
Ah, mujer, cuando tu alma se engendre en otro mundo libertado!

Entonces madurará mi amor.
Entonces seremos dos gotas parejas
en donde dormirán los crepúsculos perdiendo su horizonte.
Los planetas bajarán a beber a nuestro pecho
y sabremos por qué el mar entero puede cabernos dentro de una mirada.
Dios se va a entretener creándonos misterios para, que los descifremos.
Entonces, mujer, será cuando desembocaremos en el mismo Infinito.
Entonces será cuando vendrá el Tiempo, como un perro, a tenderse a nuestro lado.

Ay, amiga, si pudieras respirar más allá del aire.
Si pudieras soñar más allá del sueño
y más allá del sueño aún volver a despertar.
Si pudieras aprender a vivir más allá de la vida.
Ay si pudieras aprender a morir más allá de la tierra.

Hoy eres algo triste y entre sus sombras tapado.
Quiero descubrir tu rostro y está oscura la piedra.
Quiero saber tus voces y está vacío el eco.
De tu estatura el cielo no tiene ya memoria
y ni la tierra, en una cicatriz, ha guardado tu huella.
Quiero indagar sobre tu alma, hoy,
pero hace mucho tiempo que no se alimentan de ella los pájaros.

En qué lugar de mí existías entonces?
Qué lugar de mi amor te hacía saludable?
Qué hora marcaban las pestañas sobre mis pupilas
cuando el minuto de tu soledad me encegueció?
Cuál fué esa hora redonda como una luna de silencios
colgando en pesadez sobre mis párpados?
Mi mano puso un cálido enigma entre tu carne
y tu estatua siguió siendo de más barro que sangre.
Ya no queda ni el hueco de tu presencia en mi aire,
ni el tamaño de tu boca sobre mis palabras,
ni la obsesión de un color tuyo, náufrago en mis sueños.

Presumo que eres un agujero lleno de espumas blancas.
Adivino que eres un vacío en el vacío sin término de los olvidos.

17 de noviembre de 1944.



FRAGMENTO DE UNA CARTA

Llanes, quiero tu creación lenta del mundo que no se hizo de prisa.
Tu conquista del pequeño mineral de la altura.
Y tu fletante luz bajando con sonrisa que tiene otros latidos.
Y tu mudez que entona un canto más allá de las sílabas.
Buscaré el agua tuya como al cuerpo posible de la soledad,
de una soledad llena de voces y secretos.
El cielo le devuelve su abismada pregunta
y el vacío encuentra un eco que quiere responderla.
Llamaré a esa agua como a la mano amable y vencida del amor,
como a todo lo apartado de que ella se hace madre.
Su mirada engendra un cielo sin presencia inmediata.
Las cosas se hacen poesía viviendo en el reflejo.
Agua, madre del alma y de los llantos.
Pecho de Dios en el callado fluir de sus misterios
en tí suena el silencio como en su sima deseada.
Buscaré también tu Dios a mi lado y hacia donde quiera que tú lo resucites.
lo quiero conocer sin su misterio,
no en las tres rersonas
sinó en una, en la del Hombre y del amigo.
Dios humano y mío, Dios de mi miseria y mí poesía.
Quiero tu Dios conmigo
partiendo en ese tren tuyo que cruzará mi almohada hacia otros límites
porque cien coronas de sueño desde tu cuerpo ausente
me señalan la ceniza callada y el corazón muerto.



[OTRO] FRAGMENTO DE UNA CARTA

(Valerio desde su silencio entona
la canción de lo siempre moribundo
pero que tiene ojos, así como la ausencia,
para mirar su amor y hacer girar su mundo.)

Dentro de un piano se murió de sueño.
Dentro de un pez de tibieza.
Dentro del agua de frío.
Todas las cosas flotaban
en su voz aprisionadas
pero en su alma quedaba
muerta de todas las cosas.
Dentro del día caído.
Dentro de la sábana quieto.
Dentro de un árbol enfermo
de haber querido la luna.
Su traje entero sufría
de verlo en todo vacío.
Dentro del mundo de miedo.
Sólo en su pecho seguro.

Santiago de Chile.



A LA POESIA

Voy hacia ti. Derribo los cerrojos
que guardan tu morada. Entreabro puertas
que dan a salas frías y desiertas
sólo encendidas por celajes rojos.

La memoria me guía, de tus ojos
la luz de tus verdades encubiertas,
y tiemblan celosías casi muertas
cuando voy tras tu soplo y tus sonrojos.

Dónde estás, dónde estás, tú, la que ansío,
forma de mi desvelo y mi vacío
susurrando en mis últimas estancias.

Dura carne de amor en el espejo
donde vives dormida entre distancias
entregándome sólo tu reflejo.



LA NOCHE ALZADA

Urdido soy de noche y de deseo.
¡Qué negro respolandor, qué sombra huraña
preludian mi nacer! En una entraña
de oscurecido asombro me paseo.

Buscador del contacto, lo que creo
vive en mis dedos como pura hazaña
de ciego amor y cuerpo que no daña,
adolescente siempre en su jadeo.

Con un rubor temido, con un miedo
de encontrarme la cara y la medida
del gnorado espacio en donde ruedo

justa en la luz y a su verdad ceñida,
alzo mi noche, -todo lo que puedo-,
ya sientiendo llorar mi amanecida.


FONÓGRAFO

Suena. Fulge el espacio y da notoria
vida a su oscuridad de objeto. Grises
rincones fluyen. Relieves. Matices
concretándose en duda y vanagloria.

Gira el disco. El es la única historia.
Patria audible, sus músicas felices
surgen de antaño a eternizar raíces
como árboles de pie por la memoria.

Pasados y futuros en ahora.
Siempre el mismo presente en esa aguja
llena de un tiempo que huye y enamora,

que circunda pensándose y me piensa.
¡Triunfo de lo sonoro! Se dibuja
la eternidad. Ya calla. Recomienza...



CONSEJA DE LA MUERTE HERMOSA

«Entonces la muerte le hizo una visita...»
Cuento folklórico


I

La muerte me visita cierto día.
Es hermosa la muerte: tiene senos
robustos, fino talle y ojos llenos
de un azul de cristal en lejanía.

En llegando ya sé que es muerte mía.
Con movimientos lánguidos y obscenos
me enloquece y sorbiendo sus venenos
siento, a ratos, que el alma se me enfría.

Lee mis libros, se adapta a mis costumbres,
repite mis ideas y sus gestos
ponen en mí gozosas pesadumbres.

Cuando se va, me deja bien escrita
su dirección y dice: «Un día de éstos
quiero que me devuelvas la visita».


II

Advierto, entonces, que ya no hay salida,
pues su mirada clara me importuna
y sé que cogeré, a sol o a luna,
el camino que lleva a su guarida.

Y aunque empiezo a engañarla con la vida,
a darme plazos, a pensar en una
tarde feliz de cara a la fortuna,
bien yo sé que la muerte no me olvida,

que tengo que tocar, al fin, su puerta
con la valija hecha y el sombrero
en la mano marchita y entreabierta.

Me despido de todos mis amigos
después de tanto ardid y a su agujero
húmedo me abalanzo, sin testigos.



LUZ DE TERESA

(Recuerdos de un viaje a Avila)

Murallas altas que las novicias reverencian
viendo el batir seco de la luz
contra el atardecer.
Pasos muelles en las piedras del claustro
donde Teresa ora y escribe
                                               —velad hermanas—
las rodillas en vuelo
y el dardo de fuego de Bernini
en la mano del ángel socarrón
penetrando en su aire de suspiro y arrobo.

Ojo volteado al toque de la Gracia.
Oh esta saciedad que no me excluye el hambre
o la impaciencia
la comezón del mundo en el polvo de las fundaciones.

Leche cuajada y panecillos amasados en las ventas
las yemas almendradas
                                        -y muérame yo luego—
comiendo del espíritu que relumbra las ollas
y anida en los pucheros
y menea el campanil de las vísperas.

Demos gracias hermanas —dice ahora—
golosa de Dios y de las uvas
madrugadora andante de hábitos venteados
viviendo porque muere
un poco cada día contra la púrpura
los mitrados poderes
que entorpecían el ejercicio alto del cielo
a ritmo de borricos lentos
comedores de alfalfa.
                                      Lengua encielada
en celo de los páiaros que en Castilla
memorizan a hidalgo y escudera:
Juan y Teresa en prédica de montes
y arroyuelos que aprenden la alabanza.

O sola con la epístola de Pablo
o de Jerónimo
                        -San José de medianero—
tallando en el puro diamante de sus interiores
la morada que se abre al más remoto oscuro
para el que llegará en la noche solapando su estrella
la esposa levantada o la sierva caída
una mano en el oficio
                                    -rueca o devocionario—
otra en el pasmo
en la vestidura del alma que al fin encuentra arrimo.

Y eres fuego alto
desnudez vencida.
Hete aquí en vilo en el solaz de los corredores
porque no hay remedio de resistir
peleando con tu Dios como con jayán fuerte
llevada y traída por tus ráfagas
nube o águila caudalosa
que te coje en sus alas
                                      aunque nos pese.
He aquí a la madre con la péñola en el postrer capítulo de su vida.

...según lo que he pasado en verme escrita
y traer a la memoria tantas miserias mías.

Toco las piedras de tu casa
piedras que escuchan todavía
postrándose de hinojos.
                                         Luz de Teresa
y de España
en la subida del Carmelo.
Avila en vilo
blanca al atardecer
                                  almenas coronadas
donde oliste a azucena en tu sepulcro de seis años.
Avila de la soledad
hueco de piedra en que discurren pláticas y visiones
para el propio beneficio y la gloria
de tanta Majestad. Amén.

Luz de Teresa acógeme
                                        enciéndeme
                                        resguárdame
a las puertas de tu ciudad
que yo atravieso con mi infierno a cuestas
con mis demonios preferidos
a los que lanzo tres higas en tu nombre.




SALVADOR DE LA NIEVE

(Letanías)

I

Habías de venir por esa puerta de pequeñez terrestre
como la luz de mano de la estrella,
como el silencio al simple respirar de la nieve
donde buscan y reconocen ángeles y corderos.

Habías dle venir. Era la nieve
el pañal, el sudario, el manto santo,
la vida que tú dabas a tu cuerpo,
a nosotros, sumidos en la nieve.

Borrados los caminos, hay que hacerlos.
Ensordecido el canto, hay que cantarlo
desgranando las bocas
que muerden sólo sílabas de nieve.

Sepultado este cuerpo en ataduras
de lenta muerte y nieve,
hay que llamarlo así, desde la anchura de los cielos
con tu voz, niño puro, resucitado de la nieve.


II

Casi te olvida el cielo. Cielo sólo a la espera de la nieve
que ahora cae como estrella persuadida
inclinando su brillo en el umbral,
perseverando ante la orla azul dorada de la veste,
del corazón de María,
de la nieve María que se enciende,
que aguarda entre el dormido heno
junto a la entraña dulcemente sofocada.

Nieve que aguarda nieve.
Nieve que se arrodilla, custodiada
por soledades de ángeles y bestias,
por soledad de tu padre de la tierra.

Todo el cielo cerrado, abierto sólo a nieve.
Cielo que ahora esplende, vuelca la trompa azul de la aleluya,
mensajero mayor y noticioso.

Enterrada tu casa está en la nieve
y María comienza a llorar nieve,
a reír, a acunar nieve
entre brazos alzados por la gracia.


III

La nieve es un nacer y tú lo usas
para venir al fin a conquistarnos.

Sentada en escabeles tu madre hilaba nieve.
De su vientre y costado caía la nieve al mundo.
El mundo era de nieve para que tú sólo fueras fuego.
La nieve de María al mundo de María.
La nieve consentida por el esposo manso.
Paz de José y María, del niño que mira caer nieve,
niño en la gran niñez perdido
y hallado por la nieve.


IV

Cúbrenos las vergüenzas si no estamos perdidos en la nieve.
Cúbrenoslas con los linos de frescor de tu recién hilada nieve.
Oh niño que nos salva sólo en la promesa de niñez, niñez de nieve.
Al mundo anciano salva con ser niño y estar en un regazo
                                      donde aletea el rezo de la nieve.

Oh niño de María, enfloradora y cortadora de la nieve:
Niño que vienes desde lejos
           a entonar estas puertas
                    marcádolas con nieve,
nieve eterna en donde te desperezas
                                      tú, fuego rodeado por la nieve.



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