César
Vallejo
(Perú, 1892-Paris, 1938)
Vallejo y Neruda: Dos modos
de influir
Mario Benedetti
(Letras del continente
mestizo, Montevideo: Arca, 1972, pp. 35-39)
Hoy en día parece bastante claro
que, en la actual poesía hispanoamericana, las dos presencias tutelares
se llaman Palo Neruda y César Vallejo. No pienso meterme aquí en el
atolladero de decidir qué vale más: si el caudal incesante, avasallador,
abundante en plenitudes, del chileno, o el lenguaje seco a veces,
irregular, entrañable y estallante, vital hasta el sufrimiento, del
peruano. Más allá de discutibles o gratuitos cotejos, creo sin embargo
que es posible relevar una esencial diferencia en cuanto tiene relación
con las influencias que uno y otro ejercieron y ejercen en las
generaciones posteriores, que inevitablemente reconocen su magisterio.
En tanto que Neruda ha sido una
influencia más bien paralizante, casi diría frustránea, como si la
riqueza de su torrente verbal sólo permitiera una imitación sin
escapatoria, Vallejo, en cambio, se ha constituido en motor y estímulo
de los nombres más auténticamente creadores de la actual poesía
hispanoamericana. No en balde la obra de Nicanor Parra, Sebastián
Salazar Bondy, Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, Roberto Fernández Retamar
y Juan Gelman, revelan, ya sea por vía directa, ya por influencia
interpósita, la marca vallejiana; no en balde, cada uno de ellos tiene,
pese a ese entronque común, una voz propia e inconfundible. (A esa
nómina habría que agregar otros nombres como Idea Vilariño, Pablo
Armando Fernández, Enrique Lihn, Claribel Alegría, Humberto Megget o
Joaquín Pasos, que, aunque situados a mayor distancia de Vallejo que los
antes mencionados, de todos modos están en sus respectivas actitudes
frente al hecho poético más cerca del autor de Poemas humanos
que del de Residencia en la tierra).
Es bastante difícil hallar una
explicación verosímil a ese hecho que me parece innegable. Sin perjuicio
de reconocer que, en poesía, las afinidades eligen por sí mismas las
vías más imprevisibles o los nexos más esotéricos, y unas y otros
suelen tener poco que ver co lo verosímil, quiero arriesgar sobre el
mencionado fenómeno una interpretación personal.
La poesía de Neruda es, antes que
nada, palabra. Pocas obras se han escrito, o se escribirán, en nuestra
lengua, con un lujo verbal tan asombroso como las primeras Residencias
o como algunos pasajes del Canto general. Nadie como Neruda para
lograr un insólito centelleo poético mediante el simple acoplamiento de
un sustantivo y un adjetivo que antes jamás habían sido aproximados.
Claro que en la obra de Neruda hay también sensibilidad, actitudes,
compromiso, emoción, pero (aun cuando el poeta no siempre lo quiera así)
todo parece estar al noble servicio de su verbo. La sensibidad humana, por
amplia que sea, pasa en su poesía casi inadvertida ante la más angosta
sensibilidad del lenguaje; las actitudes y compromisos políticos, por
detonantes que parezcan, ceden en importancia frente a la actitud y el
compromiso artísticos que el poeta asume frente a cada palabra, frente a
cada uno de sus encuentros y desencuentros. Y así con la emoción y con
el resto. A esta altura, yo no sé qué es más creador en los
divulgadísimos Veinte poemas: si las distintas estancias de amor
que que le sirven de contexto o la formidable capacidad para hallar un
original lenguaje destinado a cantar ese amor. Semejante poder verbal
puede llegar a ser tan hipnotizante para cualquier poeta, lector de
Neruda, que si bien, como todo paradigma, lo empuja a la imitación, por
otra parte, dado el carácter del deslumbramiento, lo constriñe a una
zona tan específica que hace casi imposible el renacimiento de la
originalidad. El modo metaforizador de Neruda tiene tanto poder, que a
través de incontables acólitos o seguidores ó epígonos, reaparece
como un gen imborrable, inextinguible.
El legado de Vallejo, en cambió,
llega a sus destinatarios por otras vías y moviendo quizás otros
resortes. Nunca, si siquiera en sus mejores momentos, la poesía del
peruano da la impresión de una espontaneidad torrencial. Es evidente que
Valle (como Unamuno) lucha denodadamente con el lenguaje, y muchas
veces, cuando consigue al fin someter la indómita palabra, no puede
evitar que aparezcan en ésta las cicatrices del combate. Si Neruda
posee morosamente a la palabra, con pleno consentimiento de ésta, Vallejo
en cambio la posee violentándola, haciéndole decir y aceptar por la
fuerza un nuevo y desacostumbrado sentido. Neruda rodea a la palabra de
vecindades insólitas, pero no violenta su significado esencial; Vallejo,
en cambio, obliga a la palabra a ser y decir algo que nó figuraba en su
sentido estricto. Neruda se evade pocas veces del diccionario; Vallejo, en
cambió, lo contradice de continuo.
El combate que Vallejo libra con la
palabra, tiene la extraña armonía de su temperamento anárquico,
disentidor, pero no posee obligatoriamente una armonía literaria, dicho
sea esto en el más ortodoxo de sus sentidos. Es como espectáculo
humano (y no sólo como ejercicio puramente artístico) que la poesía de
Vallejo fascina a su lector, pero una vez que tiene lugar ese primer
asombro, todo el resto pasa a ser algo subsidiario, por valioso e
ineludible que ese restó resulte como intermediación.
Desde el momento que el lenguaje de
Vallejo no es lujo sino disputada necesidad, el poeta-lector no se detiene
allí, no es encandilado. Ya que cada poema es un campo de batalla, es
preciso ir más allá, buscar el fondo humano, encontrar al hombre, y
entonces sí, apoyar su actitud, participar en su emoción, asistirlo en
su compromiso, sufrir con su sufrimiento. Para sus respectivos
poetas-lectores, vale decir para sus influidos, Neruda funciona sobre todo
como un paradigma literario; Vallejo, en cambió, así sea a través de
sus poemas, como un paradigma humano.
Es tal vez por eso que su influencia,
cada día mayor, no crea sin embargo meros imitadores. En el caso de
Neruda lo más importante es el poema en si; en el caso de Vallejo, lo
más importante suele ser lo que está antes (o detrás) del poema. En
Vallejo hay un fondo de honestidad, de inocencia, de tristeza, de
rebelión, de desgarramiento, de algo que podríamos llamar soledad
fraternal, y es en ese fondo donde hay que de hay buscar las hondas
raíces, las no siempre claras motivaciones de su influencia.
A partir de un estilo poderosamente
personal, pero de clara estirpe literaria, como cl de Neruda, cabe
encontrar seguidores sobre todo literarios que no consiguen llegar a
su propia originalidad, o que llegarán más tarde a ella por otros
afluentes, por otros atajos. A partir de un estilo como el de Vallejo,
construido poco menos que a contrapelo de lo literario, y que es siempre
el resultado de una agitada combustión vital, cabe encontrar, ya no meros
epígonos o imitadores, sino más bien auténticos discípulos, para
quienes el magisterio de Vallejo comienza antes de su aventura
literaria, la atraviesa plenamente y se proyecta hasta la hora actual.
Se me ocurre que de todos los libros
de Neruda, sólo hay uno, Plenos poderes, en que su vida personal
liga entrañablemente a su expresión pética. (Curiosamente, es quizá
el título menos apreciado por la crítica, habituada a celebrar otros
destellos en la obra del poeta; para mi gusto, ese libro austero, sin
concesiones, de ajuste consigo mismo, es de lo más auténtico y valioso
que ha escrito Neruda en los últimos años. Someto al juicio del lector
esta inesperada confirmación de mi tesis: de todos los libros del gran
poeta chileno, Plenos poderes es, a mi juicio, el único en que son
reconocibles ciertas legítimas resonancias de Vallejo). En los otros
libros, los vericuetos de la vida personal importan mucho menos, o
aparecen tan transfigurados, que la nitidez metafórica hace olvidar por
completo la validez autobiográfica. En Vallejo, la metáfora nunca impide
ver la vida; antes bien, se pone a su servicio. Quizá habría que
concluir que en la influencia de Vallejo se inscribe una irradiación de
actitudes, o sea, después de todo, un contexto moral. Ya sé que
sobre esta palabra caen todos los días varias paladas de indignación
científica. Afortunadamente, los poetas no siempre están al día con las
últimas noticias. No obstante, es un hecho a tener en cuenta: Vallejo,
que luchó a brazo partido con la palabra pero extrajo de sí mismo una
actitud de incanjeable calidad humana, está milagrosamente afirmado en
nuestro presente, y no creo que haya crítica, o esnobismo, o mala
conciencia, que sean capaces de desalojarlo.
(1967)
Literatura
.us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar