Juan
Rulfo
(México, 1918-1986)
Paso del Norte
(El Llano en llamas,
1953)
—Me voy lejos, padre; por eso
vengo a darle el aviso.
—¿Y pa ónde te vas, si se
puede saber?
—Me voy pal Norte.
—¿Y allá pos pa qué? ¿No
tienes aquí tu negocio? ¿No estás metido en la merca de puercos?
—Estaba. Ora ya no. No deja.
La semana pasada no conseguimos pa comer y en la antepasada comimos puros
quelites. Hay hambre, padre; usté ni se las huele porque vive bien.
—¿Qué estás ahi diciendo?
—Pos que hay hambre. Usté no
lo siente. Usté vende sus cuetes y sus saltapericos y la pólvora y con
eso la va pasando. Mientras haiga funciones, le lloverá el dinero; pero
uno no, padre. Ya naide cría puercos
en este tiempo. Y si los cría pos se los come. Y si los vende, los vende
caros. Y no hay dinero pa mercarlos, demás de esto. Se acabó el negocio,
padre.
—¿Y qué diablos vas a hacer
al Norte?
—Pos a ganar dinero. Ya ve
usté, el Carmelo volvió rico, trajo hasta un gramófono y cobra la
música a cinco centavos. De a parejo, desde un danzón hasta la Anderson
esa que canta canciones tristes; de a todo por igual, y gana su buen
dinerito y hasta hacen cola pa oír. Así que usté ve; no hay más que ir
y volver. Por eso me voy.
—¿Y ónde vas a guardar a tu
mujer con los muchachos?
—Pos por eso vengo a darle el
aviso, pa que usté se encargue de ellos.
—¿Y quién crees que soy yo,
tu pilmama? Si te vas, pos ahi que Dios se las ajuarié con ellos. Yo ya
no estoy pa criar muchachos; con haberte criado a ti y a tu hermana, que
en paz descanse, con eso tuve de obra. De hoy en adelante no quiero tener
compromisos. Y como dice el dicho: “Si la campana no repica es porque no
tiene badajo.”
—No hallo qué decir, padre,
hasta lo desconozco. ¿Qué me gané con que usté me criara? puros
trabajos. Nomás me trajo al mundo al averíguatelas como puedas. Ni
siquiera me enseño el oficio de cuetero, como pa que no le fuera a hacer
a usté la competencia. Me puso unos calzones y una camisa y me echó a
los caminos pa que aprendiera a vivir por mi cuenta y ya casi me echaba de
su casa con una mano adelante y otra atrás. Mire usté, éste es el
resultado: nos estamos muriendo de hambre. La nuera y los nietos y éste
su hijo, como quien dice toda su descendencia, estamos ya por parar las
patas y caernos bien muertos. Y el coraje que da es que es de hambre.
¿Usté cree que eso es legal y justo?
—Y a mí qué diablos me va o
me viene. ¿Pa qué te casaste? Te fuiste de la casa y ni siquiera me
pediste el permiso.
—Eso lo hice porque a usté
nunca le pareció buena la Tránsito. Me la malorió siempre que se la
truje y, recuérdeselo, ni siquiera voltió a verla la primera vez que
vino: “Mire, papá, ésta es la muchachita con la que me voy a coyuntar.”
Usté se soltó hablando en verso y que dizque la conocía de íntimo,
como si ella fuera una mujer de la calle. Y dijo una bola de cosas que ni
yo se las entendí. Por eso ni se la volví a traer. Así que por eso no
me debe usté guardar rencor. Ora sólo quiero que me la cuide, porque me
voy en serio. Aquí no hay ya ni qué hacer, ni de qué modo buscarle.
—Eso son rumores. Trabajando
se come y comiendo se vive. Apréndete mi sabiduría. Yo estoy viejo y ni
me quejo. De muchacho ya ni se diga; tenía hasta pa conseguir mujeres de
a rato. El trabajo da pa todo y contimás pa las urgencias del cuerpo. Lo
que pasa es que eres tonto. Y no me digas que eso yo te lo enseñé.
—Pero usté me nació. Y
usté tenía que haberme encaminado, no nomás soltarme como caballo entre
las milpas.
—Ya estabas bien largo cuando
te fuiste. ¿O a poco querías que te mantuviera pa siempre? Sólo las
lagartijas buscan la misma covacha hasta cuando mueren. Di que te fue bien
y que conociste mujer y que tuviste hijos; otros ni siquiera eso han
tenido en su vida, han pasado como las aguas de los ríos, sin comerse ni
beberse.
—Ni siquiera me enseñó
usté a hacer versos, ya que los sabía. Aunque sea con eso hubiera ganado
algo divirtiendo a la gente como usté hace. Y el día que se lo pedí me
dijo: “Anda a mercar güevos, eso deja más.” Y en un principio me
volví güevero y aluego gallinero y después merqué puercos y, hasta
eso, no me iba mal, si se puede decir. Pero el dinero se acaba; vienen los
hijos y se lo sorben como agua y no queda nada después pal negocio y
naide quiere fiar. Ya le digo, la semana pasada comimos quelites, y ésta,
pos ni eso. Por eso me voy. Y me voy entristecido, padre, aunque usté no
lo quiera creer, porque yo quiero a mis muchachos, no como usté que
nomás los crió y los corrió.”
—Apréndete esto, hijo: en el
nidal nuevo, hay que dejar un güevo. Cuando te aletié la vejez
aprenderás a vivir, sabrás que los hijos se te van, que no te agradecen
nada; que se comen hasta tu recuerdo.
—Eso es puro verso.
—Lo será, pero es la verdá.
—Yo de usté no me he
olvidado, como usté ve.
—Me vienes a buscar en la
necesidá. Si estuvieras tranquilo te olvidarías de mí. Desde que tu
madre murió me sentí solo; cuando murió tu hermana, más solo; cuando
tú te fuiste vi que estaba ya solo pa siempre. Ora vienes y me quieres
remover el sentimiento; pero no sabes que es más dificultoso resucitar un
muerto que dar la vida de nuevo. Aprende algo. Andar por los caminos
enseña mucho. Restriégate con tu propio estropajo, eso es lo que has de
hacer.
—¿Entonces no me los
cuidará?
—Ahi déjalos, nadie se muere
de hambre.
—Dígame si me guarda el
encargo, no quiero irme sin estar seguro.
—¿Cuántos son?
—Pos nomás tres niños y dos
niñas y la nuera que está re joven.
—Rejodida, dirás.
—Yo fui su primer marido. Era
nueva. Es buena. Quiérala, padre.
—¿Y cuándo volverás?
—Pronto, padre. Nomás
arrejunto el dinero y me regreso. Le pagaré al doble lo que usté haga
por ellos. Déles de comer, es todo lo que le encomiendo.
—Padre, nos mataron.
—¿A quiénes?
—A nosotros. Al pasar el
río. Nos zumbaron las balas hasta que nos mataron a todos.
—¿En dónde?
—Allá, en el Paso del Norte,
mientras nos encandilaban las linternas, cuando íbamos cruzando el río.
—¿Y por qué?
—Pos no lo supe, padre. ¿Se
acuerda de Estanislado? Él fue el que me encampanó pa irnos pa allá. Me
dijo cómo estaba el teje y maneje del asunto y nos fuimos primero a
México y de allí al Paso. Y estábamos pasando el río cuando nos
fusilaron con los máuseres. Me devolví porque él me dijo: “Sácame de
aquí, paisano, no me dejes.” Y entonces estaba ya panza arriba, con el
cuerpo todo agujerado, sin músculos. Lo arrastré como pude, a tirones,
haciéndomele a un lado a las linternas que nos alumbraban buscándonos.
Le dije: “Estás vivo”, y él me contestó: “Sácame de aquí,
paisano”. Y luego me dijo: “Me dieron.” Yo tenía un brazo quebrado
por un golpe de bala y el güeso se había ido de allí de donde se salta
el codo. Por eso lo agarré con la mano buena y le dije: “Agárrate
fuerte de aquí”. Y se me murió en la orilla, frente a las luces de un
lugar que le dicen la Ojinaga, ya de este lado, entre los tules, que
siguieron peinando el río como si nada hubiera pasado.
“Lo subí a la orilla y le
hablé: ‘¿Todavía estás vivo?’ Y él no me respondió. Estuve
haciendo la lucha por revivir al Estanislado hasta que amaneció; le di
friegas y le sobé los pulmones pa que resollara, pero ni pío volvió a
decir.”
“El de la migración se me
arrimó por la tarde.
—”Ey, tú, ¿qué haces
aquí?
“—Pos estoy cuidando este
muertito.
“—¿Tú lo mataste?
“—No, mi sargento —le
dije.
“—Yo no soy ningún
sargento. ¿Entonces quién?
“Como lo vi uniformado y con
las aguilitas esas,me lo figuré del ejército, y traía tamaño pistolón
que ni lo dudé.
“Me siguió preguntando: ‘¿Entonces
quién, eh?’ Y así se estuvo dale y dale hasta que me zarandió de los
cabellos y yo ni metí las manos, por eso del codo dañado, que ni
defenderme pude.
“Le dije: —No me pegue, que
estoy manco.
—Y hasta entonces le paró a
los golpes.
“—¿Qué pasó?, dime— me
dijo.
“—Pos nos clarearon anoche.
Ibamos regustosos, chifle y chifle del gusto de que ya íbamos pal otro
lado cuando merito en medio del agua se soltó la balacera. Y ni quién se
las quitara. Este y yo fuimos los únicos que logramos salir y a medias,
porque mire, él ya hasta aflojó el cuerpo—.
“—¿Y quiénes fueron los
que los balacearon?
“—Pos ni siquiera los
vimos. Sólo nos aluzaron con sus linternas, y pácatelas y pácatelas,
oímos los riflonazos, hasta que yo sentí que se me voltiaba el codo y
oí a éste que me decía: ‘Sácame del agua, paisano’. Aunque de nada
nos hubiera servido haberlos visto.
“—Entonces han de haber
sido los apaches.
“—¿Cuáles apaches?
“—Pos unos que así les
dicen y que viven del otro lado.
“—¿Pos que no están las
Tejas del otro lado?
“—Sí, pero está llena de
apaches, como no tienes una idea. Les voy a hablar a Ojinaga para que
recojan a tu amigo y tú prevente pa que regreses a tu tierra. ¿De dónde
eres? No debías de haber salido de allá.¿Tienes dinero?
“Le quité al muerto este
tantito. A ver si me ajusta.
Tengo ahi una partida pa los
repatriados. Te daré lo del pasaje; pero si te vuelvo a devisar por aqui
te dejo a que revientes. No me gusta ver una cara dos veces. ¡Ándale,
vete!
“—Yo me vine y aquí estoy,
padre, pa contárselo a usté.”
—Eso te ganaste por creido y
por tarugo. Y ya verás cuando te asomes por tu casa; ya verás la
ganancia que sacaste con irte.
—¿Pasó algo malo? ¿Se me
murió algún chamaco?
—Se te fue la Tránsito con
un arriero. Dizque era rebuena, ¿verdá? Tus muchachos están acá atrás
dormidos. Y tú vete buscando onde pasar la noche, porque tu casa la
vendí pa pagarme lo de los gastos. Y todavía me sales debiendo treinta
pesos del valor de las escrituras.
—Está bien, padre, no me le
voy a poner renegado. Quizá mañana encuentre por aquí algún trabajito
pa pagarle todo lo que le debo. ¿Por qué rumbo dice usté que arrendó
el arriero con la Tránsito?
—Pos por ahi. No me fijé.
—Entonces orita vengo, voy
por ella.
—¿Y por ónde vas?
—Pos por ahi, padre, por onde
usté dice que se fue.
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