Sergio Ramírez
(Masatepe, Nicaragua, 1942-)


La múcura que está en el suelo
Clave de sol
(México, D.F.: Cal y Arena, 1992, 125 págs.);
Cuentos completos
(México, D.F.: Alfaguara, 1996, 340 págs.);
Cuentos completos
(México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1997, 340 págs.)



A Juanita Bermúdez

      La orquesta ya comienza a tocar, Celina, te ha estado mirando desde hace rato y parece que quiere venir a sacarte a bailar. Suena el solo agudo de la trompeta, un alarido que ya no va a descansar, repiten sus acordes los trombones, golpea sus compases el bongó, raspa insolente el quijongo y ahora entra rompiendo sus cadenas de cautivo que llora de alegría el clarinete, lo acompaña en su escape por los túneles cantando libertad el saxofón, qué lluvia más sensual de maracas y la esquila que repica encaprichada, aquí se acabó la bestia y se acabó la cría y no hay madre que te envuelva en su regazo, ni la misma que te parió. Parece que viene a sacarte a bailar como aquella vez primera cuando te saqué a bailar yo.
       Bien que te acordás Celina, aunque desde hace tiempo me digás que no. La orquesta de aquellos tiempos estudiantiles de jodarria que yo formé, a los universitarios que sabían de instrumentos uno por uno en sus madrigueras yo los busqué, cuchitriles que nunca fueron barridos, pensiones peor que hospicios de huérfanos, zaguanes atiborrados de catres y valijas, mediaguas asoleadas donde siempre era mediodía, tras mi trompeta encantada la procesión me siguió, yo les sacudí la modorra en los ensayos así sudaran sangre porque ninguno se me podía quedar atrás, soberano tu mago delante de los atriles acompasaba con mis pasos el ritmo endiablado que bajo pena de muerte nadie en mi orquesta podía perder, mis mocasines blancos untados de albayalde aleteando presurosos, la trompeta enardecida quemándose de ganas en mis manos, dejando pespuntear el contrabajo, tersa escobilla que señalándome la entrada arañaba perezosa en el tambor, esperando que te aguarda a que toda la música cumbanchera se encendiera para que el mago tocara la trompeta, tu mago soberano que era yo.
       En el trueno altanero de la cumbia entraste bailando a mi vida Celina del torbellino, Celina de la tormenta y el vendaval, y cuando bajé a la pista aquella medianoche entré en la tuya yo, que tocaran alguna vez los músicos en la tarima de los milagros sin su director porque si la reina universitaria le daba pieza a cualquiera en la fiesta feliz de su coronación, tenías que bailar conmigo o me quitaba el nombre y allí empezó, sin que ninguno de los dos lo sospechara entonces, nuestra maldición, la tuya y la mía, la maldición que andando el tiempo nos cayó a los dos.
       Esta orquesta de vejestorios de corbatas de luto nunca va a tocar la múcura que está en el suelo como antes en aquellos tiempos en que llamó Jesús a sus apóstoles se tocó, tu vestido de reina en vuelo a cada giro, los pasos cautelosos con que te me acercaba yo, tanteando sobre el talco regado en el piso con mi risa, escurriendo las suelas en alarde de ritmo, mis manos hacia arriba mientras las tuyas juguetonas me advertían que no, no todavía, porque cuando te tomara de la cintura era que todo acabó, el mundo se paraba, el mundo se partía, se abría ante los dos, y después todo era palmas, palmas marcando gozosas el compás, yo descendía hasta el suelo, brinco de rana, el paso más difícil, todo un malabar, y vos aparentando desdeñosa que me huías, jugando melindrosa te apartabas de mí, frenesí de tus hombros y caderas, temblaba estremecido tu cabello, temblaba tu corona de falsa perlería, en tu frente como perlas verdaderas el sudor, las piernas en tijera yo me alzaba, los puños cerrados empujando los brazos, el paso del boxeador, y vos esquivándome el rostro, los ojos entrecerrados y apenas dibujada en los labios tu sonrisa, calientes como brasas los ladrillos, caliente el aire, incendiada la brisa, una pareja como nunca jamás se vio.
       Brillaba sudorosa tu carita encendida, Celina de mi destino, Celina del desatino, dócil tu mano cálida en la mía después que terminamos de bailar, de la mano en adelante, de la mano para siempre por las calles de León, salías de tu casa para clase, en la puerta te esperaba tu guardián, centinela me decían, cancerbero, se acabó la Celina, ahora sí que se jodió la reina, hasta allí nomás llegó, quien osara sacarte a bailar en cualquier fiesta se entendía conmigo, molotera a la vista, no la sigan siquiera con los ojos, vayan apartándose del simio, aléjense del orangután, hasta que el cardumen enemigo ya no se atrevía, la jauría insolente, resignada, que al fin se apaciguó.
       Aturdidos los dos por los deslumbres del sol de los desfiles, me dijiste una tarde en el atrio de la iglesia del Calvario que podíamos ser novios pero con una sola condición: júrame que paso que yo dé adelante, paso que das vos; porque eran tiempos de huelgas, asambleas, discursos, encerronas, manifiestos, proclamas, cartelones, campanas, petardos, pintas en las paredes, cada tarde una manifestación, toreando a la guardia en las esquinas y vos adelante llevando siempre la bandera porque desde Comalapa traías vivo como una brasa todo tu rencor, tu abuelo amarrado, asesinado, tirado dentro de un pozo, carceleado tu padre, culateados tus tíos, exiliados tus hermanos, Celina rencorosa, Celina desdeñosa, la brasa encendida que pasando el tiempo, porque jamás perdonaste mi perjurio, fue a mí a quien al fin quemó.
       Dócil y temeroso te seguía al principio tu príncipe consorte pero me fui armando de valor, arengaba en las asambleas, manejaba el mimeógrafo, tocaba las campanas, el coro de los gritos en las manifestaciones de protesta siempre lo empezaba tu seguro servidor, si querías botar a la dictadura, Celina caprichosa, cómo no te iba a ayudar yo, salió una foto mía en el periódico, un discurso incendiario, el telegrama urgente de mi padre, diputado de Somoza, encolerizado por mi insubordinación: vagos subversivos avergüenzan mi familia, lo rompí frente a tus ojos, volaron los pedacitos en la calle y te dije decidido, ahora lo único que me queda en el mundo sos vos.
       La reina entre la sangre, ¿te acordás, Celina de mis angustias, cómo tu vestido se manchó? Ahora me decís que te has olvidado, será porque todos tus recuerdos los maté yo. La jodarria en el baile, la jodarria en la calle, vos ufana llevabas la bandera delante de la marcha, los soldados cerrándonos el paso, a tu vera tu músico del alma, ¡abajo la dictadura!, ¡muera Somoza, ladrón y asesino!, gritaba buscándote la cara para que solo vos me oyeras, no fueras a pensar que tu esclavo se rajaba, porque en cada grito lo que quería era probarte que no había veleidad posible en mi amor.
       Silbidos, coros, gritos, burlas, risas, era como otra fiesta, solo que una fiesta peligrosa bajo el sol, desde atrás empujaban hasta que quedamos de frente al pelotón, vos con tu bandera en medio del vocerío, airosa la reina en medio del clamor, guardias hoscos, bulldogs malencarados, cananas repletas de tiros, rifles aceitados, cascos de acero, botas herradas, aquí no pasa nadie y todos empujando en la calle desbordada de cara a los fusiles para romper el cordón, los guardias empurrados retrocediendo un paso, otro paso ya no, la lata roja saltó de pronto en los aires, estalló en el pavimento, otra bomba lacrimógena, tras la niebla de los gases y el ardor en los ojos, los disparos, la estampida, los pasos en huida, corrías tropezando entre los cuerpos, perdiste tu zapato de tacón, de lejos te veía, corría yo para alcanzarte y más cuerpos caían, charcos de sangre, enrojecidas las cunetas, hasta que te alcancé en la esquina, la gran cabeza de Erick en tu regazo, Erick, tu primo del alma, mi saxofonista que nunca decía una palabra y cuando soplaba la boquilla no dejaba de reír, abrimos a la fuerza un carro, metimos a Erick herido, encendí el carro manipulando los alambres de la ignición, en el camino al hospital vomitando a bocanadas la sangre espesa, oscura, se nos murió.
       Erick muerto, muertos Mauricio, Sergio, José, muertas las calles de la ciudad esa noche, un sudario de sombras sobre los campanarios y los techos, una luna amarilla como el aura de un cirio, las sirenas de las ambulancias no cesaban de sonar, desvalidos en el hospital con nuestros muertos, el olor a formalina en la nariz, nunca se vio tanta lividez en las caras, tanta rabia, nuevecito, como una camisa envuelta en celofán, el dolor, y yo probaba ahora la leche maldita que ya estaba en tus labios desde hacía tiempo, lo único tuyo que ahora me queda, el rencor.
       Si te estás acordando no vas a decírmelo ahora, como el día que nos casamos volviendo de la iglesia me dijiste que todo lo que ocurrió entonces fue lo que ató nuestras vidas, lo que más nos unió, la procesión desde la morgue, los ataúdes abiertos sobre las banquetas del parque San Juan, el alto en el camino para que viera a nuestros muertos quien los quisiera ver, yo cargaba el ataúd de Erick y vos adelante a paso lento llevando la bandera ensangrentada que para siempre se manchó volviendo al paraninfo otra vez iluminado donde tocó mi orquesta, Erick tímido y callado escondido entre los músicos con su atuendo tropical, guayaberas de seda estampadas con palmeras que la anochecida del tiempo descendiendo sobre sus penachos de gloria oscureció, el paraninfo donde bailamos dueños del mundo que no giraba, que se abría ante los dos, formalina en el aire caliente detenido como si fuera el perfume de la desolación.
       Ahora, Celina altanera, Celina retrechera, Celina agorera, te ha escogido, viene a sacarte a bailar. Lo vi desde un principio ponerte encima lasciva la mirada cuando sonó la música, ya estaba escrito en tus augurios que alguna vez te iba a escoger, bien lo sé, me lo advertiste, que si entraba en este túnel de aguas negras nunca jamás iba a poder salir, se camina a tientas, se tropieza en cuatro patas, vas hundiéndote en la mierda hasta el pescuezo, el olor a formalina, por qué se disipó, se estancaron igual que el excremento los remordimientos, el tufo de la mierda resplandece, se volvió el perfume de la desolación.
       Hace siglos fuiste reina, siglos de aquella noche primera en que bailamos como nunca se volverá a ver, siglos de aquella tarde sin viento de los muertos y la sangre, pero tu gracia para el baile, cuerpo que me retenía, pelo que se me despeinaba, ojos que me llameaban, boca que me sofocaba, nunca menguó, aunque ya la mía, Celina de mi juramento, pasó a mejor vida, se me rompió la cuerda, el muñeco se ensarró, triste el compás de mis pasos, vencidas las manos sin gracia ni calor, será la música que no es aquella música, serán estas fiestas lúgubres en que hemos andado encadenados, las fiestas de no podemos faltar porque él va verlo mal, en que a la fuerza te metí, cuántas veces como una pareja de extraños bailando por compromiso, a cada vuelta queriendo que termine la música para poderse despedir; y la trompeta que partió el aire de las madrugadas encendidas con su filo de cuchillo sobrenatural, reposando tranquila en algún pozo de sombra entre burbujas se anegó, la múcura que está en el suelo hace ratos cayó al piso, en pedazos se quebró.
       La múcura que está en el suelo, Celina, la orquesta ya comenzó a tocar. Suena el solo agudo de la trompeta, un alarido que ya no va a descansar, repiten sus acordes los trombones, golpea sus compases el bongó, raspa insolente el quijongo y ahora entra sensual rompiendo sus cadenas de cautivo que llora de alegría el clarinete, lo acompaña en su escape por los túneles cantando libertad el saxofón, qué lluvia más sensual de maracas y la esquila que repica exaltada, aquí se acabó la bestia, se acabó la cría, no hay madre que te envuelva en la mortaja, ni la misma que te parió.
       Ya viene, te va a sacar a bailar. Deja el vaso de vodka en la mesa, monumental y gordo de la lotería, los ojos de vidrio tras los anteojos de vidrio, barriga descomunal, cuando esté frente a vos y te pida pieza me va a saludar apenas o como si yo no existiera a lo mejor ni me va a saludar, ya te veo, ya te temo, obediente vas a irte envuelta en tu sonrisa, tus ojos esquivos alejándose de mí, y si acaso volvieras la cabeza los míos iban solo a decirte qué culpa tengo yo, el que juega en la ruleta y pierde, paga, mis ojos fijos en el vaso de whisky donde el hielo ya se aguó.
       Va a abrirse el mundo, el mundo va a partirse ante los dos, tu ritmo acompasado con las palmas cuando tiemblen frenéticos tus hombros, tu cabello va a temblar en frenesí, ya te alejes, ya te acerques, así no vuelvas a la mesa, así te lleve hasta mañana, hasta otro día, no sé dónde, donde él quiera, será igual, tu vestido de reina en vuelo a cada giro, tus manos juguetonas advirtiéndole que no, no todavía, porque cuando te tome de la cintura es que todo se acabó.
       Te está hablando el jefe, Celina, el señor presidente quiere sacarte a bailar, claro que le permito, el honor es mío, general.



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